Arlt, Menotti y Bielsa
En el aniversario de la muerte de Roberto Arlt, Ariel Scher repasa sus relatos futboleros y la anécdota que une sus obras completas con Menotti y Bielsa. Vivir y escribir como un cross a la mandíbula.
Por Ariel Scher para lavaca
Los textos de Roberto Arlt tienen referencias al tenis, al billar, al cricket, al ajedrez como a casi nada, a las bochas, a las carreras de caballos, al boxeo (¿hay alguna expresión en la historia de la literatura, del deporte o de las dos cosas que diga tanto sobre los lazos entre deporte y literatura o, más que eso, sobre el sentido de escribir como “la gramática se parece mucho al boxeo”, como apunta en una de sus memorables polémicas?). Y al fútbol, aunque Arlt no era, como confesó justamente al escribir de fútbol, un futbolero.
Una aguafuerte, “Días de neblina”, trae un retazo de fútbol: “Una distancia blanca, gente que al respirar despide vapor por las narices y la boca, con las manos enfundadas en guantes gruesos como botines de jugador de fútbol”. Y un poquito más en una crónica del diario El Mundo, en 1929: “Y si la hermana mira disimuladamente y él llega a darse cuenta, entonces se arma todo un pleito, uno de esos pleitos en los que el canallita rezonga a media voz, como venganza por el partido de football que le han hecho perder: -Le voy a decir a papá esta noche. Le voy a decir a mamá que sos una mirona. ¿No ves la cara de desgraciado que tiene ese cajetilla?”.
Las grandes estrellas de la década del treinta alcanzaron a enterarse de que Arlt tipeó sus apellidos: Domingo Tarasconi, Américo Tesoriere, Luis Monti, Fernando Paternoster. Manuel Ferreyra y Pedro Ochoa son el cielo de los chicos de “Grito de alarma”, otra crónica, en la que saca a la luz como “jugar al football en medio de la calle o en las calzadas, fue siempre un juego prohibido y perseguido por la policía de aquellos buenos tiempos”. Porque la Policía “perseguía a los menores y a la pelota, más a la pelota que a los menores. Se hacía en cualquier vereda un partido de gambeta y pechazo y, cuando la partida estaba en lo mejor y se habían roto varios vidrios y atropellado a innúmeras comadres que venían de la carnicería, al trote de su jumento escuálido aparecía ‘la cana’”.
Desde luego que por entonces Arlt, un mago de la intuición que murió el 26 de julio de 1942, no podía intuir lo que César Luis Menotti, un entrenador de los argentinos, le confesó sobre Marcelo Bielsa, otro entrenador de los argentinos, entre los fríos de julio del 2016 a los periodistas Cristian Grosso y Pablo Vignone, en una entrevista publicada en el diario La Nación: “Hablé una vez sola con Bielsa, que se portó muy bien conmigo: me regaló las obras completas de Roberto Arlt. Y yo no había hecho nada por él”.
No hay, de todos modos, ninguna referencia al fútbol ni ninguna aproximación de sus palabras al deporte que se haya publicado tantas veces como la de su primera visita a la cancha. Es “Ayer vi ganar a los argentinos”, la crónica de un triunfo de la Selección sobre Uruguay el 17 de noviembre de 1929, en el Gasómetro, el histórico estadio de San Lorenzo de Almagro, en pleno Boedo. “Al sur de la cancha de San Lorenzo de Almagro, sobre Avenida La Plata, hay una fábrica con techo de dos aguas y varias claraboyas. Pues, de pronto, la gente empezó a mirar para aquel lado, y era que de las claraboyas, lo mismo que hormigas, brotaban mirones que en cuatro patas iban a instalarse en el caballete del tejado. Algo como de cinematógrafo. A todo esto el primer tiempo había terminado. Entonces, del alambrado que separa las populares de las plateas, vi despegarse al lonyi que recibía las naranjas podridas en el mate”, se pasmó Arlt, devenido en cronista deportivo por un día.
En ese texto, se lo percibe divertido y observador como todas las veces, pero narrando, también como todas las veces, desde el compromiso que propone en el prólogo de “Los Lanzallamas”, su tercera novela, con la fórmula que sintetiza por qué escribe, para qué escribe, cómo escribe: como “un cross a la mandíbula”. Es “un cross a la mandíbula” inevitable su abordaje de la existencia a través del deporte: cuando habla de los tipos que quieren mejorar su aspecto a través de la gimnasia sueca y bordean al ridículo, cuando sufre por la guerra y por la multiplicación de la muerte y lo expresa reconstruyendo la suspensión de los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1940, cuando repasa el declive rumbo a la nada del boxeador italiano Primo Carnera (el mismo al que Enrique Santos Discépolo alude en “Cambalache: “Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín”). Cierto es que para estas edades argentinas no hay “cross a la mandíbula” más duro que una advertencia que emerge en “Los Lanzallamas”: “De tal manera, que puede establecerse como ley de sintomatología social que en los períodos de inquietud económica-política los gobiernos desvían la atención del pueblo del examen de sus actos, inventando, con auxilio de la policía y demás fuerzas armadas, complots comunistas”.
Estuvo bien Bielsa en hacerle ese obsequio a Menotti. Y estuvo bien Menotti en recordarlo aquella vez. Ocurre que tan cierto como que “la gramática se parece mucho al boxeo” es que leer a Arlt resulta una invitación inempardable para tratar de entender en qué consisten el mundo y la vida. Quién sabe: acaso también el fútbol.
*Por Ariel Scher para lavaca