“Estados Unidos no tiene un movimiento obrero, algo sin precedentes en la historia del capitalismo”

“Estados Unidos no tiene un movimiento obrero, algo sin precedentes en la historia del capitalismo”
10 agosto, 2018 por Tercer Mundo

Entrevista a Bhaskar Sunkara, editor de “Jacobin”, sobre la actualidad de la izquierda estadounidense y los desafíos en tiempos de Donald Trump.

Por Ignasi Gozalo-Salellas, Álvaro Guzmán Bastida y Héctor Muniente para Revista Contexto

“Apuntar alto. Trascender la crítica para proponer en positivo. No caer en atajos. Conseguir victorias. Ensanchar las bases. Apuntar más alto”. Es la receta de Bhaskar Sunkara, el joven editor de la revista Jacobin y miembro del floreciente partido Democratic Socialist of America. Sunkara apuesta por el socialismo democrático, que busca construir sobre las bases de la socialdemocracia, a la vez que trascenderla, por motivos prácticos y éticos: aquel sistema era frágil por someterse a los dictados del capital; pero era también injusto, por no eliminar la explotación del motor económico de la sociedad. El editor concluye que “la política de izquierdas es, en su esencia, muy sencilla. Y es tan sencilla ahora que está Trump como antes de Trump, y lo seguirá siendo después de Trump. Se basa en unir a toda esa gente, en unir a los muchos contra los pocos. La diferencia entre nosotros y nuestro tipo de política y la política de derechas es que nuestros “muchos” son en realidad una amplia mayoría trabajadora del mundo, y nuestros “pocos” son solo un pequeño grupo de gente que se beneficia de su explotación”.

—Reflexionando sobre cómo llegamos hasta aquí, ¿de dónde diría que surgió Trump?

—Trump es en gran medida el resultado de un golpe de suerte. Si repitiésemos las elecciones cien veces, noventa y seis, noventa y siete de esas cien veces las hubiera ganado Hillary Clinton. Se ha abierto un espacio, no solo en los Estados Unidos, sino por todo el mundo capitalista avanzado, para la derecha populista, que responde a una crisis real del centro neoliberal. Así que había una marejada minoritaria para Trump, pero se le abrió la puerta por las peculiaridades de nuestras leyes electorales, y por la manera inepta que tuvo Hillary Clinton de llevar su campaña. Creo que Trump fue, al menos en parte, un desafortunado accidente.

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—Ha sido muy crítico con la reacción de la izquierda liberal a la elección de Trump, y las líneas maestras de la llamada ‘resistance’. ¿Cuáles son esas líneas maestras y en qué fallan, o se quedan cortas?

—La gente de la resistencia liberal a Trump dice: “Esto no es normal, es algo muy inusual”. Su énfasis en la legalidad y en tratar de derrocarlo mediante un juicio político en el Congreso, o en los tribunales de justicia, y todo el énfasis que ponen en Rusia y el papel que pudiera haber tenido en las elecciones, han despolitizado por completo el movimiento contra Trump. Se trataba de algo muy sencillo: Trump está causando daño, Trump tiene una agenda que genera gran rechazo, pretende ser el gran defensor de la gente, pero sus políticas en realidad sirven a los intereses de un pequeño segmento de la población. Estas son las cosas con las que podríamos fustigarle.


En sanidad, por ejemplo. En un tiempo en el que más estadounidenses que nunca, más de un 60%, quiere un sistema sanitario verdaderamente universal, Trump quiere recortar el exiguo papel que tiene el Estado en la sanidad en este país. Hay un sinfín de contextos en los que se ve que los que nos oponemos al presidente tenemos una clara ventaja política, pero esa ventaja se despilfarra. En lugar de eso, hablamos sobre Rusia y todas esas otras cosas.


—Hay también una crítica que pasa por la condescendencia de una élite liberal que proyecta en la población su pretendida superioridad moral.

—Lo viejo muere, pero lo nuevo no nacerá de los discursos de los Globos de Oro. Con eso quiero decir que este tipo de resistencia liderada por los famosos, en vez de decir: “Estos son tus intereses, esta es tu pelea, participa y lidérala”, ha sido, en el mejor de los casos, una especie de caridad desde arriba. Y en el peor de los casos, la peor condescendencia para con la gente corriente.

—Y, sin embargo, hay algo en lo que parece reinar un implacable consenso en la política estadounidense, entre liberales y conservadores: la necesidad de preservar el Imperio, y fortificar la presencia de tropas estadounidenses en el exterior.

