Por qué el síndrome post aborto no existe
Por Lucila Szwarc para Relámpagos
Por primera vez en Argentina el Congreso de la Nación está debatiendo la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Junto a otros 8 proyectos, el de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito es el único que cuenta con un fuerte consenso social, elaborado luego de años de debate en foros, universidades, plenarias nacionales y mesas de trabajo de expertas. También es el único proyecto presentado por la sociedad civil con la firma de 71 diputados/as de distintos bloques.
Las discusiones en plenario de comisiones que se llevaron a cabo durante abril y continúan en mayo mostraron la cara más cruda del discurso anti-derechos (o de quienes dicen estar “a favor de la vida”) en tanto gran parte de sus argumentos se basan en postulados religiosos, imágenes morbosas y engañosas, investigaciones de escaso rigor científico y, en algunos casos, en llanas mentiras que ni el estudio más sesgado podría sostener. Entre esos argumentos, escuchamos a reiteradas psiquiatras y médicos hablar de síndrome o de stress post aborto y describir un sinfín de síntomas que serían producidos por el aborto en sí mismo. Es necesario, entonces, insistir sobre lo falaces que son estas afirmaciones y en seguir contribuyendo a un debate informado basado en evidencia científica validada, en las experiencias de otros países y en las propias experiencias de nuestro sistema de salud y del movimiento feminista.
En primer lugar, podemos responder a este argumento en base a un razonamiento lógico. En Argentina, se calcula que se practican entre 370.000 y 500.000 abortos por año. Esto da un promedio de 1200 abortos por día. Si el aborto dejara secuelas graves en las mujeres y personas que abortan, entonces, tendría que haber un correlato de esa demanda en los servicios de salud mental, dado que 1200 personas por día estarían sometiéndose a una práctica con supuestos riesgos graves sobre su salud psíquica.
En segundo lugar, quienes expusieron en el Congreso sobre las graves secuelas que deja la práctica, se centran en sus propias experiencias de atención psicológica y médica a mujeres que abortan en la clandestinidad. Esto va en contra de un razonamiento lógico básico: no se pueden mezclar peras con manzanas. No es posible comparar las experiencias que acontecen en la clandestinidad con aquellas que ocurren en condiciones de legalidad, donde el aborto es considerado una práctica más de salud.
Pero los sectores antiderechos también han citado investigaciones de países donde el aborto está legalizado por plazos, hasta determinada semana de gestación, que darían cuenta de que tener un aborto genera stress, sentimientos negativos y problemas de salud mental aún en condiciones de legalidad. Pero una vez más: esto no está demostrado. Instituciones con reconocida trayectoria académica y de investigación sostienen que estos estudios presentan serios problemas metodológicos o sacan conclusiones equivocadas a partir de estudios más rigurosos. Sí existe, en cambio, evidencia basada en revisiones sistemáticas que demuestra que el riesgo de consecuencias sobre la salud mental en mujeres adultas con un embarazo no deseado/planificado no es mayor entre aquellas que se practicaron un aborto que entre las que continuaron con el embarazo y tuvieron un parto. Estos estudios demuestran que las posibles consecuencias sobre la salud mental, de existir, responden a otros eventos o situaciones adversas en la vida de las mujeres previos o simultáneos a la situación de aborto, también en adolescentes.
En tercer lugar, en América Latina contamos con una diversidad de estudios de carácter cualitativo sobre experiencias de mujeres (así lo describen los estudios) que interrumpen sus embarazos, tanto dentro como fuera del sistema de salud. Una revisión de la literatura científica latinoamericana disponible para el período 2009-2014 da cuenta de la inexistencia de un síndrome post aborto. Si bien pueden estar presentes, dentro de una diversidad de experiencias, emociones como temor, malestar, angustia, culpa e incluso sentimientos depresivos, los mismos se asocian a factores predisponentes como el contexto legal restrictivo, la exposición a la sanción social y el estigma, la ausencia de apoyo y de contención social y del entorno de la persona y la presión ejercida por personas significativas para la mujer. Estos sentimientos también están relacionados con los significados que las mujeres tienen sobre la maternidad, la feminidad y el aborto. Por otro lado, los estudios encuentran recurrente una sensación de alivio posterior a la interrupción, asociada a la resolución de un problema. Es decir, no es el aborto el que podría generar angustia y malestar, son más bien las condiciones sociales que lo rodean y lo constituyen.
Quiénes acompañamos y practicamos abortos dentro y fuera del sistema de salud conocemos de cerca esta complejidad. Durante tres años, realicé acompañamientos a personas gestantes desde el espacio de salud comunitaria y feminista La Mestiza (hoy Tekoporã). En mis años de acompañar abortos, hablando con quienes se acercaban a nosotras, escuchando, compartiendo mates entre charlas de horas, atendiendo teléfonos a la madrugada, fue que pude entender que a cada persona se le juegan mandatos, deseos, proyectos, y por tanto, sentimientos y emociones particulares, disímiles y contradictorias. Esto es porque las mujeres y personas gestantes elegimos abortar por una infinidad de motivos y esos motivos responden siempre a un contexto en el que estamos inmerses pero que no siempre elegimos.
