Abrazar la Memoria, tango y dictadura

Abrazar la Memoria, tango y dictadura
12 abril, 2018 por Gilda

El pasado 24 de marzo, y por primera vez, el colectivo de tangueros cordobeses acompañó la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia y marchó bailando tangos. Crónica de una jornada de reconstrucción de nuestra identidad a través del abrazo.

Por Sofía Jalil para La tinta

Abrazar la Memoria 

Es sábado 24 de marzo y una pila de banderines me esperan. Son rectangulares, celeste-blanco-celeste con una rosa en el medio y el pañuelo blanco de las madres y abuelas en el centro. Arriba dice “Un País Para Pocxs, Nunca Más”, al costado #El24Marchamos. La tarea incluye pegamento y palitos de brochette, que por cierto no tengo, e invento en los albores del reciclaje mil y un mástiles para esas pequeñas banderitas que se izarán en un par de horas en el centro de la ciudad.

Mientras tanto, cuatro mensajes nuevos llegan al grupo de whatsapp Tango por la Memoria 24M. “No olviden llevar fibrones para escribir las consignas en los banderines”, dice uno. “Yo llevo” responde otro. “Yo voy con mis niñas” agrega una milonguera. “Qué lindo!!! Es una marcha familiar” contesta otra compañera.

A diferencia de tantos grupos de whatsapp que despiertan los instintos más salvajes para tirar el celular contra la pared y hacer caso a la obsolescencia programada, los mensajes son amenos, casi como caricias y palmadas en la espalda. Más allá del contenido,  la esencia radica en la felicidad de, por primera vez, marchar juntos como colectivo y al ritmo del gotán. 

Cada tanguero o milonguero (bailarín habitué de las milongas) estuvo semanas manyando la marcha, pensando el vestuario, preparando los pañuelos y banderines, eligiendo la música y/o asistiendo a las reuniones semanales donde se coordinó la presencia del movimiento con la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos de Córdoba.

Loca

Camino por la desértica 9 de Julio hasta el punto de encuentro de los tangueros, la esquina de Colón y Jujuy. Son las cinco y media de la tarde. Un grupo de chicxs vestidxs con pantalones, camperas y remeras con estampa militar pasan frente nuestro. Imaginamos que es parte de otra intervención. “Nunca tendría en mi placard algo color militar” me comenta una milonguera.

Detrás nuestro está la alegría de volver, las caras pintadas, los colores fuertes y brillantes: son los murgueros. El camión de la Mesa de Derechos Humanos, organizadores de la Marcha, pasa pidiendo cuidado con los más pequeños para que no se acerquen al mismo cuando esté en movimiento. Al instante, esa misma voz grita “Nunca Más” desde el colosal vehículo con la fuerza visceral de quien tiene la certeza de abrir paso en una marcha que aglomeró a 120.000 personas, según los organizadores, a 42 años del último golpe cívico-militar.

“¡Vamos, vamos! Tenemos que cuidar nuestro lugar” dice un tanguero mientras empuja un carro metálico con dos parlantes encima desde donde sonarán los tangos especialmente elegidos para la marcha.

Se palpita el comienzo. Vamos vestidos de negro o rojo, llevamos rosas y pañuelos. Algunos banderines cuelgan de mochilas, otros se izan en gorras. Tenemos 20, 30, 40 y 50 años. Hace meses, un año, cinco, diez y toda una vida que bailamos. Nos buscamos con las miradas.

Y finalmente suena, la euforia se apropia del momento. El primer tango es “Loca”, interpretado febrilmente por la Orquesta de Juan D’Arienzo.  Locas ellas, locas las madres, locas las abuelas, locas esas mujeres que se animaron, osaron, desafiaron, lucharon, persistieron y continúan sembrando la certeza de que sin Memoria y Verdad nunca será Justicia. 

La efervescencia de la unión es un remolino de emociones. El contacto piel a piel, torso a torso, mano a mano. Abrazados estamos presentes y somos presente. Quienes pasan al costado sonríen, alientan y se emocionan. Más de veinte parejas bailan en simultáneo. Bailamos avanzando al compás de los miles de personas que coparon las calles de la ciudad.

