Por qué Macri no es De la Rúa
Por Julián Zícari para Revista Panamá
La inflación de 1967 fue de 29,22%, la de 1968 de 16,23% y la de 1969 de 7,58%. A este claro y exitoso descenso inflacionario se sumó una excelente expansión económica para aquellos años: el país creció un 3,7% (en 1967), un 5,3% (en 1968) y un elevado 9,6% (en 1969). Es decir, la economía, cada año, parecía funcionar mejor y mejor. A la par, bajaba el desempleo y subían los salarios, aumentando el consumo. Sin embargo, este espectacular proceso económico se interrumpió abruptamente: en mayo de 1969, ocurrió el Cordobazo, una de las mayores movilizaciones populares y una de las más aguerridas luchas de la historia argentina. Movilización que puso fin a la gestión económica de Adalbert Krieger Vasena.
En 1995, el PBI cayó un 5,2%, el desempleo superó el 18% y el país sufrió una severa crisis económica, lo que hizo que se disparara la pobreza mientras que el consumo se resintió severamente. Sin embargo, Carlos Menem obtuvo su reelección presidencial ese año con casi el 50% de los votos. Podemos seguir dando ejemplos, pero la conclusión debe ser clara: la política no es un simple reflejo de la economía. Si bien es verdad que dicha relación a veces ayuda a explicar algunas cosas, los mecanicismos son muchas veces estériles en ciencias sociales.
Cuando la relación entre economía y política no es lineal, incluso se habla a veces de comportamientos “irracionales”. Como si fuera una locura no respetar los ciclos de los negocios. El problema es que, como se suele decir, en política, el corazón tiene razones que la razón nunca entenderá: las pasiones, los imaginarios y las identidades también juegan un rol central. Los cuales también deben ser indagados para entender un poco más las lógicas políticas.
Prácticamente, desde que asumió Mauricio Macri, se han escuchado voces para emparentarlo con Fernando De la Rúa. Puesto que los líderes de ambas coaliciones parecen tener más parecidos que diferencias, repasemos algunos de los puntos más nombrados.
Tanto Cambiemos como la Alianza son dos coaliciones encabezadas por un intendente porteño, tienen como principal meta aplicar un programa neoliberal, utilizan el discurso anti-corrupción como punto nodal, dicen basarse en el republicanismo, lograron estructurar una mayoría electoral principalmente para derrotar al peronismo, apuestan por la concentración económica, son apoyados por el FMI, el partido mayor es la UCR, tienen debilidad institucional (gobiernan pocas provincias, tienen poco poder territorial y carecen de mayorías parlamentarias), tienen un alineamiento automático con Estados Unidos y su principal combustible económico son tomar deuda y aplicar políticas de ajuste. Es decir, son programas de minorías apoyados por mayorías. Podríamos nombrar muchos más puntos en común, pero probablemente el ejercicio argumental más interesante sea apuntar en la dirección contraria: saber en qué se diferencian.
En efecto, la experiencia de De la Rúa y de la Alianza terminó en la terrible tragedia del 2001: una crisis económica, social y política a todo nivel. La situación del macrismo, por lo menos en el terreno económico, va en la misma dirección: aumento del desempleo, de la pobreza, caída salarial, crisis alimentaria, corridas, mega-ajustes, suba del riesgo país y una economía en caída libre, destinada a tener consecuencias tan nefastas como las del 2001. De hecho, la discusión cotidiana es ver qué indicador del macrismo es peor o acaso no tan malo como los de la crisis 2001/2002.
En una palabra, la crisis económica actual está resultando similar a aquella e incluso puede superarla.
Sin embargo, De la Rúa cayó y hoy Macri está de pie, firme. Increíblemente, muchas encuestas lo proyectan con serias chances de obtener su reelección. El ministro Dujovne festejó su logro del modo más cínico posible, aunque sincero: admitió que ningún gobierno había logrado hacer un ajuste así sin caerse. Una vez más, como su consecuencia, vemos que no se puede aplicar el mecanicismo económico para explicar las lógicas sociales. Es necesario avanzar por el lado de la política, señalando, al menos, cuatro diferencias centrales sobre por qué Macri no es De la Rúa.
La primera tiene que ver con el comportamiento de la coalición gobernante. La Alianza probablemente haya asumido el peor funcionamiento posible en la historia de las coaliciones políticas. Es decir, si inicialmente fue muy efectiva en términos electorales, cuando le tocó gobernar, fue un desastre: a los seis meses de gobierno, tuvo su primer quiebre (se fueron de la Alianza, entre otres, Elisa Carrió –del radicalismo-, Alicia Castro –del Frepaso-, Alfredo Bravo –del Socialismo-, junto a otra docena de legisladores); a los 10 meses, renunció el vicepresidente (Chacho Álvarez); a los 15 meses –cuando llegó López Murphy-, se fue medio gabinete y, después, De la Rúa se quedó solo con Cavallo. Ya a los 24 meses, el que se tuvo que ir fue De la Rúa.
