Persuasión, ¿una estrategia posible?: votantes, intelectuales y coyuntura
Por Manuel Fontenla para La tinta
Hace casi dos meses, la socióloga Ana Castellani publicó en Página12 una nota titulada “¿Persuadir o resistir en la trinchera?”. Desde que leí esa nota, he vuelto, una y otra vez, en la radio, en la televisión y en medios gráficos variados, a escuchar análisis y diagnósticos muy parecidos a los que proponía la autora. A partir de esa recurrencia, quisiera polemizar/compartir una lectura crítica de algunos de los fundamentos de esa nota. No tanto para individualizar la opinión de Castellani, sino porque considero que representa el pensamiento de una gran parte de cierta intelectualidad crítica proveniente de espacios afines al Kirchnerismo/Cristinismo.
La intención de Castellani es la de complejizar un análisis simplista y reduccionista del electorado político de cara a los desafíos de la oposición en las elecciones por venir. Para ello, recurre a algunas reflexiones en torno al “Otro” y cómo producir un discurso capaz de persuadir (convencer) a ese “otro” que constituye el voto incierto de las elecciones. De esta manera, se podría encarar un escenario de triunfo frente al macrismo. Mi intención, no tan lejana a la de Castellani, es la de complejizar una parte fundamental de todo análisis, que la autora olvida (deliberadamente o por desconocimiento), y que refiere a los propios presupuestos de partida.
En el 2016, en un curso de doctorado sobre Comunicación y Cultura, Alejandro Grimson lanzó el siguiente diagnóstico frente a un auditorio colmado de estudiantes de Ciencias Sociales. Decía que “como nunca antes en la historia, el pensamiento crítico se encuentran alejado del sentido común (…) una de las tareas fundamentales de las ciencias sociales hoy es acortar esa distancia”. Esta fue la idea general que orientó el curso completo de Grimson. Una idea cuya veracidad es arrasadora y que se puede cotejar mejor que nunca en la cantidad de desinformación e ignorancia que circula a raudales por medios masivos de comunicación y por redes sociales. En los últimos dos años, asistimos a algunos debates públicos en nuestra sociedad, sobre el aborto, por ejemplo, y sobre la identidad y existencia de los Pueblos Originarios. Ambos demostraron la lejanía entre un enorme repertorio de conocimientos y saberes (provenientes de diversos espacios y sujetos), y el imaginario de los medios masivos y redes sociales (que reproduce y amplifica –hegemonizando-un sentido común que es, por definición, conservador).
Con el intento de acortar esa distancia, quisiera cruzar las reflexiones de Castellani sobre el problema político de la “persuasión del otro” con algunos de los análisis teóricos que hace más de 30 años se discuten en las ciencias sociales en la clave de la subalternidad y que intentan, también, comprender cómo es la política de aquellos definidos como “otros”.
Veamos algunos de los presupuestos de los que parte el análisis de Castellani. Para la autora, siguiendo algunas consultoras políticas, el electorado nacional puede dividirse en tres tercios: “Dos núcleos duros de votantes consolidados expresados por Cambiemos y por el kirchnerismo que defienden modelos opuestos de organización social, política y económica (…), y un tercio integrado por votantes que hoy se definen por vertientes no kirchneristas del peronismo o directamente por la indecisión”.
Partir de semejante esquematismo y reduccionismo es ya un problema enorme. En primer lugar, para Castellani, no existen los votantes de izquierda. En segundo lugar, y más grave aún, me pregunto por esas miles de personas que habitan las militancias anti-extractivistas, ecológicas, de las economías alternativas, de los procesos de organización barriales/villeros, de los mundos campesinos e indígenas, de los movimientos sociales de “vertiente” anti estatal, de los y las jóvenes que integran el espectro de votantes de los 17 a los 22 años que se criaron en un imaginario social de rechazo a la “clase política”, de las impresionantes olas feministas cuya traducción electoral es todavía incierta, entre otres. En fin, todos esos sujetos sociales, ¿se encuentran comprendidos en los 3 tercios?
Menciono dos mínimos datos de las últimas elecciones en Catamarca: 1- El ingreso de un candidato del Partido Obrero a la legislatura, inédito en la historia electoral de esta provincia. 2- 64% de votos en blanco en la localidad de Santa María, una de las más fuertes en organizaciones ambientalistas y en fortalecimiento de las comunidades indígenas. No quisiera hacer de estos datos un argumento para la crítica (a esta altura de perogrullo) del porteño-centrismo que ciega el análisis de cualquier dato que traspase las fronteras geográficas o simbólicas de la General Paz.
