De contenedores, inteligencias y sociedades

De contenedores, inteligencias y sociedades
16 abril, 2019 por Redacción La tinta

Por Ignacio de Ucacha para La tinta

Despertamos temprano, el cielo aclara un poco y queda como estancado, cubierto de nubes tenebrosas, una infinidad de preguntas obvias que no queremos hacernos. Vehículos de diversos portes se apelotonan en los accesos a la ciudad de Córdoba, las individualidades contenidas se impacientan y esperan. En una conversación grupal, se comparte la imagen de un diálogo:

—Dios, dame un motivo para empezar a trabajar el lunes.
—Eres pobre.
—Gracias, Dios.

A unos 700 kilómetros de distancia, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, presenta e inaugura sus nuevos contenedores “inteligentes”. El hecho es digitalizado y comunicado. El multimedio Cadena 3 reconoce una “nueva cara” en esta política y, desde allí, relata tu versión del mundo: «Estos habitáculos son similares a los que ya están instalados en toda la Ciudad, pero tienen un sistema particular que mantiene las tapas cerradas para evitar que las personas en situación de calle duerman dentro y que la gente saque la basura del contenedor. Este sistema inteligente consiste en un sensor que únicamente se abre con unas tarjetas magnéticas que están en manos de los frentistas».

Ascos y broncas se amontonan para acceder al pecho, las nubes oscuras bajan y se extienden hasta cubrir la piel. ¿Qué representan los contenedores? ¿De qué inteligencia se trata? ¿Cuál es la nueva cara a reconocer? ¿Cómo es que unxs se enorgullecen ante lo que a otrxs nos duele?

Contenerización y desechos

Los actuales gobiernos de Córdoba y Buenos Aires -junto a tantos otros- comparten políticas que priorizan la contenerización de la basura. Pero, ¿cómo es que llegaron a eso?

Hacia fines del siglo XIX, las ciudades argentinas comenzaron a crecer y, con ellas, sus nuevos problemas. En aquellos tiempos, los ‘cirujas’ que trabajaban en los basurales, juntando huesos, metales y trapos, comenzaron a ser tratados como sujetos peligrosos por su contacto con la basura. Desde la mirada higienista-sanitarista de la época, la incineración de los desechos permitía eliminar los desperdicios y evitar la manipulación y aprovechamiento por parte de los sectores más desposeídos. A principios del siglo XX, los gobiernos municipales contaban con hornos incineradores de basura y, hasta hace unas pocas décadas, se instaba a la población a quemar sus propios desechos.

En Argentina, con la intromisión del gobierno cívico-militar (“Proceso de Reorganización Nacional”), se institucionaliza al relleno sanitario como destino final “ideal” para la basura. Los negocios vinculados a la construcción de estos basurales con infraestructura se desarrollan junto a la privatización de los servicios de recolección domiciliaria. Ya en 1981, la empresa ASEO -firma del Grupo Macri- resultó adjudicataria del contrato de licitación del servicio de higiene urbana y de la construcción del primer relleno sanitario cordobés.


Los rellenos sanitarios son, muchas veces, también denominados vertederos controlados, ya que uno de los principales factores a controlar tiene que ver con el acceso de las personas a estos sitios. En este sentido, las políticas contemporáneas de estigmatización y criminalización de cirujas, carreros y cartoneros tienen su génesis en las acciones de prohibición y represión ejecutadas durante el Proceso. Los basurales existentes fueron cerrados y la basura se concentró en vertederos inaccesibles, por lo cual, las actividades de aprovechamiento y recuperación de residuos se vieron desplazadas hacia las calles.


En las décadas del ochenta y noventa, el fenómeno fue ganando visibilidad y conflictividad hasta que “estalló” -es decir, se volvió socialmente inocultable- durante la crisis de 2001-2002. Desde entonces, el cirujeo quedó grabado en el imaginario colectivo como una de las postales de la crisis; de allí que resulte tan frecuente que las noticias vinculadas a desempleo, pobreza y hambre vayan acompañadas con una foto de carreros o cartoneros.

Actualmente, la recuperación de residuos es una actividad reconocida por las políticas públicas y privadas, abordando el fenómeno desde discursos vinculados al control, “ordenamiento” e “inclusión”. Por otro lado, los servicios de recolección, transporte y disposición final de la basura se mantienen altamente privatizados y avanzan en la mecanización y automatización de los procesos a fin de hacer «más eficiente” el gasto (es decir, maximizar la tasa de ganancia).

