Nora Ciapponi: “Exigimos la libertad de amar y de abortar”
Para enfrentar la fórmula Cámpora-Solano Lima, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) candidateó a Juan Carlos Coral y Nora Ciapponi, obrera, luchadora sindical, feminista e internacionalista. “¿Va a votar a un patrón, un militar, un político patronal? ¿O va a votar a Nora?”, decía su volante artesanal. Mabel Bellucci cuenta en esta investigación por qué en los 70, el aborto voluntario se podía contar sin demasiadas vueltas. Memoria de una lucha entre la izquierda y el feminismo.
Por Mabel Bellucci para Latfem
El 11 de marzo de 1973 se encumbró la fórmula para las elecciones nacionales conformada por el entonces delegado de Juan Domingo Perón, Héctor J. Cámpora, y el conservador Vicente Solano Lima. Cuando gran parte de la Argentina esperaba ansiosa el triunfo del peronismo, se lanzó en simultáneo otra propuesta presidencial un tanto chispeante y nada antojadiza: Juan Carlos Coral y Nora Ciapponi por el Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Ella recordaría los mortecinos resultados sin sentido de derrota: “Obtuvimos 78 mil votos. Fue la primera fórmula integrada por una mujer. Este proceso favoreció una gran presencia territorial del partido. Al mismo tiempo, el PST se desarrollaba en forma sostenida en el frente obrero, con una importante presencia dentro del proletariado industrial de Villa Constitución (Acindar y Metcon) y de la zona norte del Gran Buenos Aires (Wobron, Del Carlo)”.
En esos años el PST además tomó relevancia por ser el único partido local empeñado en proponer un programa específico en diversos planos sobre la égida de las mujeres, tanto por los contenidos de sus reivindicaciones como por las formas de contiendas contra la subalternidad femenina. De alguna manera, logró apartarse de la mirada economicista propia del marxismo clásico. Si bien hubo intentos de reconocer también la trascendencia de las mujeres en la causa revolucionaria, no pudieron dar respuestas a esa opresión por entenderla solo como una consecuencia de la condición de clase más que de la de género. En efecto, los reclamos feministas eran desechados y/o minimizados en el mejor de los casos, por considerarlos fuera del campo estratégico para la toma del poder y la insurrección victoriosa del movimiento obrero.
Entre tanto, las premisas fundantes del Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM) del Norte se esparcieron por el mundo y sortearon todo tipo de murallas. No por nada desembarcaron en nuestras tierras hacia 1970. Ese feminismo convocó la atención en torno a las prácticas de la supremacía masculina mediante determinados mecanismos a través de los cuales se inculcó, normalizó y reforzó la subalternidad de las mujeres y, por ende, su exclusión. Con sus voces y sus cuerpos, tanto en los principales epicentros de Estados Unidos como de Europa, las militantes denunciaban lo que en el pasado había sido un secreto a voces, pero ahora –en esa coyuntura de posibles embates insurgentes en Occidente– todo se tornaba un acierto. Su grueso comenzó a intervenir a partir de su propia opresión y a elaborar tácticas de acciones dentro y fuera de sus entornos. De esa manera, irrumpieron en el escenario internacional, para la conquista de sus derechos, más sentidos: el trabajo, la educación, la salud, la cultura, el mundo conyugal y familiar, la cotidianidad y, en especial, las sexualidades. Eso sí, el movimiento arremetió con una pujanza arrolladora sobre el mundo velado de los cuerpos y las alcobas. La vida erótica e íntima quedó en su mira.
De allí la importancia de que el PST introdujera en sus normas programáticas (no sólo para la campaña electoral) parte de aquellas reivindicaciones realzadas por el MLM. Las militantes de izquierda consideraron que la raíz de su sujeción partía de un artejo entre el capitalismo y el patriarcado. Es decir, la explotación de clase y la de género representaban dos caras de un mismo régimen y se retroalimentaban uno al otro. Por lo tanto, abordaron los derechos civiles, políticos, laborales y sexuales de las mujeres en su calidad de doble explotación en tanto que trabajadoras y amas de casa.
No cabe duda de que tal apuesta para articular desde un sector de las izquierdas con el feminismo se llevara a cabo en un clima de tensiones e incertidumbres; seguramente, entre el ensayo y el error. Pese a lo expresado, los años 70 en la Argentina se singularizaron por el papel destacado en estatuir las provocaciones generacionales sobre costumbres consuetudinarias que se venía ensayando en la década anterior. Las relaciones prematrimoniales y la convivencia sin libreta de casamiento se convirtieron en un “deber ser”. En aquellos tiempos, tales planteos representaban idearios radicales, aunque se revolucionase bajo los términos de la dupla heterosexual, sin explorar otros modos sexo/afectivo externos a la pareja y la familia.
