Una mala racha

Una mala racha
15 febrero, 2018 por Redacción La tinta

Qué fácil sería poder decir que la pelota rueda sola pero la ejecución es mía y de ahí parte la confusión. Un día no pongo esmero y las cosas salen, fluyen. Al otro día me rompo pensando y elucubrando estrategias de juego, busco dentro de la cancha con esfuerzo tomar las mejores decisiones y la cabeza se traba, el mensaje no llega correcto a los pies. De repente me vuelvo obvia y me digo: es cuestión de respirar, de soltar.

Por Belén Diambra para La tinta

La defensora del lateral izquierdo me pasa la pelota. Estoy en mitad de la cancha y la recibo temerosa porque tengo dos delanteras contrarias acechándome la espalda. La freno con suela y la aguanto.

Doy medio giro hacia el arco rival y avanzo unos pasos con la pelota en el pie derecho. Finalmente, me interceptan las dos jugadoras.

De manera torpe, no por eso menos eficiente, tiro un auto-pase hacia adelante filtrándome entre ellas. Me encuentro casi de casualidad con la pelota de nuevo. Podría avanzar un poco más o patear e intentar reventar el arco a distancia. Avanzo. Ahora se me viene encima la defensora y todas mis compañeras están marcadas, no hay línea de pase. En una gambeta tímida, inclino mi cuerpo y pateo al arco.

La pelota hace un recorrido lejano y equivoco, pasa por arriba del travesaño unos tres mil kilómetros de distancia. Los siguientes intentos durante el partido fueron iguales o peores: Las pelotas no llegaban adonde quería que fueran. Como si entre mis pies, la cabeza, la intuición, la mirada, y mi intención hubiera un gran corto circuito. Pienso, ¿es una mala racha o casi siempre me pasa? Hay días en que la pelota parece autónoma, y cualquier indicación o intento de control se revela y hace la suya.

Qué fácil sería poder decir que la pelota rueda sola pero la ejecución es mía y de ahí parte la confusión: Un día no pongo esmero y las cosas salen, fluyen. Al otro día me rompo pensando y elucubrando estrategias de juego, busco dentro de la cancha con esfuerzo tomar las mejores decisiones y la cabeza se traba, el mensaje no llega correcto a los pies.


De repente me vuelvo obvia y me digo es cuestión de respirar, de soltar. En algún momento me encuentro disfrutando de nuevo, sintiendo, siguiendo la intuición, equivocándome también, pero siendo más constructiva con la auto-critica.


Córner para mi equipo. Pateo yo, digo por inercia. Agarro la pelota con la mano, me la llevo bajo el brazo, la apoyo suave en el vértice de la cancha. Miro la pelota, miro el arco, miro a mis compañeras y por último a la arquera rival que está lejos del primer palo. La pateo con la cara externa del pie y la pelota hace una comba lenta, al ras del piso, metiéndose en el primer palo: un gol olímpico, un gol poco colorido y confuso para todas. ¿Vale? ¿Entró? ¿Qué fue eso? El silbato indica que sí, un gol con todas las letras. Al volver a la mitad de la cancha para retomar el juego intenté responderme si fue intencional o casual. Una sabe cuándo quiere tirar un centro y la pelota se mete en el arco sin querer, pero esta vez coloqué una intención en mi cabeza y sin forzar de manera caprichosa el destino de la pelota respiré y solté el pie. El festejo fue de adentro hacia afuera. Volvió «la magia».

¡Qué alivio dejarse en paz y jugar!

*Por Belén Diambra para La tinta / Taller de escritura y lectura sobre fútbol «La música de los domingos»

Palabras claves: Fútbol Femenino

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