Los que sobran, nos faltan: comienza el juicio por Lucas Rudzicz
Este lunes 26 de noviembre empieza el juicio contra Armando Martín Murúa, efectivo de la Policía de Córdoba que asesinó por la espalda a Lucas Rudzicz en diciembre del 2016. En el marco de la Cátedra Libre Ideas Menores, militantes de La Dignidad nos comparten sus reflexiones en torno a este caso de gatillo fácil.
Por Bárbara Reynoso y Rodrigo Ruiz del MP La Dignidad para La tinta
Restaban pocos días para que Lucas Rudzicz, un niño cordobés oriundo de Malvinas Argentinas e hincha de Talleres, cumpliera 14 años. Sin embargo, un plomo policial se lo impidió. Lucas se sumó a la larga y triste lista de casos de jóvenes asesinadxs en manos de las fuerzas policiales cordobesas, poniendo en evidencia que no se trata de hechos aislados o situaciones particulares, sino del sistemático accionar de una política estatal, encarnada en una fuerza represiva, que dispara y, luego, pregunta.
El 22 de diciembre de 2016, Lucas Rudzicz moría en manos del sargento Armando Martín Murúa, custodio en aquel entonces del cura Mariano Oberlin, quien trabajaba con jóvenes con consumo problemático de estupefacientes en Barrio Müller. Lucas se encontraba junto a David Emanuel Luna cuando, en un aparente intento de robo al cura, Lucas se da a la fuga. Es en aquel momento y a poco más de 60 metros de distancia, cuando Murúa le dispara, matándolo de un balazo en la cabeza.
Su muerte no es producto del azar. Lucas no era un pibe cualquiera, formaba parte de ese porcentaje de la sociedad que se considera prescindible, de los invisibles, los relegados, los que sobran. Todos estos excluidos ocupan lo que se conoce como la zona del no ser -en términos de Franz Fanon-, una suerte de margen, donde se encuentran los desprovistxs de humanidad, a los que se les niega dignidad y garantías de derecho.
Es la violencia la que funciona como sostén de esta realidad y la policía es su brazo ejecutor más evidente, sosteniendo las divisiones más o menos invisibles y sus consecuentes privilegios: de arriba hacia abajo; de blancos y de negros; de ricos y pobres; de ciudadanos de primera y de segunda; rótulos que nos atraviesan y clasifican permanentemente.
¿Cuál es el destino, entonces, de una sociedad con ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría, que segrega, relega y se estructura en torno a categorías donde algunos ya perdieron de antemano y otros ganan siempre? ¿Cuál es el destino de una sociedad que ignora la posibilidad de entenderse como una comunidad integrada?
Estos interrogantes nos interpelan e introducen en un debate que es necesario para analizar la distancia entre la sociedad que tenemos y la que queremos construir. El accionar de la policía lejos está de ser también azaroso. Su funcionamiento revela una lógica que se repite desde los tiempos de la colonia y trae consigo, hasta hoy, mecanismos de represión y control que aseguran la segregación y el despojo. Este saqueo, esta forma de acumulación de capital desde tiempos inmemoriales, no debe reducirse a su carácter económico, sino que se replica en todos los niveles de nuestra sociedad.
El plan es claro: limpiar aquello que “embarre” o “ensucie” el terreno, como si de sobras se tratase. Esto se da en concordancia con una sociedad que se constituye en términos de lo deseable y lo indeseable, de lo visible y de lo que buscan invisibilizar, o, mejor dicho, aniquilar.
En medio de todo este perverso mecanismo, quedó Lucas, quien, sin saberlo, era reclamado como combustible para la maquinaria de matar en la que vivimos, llamada sociedad. Donde los ladrones de guantes blancos sonríen desde los afiches y un niño de 13 años termina con un tiro en la nuca, huyendo, luego de intentar robar un teléfono y una bordeadora.
Pronto, se cumplirán dos años de aquel fatídico día. Y, a pesar de que Murúa continuó libre desde ese entonces, este lunes 26 de noviembre tendrá lugar su juicio en la Cámara Quinta del Crimen. Poder llevarlo frente a un tribunal es un hecho histórico.
Primeramente, Murúa fue acusado por homicidio doblemente agravado. Sin embargo, luego la carátula fue elevada a homicidio culposo por un exceso en las causas de justificación (art. 35 del Código Penal). Es decir que, si bien actuó en ejercicio legítimo de un cargo, el accionar del policía fue desmedido, superando los límites impuestos.
En tiempos de doctrina Chocobar y donde se juzga socialmente con severidad fascista la figura de los pibxs que son víctimas de gatillo fácil, el caso de Lucas no está exento de estigmatización, de condenas sin juicio. Sin embargo, no fueron las “malas juntas” o una relación con las drogas, como algunos medios mencionaron, lo que mató a Lucas Rudzicz. Fueron el Estado, la desigualdad y una fuerza policial asesina, avalada por jueces y formas corporativas de poder.
Es preciso situar, nuevamente, en el centro de la escena, el valor de la vida, de la vida de todxs. Que la lucha se reavive para que nadie, nunca más, sea invisible, descartable o sobre. Para que no se criminalice la pobreza, para que no haya más víctimas de gatillo fácil. Hoy, nos falta Lucas. Pero nos sobra dignidad y vamos a exigir justicia.
* Producción en el marco de la Cátedra Libre Ideas Menores. Pensar con los Pies en la Tierra de La tinta.