Se puede abortar porque no se quiere gestar y/o devenir madre o padre, o porque no se quiere hacerlo en ese momento, con esa persona, con ese trabajo, con les hijes que ya tenemos, en ese contexto. Elegir abortar puede ser contradictorio porque quizás, hubiésemos preferido no tener que hacerlo. Llegar a esa situación puede ser producto de demoras en el sistema de salud, de la coerción de un varón cis que no se quiso poner el preservativo, de la violencia, de la mentira, del “tranquila que acabo afuera”, de la “pastilla del día después” que falló, del médico que no nos dejó elegir un método sino que pretendió elegir por nosotras, del que nos dijo que una adolescente no podía usar un DIU, de un embarazo que buscamos pero las condiciones cambiaron, o tal vez, consecuencia de nuestra confianza en que “a mí no me va a pasar”, de la calentura del momento, de la sensación de “probar sin”, o de la decisión de que correr ese riesgo era la opción menos mala entre todas las opciones posibles (pienso en personas que no quieren o no pueden por diversos motivos usar métodos anticonceptivos, incluido el preservativo). Dentro de este sinfín de escenarios posibles, todos los días, mujeres, varones trans y personas no binarias consideran que el aborto es la mejor o incluso la única decisión posible para ese momento de sus vidas.
Lo que demuestran las investigaciones y podemos confirmar quienes acompañamos una variedad innumerable de situaciones, es que algunas personas enfrentan ese proceso libres de sentimientos negativos mientras que otras deben lidiar con sus propias contradicciones, marcadas por mandatos de maternidad, feminidad e imágenes sobre el aborto, y sobre todo, por las representaciones y presiones de su entorno. Esto, sin mencionar siquiera la desolación, el miedo y la angustia que generan los riesgos de la clandestinidad y el miedo a la muerte.
Las posibles presiones para que una persona aborte son un aspecto poco mencionado y una de las falacias más fuertes de la argumentación anti-derechos. Si el aborto puede generar malestar, producto de la clandestinidad, de las presiones, del estigma y de la sensación de soledad, y un abordaje de escucha no condenatoria y de contención puede ser un factor protector ante estos sentimiento, entonces, ¿no deberían justamente abogar por la legalización del aborto, por desarmar el estigma, por postular que no importan los motivos porque todos ellos son válidos? La empatía es el elemento más claramente ausente del discurso anti-derechos. No quieren cuidar a las mujeres, como ellos mismos plantean, sólo utilizan el lenguaje de la salud mental para mantener un estado de cosas donde somos criminalizadas y victimizadas.
Las feministas y quienes trabajamos por una salud basada en derechos velamos porque la decisión de abortar no sea tomada bajo ningún tipo de presión o coerción. Sabemos y nos habituamos a generar un espacio de diálogo con la persona en cuestión, sin presencia de terceros, para que pueda expresarse sin posibles presiones de su entorno, y estamos atentas a señales no verbales, silencios y omisiones (para identificar, por ejemplo, situaciones de violencia en vínculos de pareja o familia).
Legalizar y despenalizar el aborto va a permitir, ni más ni menos, continuar “sacando a los abortos del clóset” (esa bella expresión que tomamos de la militancia gay y lesbiana, que nos legó el colectivo Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del aborto). Y eso es un montón. Eso es no tomar decisiones en soledad. Eso es esbozar un mundo en que las mujeres, lesbianas, varones trans y personas no binarias puedan estar decidides, desde el primer momento, a querer interrumpir con urgencia algo que sienten ajeno e invasivo, dentro de su propio cuerpo, para retomar el curso de sus vidas; pero también es esbozar un mundo en el que ninguna persona sea forzada a abortar, y en el que una decisión que puede ser compleja, que puede generar malestar y angustia, pueda ser tomada sin culpa, entendiendo que aún con dolor, esa decisión es la mejor que podríamos tomar para el curso de nuestras vidas.
El aborto tiene que ser legal para que les niñes, adolescentes, mujeres, lesbianas, varones trans y personas no binarias, crezcamos sientiéndonos más libres, y lo seamos de hecho si alguna vez transitamos esa situación. El aborto tiene que ser legal y despenalizado, para que las mujeres y cualquier persona con capacidad de gestar, podamos transitar esa experiencia como deberíamos transitar cualquier proceso a lo largo de nuestra vidas. Un aborto puede ser una experiencia difícil de atravesar pero eso no quiere decir que “deje marcas”. Como me dijo quién se convirtió en amiga luego de un acompañamiento: “Sabés que estoy contenta por la decisión que tomé, por cómo y con quién lo pude llevar a cabo, porque irónicamente pude hacer esto de manera amorosa, que nunca te lo imaginas. Y yo consideré que lo hice de una manera amorosa.”
El aborto legal, despenalizado, seguro y gratuito es el piso del que no pensamos bajarnos. Que las decisiones y experiencias de aborto sean respetadas y acompañadas dentro y fuera del sistema de salud, una lucha que no dará tregua.
*Por Lucila Szwarc para Relámpagos / Foto: Eloisa Molina para La tinta.
*Socióloga feminista, militante de Seamos Libres y la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.