El presidente así pareció comportarse como un autista político. Cada ruptura y cada abandono eran festejadas por él y por su entorno de amigos y familiares como un triunfo que les permitía concentrar más poder sobre sí, sacarse de encima a sus indeseables socios y quedarse con todo el gobierno para ellos solos. El problema es que se quedó tan solo, que, cuando la crisis se profundizó, ni una sola voz salió en su defensa. Los gobernadores radicales, los peronistas, Alfonsín, el Frepaso y toda la UCR lo odiaban incluso más que a cualquier miembro de la oposición. Muchos correligionarios hicieron más por hundirlo que por sostenerlo. Nadie alzó una voz en su defensa.
Hoy, con el caso de Cambiemos, es distinto. Aún las tensiones, conflictos y las internas, la coalición sigue viva. Sin ir más lejos, Carrió, que busca mostrarse como la más díscola y crítica a Macri, asegura estar en la misma barca, en el medio de ella y dice que no se va a bajar.
Cambiemos ha logrado mantenerse con vida a lo largo de tres años, funcionar e, incluso, en 2017, ganar las elecciones. Macri tiene laderos y muchas voces que se alzan para defenderlo. Tendrá desencantados y personas que lo abandonaron o amenazan con hacerlo (como Monzó, algunos radicales y varios periodistas). Pero sigue de pie.
La segunda diferencia, relacionada tal vez con el aprendizaje colectivo, tiene que ver con que también otros actores sociopolíticos se comportan de un modo muy diferente a como lo hicieron con De la Rúa. Sin ir más lejos, uno de los actores que tendría que estar encabezando la lucha social del mismo modo en que lo hizo en 2001 es el sindicalismo. Sin embargo, hoy actúa como el principal garante de la gobernabilidad. Daer y Moyano eran los jefes gremiales de la CGT en tiempos de la Alianza: le hicieron siete paros generales en dos años. A Macri le hicieron sólo cuatro en tres años y encima actuaron a desgano. Cualquier excusa les parece buena para negociar, ceder y quedarse quietos. Prefieren dar treguas antes que reclamar y combatir.
Las organizaciones sociales y los sectores excluidos igualmente han sido garantes de la paz social. Hoy, el ministerio de Acción Social encabezado por Carolina Stanley es mucho más activo y tiene más dinero para repartir que el de la Alianza. Si algo aprendió Macri con respecto a De la Rúa es que con eso no se jode. Así, con organizaciones más sólidas, con más recursos y mejor estructuradas, la conflictividad social está mejor canalizada que durante los tiempos de la Alianza. La lucha social si bien existe y es importante, se mueve a otro ritmo porque tanto el Estado como las organizaciones se mueven distintos. Podrá haber protestas, pero la posibilidad de estallidos está mucho más contenida.
Quizás otros de los grandes actores en actuar de modo diferente sean los medios de comunicación. A De la Rúa inicialmente lo ensalzaron y lo convirtieron en un hombre apacible, austero, calmo y respetuoso de las instituciones. El prócer que la clase media quería ver. Pero luego fue convertido en un imbécil: pasó a ser tratado como si fuera alguien medio bobo, lento, pusilánime, perdido y desconectado de la realidad. Todos lo ridiculizaban y se burlaban de él hasta niveles de no creer. Baste un caso testigo para ilustrar cuánto han cambiado los tiempos: si Clarín, durante la Alianza, fue el principal medio de comunicación en operar para tumbar a De la Rúa porque quería la devaluación, hoy, Clarín es el principal soporte del macrismo: los negocios y el horror al kirchnerismo hacen que actúe diametralmente distinto. Los medios entonces aprendieron a jugar de otro modo (quizás más abiertamente político), mientras que, a su vez, el macrismo también aprendió de esa experiencia: es un activo cultor del cuidado de su imagen, donde su estrategia comunicacional es su principal y casi única herramienta política. Pauta, redes y percepción son la formula básica de Cambiemos, algo que De la Rúa descuidó totalmente.
El gran empresariado y los sectores medios urbanos parecen actuar también de modo diferente ahora. Si antes los primeros se lanzaron en una guerra fratricida entre devaluadores y dolarizadores, llevándose así puestos a De la Rúa, hoy, con críticas, fastidio e importantes perjuicios económicos, todavía no le sueltan la mano al macrismo. Algo similar a lo que ocurre con las inasibles clases medias: podrán estar desencantadas, juntando bronca y con la esperanza disuelta, sin embargo, una parte importante prefiere sostener a Macri y evitar las movilizaciones que realizaron finalmente contra De la Rúa.
El tercer punto a destacar, y que también es central con respecto a los tiempos de la Alianza, es la diferente estructuración del campo político. Puesto que hoy existe el kirchnerismo, lo cual organiza el grueso de las posiciones políticas, siendo un polo de poder bastante cohesionado y que divide las aguas de la política: genera pasiones intensas, de amor y de odio, generando su propia identidad y también a su reacción.
