Estos que miran así nos gobiernan
Por Diego Valeriano, Cora Gamarnik y Luciano Debanne para La tinta
Imagen de Bernardino Ávila
Esta foto, vieja y eterna. Esta mierda. Estos, que miran así, nos gobiernan.
Estos que miran así no mirando. Que dan cuando sobra, que hablan de enseñar a pescar, que creen merecer lo que tienen y esas giladas.
Esos que miran así, con desdén, desprecio, superioridad, asco, nos gobiernan así.
Para que volvamos a donde tenemos que estar, para que apaguemos el aire, el reflector del patio, para que no haya barra libre en los cumples de las guachas ni faldeado el viernes.
Nos gobiernan para que nos metamos adentro aunque afuera haya aire y esté fresco, para que guardemos las reposeras y saquemos las patas del río, y compremos menos alfajores a la vuelta.
Estos que miran así nos gobiernan, esperando que les aceptemos el billetito, la limosna, la distancia, así arrancan mientras nosotros seguimos a pata.
Nos gobiernan por panchos, porque seguimos aceptando, porque el algoritmo nos re cabió, porque decimos que no hay que entrar en provocaciones y volvemos tranquilas a casa. Indignados y mansos.
Miran así, porque los dejamos. Porque pueden y saben cómo, porque siempre lo hicieron, porque los educaron para hacerlo.
Miran así por protección. Porque saben que no hay que mirar cuando se mira a esos pibes, porque no hay que cruzar la mirada, porque el contacto visual es una derrota.
Miran así sin ver, para evitar el contagio, para matar la oportunidad de que pase algo.
Miran así porque aprendieron a esconder el miedo en el desdén, a disfrazar el cagazo que sienten en las noches en que es uno a uno, mano a mano. En el kiosco en el que se tuvieron que bajar de urgencia, en las calles a las que llegaron por error, en el trato con el empleado que se les para de mano. En la presencia latente de esa violencia resentida, sostenida, agazapada, que empollan y amasan los que nunca son mirados.
Esa violencia que a veces se siente en la piel y en la calle, y está en el aire, y se mezcla con el calor que sale de la boca del subterráneo, con las cloacas estalladas de mierda, con las montañas de basura, con el miedo de las pibas caminando agarradas para entrar al barrio, con la mirada resignada del pibito hambreado que se sube a la 4×4, y la desesperación de la trava nueva del parque cuando se detiene al frente de su parada el patrullero, y el llanto escondido de la madre que le dice que no, que hay que esperar hasta mañana que abre de nuevo el merendero.
Todo ahí macerando en los ojos de los que no son mirados, pero miran. Con miradas tensas, intensas, manija.
Los brazos cruzados en el pecho, bien plantados, reflejados. Miran de reflejo, actúan por reflejos, contienen sus reflejos.
Y también en el reflejo, casi imperceptible, un fotógrafo con reflejos rápidos gatilla. Tampoco a él lo miran. También él se planta. Capta la no mirada. La congela y la hace correr… para que otros la vean.
Un fotógrafo del lado de los pibes. Un fotógrafo de este lado del vidrio.
Todo está ahí, en el vidrio ese. En el vidrio pulcro a medio bajar. En el vidrio que separa, contiene, limita. Un vidrio que no está astillado. Todavía.
* Por Diego Valeriano, Cora Gamarnik y Luciano Debanne para La tinta. Imagen de Bernardino Ávila.