Más allá de las pautas tradicionales de cualquier estructura política de cuño marxista, tales como guarderías en las fábricas y establecimientos, lavanderías, igualdad salarial y de oportunidades en los puestos laborales, patria potestad compartida y jubilación para las amas de casa, se encumbraban otras. Exactamente, constaba “por la libertad en las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer, el divorcio absoluto, la libre venta de anticonceptivos, aborto libre y gratuito y protección a la madre soltera”. Otra militante del PST -la periodista policial, titiritera, lesbiana y feminista- Martha Ferro, develó un secreto a voces: “Sara Torres les dio clases de sexualidad a las compañeras del partido. Las compañeras estaban muy contentas y empezaron a exigir placer donde no lo tenían”.
Si bien en esos momentos, se presentaba un clima de recelo con respecto a la pastilla oral por el desconocimiento de sus secuelas futuras, por más que fuese el primer método que suministraba una independencia a las heterosexuales lejos de la aprobación masculina y también posibilitaba un no a la maternidad obligatoria . Por eso, a lo largo de su campaña electoral Ciapponi proponía el uso de la nueva anticoncepción que aún no tenía un destino masivo. Del mismo modo, abogaba por “la legalización y gratuidad del aborto, practicado en establecimientos del Estado, y con todas las garantías necesarias que aseguren la salud”.
Esta militante socialista contribuyó desde su candidatura a la discusión sobre la clandestinidad del aborto voluntario, sin reparo alguno. Al respecto, señaló: “En realidad, estos temas no provocaban altercados insondables, se asumían sin tanto hermetismo. Aún no se vivían los prejuicios que aparecieron con la última dictadura militar y el proceso hacia la transición democrática. En cambio, el debate de la emancipación total de las mujeres era lo que provocaba tensiones”.
Además, daban un claro mensaje a la sociedad el hecho de que fuera una mujer y activista obrera quien se presentara al cargo de vicepresidenta. En un volante diseñado de forma artesanal, que promocionaba a los candidatos del PST, se exhibía una foto de ella con pelo largo, risueña y con un estilo apegado a la época. Abajo aparecía la siguiente consigna: “¿Va a votar a un patrón, un militar, un político patronal? ¿O va a votar a Nora?”. En ese mundo con chimeneas humeantes, se la conocía como Nora. Por la cercanía del trato, el apellido quedaba en el olvido, sin eso le trajese a ella problemas de filiación y, en la mayoría de las veces, apareciera mal escrito. En aquel momento tenía 31 años. En una adolescencia con cotos y peros empezó a trabajar de obrera en la fábrica Alpargatas en la Avenida Patricios. Luego La Hidrófila Argentina del barrio de Florida, donde fue delegada, huelguista del gremio textil. También permaneció al frente de sonadas movilizaciones reivindicativas. Para completar su currículum, estuvo presa cuatro veces durante la dictadura militar de Juan Carlos Onganía (1966/1970). La contienda contra el capital llevada a cabo por las trabajadoras, doblemente explotadas, la impulsó a comprometerse con la liberación de sus congéneres.
Revisar con atención la historia del movimiento de mujeres en nuestro país, permite descubrir que Ciapponi fue la primera que asomó a un lugar de esa trascendencia, aunque hubo un precedente poco rescatado: en 1928, la docente, gremialista y más tarde académica, Angélica Mendoza, se postuló como Presidenta de la Nación por el Partido Comunista Obrero (PCO). Pero volvamos al testimonio de esta luchadora. En la publicación feminista Brujas, de ATEM-25 de noviembre, en un reportaje ella relataba que “el tema de la mujer, esto no ha sido algo continuo, siempre tuve la contradicción entre hacer las actividades políticas, sociales que me gustaban, y donde yo más fuerte me sentía, y la defensa del género, la lucha por el género. Era, sin embargo, una referente de alguna manera para todas mis compañeras, y quería que ellas ocuparan un espacio, siempre fue un elemento de lo que yo misma hacía en la vida. Yo sentía una necesidad mía, propia, y en vez de dar discursos… nosotras podemos todo, todo, ésa siempre fue una convicción profunda, hice todo lo que quise como militante, nada me fue por sÍ mismo vedado, aunque por supuesto tuve que luchar contra muchos prejuicios también en el seno del partido, de la organización. Lo que sí resultó contundente fue el compromiso –tanto del partido como de ella– con el aborto voluntario. Así lo contó:
“El aborto no era una demanda más, había que explicarlo mucho. Sin embargo, de lo que estoy segura es que hablar de un aborto era mucho más fácil antes que ahora. Vos lo decías con naturalidad y no había censura. Yo trabajaba en una fábrica hasta el 70 y las mujeres abortaban y se sabía. Era clandestino como hoy en día y para las clases humildes resultaba costoso aunque tenías que ser muy marginal para llegar a extremos de peligro. Actualmente, hay que ir a los médicos, antes estaban las parteras en los barrios. Había muchas más que hoy. Vos te criabas con la información que se podía abortar, por lo tanto, no representaba una situación traumática. Mi mamá tuvo 6 hijos y yo de chica la veía que estaba dos días en cama. La que ejercía una impugnación era como siempre la Iglesia. Para mí el debate más difícil se planteaba cuando al embrión o el feto se lo igualaba a una persona”.