Pero volviendo a la cuestión de complejizar el análisis, parece poco 3 tercios para la heterogeneidad política de nuestro país. ¿Acaso todo elector antimacrista o antikirchnerista es indeciso? ¿Cómo dialogar con aquellas posiciones firmes que no optan por el macrismo ni por el kirchnerismo? ¿Y si, tal vez, existe una gran masa de electores no indecisos que no quieren votar ni a macristas ni a kirchneristas, ni a peronistas o radicales, o la izquierda? Más aún, ¿y si existe una gran masa de electores para los cuales el acto mismo de votar se encuentra disociado de una opción política? ¿Cómo querer comprender/persuadir a otro si parto de la subalternización e invisibilización de toda la heterogeneidad política existente bajo una operación hegemónica de taxonomía electoral?
Dejemos la pregunta en suspenso y continuemos con el análisis tal como lo plantea Castellani. La clave, para la autora y para el futuro del kirchnerismo, es entonces convencer al tercer tercio de “indecisos”. En el desarrollo de ese argumento, Castellani realiza afirmaciones complicadas de sostener. Por un lado, la autora reconoce la diversidad, considera “que son muchas las racionalidades que se ponen en juego a la hora de definir el voto: en algunas, priman los fines, en otras, los valores, las expectativas o las emociones”. Y señala también que hay que entender “las características” de esos “otros”, de esos “indecisos”. Sin embargo, en el trasfondo, opera la idea de que la persuasión es posible, porque, más allá de esas características, esas racionalidades y esas motivaciones, hay algo obvio, algo inamovible, que no se pone a discusión, a saber: que para el futuro de esos otros, es mejor votar contra el macrismo. Aquí aparece una pregunta que está en la boca de todos los analistas políticos y que ha replicado en todos los espacios kirchneristas y otros desde 2015. Todo el texto de Castellani sobrevuela esta pregunta sin explicitarla: ¿Por qué los pobres votan al macrismo? O según la corrección política de quien lo enuncie, ¿por qué las clases populares votan en contra de sus intereses?
Los estudios de la subalternidad y la crítica poscolonial vienen trabajando hace cuatro décadas sobre la relación entre deseo, poder y subjetividad. Uno de los casos más prolíficos y más potentes es el del análisis de la intelectual india Gayatri Spivak. A esta autora, le interesa justamente mostrar la enorme heterogeneidad que se da en los entramados de poder-deseo-interés. Para ello, Spivak plantea una extensa y compleja discusión con la noción de poder y sujeto en Foucault y Deleuze, señalando los fracasos de estos autores para pensar esa relación sin una teoría crítica de los intereses. A su vez, cuestiona las posiciones de ciertos intelectuales en su objetivo de hablar por los otros, los subalternos, o de intentar representarlos. El planteo de Spivak permite entonces pensar los dos ejes de la nota de Castellani, en primer lugar, cuál es el rol del intelectual (y el militante, el político, “el convencido”) en la persuasión del otro; y, en segundo lugar, cómo comprender a ese “otro”.
Respecto del primer aspecto, Spivak hace énfasis en la imposibilidad del intelectual de representar la conciencia del otro o recuperar su voz. En lugar de ese proyecto de “dar voz” al otro, Spivak señala como tarea crítica el dar cuenta de los mecanismos que impiden un espacio de enunciación para esas otras voces. Y la crítica de esos mecanismos no puede empezar sino por la crítica del propio lugar que ocupa el intelectual en esos mecanismos. Esto es lo que Spivak llama la crítica de la TRANSPARENCIA del intelectual y, por ello, retoma el proyecto derrideano de una plataforma crítica para el intelectual occidental benevolente. El Intelectual transparente, benevolente, afirma Spivak, en lugar de analizar su participación en esos mecanismos/dispositivos, provoca un deslizamiento hacia la comprensión del otro, donde sólo informa acerca del sujeto no representado y cree analizar (sin realmente analizar a falta de una teoría critica de los intereses y de las ideologías en las cuales sitúa su propia voz y discurso) las operaciones del poder y del deseo. En otras palabras, los persuasores se sitúan en un lugar externo a los mecanismos y dispositivos como si el lugar de su interés, su deseo y su posición en las relaciones de poder fuese transparente. Esta crítica es fundamental si a lo que se apunta es a la idea de un diálogo con un otro diferente. ¿Quién es Castellani para los indecisos? ¿Qué intereses representan los persuasores? ¿Dónde radica la garantía de que el kirchnerismo vela por los intereses de ese tercer tercio? ¿Se le podría ocurrir a Castellani (o cualquiera de los persuasores) que ella, su posición de clase, su lugar en la división internacional del trabajo, su lugar en la violencia epistémica de la ley; su lugar en la educación