Congo, finalista del Mundial
¿Superioridad futbolística europea? Tres de las cuatro selecciones semifinalistas en Rusia tienen más de combinado africano que selecciones originarias del viejo mundo. Francia y Bélgica protagonizan un duelo para alcanzar la final del Mundial. De los 22 jugadores posibles, ocho podrían lucir los colores de la República del Congo. Los conflictos étnicos y la lucha por recursos naturales, hicieron del corazón de África el escenario de una guerra continua y de Europa un refugio para miles de familias.
Por Fernando Duclos
Esta historia debería comenzar a contarse desde que el navegante portugués Vasco da Gama divisó el Cabo de la Buena Esperanza, hoy Sudáfrica, o desde las exploraciones de Livingstone y Stanley, la Conferencia de Berlín, el incidente de Fashoda, el inicio del colonialismo o la abolición de la esclavitud. Incluso, podríamos ir mucho más atrás en el tiempo y preguntarnos: ¿Cuáles fueron las razones históricas, evolutivas, socioculturales por las que Europa se decidió a conquistar el África negra y no fue al revés?
Sin embargo, por motivos obvios, comenzaré el relato en 1994, el 6 de abril. Estamos en Kigali, la capital de Rwanda, un pequeño país africano de la región de los Grandes Lagos, y una bomba impacta el avión presidencial. Juvenal Habyarimana muere y al instante se desata la mayor cacería de la historia de la humanidad: los hutus, 85% del país, se proponen exterminar a los tutsis, el 15% restantes.
La “solución final” no llega a puerto, pero casi. Un millón de personas mueren en tres meses: el conflicto “termina” con la llegada al poder del Frente Patriótico Rwandés (FPR), un partido-milicia de base tutsi que gobierna hasta hoy. Los hutus, responsables del intento de genocidio, deben exiliarse. En largas filas, decrépitos, paupérrimos, miserables, muchos de ellos asesinos, se marchan hacia el Congo, el vecino del Oeste, un país que carga ya una terrible historia de saqueos, traiciones, angustias y miseria y que ahora, de repente, debe alojar en su territorio a millones de migrantes rwandeses que traen consigo sólo muerte y desolación.
En el Este del Congo, entonces, se arman campamentos de refugiados hutus, comienzan los conflictos entre los que llegan y los que estaban y la situación se empieza a descontrolar. Aprovechando el caos, Paul Kagame, presidente de Rwanda, ordena una de las invasiones más sorpresiva de la historia: los experientes soldados de la pequeñísima pero organizada Rwanda marchan hacia el enorme Congo, el corazón de las tinieblas, para “pacificar el país”.
La excusa de Kagame para la incursión fue que, desde el Este congolés, los hutus, y lo que quedaba de las temidas milicias Interahamwe, se estaban preparando para entrar de nuevo en Rwanda y era su deber prevenir. Sin embargo, no se trató sólo de eso: si ganaba la guerra, el FPR pasaría a controlar buena parte las enormes riquezas naturales del suelo del Congo, principalmente el coltan y los diamantes. Así sucedió.
Antes de continuar con la historia, vale referirse a la geografía del Congo, para comprender un poco más la situación. La capital del Congo, Kinshasa (aquélla de la pelea Ali-Foreman), se ubica en el Oeste del país, casi mirando al Océano Atlántico. En el centro de la nación, que al cabo es el centro de África, se extiende una jungla impenetrable, atravesada por el Río Congo -el coto de caza del Rey Leopoldo- que dificulta toda comunicación con el resto del país. En el Este, así, las ciudades de Bukavu y Goma están casi aisladas del poder central: es por eso que para Kigali se volvieron un blanco muy fácil de atacar.
La invasión de Kagame al Este del Congo desata la Guerra del Congo, más conocida como la “Guerra Mundial Africana”, desde 1996 hasta 2003. Participan directamente nueve países de África, respaldados y armados, por supuesto, por empresas europeas y un sinnúmero de milicias, grupos paramilitares, mercenarios y bandas armadas. Un verdadero desastre: más de cinco millones de muertes, la mayoría por la hambruna y las enfermedades infecciosas.
Ahora, en el momento más triste, es cuando el fútbol entra en escena. Por razones históricas e incluso logísticas (la cada vez mayor facilidad en los traslados), la inmigración congolesa a Europa, principalmente a Francia y Bélgica, ya se venía incrementando desde la década del ’70. Sin embargo, a partir del inicio de la guerra y todas sus miserias, aumenta en forma exponencial.