Allí es donde aparecen los contenedores. Estos, permiten concentrar la basura de toda una cuadra en uno o dos puntos, permitiendo reducir la frecuencia del servicio -especialmente en zonas centrales, donde se realiza dos veces al día- y el requerimiento de mano de obra -los recolectores se vuelven más prescindibles-. Pero he aquí el problema de que, pese al histórico repertorio de intervenciones represivas/inclusivas, el aprovechamiento y la recuperación de residuos se sigue realizando de manera espontánea (impulsada por las necesidades de trabajar, comer, vestirse, etcétera).

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Inteligencia de las cosas

En 2011, cuando Ramón Mestre (hijo) asumió la intendencia de la ciudad de Córdoba, la contenerización de la basura fue presentada como uno de los ejes principales, ya que “mejora el aspecto visual”, “libera recursos” (trabajadores) y, además, es el sistema utilizado por más del 70% de las capitales europeas. Entre los diversos modelos, se presentaban unos particularmente “estéticos”, los contenedores subterráneos. No obstante, estos quedaron fuera de escena por su costo de instalación, mucho más elevado que el de los contenedores regulares, que, recién a finales del 2018, fueron emplazados en las principales avenidas cordobesas. Además de mirar a Europa, los funcionarios cordobeses prestaban atención a los avances del sistema en Rosario y Buenos Aires.


En este marco, las aspiraciones europeístas de los gobiernos locales chocan con una realidad que en las capitales objeto de contemplación no registran -al menos, no en la misma magnitud-: una masa estable y, por momentos, creciente de personas abocadas al cirujeo.


Como resulta esperable, el Gobierno de Buenos Aires presenta la versión “criolla” del modelo europeo, a la que le han dado el tecnocrático nombre de “Contenedores Inteligentes”. La noticia producida y difundida por Cadena 3 resulta interesante porque deja en evidencia que el objetivo de la política no tiene que ver con alojar residuos, sino con el doble propósito de contener la potencialidad de algo indeseable que la propia basura: su utilización como refugio y fuente de alimentos por parte de las personas en situación de calle. En este sentido, la iniciativa sintetiza la estética aséptica de las políticas neocoloniales en su afán por contener lo socialmente abyecto.

Otro rasgo fundamental de esta política guarda relación con la noción de inteligencia. La misma radica en la presencia de un sensor lector de tarjetas magnéticas que sólo dispondrán lxs frentistas. En primer lugar, la existencia de estos contenedores “inteligentes” son un síntoma de la desigualdad, la fragmentación social, los procesos de consumo e individualización, y las políticas públicas: mientras unxs dependen de lo que otrxs desechan, el Estado interviene priorizando los intereses de los ciudadanos-consumidores por sobre las necesidades de alimento y abrigo de los ciudadanos-desechados.

En segundo lugar, el halo de “inteligencia” pretende revestir a los objetos atributos que no le corresponden. No se trata de inteligencia artificial, apenas si cuenta con un lector magnético y un par de botones. La “sapiencia” del contenedor es vana sin el trabajo de lxs frentistas. Es el desplazamiento del brazo, es la fuerza de los dedos que sostienen la tarjeta, son los cuerpos de lxs frentistas los que activan el mecanismo. La “inteligencia” del contenedor es la energía corporal de lxs frentistas, son sus manos, sus miradas, sus emociones. Vanidosas ansias de una ciudadanía pulcra, fantasías de la inocuidad del consumo, fantasmas de alimentar lo más temido: la revuelta de los desposeídos.

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Nueva cara de la política

Por lo visto, no hay mucho de novedoso en estos contenedores que, como todos los dispositivos del capital, operan invirtiendo el mundo real. El problema de la basura se desliga de quienes la producen y es adherido a quienes la reproducen. Los desechos, ocultos y contenerizados, incorporan otro mecanismo de bloqueo para invisibilizar la realidad. Las soluciones al problema se dirigen al síntoma, allí intervienen.

Si es que esa “nueva cara” existe, debería poder observarse en la invisibilización del problema, en la transferencia de las responsabilidades, en la contenerización social y en el enmascaramiento político -como hace unos años, cuando Macri acusó a los cartoneros de robarse la basura-. Las caras de lxs que gobiernan son las mismas, las caras de lxs que sufren son las mismas. El sostenimiento de su régimen requiere de cómplices y serviles (funcionarios, frentistas, periodistas, lectores, etcétera), que le pongan el cuerpo a esos procesos de clasificación, distinción y discriminación de una “inteligencia” que no existe en los objetos, que es social y, a la vez, impropia.

***

Lo tenebroso se despeja, lo congestionado fluye. Nos reconocemos. Son sus contenedores, es su inteligencia y su nueva cara. Esas políticas son su trabajo, no el nuestro.

—Dios, dame un motivo para empezar a cambiar este lunes.
—Eres pobre.
—Gracias, Dios.

* Por Ignacio de Ucacha para La tinta

Palabras claves: basural, Cambiemos, Indigencia, Pobreza

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