A la vez, nuestra luchadora reconoció que por aquellos años se carecía de argumentos filosóficos, tanto desde las izquierdas como desde el feminismo. Significaba una cuestión muy compleja explicar cuándo comenzaba la gestación de la vida. Sin embargo, al existir una aceptación social sobre la práctica abortiva, la iglesia católica debía convencer a las mujeres de que quienes lo hiciesen cometían un crimen o un pecado. Es de suponer que si bien se hablaba de muerte, la ecuación feto = persona no calaba hondo. Todo estaba por empezar…
Otro ejemplo que sirve para entender que la cuestión del aborto voluntario se podía expresar sin mayores vueltas, se presentó con la revista Para Ti durante la campaña electoral de 1973. Esta publicación editó una holgada nota con el título “Mujeres: ¿ A quién votar?” del 19 de febrero de 1973. Se contraponía la figura de una María Julia Alsogaray (más recatada de lo que luego se vio durante el menemato), del partido Nueva Fuerza, con la de Nora Ciapponi, candidata del PST. En sus declaraciones planteaba: “la legalización y gratuidad del aborto, practicado en establecimientos del Estado, y con todas las garantías necesarias que aseguren la salud”.
No es un secreto que Para Ti representaba la llamada “prensa femenina” dirigida a lectoras interesadas históricamente en tres temas básicos: moda, cocina y vida cotidiana. No obstante, hasta estos semanarios más tradicionales abocados al servicio de patrullar el régimen del orden, debieron aggiornarse frente a las propuestas englobadoras del Movimiento de Liberación de la Mujer. Por esa razón, para Ciapponi las cuestiones del aborto, la anticoncepción y la libertad sexual irrumpieron como gestos soberanos entre listados de recetas, sugerencias sobre el cuidado de niños y ofertas para agraciar con esmero al marido. Al respecto, ella comenta que su partido constituía una vanguardia antipatriarcal que se abría a las influencias feministas internacionales. Al menos, en la Argentina era impensado cruzar una tendencia con la otra:
“La más grande influencia que recibimos fue entender la lucha de las mujeres durante los años sesenta y setenta que se dieron en el exterior. Leíamos a Simone de Beauvoir que nos influenció fuertemente así también encontrábamos un rumbo para la revolución sexual con el Informe Kinsey y el de Masters & Johnson. En ese sentido, sin dudas, junto al surgimiento de los movimientos puramente feministas en Buenos Aires, fuimos precursores como partido en presentarlo en el país. Insisto, aunque no teníamos nada que inventar, estábamos hermanadas en ese camino de transformación, por esa razón nuestro carácter no sectario y que supo trabajar con las corrientes feministas ya constituidas. Asimismo, se impulsó la revista Muchacha para que fuese independiente del PST y se desarrollara como expresión feminista de la cual seríamos parte también. Por esa razón, las compañeras se reunían en el local de la primer agrupación feminista: la Unión Feminista Argentina, más conocida como UFA. No siempre nos denominábamos feministas, más que nada por los prejuicios que se arrastraba en aquellos años. No nos era tan fácil a las activistas abrir tantos frentes al mismo tiempo pero entre nosotras, sin duda, había una conciencia feminista, vivíamos como feministas nuestras sexualidades. No menos importante fue el hecho que las mujeres en el interior de nuestra organización durante todo ese período, teníamos substanciales debates sobre los problemas internos que enfrentábamos”.
Tanto fue el compromiso de esta candidata con la causa del aborto voluntario, que el demógrafo español Martín Sagrera Capdevilla, en su libro ¿Crimen o derecho? Sociología del aborto (1975), reprodujo un pasaje de un discurso de trinchera que ni ella misma recordaba:
“Cuando la fortuna o las circunstancias lo exigen hay que decidirse por adoptar una continencia absoluta. Insistamos que sirve a los partidarios de los regímenes más reaccionarios y fascistas para mantener su supremacía. Frente a todos ellos reclamamos y exigimos la libertad de amar y de abortar en las condiciones que nuestra propia conciencia lo dice, como un derecho elemental que debe disfrutar sin restricciones toda persona humana”.
Como conclusión, podría pensarse en relación a la lucha por el aborto voluntario que Ciapponi representó para la izquierda política lo que la luchadora por el aborto legal en los inicios de los 70, fundadora del Movimiento de Liberación Feminista (MLF), María Elena Oddone fue para el feminismo. Ambas pugnaron por instalar tempranamente el debate y marcaron huella del camino a seguir, sin perder de vista las especificidades de cada disputa, siendo sus figuras reconocidas en los medios gráficos como televisivos, sin cuestionamientos ni vuelta atrás.
*Por Mabel Bellucci,activista feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en el Gino Germani (IIGG-UBA) y de la Cátedra Libre Virginia Bolten de la UNLPlata. Autora Historia de una desobediencia. Aborto y Feminismo. Segunda edición. Capital Intelectual. 2018, para Latfem