Así como el caso del fondista somalí Mo Farah, que llegó a Inglaterra huyendo de la guerra en su país, muchísimas familias de Kinshasa, Lubumbashi, Goma o Kisangani migran hacia Europa y se instalan en las banlieues de París, Marsella, en Bruselas, Amberes o Lyon.
Antes de ellos, claro, la inmigración ya existía y era numerosa. La familia Makélélé, que en lingala significa “ruidos”, es una de las que viaja desde Kinshasa hacia Savigny-le-Temple, un suburbio de París, en 1977. Lleva consigo a su hijo Claude, de cuatro años, que con el tiempo se consagraría campeón mundial con Francia y se destacaría en el mediocampo del Real Madrid. La familia Mandanda se fuga hacia Lieja sin imaginar que Steve, el hijo mayor, se convertiría en un asiduo convocado a la selección francesa desde 2008.
La lista es extensa y trágica: Christian Benteke, delantero del Crystal Palace, figura de Bélgica, es enviado a Europa a los dos años para escapar de los tiros. Lomana LuaLua, emigra de Kinshasa a los nueve años; también José Bosingwa, Fabrice Muamba, Hérita Ilunga, Zola Matumona. Saido Berahino, burundés, huye de la guerra en su país, anexo del conflicto en el vecino Congo: su padre muere asesinado en 1997, él recibe asilo político en Birmimgham y se destaca con los años en la Premier League.
No sólo del Congo se trata, claro, pero del Congo son muchos. Pione Sisto, número 9 de Dinamarca en el Mundial de Rusia, nació en un campo de refugiados sursudaneses en Uganda. Rio Mavuba, histórico volante francés, vino al mundo en aguas internacionales, en el barco en el que sus padres huían de la guerra de Angola. Mafuila, el papá, había representado a Zaire (hoy, República Democrática del Congo) en el Mundial de 1974.
Durante toda la década del ’80 y más después en 1990 y 2000, debido a los terribles conflictos en el Congo y los Grandes Lagos y a la posibilidad de tener una vida mejor en otras latitudes, miles de congoleses se instalan en Bélgica y en Francia. Y tienen hijos, de sangre africana y hospital europeo. Blaise Matuidi nace en 1987. Steve N’Zonzi, 1988. Presnel Kimpembe, 1995. Junto a Mandanda, los cuatro podrían jugar para “Los Leopardos”, pero eligen a “Les Bleus”, y con lógica. Al cabo, tres de ellos nacieron en Francia: no hay ninguna razón para negarles su nacionalidad.
El proceso en Bélgica es similar. Vincent Kompany nace en 1986, hijo de papá congolés. Dedryck Boyata, en 1990. Michi Batsuashy y Romelu Lukaku, en 1993. En total, son ocho jugadores de ascendencia congolesa que clasificaron a la semifinal del Mundial de Rusia. Cuatro serán finalistas. Hace unos días, dijo Lukaku una frase potente, significativa, inquisidora: “Cuando juego bien, en Bélgica hablan del delantero belga. Cuando lo hago mal, hablan del delantero belga con raíces congolesas”.
Es evidente, además, que el proceso se irá acentuando: la próxima generación de jugadores belgas y franceses será la de los nacidos después de 2000. Miles de congoleses llegaban a Europa en aquellos años y siguieron llegando luego. Se verá qué sucede con las políticas de inmigración: si el proceso se seguirá sosteniendo en el tiempo o se cortará.
Zaire fue una potencia africana en el fútbol y ganó dos Copas Africanas de Naciones, en 1968 y 1974. Ese año, incluso, se clasificaron al Mundial, primera vez para una selección del continente. Luego vinieron los años de conflictos, de inestabilidad, de derrumbes y todo se cayó. En los últimos años, volvieron a ser protagonistas y estuvieron muy cerca de clasificar a la Copa de Rusia. Es inevitable pensar que si todos los hijos de emigrados hubieran elegido representar a la selección de sus antepasados, lo cual es posible, la República Democrática del Congo sería desde hace tiempo una verdadera potencia futbolística.
Con jugadores privilegiados por la genética, es evidente también que si en el Congo existiesen la infraestructura y oportunidades que se encuentran en Europa, el fútbol sería muy diferente. Pero para hablar de eso, sí, deberíamos volver a Spencer, Stanley, Livingstone, de Brazza y Rhodes.
*Por Fernando Duclos para el blog Mundial Sovietico