Pensemos en la crisis, pensemos en la esperanza
A lo largo de esta conferencia pronunciada por John Holloway en la ciudad de Londres durante el mes de mayo de 2014 y enviada por él mismo en su idioma original a la Revista Crítica y Resistencias, el pensador contemporáneo reflexiona sobre las crisis actuales que atraviesan a numerosos países del globo como expresiones de los límites que enfrenta el capital para su expansión; así como también la potencialidad que estos escenarios signados por la furia, la indignación y la rabia tienen para el despliegue de proyectos alternativos y emancipadores.
I
Un beso. Junio de 2013. El beso de una joven pareja sentada sobre un colectivo quemado que es utilizado como barricada contra la policía en la Plaza Taksim, en el centro de Estambul.
Plaza Sintagma, Atenas, Junio de 2011: mientras la policía ataca sin cesar y arroja una bomba de gas tras otra, un grupo de músicos tocan sus bouzoukis en el centro de la plaza usando máscaras de gas en sus rostros.
Una marcha silenciosa de veinte mil campesinos indígenas en San Cristóbal y cinco pueblos más durante el 21 de Diciembre de 2012. Cada uno de ellos sube al escenario, levanta su puño y baja nuevamente, para cederle el paso al siguiente. Ni una palabra, pero la fuerza y el enojo son evidentes.
“El Comienzo está Cerca” (una pancarta sostenida durante el paro general de Oakland, el 2 de Noviembre de 2011).
Explosiones de ira y esperanza. Destellos fugaces. Fuegos artificiales que iluminan la noche. ¡Es suficiente! ¡Ya basta! Rupturas, eventos, experiencias en el mismo espacio-tiempo, orgasmos, estallidos, los “ahora”, erupciones del “no aún”, momentos de exceso, instantes de reconocimiento mutuo, imposibles convertidos en posibles, festivales de la desobediencia. La bilis de la opresión vomitada. Esperanza mezclada con gas lacrimógeno y agitación. Atenas, Estambul, Estocolmo, Río de Janeiro, San Cristóbal de las Casas, Sofía, Londres, París, Nueva York, Frankfurt, Tokio, El Cairo… y la lista continúa.
Empecemos desde allí. Pensemos en ruptura. Pensemos en ira. Pensemos en esperanza. Pensemos desde allí. Pensemos desde allí porque es donde estamos. Viviendo en épocas de luchas pero no sólo eso: estas son nuestras luchas, nuestra furia, nuestra desesperada esperanza de que un mundo diferente aún puede ser posible. Sin neutralidad, sin objetividad, sin quedarse afuera, distante: esta es nuestra esperanza, nuestro enojo, nuestra posibilidad de vivir. En primera persona, no tercera.
Pensemos desde ahí porque ese es un punto de ventaja. Estas explosiones son estallidos que promueven la esperanza, disuelven la rigidez del pensamiento cotidiano, nos permiten ver lo que antes no podíamos, lo que era impensable.
Pensemos desde allí porque necesitamos pensar. Todo lo que está ocurriendo nos muestra que no hemos pensado lo suficiente. El paso de la Primavera Árabe a la grotesca sentencia de muerte aplicada a cientos de activistas en El Cairo nos muestra que no hemos pensado lo suficiente. El hecho que en Grecia, tras sucesivas olas de protestas y acciones colectivas no se haya podido detener las medidas de recorte y austeridad promulgadas por el gobierno, o el aumento de la represión y del fascismo, nos lleva a la conclusión de que no tenemos las respuestas; que debemos pensar, pensar, pensar.
Rabia convertida en esperanza: eso es lo que debemos pensar. La rabia está creciendo por todas partes: rabia contra la obscenidad del capitalismo, rabia contra la desigualdad, el poder del dinero, la destrucción de la naturaleza, de las comunidades, de vidas, rabia que nace de la frustración, la frustración del desempleo y la frustración del empleo. Indignación, indignación…
Pensemos, pensemos, pensemos, no sólo porque nos encontramos en la Universidad, y las universidades se tratan de eso, o al menos así debería ser. Venir a la Universidad y decir “Pensemos en esperanza, pensemos en crisis”, significa que considero que eso es lo que deberíamos estar haciendo aquí: pensando en el camino hacia un mundo nuevo, antes que este nos destruya completamente.
