Chamigo, un bar de abrazo guaraní

Chamigo, un bar de abrazo guaraní
26 junio, 2018 por Soledad Sgarella

Por Soledad Sgarella para La tinta

El letrero de la esquina nos convierte en seres felices: “Chipá caliente todo el año”.

Un vasito de vino, el sifón de soda, dos empanadas de masa casera, un chipá y vuelven las almas a los cuerpos.

El amor es tan importante como la comida, pero no alimenta. Aseveraba Gabriel García Márquez. Probablemente si el Gabo hubiera conocido Chamigo, habría caído en la cuenta de que acá, la comida está hecha y servida con tanta dedicación, que alimenta doblemente.

“Chamigo quiere decir “mi amigo”, oriunda la palabra de la lengua guaraní, que se usa en el Litoral, en Chaco, Misiones, Corrientes y en Paraguay” empieza contándonos Iván, el hijo de Alejandro, el Chami.

Acá todo empezó a finales del año 1992, y lo fundan mi papá y mi padrino que es Eduardo, que en el año 92, bueno, se proponen hacer una casa que venda empanadas porque no había… había muy pocas, y al ser correntinos empiezan acá en Córdoba a hacer chipá. No había quien los haga y así empezaron ellos, y fueron promocionándolos. Siempre invitando.”

Qué cosa tan linda la memoria del paladar. Volver de la facu y pasar por ahí, salir del teatro y pasar por ahí, caminar por Güemes y pasar por ahí.

Volver a la esquina de la calle Belgrano y San Luis es volver a lo bueno conocido.

Chamigo compagina en su local públicos diversos. Las mesas se convierten en disertaciones intergeneracionales, en escenarios donde de martes a domingos gobierna la calidez.

Cantores callejeros ya populares en el barrio que antes era El Abrojal pasan por ahí trayendo lo que saben hacer, mientras grupos de amigos y familias vuelven siempre, por una comida casera en el medio de propuestas globalizadas.

Aunque directamente digamos que nos encontramos en lo de Chamigo, en realidad el nombre completo es “La Cabaña de Chamigo”, porque como cuenta Iván, quisieron dar un nombre que albergue un lugar cálido, de encuentros. “Vienen de todas las edades, un abanico muy grande. Grupos que vienen hace mucho, familias, gente de academias de tango, de canto, de teatro… gente de la movida cultural, que se vienen después para acá”, cuentan las chicas que además de estar detrás del mostrador, sirven las mesas y se acuerdan de los y las comensales que disfrutamos de Chamigo y sus magias.

Empanadas, el plato de carne al horno que  se desarma de tiernita, pastel de papa y algunos guisos: comida casera, señoras y señores.

Comida abundante, que compite con más de alguna abuela, aunque esto no lo podamos explicitar con ellas.

Comidas que sostienen la identidad, que construyen pertenencia.

Ya sabemos que comer es un hecho social, un fenómeno cultural en el que, además de alimentarnos, masticamos sentidos y nutrimos relaciones sociales.

Frente a las empanadas de cadena, congeladas e indefinidas, Chamigo se subleva. No se rinde ante la estandarización de la tradición. 

Refuta, indefectiblemente, a toda la globalizacion con la fuerza de las guitarras criollas y una bandera de Corrientes en la sala.

Combatir la homogeneización de la gastronomía, esa que nos hace perder la identidad y las tradiciones populares que tanta amorosidad nos han significado, es amasar el chipa cada mañana.

Reivindicar los sabores, sostener las nostalgias, recordar las fuentes, abrazar nuestros patrimonios culinarios es lo que hacen cada día Alejandro, Ivan, Beatriz, Yamila, Evangelina, Natalia, Agustina y Tochi.

*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotos: Colectivo Manifiesto.

Palabras claves: Chamigo, Gastronomía

Compartir: