Elecciones en Costa Rica: el antes y el después
Las elecciones de Costa Rica han dado la victoria a Carlos Alvarado, del Partido Acción Ciudadana, abriendo una nueva etapa en el país.
Por Ana Marcela Montanaro para El Salto
Costa Rica, el país centroamericano que se vende como destino verde en Europa, eligió nuevo presidente. En segunda ronda electoral, Carlos Alvarado, periodista, candidato oficialista del Partido Acción Ciudadana (PAC), obtuvo un 60,7% de los votos emitidos contra el 39,3% de Fabricio Alvarado, del Partido Restauración Nacional, cantante de música cristiana, salmista, predicador y profeta evangelista. ¡Ganó la sensatez!
Ambos candidatos buscaron apoyos en los políticos que han machacado y han empobrecido a la gente, esos políticos cómplices directos del descalabro político de ese país. Actores del viejo bipartidismo corrupto y neoliberal de Liberación Nacional y la Unidad Social Cristiana, que gobernó el país más de cincuenta años.
En esta elección, los temas de la pobreza, desigualdad, el déficit fiscal, la infraestructura e incluso la corrupción cedieron al tema de los Derechos Humanos, tema que fue medular.
El Partido Restauración Nacional, en su lectura bíblica de los derechos los redujo a la verborrea fanática religiosa y fascista. Por su parte el PAC, desde la retórica de la democracia elitista y valle centralista de la formalidad, pensó y piensa, los derechos, desde el progresismo neoliberal, incapaz de crear comunidad y sin vocación transformadora e emancipadora.
De un lado y del otro, limitaron la discusión de los derechos humanos a las libertades individuales de la población LGTBI, los cuales por supuesto son derechos humanos que se deben garantizar, pero en dónde están los demás derechos igualmente humanos: vivienda, educación, salud, autonomía de los pueblos indígenas, alimentación, pensiones dignas, derecho al agua, al medio ambiente sano y el derecho de las mujeres a vidas libres de violencias.
La desigualdad de Costa Rica, es una de las mayores de América Latina. Ricos que viven en la mayor suntuosidad con altísimos ingresos y personas que viven en barrios marginales, en casas de latas, que pasan hambre y frío, sin acceso al agua potable, a la salud y educación pública de calidad que forme ciudadanas y no sólo mano de obra barata.
En un país, en que a las personas de las poblaciones indígenas se les trata como ciudadanas de segunda clase, se les queman sus casas y se despoja de sus territorios ancestrales. Sin acceso real y de calidad a la salud, educación y alimentación. En el completo olvido, los políticos de profesión les visitan cada cuatro años en busca de un voto, pero luego pasan de ellos. Vamos, no son considerados sujetos políticos.
Los migrantes son aproximadamente 421.697, representan un 8,69% de la población, pero no se les consideran ciudadanos y para muchos no son ni siquiera personas. Los nicaragüenses explotados laboralmente, violentados física y simbólicamente diariamente deben soportar el consabido “Nica hijo de puta” además de una persecución institucional constante.
Una gran mayoría de trabajadores de las plantaciones de piña, no tienen garantizado su derecho humano a las garantías laborales. Ante esta violación de derechos el Ministerio de Trabajo, cierra los ojos y da una palmadita de cariño a los empresarios.
El cultivo de la piña que se consume en Europa, provoca un deterioro ambiental, aunque también el país se vende internacionalmente como un destino “verde”, pero que aprueba la pesca de arrastre.
Campesinos sin tierra, que cuando luchan por tenerla y sembrarla, sin importar quien gobierne, son embestidos por los policías antidisturbios que los agarran a golpes. Comunidades que cuando defienden su derecho humano de acceso al agua, son reprimidos por la policía
La vida de las mujeres es menospreciada. En Costa Rica, al igual que en el resto de América Latina y en el mundo, el embate patriarcal capitalista y racista aumenta. En lo que va de año se han cometido alrededor de 10 feminicidios. La violencia, la desigualdad, acoso sexual laboral y callejero, las violaciones sexuales, trabajos precarios, la feminización de la pobreza, el sinnúmero de embarazos en niñas y adolescentes; el no reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos son también ejemplos de violencia, discriminación y no reconocimiento de los derechos las mujeres.
Quienes han gobernado el país no conocen de rendición de cuentas a la ciudadanía, pero sí saben muy bien de corrupción. Y esto también viola los derechos fundamentales.
Las cuestiones que reseño, y todas aquellas que faltan de enunciar, no las arreglará el recién electo presidente. Los resultados, aun frescos, del proceso electoral, deben llevar repensar y reimaginar Costa Rica, sin miedo a la transformación y transgresión. Sí, porque la política también es imaginación desde la acción.
Se abren retos políticos difíciles. Independientemente del triunfo de Carlos Alvarado, es apremiante trabajar y construir una comunidad diferente; que desde una nueva praxis política, incorpore las voces y presencias de las personas históricamente excluidas y silenciadas: indígenas, migrantes, mujeres empobrecidas, racializadas, campesinos sin tierra, población LGTBI y un largo etcétera.
Este proceso electoral desnudó al país. Lo puso de frente con la realidad. Es por ello que el resultado de esta segunda ronda electoral, conlleva la obligación de mirarse profundamente y muy adentro, levantar la alfombra vieja, sucia y pesada, enfrentar la violencia, racismo, misoginia, homofobia y corrupción estructural en la que se asienta el estado costarricense.
Urge repensar el país. Hay muchas Costa Rica, no una que se acaba en el Valle Central, la de la opulencia o la tan clase media, blanqueada y urbana. No es un país de los pueblos bucólicos de la yunta de bueyes, el trapiche y la señora de delantal moliendo maíz. No es Estados Unidos, tampoco Europa. Mucho menos la Suiza Centroamericana. Es un país que tiene particularidades y potencialidades, pero no es el país más feliz del mundo.
Salir de la burbuja, implica tomar conciencia que las playas no son solo para ir a tomar el sol y hacer ricos a los hoteleros que han arrasado las costas y a sus pobladores y que en concubinato con los políticos de toda la vida, han hecho de las costas un enorme, lujoso e impagable hotel, que deja sin agua a la gente.
Es defender la diversidad, ampliar la mirada y discurso de los derechos humanos, asumirlos, garantizarlos y vivirlos de manera crítica y cuestionadora. Derechos que deben ser protegidos con la misma intensidad con que se defiende el matrimonio igualitario.
Construir un proyecto político laico, nuevo, solvente y referente. Una opción política transgresora, fresca, feminista, sin paredes, construida desde abajo y con la gente, no para quienes hacen de la política su proyecto de vida.
Se requieren militancias comprometidas, hay que meterse a trabajar, en las zonas y sitios donde tienen presencia las iglesias pentecostales/evangelistas y donde el Estado ha tirado migajas para poner parches a la exclusión. Dar voz a quienes nunca han tenido voz.
No hay vuelta de hoja. El proyecto que representa Restauración Nacional, llegó para quedarse. Tienen congresistas, apoyos políticos y financieros. Hoy más que nunca hay que salir del ensueño de la pura vida, dejar de mirarse el ombligo, blanco y privilegiado. El integrismo religioso/fascista y neoliberal, en cualquiera de sus manifestaciones, se debe enfrentar con fuerza y entereza; sin medias tintas.
*Por Ana Marcela Montanaro para El Salto.