Rabia convertida en esperanza: eso es lo que debemos pensar. La rabia está creciendo por todas partes: rabia contra la obscenidad del capitalismo, rabia contra la desigualdad, el poder del dinero, la destrucción de la naturaleza, de las comunidades, de vidas, rabia que nace de la frustración, la frustración del desempleo y la frustración del empleo.
Indignación, indignación… pero la rabia es peligrosa si va dirigida contra un objeto inamovible, un muro construido sobre “así es como son las cosas”. Si no hay un camino hacia adelante, la esperanza desaparece y la rabia se vuelve amarga: ¿de qué otra manera podemos explicar el ascenso de la extrema derecha en Europa y los Estados Unidos? ¿Cómo explicamos, si no, la tragedia de México en nuestros días?
Pensemos en rabia convertida en esperanza, rabia contra el mundo actual de destrucción convertido en la esperanza de que podemos crear un mundo determinado por nosotros mismos, un mundo que no estará delineado por la lógica ciega del dinero, del capital.
Pensemos en esperanza, entonces. Esta esperanza no es la hermana callada de la Fe y la Caridad, sino que es la otra hoja filosa de la rabia que, desplazándose contra el positivismo de “así es como son las cosas”, abre nuevos caminos hacia mundos diferentes. Esta esperanza tiene lágrimas en sus ojos. Lágrimas nacidas del gas lacrimógeno de la represión, lágrimas nacidas del dolor del mundo, lágrimas que brotan porque algunas veces parece que el mundo se desvanece, se evapora….
Y cuando más necesitamos la esperanza, cuando el capitalismo se encuentra en su momento más espantoso, más destructivo, cuando la rabia aumenta, la esperanza de crear un mundo diferente comienza a desaparecer.
II
Pensar en la esperanza es enfrentarnos a una tormentosa pregunta: después de tantos fracasos, de tantas masacres sangrientas, con tantas personas detenidas, ¿cómo nosotros, los perdedores de siempre, nos atrevemos a pensar que aún es posible crear un mundo radicalmente diferente?
Quizás no importe. Quizás no necesitamos tener la esperanza de un mundo diferente. Quizás sólo es suficiente luchar contra las fuerzas de la destrucción, con la seguridad de que al menos perderemos con dignidad, y que sólo la lucha hará que las cosas sean un poco mejor. Podemos ser anti-capitalistas solamente porque es lo que nuestra humanidad necesita, pero sin ninguna expectativa real de que algún día podamos vencer al capitalismo.
Pensar en la esperanza es enfrentarnos a una pregunta: ¿cómo nosotros, los perdedores de siempre, nos atrevemos a pensar que aún es posible crear un mundo radicalmente diferente?
Aún más, creo que la gran desilusión de la última parte del siglo veinte, la pérdida de lo que podríamos llamar la gran narrativa del comunismo, puede tener terribles consecuencias. Definitivamente yo quiero más.
Quiero la esperanza de que podemos realmente acabar con el capital, que ciertamente
podemos romper con esa dinámica en la cual parecemos estar atrapados; simplemente porque nos está llevando hacia la mayor barbarie y la posible destrucción total de los seres humanos, así como de otras formas de vida presentes en el planeta. Necesitamos conquistar más que victorias particulares, precisamos una transformación total de la organización y de la dinámica de la sociedad. Pero, ¿cómo pensar en esa suerte de esperanza?
“Ahora es el momento de aprender sobre esperanza”, dijo Ernst Bloch cuando regresó desde su exilio en Estados Unidos a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Debemos aprender mucho de él. Él nos mostró el poder del “No Aún” en todos los aspectos de la vida humana y del pensamiento.
Pero eso fue hace sesenta años, cuando la Unión Soviética y los partidos comunistas aún se erigían como símbolos de esperanza, una ilusión de esperanza, que ahora hemos descartado. ¿Cómo aprendemos nuevamente sobre esperanza luego de tantas desilusiones?
III
La esperanza en que podemos crear una sociedad radicalmente diferente implica un tipo de historicidad. Esto es, comprender que este sistema en el que vivimos es históricamente específico, que no siempre ha existido y que no hay ninguna razón para pensar que existirá por siempre.
Esto no significa que la historia esté de nuestro lado, que hay algo como una suerte de trayectoria inevitable que nos llevará casi de manera automática a alguna forma mejor de organización social.
Luego de Auschwitz e Hiroshima, es imposible mantener la idea de que seguramente habrá un final feliz. Todo sugiere, empero, que la historia es un tren marchando a toda prisa hacia nuestra ruina y que la revolución es presionar el freno de emergencia, tal como Benjamin dijo. Sin embargo, nuestra capacidad o incapacidad para tirar de ese freno de emergencia es además una cuestión de historia, de una contra-historia latente.
Nuestra habilidad para detener la historia presente depende del crecimiento subterráneo de nuestras capacidades para crear un mundo diferente, un mundo que está por nacer. La esperanza es el empuje de ese mundo que aún no ha nacido.
Pensar desde la esperanza es interpretar el mundo existente desde aquel otro que puja por nacer, desde la existencia presente de lo que aún no existe, pero existe no aún como lucha, como potencial. Los estallidos que mencionamos al comienzo no son eventos aislados sino erupciones de un movimiento más profundo, el impulso del “No Aún”, el mundo por nacer contra el mundo existente, contra y más allá del capital.
Nuestra habilidad para detener la historia presente depende del crecimiento subterráneo de nuestras capacidades para crear un mundo diferente, un mundo que está por nacer
El movimiento telúrico del “No Aún” se encuentra entre nosotros. En Crack Capitalism me referí a las múltiples maneras en que las personas rompen con la lógica del capital y, consecuentemente, con la forma que allí adquiere el trabajo (trabajo alienado o abstracto) y desarrollan formas alternativas de hacer cosas y unirse. Sugerí, además, que esas formas podrían ser vistas como grietas en la textura de la dominación capitalista.
Estamos ante un verdadera unión hacia un mundo diferente (o, aún mejor, un entretejido de mundos diferentes) avanzando, en un millón de maneras, grupos unidos que empujan contra el capitalismo y más allá de éste. La única manera en que la revolución puede ser entendida hoy es en términos del reconocimiento, la creación, expansión, multiplicación y confluencias de estas rupturas o movimientos.
Sin embargo, (¡casi cuatro años después que ese libro fuera publicado!) el capitalismo permanece y se vuelve más y más espantoso. Pareciera que es un objeto inamovible. Le decimos que se marche, pero parece no escucharnos. Con todas nuestras protestas y nuestras alternativas, muchas veces sentimos que nos golpeamos nuestras cabezas contra un muro. Claro que la noche parece más oscura antes de que amanezca, pero ayudaría si pudiéramos ver vulnerabilidad en el sistema.
IV
Bloch señaló que la fuerza de la subjetividad de nuestra esperanza debe ser capaz de encontrar la esperanza en el objeto, la debilidad correspondiente. Por objeto entiendo, no otra cosa que el capitalismo, la totalidad de las relaciones sociales capitalistas. Esto es lo que nos confronta todo el tiempo. En Sierra Norte, Puebla, por ejemplo, donde hubo un movimiento masivo de resistencia en contra de los llamados “Proyectos de la Muerte” -desarrollos mineros que destruyen la tierra- el enemigo no son las empresas o los gobiernos que las apoyan, sino la dinámica de la ganancia a cualquier costo.