Una de las parejas lleva a su pequeña hija en brazos. Mi compañera es ella. Somos más mujeres que hombres. Y la escena rememora aquellos tiempos en que bailar entre personas del mismo género era parte inclusive del ser-macho-argentino. Todos bailan con todas, todas bailan con todos y todas bailan con todas, pocos bailan con todos.

El pañuelito blanco

Belén Lione asiste a las marchas desde pequeña. Tiene 31 años y nunca se imaginó marchar bailando. “En el tango el objetivo principal es caminar abrazados y hoy marchamos abrazados” dice y agrega que fue algo muy nuevo, algo sui generis desde su sentir.

“Es mucho más intenso por la sensación de estar participando no solamente con la cabeza sino con todo el cuerpo, con la conexión con la compañera, con el grupo” comparte Mario Borra, informático de profesión y milonguero de vocación.

Mariela anda en zancos hace 20 años y desde sus tremendos 2.30 metros de altura presenció la intervención. “Desde las alturas se vio muy hermoso y estoy muy contenta de que el colectivo de tango haya participado”. Ella también baila y en su pasión milonguera sueña con poder realizar una coreografía de tango en, justamente, zancos.

“El pañuelito” es un tango visceral. El noble pañuelito en mi penar ha sido confidente de mi pesar dice la poesía tanguera que resonó entre las calles de la ciudad.

Gisele Parodi es una reconocida profesora de tango cordobesa y conoce de pañuelos, blancos. Su mamá es Sonia Torres, titular de Abuelas Córdoba y referente de la lucha por los derechos humanos. Su hermana es Silvina Parodi, desaparecida en 1976 junto con su pareja Daniel Orozco. Silvina estaba embarazada de seis meses y medio cuando desapareció. “Son muchas las marchas caminadas, ver a mis pares milongueros ofreciendo su apoyo, su Memoria, su Nunca Más, a través del baile, compartir unos tangos, es imposible de expresar. ¡Gracias!”, compartió Gisele después de abrazar marchando.

Encontrarnos

Un abrazo es diálogo, contención y comunicación. Por eso, tanto para Gisele que vivió en su piel el desgarro más brutal de la última dictadura cívico-militar como para Joel Terradas quien participó bailando,  la presencia del movimiento tanguero el pasado 24 de marzo se trató de un “abrazo a las víctimas de la represión”. 

“Es la primera vez que marchamos todos los tangueros juntos. Esa unión -que es difícil entre distintos sectores de la sociedad- en un abrazo, fue muy sentida. Fue uno de los mejores abrazos que pude haber tenido en mucho tiempo”, reflexiona Joel quien marcha desde su juventud, “desde que empecé a tener conciencia de las cosas que no te cuentan en la escuela, cuando curtís la calle y sos parte de una sociedad”.

Para Victoria Bruno se trató de «un gran compromiso” Para ella, “sacar la danza a la calle es luchar por la identidad». «El tango es la identidad del pueblo argentino y pienso que se marchó abrazado al pueblo y a las madres», dice la docente quien participó en decenas de marchas con su familia, centros de estudiantes y gremios.

Un grupo de jóvenes saltan y cantan sin parar. Son los estudiantes del colegio Manuel Belgrano, escuela cuyos  alumnos fueron perseguidos, secuestrados y están desaparecidos. “Esos son mis hijos, están ahí, saltando” comenta risueña Ivana Piccolo señalando a los chicos del Belgrano. Para Ivana participar con los tangueros “fue estar con los míos y compartir de igual a igual”.

Ivana marcha hace ocho años y Guillermo Lima Krieger hace seis. Para él se trató de “ser parte de una voz colectiva”. “Una voz y un arte que, como otros, tantas veces fue callada. Desde el primer al último abrazo fue pura emoción”, remarcó el joven abogado y milonguero.

“Es la primera vez que participo en una marcha. Lo sentí mucho porque el tango también en cierto punto fue desaparecido. Fue muy censurado en esa época. La cultura también desapareció, y hay que reivindicarla y mostrarla” compartió Melina Risso, diseñadora y milonguera hace más de 10 años.

