Lo intenso, ahora
Por Silvina Pachelo para La tinta
En aquel momento
la risa se acabó
y vino el espanto
y de mis lágrimas
la incomprensión
y de las manos unidas
vino el temblor de los dedos
y de las ganas de vida el miedo.
Hilda Hilst
A Leo.
Hace unos días, vi «No intenso agora», una película brasilera que venía postergando porque no la encontraba subtitulada. Su director, João Moreira Salles, descubre y muestra un material filmado por su madre en un viaje a China en plena Revolución Cultural maoísta, imágenes que dejan en claro la fascinación de ella por ese país y, a su modo, por lo que allí sucedía entonces. Pero, casi en paralelo a lo que pasaba en Asia, en Europa, tenía lugar el Mayo Francés y la Primavera de Praga (a la que el film dedica menos tiempo), entre otras revueltas mayormente estudiantiles.
Una voz en off que dialoga con las imágenes que muy bien editadas vamos viendo como espectadorxs dice “cada segundo va adquiriendo la espesura de la eternidad” mientras ve imágenes de su madre en esos videos que no son parte del presente, pero que el director, a través de su arte, rescata para no olvidar. La película es política y revolucionaria como las imágenes que nos muestra, que elige para mostrarnos y que conmueven por un vívido presente.
Parto del film como excusa para escribir estas palabras con la angustia y la rabia de ver a Jair Messias Bolsonaro como presidente de Brasil. Intento digerir esas imágenes de desfiles de militares, sus frases truculentas, sus gestos repulsivos que parecía que nunca iban a volver, pero que volvieron. Quiero escribir sobre las imágenes como registro, como una poética clasificadora, exigiéndome ver para no olvidar.
Alberto Moravia llega a China en plena revolución, -lo cuenta João Moreira Salles- llega y escribe: “Entrar en China no es entrar a un nuevo país, sino a un nuevo estado de cosas, la revolución cultural China tiene la realidad de algo concreto”. Cuando viajé a Brasil hace dos años para un acontecimiento político, me sorprendió la destitución de Dilma Rousseff y sentí miedo. Hago puentes, tratando de entender a través de los ojos de Alberto Moravia eso que no viví.
China roja, sin excesos, porque la revolución es equidad, fuera de la idea de bienestar occidental burguesa; es muy difícil entender una revolución, menos desde el fracaso humano y cultural de nuestras sociedades. Hoy, sin exagerar, no hay abundancia, sino producción, explotación, capitalismo desmedido, que no es festivo ni alegre. El mundo actual gira en torno al sentido común, se acepta lo que viene dado, deseo e insatisfacción, gula y anorexia. La sociedad del espectáculo en su plena exhibición, donde las redes sociales son el consuelo del aburrimiento y de la imposibilidad de mantener una vida privada y silenciosa, las redes como placebo al desasosiego.
La película sigue: Francia del 68 y la primavera de Praga; China comunista, con sus templos cerrados y los turistas desesperados queriendo “consumir cultura”, ver tras sus rejas ese pasado que condenó a millones a la pobreza y a la muerte. Mao fue la revolución, “la pobreza muestra una cara decente, orgullosa e implacable”, dice el director del film sobre lo que escribió Moravia.
Y quedo conmovida, son imágenes que me obligan a esculpir en el tiempo.
Revolución cultural
La revolución cultural se nombra, pero no se ha llegado a fondo para lograr esa transformación verdadera. Hace unos días, leía una entrevista que le realizaron a Frei Betto donde cuenta su militancia como revolucionario y las internas de la izquierda académica y la no académica, el proletariado. Cuenta que la revolución armada, hoy, no tiene sentido, mientras recuerda esas imágenes cuando él mismo tomó las armas y terminó preso durante cuatro años. Cuando salió de la cárcel, encontró que ese sector revolucionario no armado había trabajado en la educación popular para buscar apoyo del pueblo, gente organizada, movimientos populares y la vanguardia era el proletariado. Lula llegó al poder tras 40 años de lucha popular en Brasil que tuvo su inicio en los años 60 con Paulo Freire, con las comunidades eclesiásticas de base y los sectores populares de izquierda que habían sido reprimidos y torturados en la última dictadura militar brasilera.
Luiz Inácio Lula Da Silva sigue teniendo el apoyo popular del pueblo de Brasil. Durante su mandato 2003 y 2010, alrededor de 30 millones de brasileños se elevaron por encima del umbral de la pobreza y se sumaron a la economía de mercado, cambió el sistema educativo y se crearon becas para asegurar que los estudiantes más pobres tuvieran acceso a la Educación Superior. Pero las capas medias nunca le perdonaron a Lula que sus prioridades fueran alfabetizar a 20 millones de brasilerxs y los gobiernos populistas que trabajan en dignificar, incluir, visibilizar a aquellxs que vivieron años en el anonimato y en la muerte del sistema, sufren el avatar de aquellxs que, por odio de clase, no logran aceptar esa trasformación. Tenemos el plasma, la heladera, el aire acondicionado, pero nos falta la salud pública, la educación, el alimento, la vivienda, sólo por nombrar algunos.
Si bien se incrementó el bienestar, no se llegó a construir vidas dignas. No es un dato menor ver cómo la derecha avanza y se empodera de forma transversal en nuestra región. Si bien tuvimos gobiernos con tendencia progresista, no pudieron lograr la Gran Batalla Cultural.
El asunto religioso en Brasil tomó preponderancia, girando a la derecha evangélica que se preparó con paciencia para ser mayoría en el Congreso Nacional. En una conversación estupenda que Fray Betto mantuvo con Fidel Castro, este último le dijo que la religión puede ser opresión o libertad. Y no se equivocó, los resultados están a la vista. Bajo esa mirada dialéctica, podemos entender o comprender por qué el ex militar ultraderechista Jair Bolsonaro ganó en Brasil. El valor popular más importante es la religión y la derecha -atenta a todo- supo usar ese recurso, entre otros tantos, se lo apropió y lo convirtió en un discurso de masas.
Lo intenso es ahora
Una película que me devuelve la intensidad que necesitamos en estos tiempos, en creer que el arte, la cultura, la palabra y la lucha tienen sentido. Creo en la intensidad de esos hombres y mujeres que pudieron atravesar las grandes aguas. Vuelvo a la Revolución Cultural en China y son esas las imágenes que, desde su lugar de partida, se han convertido en un lugar de llegada. La revolución es amor, es endurecerse sin perder la ternura, anunciaba el Che, y, sobre todas las cosas, soñar con un mundo donde quepan todos los mundos.
* Por Silvina Pachelo para La tinta