Porque la vigencia del polo K es poderosa, eso también le da vigencia al polo anti-K. Y este polo es el que el macrismo viene a encabezar y liderar. Alguna vez, Cristina Kirchner les dijo a los caceroleros y a quienes se movilizaban en su contra: “Si esto no les gusta, armen un partido y ganen las elecciones”. Macri escuchó y le hizo caso: se juntó con Carrió y los sectores más derechistas y reaccionarios de la UCR –encabezados por Sanz-, y conformó Cambiemos, para convocar a todes les cansades del kirchnerismo. Lo peor es que funcionó muy bien.
De este modo, si durante la crisis del 2001 existía una crisis de representación, un vacío de poder y la clase política carecía de legitimidad (donde la población se daba el lujo de meter fetas de salame en las urnas, votar a Clemente y tener el famoso “voto bronca”), hoy la cosa es distinta. Nadie parece poder darse el lujo de debilitar o abandonar a alguno de los dos polos centrales porque eso significa que el otro se fortalece. La dicotomía es cruel, pero efectiva políticamente. Así, pasamos del “que se vayan todos” y el vacío de poder a “la grieta” y la polarización de hoy. Esto cambia esencialmente el terreno.
Finalmente, si el funcionamiento coalicional es distinto, el de los actores sociopolíticos también y si la estructuración del campo político tiene otras pautas, hay otro elemento diferencial que debemos considerar: el de la subjetividad. La más profunda de todas: las pasiones.
En efecto, como dijimos, la política tiene elementos racionales y otros a veces llamados “irracionales”. Las pasiones son un elemento esencial de estos últimos. Por amor y por odio, grandes grupos humanos son capaces de matar y de morir. Construyen identidades, imaginarios y formas de vida de acuerdo a ciertas estructuras emocionales, muchas veces no dialectizables o muy difíciles de hacerlo.
Durán Barba suele decir que si él muestra un video de Cristina Kirchner robándole el dinero de una caja fuerte a una cooperadora escolar, igualmente les kirchneristas seguirían votándola. Que no les importaba nada. Que son un voto duro, impenetrable. Que nada va a hacer que dejen de apoyarla.
Hoy, Venezuela está sufriendo una crisis económica y humanitaria terrible. Sin embargo, un 30% del electorado apoya al chavismo. No importa el tamaño de la crisis, lo catastrófico que pueda ser todo. Esos sectores no se mueven. El macrismo logró algo parecido. Algo que De la Rúa jamás soñó.
Porque Cambiemos no sostiene a su base en torno a resultados, sino a valores. Es una comunidad política atada principalmente a imaginarios e ideas: orden, antiperonismo, modernidad, meritocracia e individualismo hedonista son su clave.
En este sentido, Macri no despierta de todos modos una pasión “positiva”. Es decir, no logra ser amado con locura y pasión, ni tampoco tiene fanatiques como el kirchnerismo. Sino, más bien, el macrismo es una pasión “reactiva”: es preferible antes que “lo otro”. Quienes apoyan al macrismo están dispuestes a bancarlo y a sostenerlo ante cualquier cosa, piensan que todo es mejor “antes que vuelva la yegua”. No importa que Macri no cumpla sus promesas, no importa que defraude, no importa vivir peor, no importan las denuncias en su contra, no importa la crisis económica, no importa cuán terrible pueda ser todo. No importa nada.
Hegel decía que el espíritu es un hueso. Las pasiones muchas veces son una roca dura. Impenetrable. Y que a veces no “razonan”. El macrismo sabe muy bien canalizar el odio y las emociones. Incluso tiembla frente a la posibilidad de que Cristina Kirchner no se presente a elecciones. Porque sin ella en escena, ya no le queda nada.
Krieger Vasena, en todas las entrevistas que tuvo luego de ser ministro de Economía, siempre repetía lo mismo: “A mí me hicieron el Cordobazo los obreros mejores pagos de todo el país. Nunca lo pude entender”. A dicho ministro, con todo, siempre se le olvida el mismo dato: él era parte de una dictadura militar, opresiva, autoritaria y que mantenía proscripto al principal partido político del país. Pensaba que la simple economía podía explicar la política.
Con la caída de De la Rúa, se pensó igual: la terrible crisis económica era suficiente para explicar la terrible crisis política. Hoy, con Macri, se asiste a un escenario similar al del 2001 en muchos aspectos, sobre todo en el económico. Sin embargo, las razones, las estructuras, los actores, las dinámicas, los bloques de poder y las pasiones de la política funcionan de manera diferente. Tal vez si reflexionáramos sobre ello, entenderíamos mejor por qué Macri no es De la Rúa.
* Por Julián Zícari para Revista Panamá