El Imperio estadounidense tiene que ver ante todo con el consenso del capitalismo global. Se empeña en mantener la estabilidad del capitalismo global, incluso cuando eso no vaya en los intereses inmediatos a corto plazo de la sección concreta del capital global en Estados Unidos. Ese ha sido el papel que viene jugando Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, de modo que los dos partidos, nuestras clases dominantes, están completamente imbricadas en ello. Trump fue, de hecho, el único que parecía como mínimo poner en duda ese consenso, diciendo que quería desmantelar la OTAN, la arquitectura del libre comercio… Pero, en la práctica, no ha hecho nada de eso. La clase trabajadora estadounidense ha estado sorprendentemente en contra, de una manera sostenida, de las guerras recientes de las últimas décadas, empezando por Vietnam. No creo que el Imperio estadounidense sea un obstáculo dentro de los Estados Unidos para que surjan movimientos de clase obrera. Sí creo que es un obstáculo para el desarrollo de movimientos de izquierda y progresistas en otras partes del mundo.

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—Hay un discurso, bastante implantado, que achaca el ascenso político de Trump a una reacción de la “clase trabajadora blanca”, que se sentía olvidada por las élites políticas.

—Debemos formar organizaciones políticas de mayorías amplias. Y eso pasa por tejer una envoltura que recoja todas estas luchas basadas en la identidad, que es una identidad común de gente trabajadora en Estados Unidos, que lo pasa mal para salir adelante, y que tiene un interés común en trabajar conjuntamente para lograr ciertas demandas sociales universales. Me niego a creer que la llamada “clase trabajadora blanca” o los trabajadores blancos sean tan privilegiados que no se beneficiarían de todas estas reformas. Sean los que sean, sus privilegios son relativos en comparación con los beneficios que tendrían si compartieran un Estados Unidos siquiera socialdemócrata y pudieran tener acceso a cuestiones como la sanidad básica, la nutrición, y demás. En un momento en que la izquierda está obsesionada en poner unas formas de explotación por delante de otras, creo firmemente que tenemos que desarrollar un proyecto universal de base amplia.

—¿En qué medida proporciona la socialdemocracia las herramientas adecuadas para encarar las grandes crisis de nuestra época, desde el cambio climático a la desigualdad?

—Lo mejor que hemos logrado realmente como sociedad fue algo parecido a la socialdemocracia escandinava. Fueron sociedades ampliamente igualitarias, justas, que al menos proporcionaron lo básico a sus ciudadanos sin asfixiar a la sociedad civil y demás. Estas mejoras, estas reformas, eran muy frágiles, porque seguían produciéndose en el contexto de una sociedad que dependía del control privado de la inversión y requería condiciones de explotación capitalista para florecer. Todo lo que esto significa es que las empresas tenían que prosperar para que los trabajadores recibieran una porción de su éxito. Y entonces, claro está, llegó la crisis de la tasa de beneficio. ¿Y qué iba a hacer el capital? Había dos opciones: o se apretaba el acelerador y se avanzaba hacia algo más radical, o había que volver marcha atrás y hacer una reestructuración. El neoliberalismo no es solo una cuestión ideológica, sino que tenía su raíz en algo real. Esa es una de las razones principales por las que debemos avanzar más allá de la socialdemocracia, hacia el socialismo democrático. La socialdemocracia no fue suficiente para alcanzar el objetivo de una sociedad democrática. El capitalismo se basa en obligar a las personas en virtud de su pobreza, en virtud de la falta de recursos propios para vivir como productores libres, a tener que ser explotados y dominados para poder sobrevivir. Esa es la esencia del capitalismo. No pasa por la compra y la venta de cosas, porque los mercados existieron antes del capitalismo. Tenemos que pensar más seriamente en una sociedad en la que los trabajadores puedan controlar y coordinar la producción, a un nivel más profundo del que lo hicieron en las sociedades socialdemócratas.

—En los últimos años han surgido en Europa y Estados Unidos una serie de movimientos progresistas que han logrado importantes avances en lo electoral, tanto a nivel municipal como nacional, con figuras como Jeremy Corbyn o Bernie Sanders. ¿Qué futuro augura a dichos movimientos?

—Digamos que, en lo que respecta a la nueva oleada de municipalismo, estos son lugares que pueden ser oportunidades políticas. Pero, ¿qué hacemos con esas oportunidades? ¿Nos dedicamos solo a gobernar a nivel local? En un tiempo en el que la izquierda no tiene base social, debemos trabajar con eso, pero el objetivo final debe ser formar sindicatos y partidos que pelen a nivel estatal. El Estado-nación sigue siendo el único lugar en el que podemos ejercer la soberanía democrática. Creo que la clave de esta nueva oleada de líderes populistas como Jeremy Corbin, como Bernie Sanders, es el hecho de que son capaces de articular de manera sencilla esperanzas y sueños a la gente, y no solo pesadillas defensivas. Es un mensaje muy sencillo: “Trabajas duro, haces todo lo que tienes que hacer, intentas abrirte camino, y sigues quedándote atrás. No es culpa tuya”. El capitalismo sigue siendo un sistema que crea una gran clase trabajadora que tiene intereses abstractos diferenciados. El objetivo de los partidos políticos de izquierda es agregar esos intereses en algún tipo de programa para el cambio real. La izquierda socialista de Estados Unidos debe relacionarse con movimientos como Black Lives Matter, con movimientos que tienen que ver con la justicia climática, etcétera. No tiene alternativa. Los movimientos contra el racismo podrían, por ejemplo, oscilar en una dirección que sea puramente simbólica, que no se combine con algo que amenace al capital, o se pueden polarizar de manera que resulten muy amenazadores para las estructuras de poder existentes si se enfrentan de manera real a cuestiones de redistribución, de clase y otras cuestiones más amplias.

