Argel y otras batallas
La Casbah está rodeada, ese laberinto blancuzco que desandan las mujeres de rostros escondidos. En sus escaleras los soldados reparten pan y tiros. La muchacha que sonríe ancho burla el puesto de control y abandona el barrio con la bomba a cuestas. Aquellas y otras secuencias de La batalla de Argel no se borran fácilmente de la retina. Cinco décadas después de su estreno en Italia, la película de Gillo Pontecorvo continúa siendo referencia ineludible del cine político.
En su época, La batalla de Argel (Italia-Argelia, 1965) deleitó jurados que le valieron algunos premios y candidaturas. Sin embargo, no hay galardón que asegure lo que el paso del tiempo sí puede dar cuenta: su indiscutible vigencia. A través de los años, la película continuó deleitando a los cinéfilos del mundo. Sigue tan viva como las contradicciones humanas de las que nos hace testigo, desafía la memoria y escupe en los ojos la sangre fresca de una herida que no cierra.
Pontecorvo remonta al espectador hasta la Guerra de Independencia de Argelia, durante el enfrentamiento entre el ejército de Francia y el Frente de Liberación Nacional argelino (FLN), en la que los paracaidistas franceses al mando del general Jacques Massu (otrora combatiente en la resistencia contra el nazismo) capturaron a los principales líderes de la guerrilla. Si bien el episodio, ocurrido en 1957 y conocido como la batalla de Argel, configuró una derrota para el FLN, Argelia logró finalmente independizarse en 1962. Los revolucionarios no tenían la fuerza militar de sus colonizadores pero contaban con el apoyo de gran parte del pueblo, y de algunas voces que a lo lejos comenzaban a condenar públicamente el atrevimiento francés.
Como augura al comienzo de la cinta el delator argelino de torso raquítico, o advierte la mujer camuflada estallando una bomba en donde, también, hay un niño, unos y otros se vuelven crueles a la hora de pugnar por sus objetivos. “¿No es una cobardía usar los cestos de sus mujeres para llevar las bombas que tantas vidas inocentes se han llevado?”, hace Pontecorvo que pregunte un periodista francés a uno de los líderes del movimiento argelino.
“¿No es más cobardía atacar pueblos indefensos con bombas de napalm que matan mil veces más gente? Obviamente, los aviones nos harían las cosas más fáciles. Deme sus bombarderos, señor, y nosotros le dejaremos nuestros cestos”, responde el otro. Durante ocho años se libró la Guerra de Independencia, tiempo de balaceras y bombas explotadas por el FLN. Pero la ocupación francesa en tierras argelinas duró 132 años.
Subversiva
Era noviembre de una democracia dudosa cuando se estrenó La batalla de Argel en Montevideo. Las medidas prontas de seguridad impuestas por el pachecato ya se habían cobrado algunos muertos, medios de prensa y sindicatos, y la película duró en cartel menos de un mes. Sin embargo, entre el 21 de noviembre y el 17 de diciembre de 1968 pasaron a verla por el cine Trocadero 25.000 personas.
Según afirmó en su libro La batalla de los censores quien fue director de Cinemateca Uruguaya y uno de los críticos uruguayos de cine más erudito, Manuel Martínez Carril, “la prohibición se produjo por un decreto gubernamental que definió la película como subversiva”. Martínez Carril, citando lo que advirtió por esos días el periodista y crítico Jorge Abbodanza, sostuvo que la película configuró el primer caso de censura ideológica en el cine, a diferencia de la recurrente censura moral que se venía aplicando desde los 50 por presiones de la Iglesia Católica. La Asociación de Críticos Cinematográficos, que catalogó la cinta como la mejor del año, contraatacó repeliendo la medida a través de un comunicado que no tuvo mucha prensa.
Según lo dicho por el crítico, en el 69 el film regresó a la cartelera “sin mayores explicaciones”. Con el Golpe de Estado del 73 dejó de exhibirse en las salas de Montevideo y el interior, hasta diciembre del 84, a fines de la dictadura.
En el Pentágono, décadas después, estudiaban a aquellos guerrilleros en blanco y negro. Mirando la pantalla, tomaban nota de cómo piensa el enemigo.
La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser
El historiador francés Benjamin Stora, uno de los más importantes estudiosos de la Guerra de Argelia, sostiene que en las décadas posteriores a la independencia argelina reinó en Francia una suerte de amnesia respecto a las vejaciones cometidas en el territorio africano. Sin embargo, afirma, a partir del nuevo milenio, el espacio público francés se vio saturado por el continuo deseo de rememorar el conflicto, hecho que protagonizaron los grandes medios de comunicación. “Argelia se encuentra allí como una obsesión (…) ¿Pero no han olvidado realmente, o se trata en cambio de una especie de puesta en escena de la amnesia francesa sobre Argelia?” disparaba en una columna publicada tiempo atrás en Le Monde.
“Cuando termina la guerra nadie es responsable. Y los soldados, los pied-noirs(1), harkis(2), todos se consideran víctimas. La puesta en escena de la amnesia acompaña el proceso de victimización para evitar evocar toda culpabilidad personal y estatal sobre Argelia y la guerra”, señalaba. Entonces el historiador afirmaba que las idas y venidas por los recuerdos estaban dadas, además, por lo que sucedía en Argel, conformándose así una suerte de “memoria duplicada”. Decía: “En el otro lado del Mediterráneo durante diez años [1991-2002], una cruenta guerra civil dejó a decenas de miles de muertos. En esta tragedia argelina surgen los recuerdos de la primera guerra de independencia, palabras como ‘terrorismo’, ‘fanatismo’, ‘masacre’, ‘violencia’, ‘batalla de Argel’. Inevitablemente, los recuerdos de la guerra anterior perturban el presente”.
Actualmente las palabras “terrorismo”, “fanatismo”, “masacre” y “violencia” parecen estar en el discurso hegemónico vinculadas al aumento de atentados por parte de extremistas religiosos o al crecimiento del autodenominado Estado Islámico, entre otras barbaridades que parecieran venir desde muy lejos. Pero Francia y el mundo han vuelto a olvidar Argel.
El ascenso de la extrema derecha, las políticas antinmigrantes de la socialdemocracia europea apoyadas por grandes porciones de la sociedad, a su vez perjudicadas por la crisis económica y el desempleo, parecen respaldar la tesis de Stora: ¿sólo se trató de una gran puesta en escena?
Según declaró el historiador el año pasado(3), el discurso alimentado por la extrema derecha rechaza “los principios de igualdad forjados por la Revolución Francesa” y significa la “rehabilitación de la herencia colonial; defensa de una identidad perpetuamente amenazada por la presencia del extranjero”.
La batalla de Argel es incómoda después de 50 años porque eso que dice resulta familiar. Habla de colonialismo. Uno que llenó el pasado de marcas de tortura, e insiste en este presente a través de todas sus variantes.
Por Mariana Abreu, para Zur pueblo de voces
(1) Europeos residentes en Argelia
(2) Musulmanes que combatieron con el ejército francés
(3) http://www.caras.cl/sociedad/europa-despierta