Devaluaciones
Por Silvana Melo para Agencia Pelota de trapo
Desde enero hasta este junio helado, el dólar aumentó un 50% en este largo país. Que tiene cabeza por Salta y Jujuy y pies en la Tierra del Fuego. (Pero ombligo central en Buenos Aires, donde la vida y la muerte son estrellas prime time). Es decir, el peso se devaluó en un 50%. Es decir, la moneda que suelta el automovilista en la 9 de Julio o el turista en Misiones ya no vale un peso sino 50 centavos. Es más pobre la moneda. Y el que la recibe es una sombra que pierde opacidad. Y se diluye.
¿Quién ha visto un dólar en las calles populosas de Temperley, en los pasillos villeros de la Rodrigo Bueno, en los montes de Santiago, en las periferias de Orán, entre los misioneros invisibles de Montecarlo, entre los fumigados de Basavilbaso, entre los soldaditos del Gran Rosario, en el Alto de Bariloche, en la oscuridad suburbial de Comodoro? Los chicos apenas compran en los kioscos un alfajor barato con un marrón que ahora vale como un verdecito de los que tienen la cara de San Martín.
Los que siempre caminan sobre una cuerda delgadísima, perdieron el empleo y no pudieron pagar el hotel, los que duermen de día y hacen vigilia sobre su patrimonio en las noches -cuando todos los monstruos salen de caza-, los que dan con sus huesos y los de sus familias debajo de los puentes hasta que el estado los vuelve a expulsar, no son propietarios ni del centímetro cuadrado donde caen muertos un día de éstos. Y no vieron jamás un dólar, aunque tiren su colchón ocasional en la puerta del Banco Francés.
Los que tienen techo pero el frío se les cuela y el alimento no nutre ni alcanza, los que perdieron el trabajo y la dignidad les tiembla de miedo, los que tuvieron sueños y creyeron que con eso alcanzaba, los que salieron todos los días a esta guerra y la perdieron. Ellos y sus hijos no saben qué es el Fondo Monetario pero pagan la factura. No vieron jamás un dólar pero la moneda se les partió en dos. No conocen la oficina del Fondo Monetario pero vivirán cien años pagando deudas de otros. Pagándolas con una vida saqueada, con un castigo aluvional que les ha destinado la historia. No vieron jamás un dólar y tampoco saben de paraísos fiscales donde guardar a escondidas el anillo de oro y los ahorros de mil años que de pronto valen la mitad, serruchados por decisiones que jamás los van a incluir.
El superministro de las economías, Nicolás Dujovne, declaró vivir en un descampado, así como los invisibles son la vecindad de los perros de la calle y de los contenedores donde vive la basura de los que pueden generarla. Es extraño, porque a la vez es uno de los más ricos en el gabinete de ricos que decide los rumbos del país. Hace unos pocos años, el ex vicepresidente y ex ministro de Economía Amado Boudou tenía domicilio en un médano del Partido de la Costa. Qué declaración pueden truchar las víctimas de la obscena concentración de la riqueza, si no han escriturado ni siquiera el solcito de las tres de la tarde que es lo único amigable de estos días.
Se devaluó el peso, se devaluaron los bienes declarados de los funcionarios, se devaluaron las retenciones que pagan los que producen y se enriquecen a costa del castigo brutal a la tierra y de la producción próspera de esclavos. En 2014 el estado recaudó por retenciones 10.358 millones de dólares. En 2017, 3.992 millones. No es muy complicado deducir quiénes pagan esa diferencia.
El nuevo presidente del Banco Central se fue del Congreso sin explicar por qué tiene cuentas en lugares del mundo donde no se pagan impuestos. Recibió el premio de un nuevo cargo. Su vicepresidente llega desde los grupos económicos más sonantes, más dueños de todas las cosas. Y del FMI, aquel con el que se está firmando la muerte de la soberanía y la agonía de los ex soberanos. Será víctima y victimario, como tantos otros protagonistas del estado. Pero más lo segundo que lo primero. Siempre más lo segundo que lo primero.
Así se devalúa en este país largo. Con cabeza en Salta y Jujuy y pies en la Tierra del Fuego. Pero con estudios centrales en Buenos Aires.
Así se devalúa la alegría. Si el mismísimo Messi se deja caer y es el capitán. Si el saqueo incluye gambetas y rabonas y pasión y fuego. Qué queda para el invisible que bajo los puentes no es el capitán de nada.
Así se devalúa la esperanza. Habrá que salir a militarla por las calles, para que no se nos vaya por las alcantarillas. Habrá que salir a pescarla. A convocarla como a las mariposas. A acariciarla y a clavarla en el ángulo para que una vez, aunque sea una sola, ganen los que pierden.
*Por Silvia Melo para Agencia Pelota de trapo