Parece que las luchas particulares van en contra de la dinámica que rige enteramente el mundo. O pensemos en Grecia: el enemigo no es el gobierno o el troika, sino la dinámica del dinero. Para empujar el mundo que aún no ha nacido, es preciso encontrar en el mundo actual, en la totalidad de las relaciones sociales capitalistas, una debilidad estructural, una fisura. Cuando gritamos en las protestas, queremos oír un eco dentro del muro al cual le gritamos.
Este es el argumento central de Marx. Debemos movernos a través del tiempo, intentando comprender la fragilidad del capitalismo. Ésta debilidad está centrada en la crisis. El marxismo, tal y como yo lo comprendo, es la teoría de la crisis. La historicidad implica la noción de crisis, el momento en el cual las relaciones del viejo mundo se rompen y nuevos patrones presionan para emerger. Marx conectó la mortalidad del capital con las recurrentes crisis e interrupciones, típicas del desarrollo capitalista.
En la crisis nuestra esperanza subjetiva (nuestra creación subjetiva de un mundo diferente, nuestras luchas contra el capitalismo), encuentra la oportunidad, la fragilidad que permitirá romper con el capitalismo.
Cada crisis es una ruptura de las relaciones del Viejo mundo y un real o potencial avance de las relaciones de un Nuevo mundo. Pensemos en esperanza, pensemos en crisis, éste es el desafío para que nos preguntemos “¿en qué sentido afirmamos que la crisis actual rompe con las relaciones sociales del Viejo mundo y empuja el surgimiento de un nuevo mundo?”
En la crisis, la esperanza encuentra la posibilidad. Deberíamos bailar de alegría y reír, al ver las dificultades del capital. Pero, ¿realmente lo hacemos? Sí y no. Hay ciertamente elementos de rabia gozosa, una celebración de esperanza –en Argentina, Grecia, Turkía, Chapuling- Pero la imagen preestablecida de la crisis es justamente lo opuesto: un período de depresión. De hecho, nos referimos a la mayor crisis del capitalismo como La Gran Depresión.
Grecia es el ejemplo perfecto. El más feroz ataque al capital en cualquier país avanzado en los últimos años ha sido confrontado por la izquierda militante en Europa con repetidas demostraciones de fuerza masivas, violentas confrontaciones con la policía, una cantidad inmensa de edificios céntricos incendiados y la invención de todo tipo de fisuras, todos preanuncios de otro mundo. ¿Y cuál ha sido la reacción de los griegos y de otros estados? E incluso, ¿cuál ha sido la reacción del capital, expresado en los mercados de dinero? Ninguna, total clausura, total autismo, como si las luchas nunca hubieran existido, como si los manifestantes no fueran más que moscas que deben ser aplastadas y enviadas a la cárcel.
Y ahora tenemos, desde el lado del capital, el regreso del Mercado de bonos para aumentar el respeto del capitalismo, y de nuestro lado, posiblemente, el aumento de la depresión, mientras persisten las dificultades para ganarse la vida. ¿Dónde está la esperanza allí? ¿Dónde está la fragilidad del capital? Lo que podemos ver aquí es la arrogancia y la violencia del capital.
Pensar desde la esperanza es pensar desde un mundo que puja por nacer. Pensar en crisis es pensar desde la fragilidad del Viejo mundo, ese mundo podrido que ya tiene, en el pasado, su fecha de vencimiento. Pero el encuentro de estos dos mundos parece no funcionar. Pero debe funcionar: el empuje por un mundo nuevo y la fragilidad del mundo viejo deben enfrentarse para que la revolución sea posible.
V
¿Puede ayudarnos Marx en este punto? Quizás no en su presentación de la crisis en El Capital, que parece mostrar a la crisis externa a nosotros, pero sí en la sustancia de lo que dice. Según mi entendimiento de la crisis en Marx, él postula que el capitalismo, en tanto histórico y específico modo de dominación (distinto de otros modos de dominación), sufre de una enfermedad crucial que constituye su ferocidad, inestabilidad y mortalidad. Esa enfermedad es su propia insaciabilidad, la crónica, compulsiva y creciente deficiencia de su propia dominación sobre el mundo.