institucional, nacional elitista y pulcra, su lugar en la clasificación socio-racial, su lugar en el imaginario político que quiere incluir a los pobres en la sociedad -siempre y cuando ellos renuncien a sus modos de vida pobres- puede ubicarla a los ojos de esos “otros” en las mismas filas de los macristas? ¿Qué persuasión puede señalar que el mundo de privilegios de la clase política kirchnerista es distinto al mundo de privilegios de la clase política macrista? Esta es una pregunta que no se responde desde políticas públicas, desde índices de pobreza, desde «logros en la década ganada» y derechos perdidos en el gobierno macrista. Estas son preguntas que apunta a comprender justamente cómo el otro se pregunta sobre nosotros, cómo el otro (el indeciso) clasifica a su interlocutor, al que persuade. Pues, ¿dónde arraiga esa convicción tan certera, tan TRANSPARENTE, de que Página/12 vela por los intereses de los sectores populares? ¿O que sus periodistas y columnistas encarnan, en militancia, práctica política y estrategia discursiva la voz que realmente comprende las voces subalternas? ¿O acaso no hace falta preguntarse por el lugar desde el cual se construye ese análisis, puesto que Página/12 también ocupa un lugar transparente en las relaciones de poder?
Más allá de las muchas precauciones que Castellani enumera en su intento de acercarse a una persuasión que reconozca al otro, la manera de acercarse a las percepciones sociales de ese otro no se dan a partir de la crítica de los propios supuestos como una diferencia, sino poniendo la diferencia siempre en el Otro. Las percepciones sociales de la periodista son obvias, son trasparentes, su lugar en la sociedad no es objeto de disputa, sus intereses son también transparentes y claros. Todo el problema de la “incomunicación” y la persuasión radican en “el otro”, en sus incapacidades. En la “autocrítica”, lo único a revisar es la forma, la “estrategia”, pero no, ni por asomo, el contenido ni la posición social desde la que es dirigido ese discurso. En el fondo, lo que hay es una reducción brutal de la complejidad de la estratificación social, de los intereses en disputa, de la división de clases, de la heterogeneidad de las subjetividades y mundos de vida, a una cuasi obviedad moral entre buenos y malos. Malos, los neoliberales explotadores macristas, buenos, los kirchneristas que van a acabar con el monstruo neoliberal (que aceptan que cometieron algunos errores, aunque, por cierto, nunca sabemos cuáles).
A estos inconvenientes, se suma el mayor de todos. Para Spivak, los intelectuales transparentes, en su intento por comprender a los otros, a los oprimidos y a los subalternos, caen en la creencia de que existe una conciencia pura del subalterno, en nuestro caso, una conciencia pura de los indecisos, de los pobres, de los antikirchneristas, de los votantes que votan contra sí mismos, y que esa conciencia se puede representar. Para Spivak, Foucault y Deleuze estaban de acuerdo en que los oprimidos podrían hablar y conocerían sus propios condicionamientos una vez que obtuvieran la ocasión para hacerlo y podrían, además, llegar a una solidaridad por medio de una política de alianzas. Pero ello es solo posible por ese punto inflexible de que se puede acceder al Otro, de que efectivamente se puede (el intelectual puede) representar al sujeto otro, al subalterno, analizar sus intereses y deseos, y develar el funcionamiento del poder. Contra esa suposición, Spivak es tajante: el sujeto subalterno es y será irrecuperablemente heterogéneo y no puede hablar.
Si se acepta este enfoque, no hay persuasión posible. No hay estrategia retórica capaz de interpelar esa heterogeneidad. Sobre el final del artículo, Castellani insiste: “Hay que soportar la herida narcisista que genera el hecho de dialogar con alguien que no necesariamente acuerda con uno en principios básicos como la inclusión o la solidaridad”…pero, pero, tal vez, los indecisos, los otros, sí aceptan como principios básicos la inclusión o la solidaridad, solo que la herida narcisista consiste en que “nosotros” (los intelectuales persuasores) no representamos ni la inclusión ni la solidaridad y, tal vez, sí lo representan, por ejemplo, y como sucedió en Brasil, por mencionar el ejemplo a vista de todos ahora, las propuestas evangelistas y milenaristas. Tal vez, ellos sí entendieron algo de esos otros, tal vez, no necesitaron persuadirlos porque conviven con ellos a diario en sus cotidianidades. Siempre habrá intelectuales que entienden y develan el poder, y que podrán afirmar y explicar cómo esos sectores “tienen más recursos para manipular” o cómo “es más fácil dominar que querer emancipar”, y demás explicaciones. Lo que nunca habrá es una autocrítica de la posición desde la cual los políticos e intelectuales develan al poder. Al decir de Spivak: «pura transparencia».
