Movimientos sociales, organizaciones de izquierda popular, pueblo: desafíos en la antesala electoral
Por Nicolás Forlani para La tinta
El devenir del siglo XXI ha estado signado no por nuevos emergentes, sino por formas audaces en torno a la construcción de lo político. El movimiento de mujeres, de lxs trabajadorxs de la economía popular y las asambleas críticas al neoextractivismo han producido diversos actos disruptivos frente al orden patriarcal y de despojo de dimensiones globales. Estas actrices y actores colectivos han sido inobjetablemente quienes, de manera más persistente y eficaz, antepusieron resistencia y una programática superadora al nada nuevo ciclo neoliberal en la argentina contemporánea.
Los impactos sociales del neoliberalismo zombie (para utilizar la perspicaz expresión de Álvaro García Linera en oportunidad del Primer Foro de Pensamiento Crítico organizado por CLACSO) sin dudas hubieran sido mayores sin lxs cuerpxs movilizados que, ocupando los espacios públicos, dieron visibilidad a demandas y formas organizativas antagónicas a las jerárquicas, roles y esquemas distributivos de la vieja derecha de renovados ropajes hoy en el gobierno.
Conviene reflexionar sobre “la representabilidad” de las demandas de los movimientos sociales para advertir la fisonomía, programática y organicidad que un espacio político con aspiraciones de construir una nueva mayoría política debe ser capaz de producir para derrotar electoralmente a la alianza cambiemos y construir -vis a vis- un proyecto hegemónico con vocación transformadora y emancipatoria.
En tal marco, aparece el primero de los desafíos: las estructuras clásicas de mediación política, es decir, “los partidos tradicionales”, no pueden representar las reivindicaciones de los colectivos sociales porque lo que estos últimos pretenden no es el mero enarbolo de una o dos demandas por ellos impulsados en una plataforma electoral, sino la sustancial transformación de la cultura política nacional. Es que, desde los movimientos, no solo se cuestiona la aplicación o el abandono de una u otra política pública, sino el esquema mismo de toma de decisiones, la lógica misma de la circulación de la palabra, el lenguaje de valoración del territorio y el fin de una vida en comunidad.
Imposibilitada la vía de una representación parcial de la lucha de los movimientos, emerge el segundo de los desafíos: el del diálogo posible, necesario y siempre tenso entre lo político partidario estatal y lo político “movimientístico”. He allí el rol -no sencillo ni libre de sobresaltos- que deben protagonizar las organizaciones de izquierda popular; configuradas ellas mismas bajo una organicidad bifronte de lo social en movimiento y lo político en su afán de ocupar lugares en la estatalidad. Sin embargo, y aun habiendo logrado trascender en buena medida este complejo reto (véase por caso el armado de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular o las distintas organizaciones de mujeres), no alcanza para garantizar la derrota del establishment, hoy fielmente representado por la ceo-familia gobernante.
Valga este pasaje para una deriva reflexiva oportuna: las corporaciones mediáticas, judiciales y financieras, y agrominera exportadoras orquestadas por el imperialismo norteamericano habilitan “dos escenarios posibles” respecto al año electoral que se avecina. A) La continuidad sin más del mejor equipo de los últimos 50 años, el del gobierno de las fianzas, parafraseando a Bruno Nápoli; o bien, B) su “alternativa” no disruptiva, garante del orden financiero/represivo, esto es la de un eventual gobierno de moderados. He aquí el mayor de los desafíos para el heterogéneo campo nacional popular democrático, el de la configuración de un espacio diverso y múltiple cuyas aspiraciones de poder no ceda a la oferta (léase estafa) de (A) un mal viejo y conocido o la de (B) un mal menor.
Movilizarnos lxs de abajo, es decir, quienes sufrimos las injusticias provocadas por los poderosos, es precisamente la labor política articulatoria de la construcción de ese sujeto colectivo llamado pueblo. Él no es una representación armónica, libre de incoherencias ni exenta de disputas. El Pueblo es, antes que nada, un encuentro contingente de demandas y actores y actrices sociales cuya unión común (la percepción de un mismo adversario político) no determina per se su vocación propositiva. Dicho en otros términos: su lógica política sedimentadora y constructora de otra Argentina posible no está determinada de antemano, de allí que las organizaciones de la izquierda popular (a sabiendas de la inexcusable articulación con sectores –por caso- no necesariamente “aborteros” o “ambientalistas”) deban hacer todo para que esta posible experiencia populista sea la de un populismo de izquierda. Es decir, una articulación social y política capaz de encarnar múltiples demandas (trabajo, seguridad, bienestar, salud, educación, orden, etc.) ofreciendo y construyendo, a partir de ellas, una política que bregue por mayor igualdad y libertad para el conjunto de la sociedad.
*Por Nicolas Forlani para La tinta.
*Integrante Seamos Libres Córdoba.