Todas las formas de dominación sufren de un problema crónico: la dependencia de los dominadores sobre los dominados, su dependencia en la capacidad de lograr que los dominados hagan lo que los dominadores deseen. En el capitalismo, esa dependencia adquiere una nueva dimensión: de ser un problema constante, pasa a convertirse en una enfermedad real.
Al contrario de otras formas de dominación, el capital es incapaz de existir sobre la base de una relación estable de dominación/explotación. Para reproducirse a sí mismo, debe constantemente intensificar su dominación/explotación. El hecho de que no es capaz de hacerlo adecuadamente constituye su propia crisis.
En El Capital, Marx introduce este constante impulso de intensificación a partir de afirmar que el valor se mide por la cantidad de tiempo de trabajo social necesario para producir un bien. Este tiempo de trabajo social necesario disminuye constantemente por lo que hay una constante reformulación del trabajo necesario para producir valor, que Marx llama “trabajo abstracto”, una constante reestructuración de la transformación de nuestra actividad humana en trabajo que produce capital o ayuda a la producción de capital.
El valor, la estructuración de las relaciones sociales sobre la base del intercambio, involucra una intensificación del ataque constante a la actividad humana y a todo el patrón de relaciones sociales y a las relaciones entre los hombres y la naturaleza de la que su actividad es parte.
Esto se topa con una constante resistencia que puede fácilmente transformarse en una rebelión. El capital trata de refugiarse en la maquinaria con el fin de reemplazar la rebelde mano de obra, como Marx expuso, pero esa no es la solución, porque así el capital tiene que intensificar la explotación para cubrir los costos de la maquinaria. La incapacidad del capital para lograrlo de manera eficiente conduce, discute Marx, a la tendencia de la caída del índice de ganancias y a la crisis.
Crisis tanto referida a la deficiencia crónica de la explotación del capital -es decir, la capacidad del capital para subordinar la actividad humana de acuerdo con sus necesidades- como a la explosión periódica de esa deficiencia en la ruptura de las relaciones sociales existentes y la lucha del capital para reestructurarlas acordes a sus necesidades. La crisis como una deficiencia crónica se combina con el capitalismo moderno creando una disrupción periódica, de modo que el término «la crisis actual del capitalismo” se refiere (al menos desde mediados de los años 70) a una condición crónica enfatizada por intensificaciones.
No digo que el control del capital sobre el mundo se está debilitando –al contrario, desafortunadamente- pero al mismo tiempo que el control va creciendo, va creciendo su deficiencia para asegurar su propia reproducción. La creciente dominación coincide con un acrecentamiento de la deficiencia de la dominación. A mi parecer esto es lo que Marx expresó con insistencia en El Capital: una creciente masa de ganancia coincide con una decreciente tasa de ganancias. Es importante tener a ambas tendencias en consideración: si miramos sólo la creciente dominación del capital, eso puede fácilmente llevarnos a la desesperación; pero si miramos solamente la creciente deficiencia de esa dominación, puede llevarnos a un injustificado optimismo. La esperanza y el pesimismo caminan mano a mano: leamos a Bloch con un ojo y a Adorno con el otro.
Mantengamos las dos juntas, pero quizás necesitamos focalizarnos más en la deficiencia de la dominación capitalista, porque somos esa deficiencia, somos la crisis del capital. Somos la crisis del capital, y estamos orgullosos de eso. Es nuestra resistencia, nuestra rebelión, nuestro rechazo a ser convertidos en máquinas, nuestra risa, nuestro amor, nuestra amistad, nuestro impulso a hacer cosas de una manera diferente, para emancipar nuestras capacidades creativas, nuestra fuerza de producción de la lógica del capital: es todo eso lo que se interpone en el camino del impulso desesperado del capitalismo por intensificar la dominación de toda vida humana.
