“Vivimos una fase cada vez más explícita de guerra civil”
Discípulo del legendario Bento Prado Junior, Vladimir Safatle es filósofo. Sus trabajos, desde su tesis de doctorado La pasión del Negativo: Lacan y la dialéctica (2006), se ocupan del cruce entre filosofía y psicoanálisis. Entre sus libros se encuentran Cinismo y falencia de la critica (2008), Lo que resta de la dictadura: la excepción brasileña (con Paulo Arantes, 2010), Una izquierda que no teme decir su nombre (LOM, 2012), El circuito de los afectos: cuerpos politicos, desamparo y el fin del individuo (2015) y Solo un esfuerzo más (2017)
Por Sergio Lirio en Lobo Suelto
—¿Vive Brasil una escalada fascista?
—Los últimos acontecimientos demuestran claramente que entramos en una fase cada vez más explicita de guerra civil. No hablo sólo de los tiros al omnibus del ex presidente Lula. El asesinato de Marielle Franco hasta ahora no mereció ningún tipo de respuesta de parte de las autoridades. No hay ninguna información, incluso después de la enorme conmoción causada por su muerte. Sorprende que Geraldo Alckmin, gobernador del estado más grande del país, y otros mandatarios naturalicen el atentado contra la caravana de Lula. Alckmin prácticamente dice que el expresidente se lo merece, ignorando completamente la diferencia entre la violencia simbólica de la política y la violencia real del exterminio.
—¿Qué o quién podría resolver este impasse?
—No hay solución a corto plazo. La sociedad brasileña camina hacia los extremos de la radicalización política. Y no veo otra salida. La cuestión es que hasta el momento sólo uno de los extremos se organizó, el campo reaccionario. El extremo progresista continúa preso a una cierta creencia en que existe un pacto de normalidad en la vida política nacional. Ese pacto terminó. La política nacional no está en una situación normal. Es necesario tener esto en cuenta y estar preparado.
—¿Esta falta de entedimiento de la realidad explicaría el hecho de que las manifestaciones espontáneas después de la muerte de Marielle no se hayan convertido en algo más efectivo y organizado?
—No existen actores políticos en Brasil que consigan expandir estas demandas y dar a ellas un carácter de explicación genérica de la situación nacional. La sociedad está en plena ebullición y las manifestaciones son todas espontáneas, como fueron las protestas del año pasado contra el gobierno de Michel Temer y la huelga general, que movilizó 35 millones de trabajadores. Pero faltan actores políticos que consigan sostener esa ebullición en el tiempo. Los partidos están degradados. Hay un déficit brutal de organización en el país. Toda esta fuerza, enorme, se pierde por completo.
—En general, en Brasil, momentos como este desembocan en soluciones autoritarias. ¿Existe ese riesgo?
—Sí, evidentemente. Es importante para la izquierda prepararse para todas las situaciones posibles. Siempre que hubo un retorno autoritario, la izquierda siempre fue la última en abandonar la esperanza en el Estado Democrático de Derecho. Se quedaba esperando por algo que ya no existía, mientras los reaccionarios organizaban la salida autoritaria. Es evidente que el fantasma flota en el aire. El año pasado, el general Hamilton Mourão habló explicitamente de un proyecto de golpe militar y no fue desmentido por sus superiores. Se crea una situación de tensión cada vez mayor. La elección, sabemos, va a ser una farsa, digna de la República Velha, en la cual se deja afuera a los candidatos que no se quiere que ganen. El pacto de democracia mínima en el país ya no existe más. No es casual que Temer acaba de decir que no hubo golpe en 1964, sino un movimiento consagrado por el pueblo. La declaración, inclusive, es falsa desde el punto de vista histórico. Estudios de opinión de la época mostraban que João Goulart sería el candidato más votado en las eleciones presidenciales. Es una falacia más en la tentativa de transformar en elección popular una decisión de las elites. Esta declaración elogiosa de Temer no es nada extraña.
*Entrevista realizada por Sergio Lirio, publicada originalmente en Carta Capital