Para finalizar, la intención de Castellani de reflexionar sobre la alteridad es importante y necesaria. Pero dicha tarea requiere cuidados que no podemos dejar de lado. La preocupación por la política de los otros/as, de los/as oprimidos/as, NO puede ocultar la actitud de privilegiar al intelectual y a otros sujetos de la opresión. Sin esta crítica, la comprensión del Otro fracasa y lo que se logra es “producir un otro que consolidaría un interior, el estatuto del propio sujeto”. En otros términos, la construcción de un otro homogéneo a persuadir es más bien un intento (un desesperado intento) en la búsqueda de (re)construir el kirchnerismo (estatuto del propio sujeto).
Spivak apunta, como una de sus críticas más fuertes, que intelectuales preocupados por la explotación del tercer mundo y el imperialismo tenían una versión tan restringida del Occidente que ignoraban el lugar que jugaba en la propia creación del proyecto imperialista. Y este es el gran punto ciego de la benevolente persuasión. Parafraseando a Spivak: tener una versión tan restringida y acrítica del kirchnerismo (como de las estrategias y posiciones que ocupan sus intelectuales voceros) conduce a ignorar el lugar que ocupo en la propia creación del proyecto neoliberal que gobierna actualmente. Pero (me anticipo a las respuestas obvias) la urgencia y la coyuntura son leyes inamovibles para la estrategia política. En ella, no hay lugar para la reflexión, para el pensamiento crítico, para la pausa. En el 2008, por el conflicto con el campo, luego, por la muerte de Néstor, luego, porque no se podía debilitar a Cristina, luego, porque el contexto internacional era desfavorable, luego, porque “las críticas son para adentro, pero, para afuera, unidos”, luego, porque había que garantizar la continuidad del proyecto, luego, porque el macrismo podía ganar (y ganó), luego, porque hay que derrocar el monstruo neoliberal del macrismo, luego…luego…luego. Siempre hay una urgencia para evitar la reflexión crítica. En el “mientras tanto”, habrá millones de votantes subalternos, a los cuales ninguna retórica, ninguna estrategia de persuasión podrá alcanzar, simplemente, porque el ejercicio de comprensión del otro requiere, antes que ninguna estrategia de persuasión, TIEMPO. No tiempo de calendario (meses o años), tiempo de experiencia socio-afectiva, tiempo de cotidianidad compartida, tiempo de comprensión en la práctica de esos otros modos de vida, tiempo de diálogo, una y mil conversaciones para poder atisbar esas vidas otras, sus deseos otros y sus intereses otros; la manera que operan sus lógicas, la manera en que construyen sus micro y macro alianzas por derivas, espacios y formas que el Estado, los partidos y los personalismos NI SIQUIERA SOSPECHAN. Y a las cuales no podrán acercarse sin antes derrocar la transparencia que los cobija.
Mucha gente cree que reflexionar críticamente y votar lo obvio es contradictorio. Eso es una burda excusa para no mirarse en el espejo de las relaciones de poder. Se puede mirar críticamente, en profundidad, con contundencia al Kirchnerismo/Cristinismo personalista y paternalista, sin lesionar su legitimidad electoral para proponer un candidato que (a través de una alianza antimacrista) logre frenar el brutal avance neoliberal. Creer lo contrario es, una vez más, negar la capacidad de los sujetos para descifrar las relaciones de poder y las posiciones sociales desde sus propias perspectivas y en sus propios términos.
Ahora bien, si, como afirma Spivak, los intelectuales poscoloniales han aprendido que su privilegio es también su pérdida y que, como he intentado mostrar en estas líneas, la persuasión es una estrategia imposible, ¿qué hacer? Una sugerencia spivakiana sería dedicarse a la tarea de “medir los silencios”. ¿Qué dicen los silencios de aquellos que no integran esos dos tercios? ¿Qué dicen los silencios de los muchos que callan ante la subalternización de tanto grito persuasivo? ¿Qué dicen los silencios de los que no piensan como uno?
*Por Manuel Fontenla, desde Catamarca, para La tinta / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.