Somos la crisis del capital, ¿y qué es lo que el capital hace para superar sus crisis? Primero, hace todo lo posible para intensificar el control sobre nosotros, sobre nuestra actividad diaria, sobre el mundo en el que vivimos. Pero en segundo lugar, se ve obligado a reconocer que, aún con esta intensificación, incluso con todo lo que ha alcanzado en la destrucción de la humanidad y en la destrucción del planeta, no es suficiente.
Durante los últimos ochenta años aproximadamente, y cada vez más, este reconocimiento de su propia deficiencia se ha convertido en una característica central del capital.
El reconocimiento de la deficiencia de su gobierno toma la forma del juego de “pretendamos”: “pretendamos que la dominación sobre la actividad humana es suficiente para permitirnos acumular más y más capital, creemos una representación monetaria que corresponda con el mundo que deseamos, expandamos el crédito y mantengámonos en esa vía”. Se crea un mundo ficticio que es siempre una apuesta a la producción futura de valor excedente que podría justificar la apuesta, una apuesta de ser capaces de explotar más efectivamente, de ser capaces de subordinar más efectivamente toda actividad humana a la lógica del capital.
Pero aún con todas las victorias del capital en los años recientes, esta expectativa no ha sido realmente cumplida, por lo que el mundo ficticio crece, crece y crece. Y a medida que crece se vuelve más inestable, más volátil, más violento, más propenso a las convulsiones que golpean a los pueblos de diferentes partes del planeta más o menos al azar: Grecia de nuevo, por supuesto; o España, Irlanda, Italia, Argentina, y así, más y más. Ese despreciable y ficticio mundo de deudas que se escurre en nuestras vidas, nos mantiene despiertos por la noche y, lo absurdo de lo absurdo, constituye hoy una parte central de la experiencia de la educación universitaria en cada vez más países.
Somos la deficiencia del capital, somos su crisis. Nuestra insubordinación resuena dentro del capital como su crisis. El problema es que ese eco de nuestra fuerza vuelve hacia nosotros como algo extraño. Nos metemos en una cueva y pedimos ayuda, y una multitud de voces vuelven a nosotros: no sabemos que es nuestro eco y, aterrorizados, nos arrodillamos y clamamos misericordia. Eso es lo que nos pasa en las crisis: nuestra propia insubordinación se nos vuelve como una fuerza extraña y aterrorizante, y le hacemos reverencia. Lo que debería ser una experiencia de risa y alegría se convierte en una de terror.
Nuestra esperanza, la esperanza que impulsa millones de luchas en el mundo, la esperanza que impulsa lazos por otro mundo, se encuentra con la esperanza-fragilidad del mundo en la crisis del capital y no lo reconoce, no lo reconoce como su propio producto, como el resultado de la confluencia de millones de resistencias alrededor del mundo.
¿Qué podemos hacer para cambiar esto, para provocar un auto-reconocimiento? ¿Y cómo podemos expresar este auto-reconocimiento de manera práctica en la medida en que refuerce el movimiento de esperanza, de esperanza en nuestra habilidad para crear un mundo muy diferente? No tengo la respuesta, pero pienso que es importante. Las crisis se nos presentan como una Necesidad, como una fuerza que nos impone disciplina, como una fuerza que nos hace esperar relaciones normales de dominación. Tenemos que encontrar una forma de expresarlo como una manifestación de nuestra propia fuerza y humanidad.
Si a veces parece que la completa desaparición del capitalismo queda muy lejos, es aún más claro que el capital está muy lejos de resolver su crisis. Esto no significa una transición tranquila: justamente lo contrario. El capital, si continúa existiendo, es posible que sea destruido por alguna crisis aún más violenta, en un desesperado intento de hacer real su ficticia dominación del mundo.
Nuestra lucha es dejar en claro que su debilidad es nuestra fuerza y que tenemos que usar esa fuerza para entrelazar y entrelazar los diferentes mundos que podrían todavía estallar el desastre que es el capitalismo.
Este es la peligrosa base sobre el cual la esperanza existe. Por esto necesitamos: pensar la crisis, pensar la esperanza.
Por John Holloway para la revista Crítica y Resistencias