Las palabras de Melina abrieron la puerta para buscar bibliografía sobre el tango y la dictadura. Luego de visitar bibliotecas, librerías, consultar en san Wikipedia y buscar documentales, de consultar a referentes del movimiento, intelectuales, coreógrafos, músicos y milongueros, llegué a una brutal conclusión.  Poco registro hay sobre la coincidencia del ocaso del tango en el país en la década del setenta y la última dictadura cívico–militar. 

Tango y Dictadura

La censura

Es 1930 y Argentina respira la pólvora de las balas. José Félix Uriburu se convierte en el primero en quebrar las joviales alas de la democracia y saca a patadas al ya viejo presidente Hipólito Yrigoyen. Pero no fue hasta 1934 que un escuálido poeta con el ceño fruncido por el peso de vivir en la “década infame” bautiza la vida como un “Cambalache”.

Ese flaco que escribió los versos más políticos del tango, Enrique Santos Discépolo, fue censurado reiteradas veces. La última fue, justamente, por orden del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, en 1976, muchos años después de su muerte.

Pensar el tango en 1930 es anclarse en una Buenos Ayres sin departamentos en Recoleta o Palermo con muebles escandinavos de Ikea. Pensar el tango en 1930 son las callecitas empedradas con un farol a medio iluminar, son los cafés, las orquestas en la radio y en los cabarets.

Esa “Buenos Aires un poco a contramano”, esa ciudad cuyos vestigios sólo alimenta el recuerdo de algo que, hoy 2018, supo ser. El tango era un movimiento cultural en cuya cresta se encontraban todos y todas. El tango era el reflejo de la mixtura de los cuerpos gauchos y extranjeros fundidos en un abrazo en el patio de un conventillo, en un bulín de dos por dos.

Era tango el lunfardo, la manera de hablar, esa pose y ese andar con ayres a veces soberbios de compadrito mareado por las copas bebidas en la infinita noche porteña. El tango se alimentaba de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, y los habitantes de la ciudad de Buenos Aires se alimentaban del tango. La retroalimentación, la fotosíntesis, era casi un loop eterno cuasi perfecto.

Pero ese malhablado, ese canchero y chorro, ese chamuyero engrupido, malandra jailaife con fungyi que daba dique de su papusa. Ese compadrito con su lunfardo y ese tango, tenía que parar.

Taquito militar

Después del oscurantismo de los 30, y para no perder la costumbre, los militares volvieron a quebrar la democracia el 4 de junio de 1943. Diez días después del golpe de Estado ejecutado por Arturo Rawson, y a tan sólo siete de la asunción del presidente de facto Pedro Pablo Ramírez, se creó el Consejo Superior de Transmisiones Radiotelefónicas.

Dicho Consejo tuvo por encargo “mejorar la calidad de las transmisiones radiotelefónicas de todo el país, depurándolas de los vicios y defectos… para no descuidar ni un instante cuanto pueda afectar la cultura del país” (Resolución Nº6419 DR). Es decir, formar la cultura hegemónica con taquito militar.

Según Héctor Benedetti, en su libro Nueva historia del Tango (2015), con esta medida se oficializó “la censura del contenido de las canciones”.  Las obras eran sometidas a juicios y su destino final podía anclar en la aprobación, la observación con sugerencia de cambio o el rechazo. Las modificaciones eran hechas, generalmente, por los mismos autores. 

El gobierno de facto se ensañó con Enrique Santos Discépolo, pero para él esto no era nuevo. Ya en 1929 sus tangos “Chorra”, “Qué vachaché” y “Esta noche me emborracho” habían sido prohibidos.

Además, en la previa en 1933, se prohibió el lunfardo, ese “modismo que bastardea el idioma”. Pero, siguiendo la línea de Benedetti, la censura más fuerte llegó en 1943 ya que la producción de letras no sufrió tanto el embate de la censura durante los años 30. La canción «Tal vez será mi alcohol», con música de Lucio Demare y letra de Homero Manzi, fue quitada de circulación justamente en 1943 y reapareció bajo el nombre de «Tal vez sea su voz». Toda referencia al alcohol fue retirada.