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—Ha escrito bastante sobre la importancia para un movimiento incipiente de lograr victorias y elegir batallas que pueda ganar. ¿Dónde sitúa esas importantes pugnas estratégicas en el Estados Unidos de 2018?

—Teniendo en cuenta que somos la economía más potente del mundo, con la clase capitalista más poderosa, y que también tenemos cientos de millones de trabajadores en este país, no tenemos un movimiento obrero. En la historia del capitalismo es algo sin precedentes. Se empieza a ver el surgimiento de la izquierda. No será posible que sigamos construyendo una oposición sin lograr victorias reales. Y en las condiciones actuales del capitalismo, la clase dominante no está demasiado dispuesta a hacer concesiones. Así que creo que la expansión de la sanidad universal es un posible baluarte. Estamos hablando de una sexta parte de la economía. Si pudiéramos desmercantilizar un sexto de la economía y sentar un precedente para la participación amplia del Estado en la sanidad, y de la sanidad como derecho social, creo que estaríamos en una gran disposición para ejecutar demandas más profundas. Nuestro problema con el liberalismo no son los valores liberales, ni que genere sociedades débiles, ni decadentes, ni ninguna de las otras críticas que le hace la derecha al liberalismo. Nuestra objeción con el liberalismo es que no cumple las promesas de igualdad, de tolerancia…

—Hay quienes ven artefactos ideológicos como el “sueño americano” o la fijación con el concepto de libertad barreras para el crecimiento de la izquierda. Usted, en cambio, hace la lectura opuesta…

La clase obrera estadounidense ha sido derrotada de manera histórica en la batalla política y la económica. No es que esté desorientada, es que ha sido derrotada, y en el contexto de la derrota se buscan otras vías para salir adelante. A la gente se le ha enseñado a esperar ciertas cosas de la vida, del progreso, de la movilidad social. Ahora que esas expectativas entran en conflicto con la realidad, empiezan a abrirse ciertas oportunidades políticas. En ese caso, el sueño americano puede ser una bendición para nosotros, por sus promesas rotas. La pregunta es: ¿qué significa la libertad en este contexto? Creo que es una espada de doble filo en lo relativo a la libertad en el contexto estadounidense. Por un lado, es la libertad de estar libre de explotación y poder labrarse su propio camino, alcanzar su potencial. Todo eso es muy positivo. Y luego está la libertad de explotar a otra gente y de ganar a expensa de los demás. Creo que debemos encontrar la manera de articular una forma de aspiración, una forma de esperanza, a la hora de generar acceso a servicios para que la gente pueda alcanzar su verdadero potencial y hacer lo que quiera, siendo libre del trabajo, de la burocracia y de todas las cosas de las que tiene motivo de ser escéptica.

—¿Qué tipo de discurso y política será necesario articular para derrotar, no ya a Trump, sino al “trumpismo”?

—La estabilidad es la regla en el capitalismo; no la excepción. Creo que los marxistas han pasado demasiado tiempo centrándose e insistiendo demasiado en las contradicciones del capitalismo y no han querido ver un sistema que en realidad ha sido capaz de amortiguar todos los desafíos que se le planteaban. Tenemos que avanzar cuanto antes, de lo contrario no seremos nosotros sino la extrema derecha la que aprovechará este período de inestabilidad. La mayoría de la gente mira a su alrededor y, aunque se encuentre en una situación difícil, sabe que este no es el peor de los mundos posibles. Vivimos en un Estado semi-autoritario, pero también en una democracia capitalista, con un alto grado de riqueza y prosperidad. Nuestro objetivo debe ser decir que lo que tenemos no es suficiente, que es producto de un proceso social de creación de riqueza y que todo el mundo debe recoger sus beneficios. Tiene que estar basado en un mensaje positivo, no el habitual de la izquierda, excesivamente negativo y centrando en las pesadillas de las que quiere proteger a la gente.

*Por Ignasi Gozalo-Salellas, Álvaro Guzmán Bastida y Héctor Muniente para Revista Contexto

Palabras claves: Donald Trump, Estados Unidos, Izquierda

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