Toda marcha sobre ruedas
Por Franco Dre para La tinta
Un juego entre lo económico y lo saludable podría darse y pedalearse desde una pequeña ironía. La terminología de timba financiera y la “bicicleta” de capitales, también “bicicletear” un pago de deuda, un cumplimiento de la obligación, como sinónimo de una postergación indefinida hasta que no “dé para más”.
El capítulo de Black Mirror 15 millones de premios cuenta sobre un personaje negro que se encuentra en una especie de fábrica o máquina humana, donde cada personaje debe “pedalear” una bicicleta fija y cuyas millas dan una serie de premios. Quien más pedalea, más cosas puede comprar con esas “millas que ha avanzando”. Hasta el esperado sueño de libertad. Lo cierto es que pedalear, remarla, pechar la roca cuesta arriba y el esfuerzo físico, como pragmática meritocracia, es, una vez más, la estandarización de una individualidad esforzativa. Un emprendedurismo soñador, en el nuevo vaivén parece que una pierna es el amo y la otra, el esclavo, y ambas una maquinaria específica, un pistoneo a sangre de sueños.
El ciclista tiene un par de condiciones esenciales, la soledad, no tocar el piso, siempre ir para adelante, puede ver el futuro de la pista, una linealidad, puede pensar en otras cosas, pero no hacerlas, no se puede caer, sólo pedalear, sólo para adelante, solo. Si bien hay ciclistas “al lado” o al costado, incluso adelante o atrás, nunca hay una conglomeración suficiente. En las carreras, se sabe que un equipo de ciclistas juega orgánicamente como un conjunto, donde se sacrifican los de adelante para cortar el viento a un triunfante líder que siempre viene de atrás, más descansado, en una culminación orgásmica de “Sprint final” donde gana uno y todos. Pero gana uno. Y se recuerda a uno.
La bicicleta financiera, uno de los deportes más nocivos del nuevo orden mundial, demanda fuga de capitales. Especuladores que rompen con cualquier nacionalidad, donde los fondos son de todos los países, pero de unos pocos humanos, que manejan la manija, que tienen el manubrio y el (los) cambio (s), en circuito aceitado, lubricado, de una carrera arreglada. Vienen con fugaces dólares y dólares golondrina se van, casi a motor.
Y así las cosas, llegamos a un último grupo de ciclistas. Estos nuevos “healthy delivery”. Tipos y tipas con un cubo de hermosos colores, en bicicletas con casco, llevando porciones de comida, cartas, productos de un lugar a otro. Una especie de dron humano y terrenal, que mientras se ejercita, vitaliza las redes de consumo, las arterias del puerta a puerta. La dignidad del mango, entre el tránsito-smog, dejan la vida esquivando colectivos por un lomito en punto.
En fin, esto de que la vida es una rueda tenía mucho sentido, algunos pedalean tracción a sangre, otros chupan la sangre derramada de un ciclista sin seguro. Desparramado en el asfalto.
Ya estará el sindicato de bicitransportistas -mientras escribía, leía que el sindicato ya se estaba armado-, peleando por obra social, seguro laboral y salario digno, luego, vendrán los taxis a pedal, que pelearán con Uber. Un sueño de realización, donde todo depende de uno. Todo tenderá al pedal, quizás ya sea demasiado tarde.
Tenemos la esperanza holandesa, y qué lindo Ámsterdam y su embotellamiento de bicicletas, choque de bicicletas, libre de humo y lleno de insultos locales para foráneos poco hábiles en el arte sin motor. Tragicómico, imposibilidad de transitar ni en bici, ferry de bici, semáforos de bici, imposibilidad en bicicleta. Pero bueno, muchas flores cuando no es invierno mortal.
Mientras tanto, hay algunos que son los dueños de las rutas, de las ruedas y de la bicicleta. Qué será eso que se inscribe en la más profunda animalidad, de burros de carga, de mulas de tiro y libre pedaleador, para que los patrones, desde su balcón blanco de oligarquía, desde sus trajes impolutos de trabajador sin pala, cosechen las riquezas que la tierra produce.
Ya vengo, me voy a dar una vuelta.
*Por Franco Dre para La tinta.