Construir un recuerdo en la marea
Gisela Volá está parada en Callao y Bartolomé Mitre. Son las 14:30 y todavía no se largó a llover. Mejor: a ella le gusta trabajar con luz día, como se dice en la jerga. Somos dos entre las miles de mujeres con pañuelos verdes y las caras pintadas con glitter desbordan las calles desde el Congreso hasta Corrientes de un lado y hasta la 9 de Julio del otro. Gisela tiene la cámara colgada al cuello y un gorro de lana roja. Cualquiera que la conozca – y la conoce muchísma gente- pensará que vino a cubrir la marcha: Gisela es de la Cooperativa Sub, pionera en las coberturas colectivas, pero hoy no vino a hacer eso. Hoy vino a concretar una idea. Y soy quien contará el camino de esa idea.
Por Emilia Erbetta para Cosecha Roja
–Quiero -dice- fotografiar el recuerdo que voy a tener dentro de diez años.
El 13 y el 14 de junio, cuando la Ley de Interrupción del Embarazo tuvo media sanción en la Cámara de Diputados, Gise se pasó todo el día en la calle. Hizo un trabajo de registro fotográfico y después armó una fogata con unas compañeras. Se abrazó con un montón de gente, pero a la mayoría no les hizo fotos. A veces le pasa eso: está con la cámara colgada, pero no saca.
– Sentís que estás ahí, poniendo el cuerpo, pero no estás actuando. Nos decimos a nosotres mismos que actuamos a través de la foto, pero con los años eso a mí me dejó de alcanzar. Muchas veces, voy a lugares, llevo la cámara y no fotografío. ¿Para qué generar más imágenes de lo mismo?
De esa incomodidad surgió el proyecto de esta tarde.
El martes hablamos un rato largo por teléfono. Gise estaba embalada: mientras ella hablaba, yo tomaba nota, frenética. Un rato más tarde, pasé esos apuntes a un documento. Todas las oraciones empezaban con la palabra quiero: “Quiero fotografiar a esas mujeres con las que me crucé, a las que acompañé en sus abortos, quiero fotografiar a mi compañero, Nico, que me acompañó cuando me hice un aborto con pastillas en casa. Quiero fotografiar a personas que para mí fueron importantes en mi lucha feminista todos estos años. Quiero sacar las fotos que voy a mirar dentro de 10 años. Quiero construir recuerdo”.
Esta mañana, volvimos a chatear. Me escribió a eso de las diez para pasarme su agenda, con la hora y el lugar de cada encuentro. Ella apenas había podido dormir. Yo me había puesto a llorar de la emoción cuando todavía no había salido de la cama.
-Hoy a la mañana, se fue mi hija y saqué el primer retrato -dijo por Whatsapp.
Zoe es su hija mayor. Tiene 17 años, el pelo platinado y muy cortito, casi al ras. En la foto, mira hacia un costado, de cuarto perfil. Es una feminista, guerrera y adolescente
Llegamos a la esquina donde empezará su trabajo y, al minuto, una chica alta con los labios violetas le salta encima con un abrazo. Es una bailarina que conoció el año pasado cuando con Zoe viajaron juntas al Encuentro Nacional de Mujeres en Chaco.
Los encuentros serán varios, pero uno de ellos debe ser a solas. Se cruzará con una amiga con quien se distanció hace unos meses. Ella quebró esa distancia pidiéndole juntarse hoy para una foto. Hicieron la foto y almorzaron. Durante la comida, entendieron: cada una acompañó a la otra en sus dos embarazos y en sus abortos.
Charlamos sobre su aborto, en 2012. Entonces colaboraba con la Línea Más información menos riesgos, el proyecto de Lesbianas y Feministas que nació cuando la palabra misoprostol era una contraseña secreta. Después de ayudar a tantas mujeres, el propio aborto de Gisela tuvo una complicación y esta amiga, la de la reconciliación, la subió a un taxi y la llevó al hospital.
Hablamos del tiempo que tardó en contárselo a su madre. Y hablamos de mi mamá, que no sabe guardar secretos, pero, sin embargo, guardó el de su aborto durante 30 años. Del miedo que sintieron nuestras madres –a morir, a quedar estériles- y de cómo se enredan clandestinidad, miedo y silencio.
En la esquina de Callao y Corrientes, nos encontramos con su amiga Juliana. Son literalmente amigas de toda la vida: fueron juntas a la primaria y al secundario en Mercedes, y compartieron casa en La Plata, cuando Juliana estudiaba Antropología y ella Bellas Artes. Hablan sobre sus hijas, sobre las peleas en los grupos de familiares cuando se habla de aborto.
-Esto es mejor que un cumpleaños –dice Gise.
En medio de esta marea, entre Gise y Juliana se teje una intimidad. Gise la mira a los ojos y se le viene todo encima. Se pone a llorar y se abrazan un rato.
Me alejo para dejarlas solas y que hablen tranquilas.
Gise aprovecha para sacar la foto. Esto era exactamente lo que ella quería: una imagen que en 10 años le sirviera para recordar. Antes de hacer la toma, le acomoda el pelo con una caricia. Es un encuentro amoroso entre dos mujeres que se conocen hace 35 años y que esta tarde están hablando, por primera vez, de cómo la clandestinidad y la prohibición se inscribió en sus cuerpos y cambió sus historias.
Llegan a nuestros teléfonos las noticias de lo que pasa en el Senado. Son ecos lejanos de un mundo que sabemos que está dejando de existir.
Aparece su amiga Javiera, con su hija y la mamá. Gise les hace una foto y corre a encontrarse con su sobrina de 12 años. La fotografía con una amiga.
Salimos juntas a que ella se encuentre con las mujeres importantes de su vida. Salimos en plan catártico, a encontrarnos entre nosotras –que apenas nos conocemos-, en carne viva, con nuestras historias, las de sus amigas, sus compañeras, las de todas. Estamos acá para hacer historia, sí, pero también para construir recuerdo: recuerdo de estos meses frenéticos que nos cambiaron la vida a todas.
Lo que recordemos, cuando pasen los años, va a ser el vértigo de estos tiempos en los que la decisión de ser dueñas de nuestros propios cuerpos nos atravesó como un choque eléctrico.
Decidimos meternos de nuevo por Callao y seguir con el plan de encuentros de Gisela. Hay muchísima gente, avanzamos juntas, pero es imposible: cuando hablamos de marea verde, no hay metáforas. Todo dice que la ley no será ley bajo esta lluvia. Gise se aleja hacia adelante y sigo con la mirada su gorro rojo, hasta que, en un momento, la pierdo.
* Por Emilia Erbetta para Cosecha Roja / Fotografia Gisela Volá