Así funcionó la lógica represiva entre los artistas para poder seguir compitiendo en el mercado discográfico o bien, seguir cobrando regalías. Otros temas modificados: «Muchachos se armó la milonga» por «Muchachos comienza la ronda»; «Qué lindo es estar metido» por «Qué lindo es enamorarse»; «El bulín de la calle Ayacucho» por «Mi Cuartito»; «Los Mareados» por «En mi pasado».

Recomendación: buscar las letras en www.todotango.com, un gran reservorio para conocer las letras, partituras y artistas… el destrozo de la letra de «El bulín de la calle Ayacucho» roza lo ridículo. Amén de las nuevas tecnologías y (buena) conciencia de los musicalizadores, las versiones que actualmente se bailan son las otrora prohibidas.

“Para un género cuyo lenguaje se nutría del lunfardo, semejante mordaza significó un retroceso” esgrime el autor. Recién, casi siete años después de su llegada y transitando su segunda presidencia electa por el pueblo argentino, Juan Domingo Perón creó en 1953 una nueva Ley de Radiodifusión y las aguas se calmaron.

Pero llegaron los sesentas, la televisión, el rock and roll y las migraciones internas que despojaron a la ciudad de Buenos Aires de sus buenas costumbres porteñas y tangueras por las chacareras y las zambas del interior profundo.

El tango quedó con la ñata contra el vidrio. En un mal intento para recuperar a la juventud, los tangueros optaron por criticar a los jóvenes y sus nuevos gustos estéticos tildándolos de esquizofrénicos al bailar el rock and roll.

Durante los sesenta, el “Ángel” Ástor Piazzolla surgió como una cometa para interpretar eso que inclusive muchos tangueros rechazaron. Sus creaciones fueron bautizadas como “música de Buenos Aires”. No era tango. Era simplemente “música de Buenos Aires”. Y Piazzolla voló de acá, bien lejos.

El whisky y la noche eterna

El comienzo del ocaso comenzó durante la década del setenta. Roberto Goyeneche y algunas figuras que por su genialidad supieron destacar, como Rubén Juárez, no fueron suficientes para remontar el género… hasta hoy.

Con el regreso de la democracia en 1983, el tango también volvió en formato tango for export y en las milongas. Lo primero hace referencia a los cientos de artistas que dieron vuelta al mundo con producciones tangueras y anclaron en escenarios consagrados de Paris y Nueva York, presentando el tango como eso entre exótico y pasional, como identidad argentina. En cambio, las milongas remiten a la raíz popular del tango y se encuentran tanto en Tokyo como en Villa Carlos Paz.

“El tango será popular o no será nada” es una de las ideas que ronda la noche cordobesa, y también la porteña, por supuesto, por derecho de nacimiento y principal domicilio de residencia del movimiento.  “El tango es una forma de resistencia. Es cultura, nuestra cultura e identidad, y los jóvenes creo que buscan eso. Están enajenados… está la vida y me parece que uno encuentra un poco ahí, de ser como pueblo, como sociedad, encontrarse en ese abrazo”  comenta Joel el pasado sábado 24 tras marchar con el movimiento tanguero por primera vez.

Ya es de noche y la intervención tanguera terminó. Los parlantes se apagaron. El viento es cada vez más fresco, los músculos se relajan y las palabras de los referentes de distintas agrupaciones llegan desde el escenario como una brisa de esperanza junto al embriagador aroma del choripán.

Esta intervención marcó un precedente, tanto para los tangueros cordobeses como para quienes vieron a los locos y las locas marchar abrazados por la ciudad. “Hay veces que, con un abrazo, nos salvamos todos” leí escrito. El sábado 24 la ciudad de Córdoba se volvió un abrazo y nosotrxs la abrazamos.

*Por Sofía Jalil para La tinta. Fotos: Esteban Jofré.

Palabras claves: 24 de Marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, Dictadura Cívico-Militar, Tango

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