Ya no son nueve puertas, son diez

Ya no son nueve puertas, son diez
30 agosto, 2016 por Redacción La tinta
Ninguno de nosotros puede estar seguro de no ir a la cárcel. Hoy menos que nunca, el control policial de nuestras vidas diarias se hace más estrecho: en las calles y en las carreteras, sobre los extranjeros y los jóvenes, una vez más es un delito expresar una opinión; las medidas antidrogas están llevando a un incremento de las detenciones arbitrarias. Vivimos el signo de la garde à vue -detención por averiguación de antecedentes-. Nos dicen que los tribunales están empantanados. Podemos verlos. Pero ¿y si fuera la policía quien la hubiera empantanado? Nos dicen que las prisiones están sobrepobladas. Pero ¿y si fuera la población la que estuviera siendo sobreencarcelada? Declaraciones del Grupo de Información sobre las Prisiones (GIP), fundado por Michel Foucault con otras figuras de renombre en Francia a principios de los 70’

A 17 km desde el Centro de la Capital de Córdoba, ubicada en la zona rural que se extiende al sur de la ciudad, en el Departamento Santa María se encuentra la Comuna de Bouwer.

Esta comuna enfrenta diversos problemas ambientales, ocasionados por actividades industriales que tienden a relegarla al rol de “patio trasero” de la ciudad de Córdoba. En este ejido se encuentra el predio donde se realizaba hasta 2010 el enterramiento sanitario de la basura producida por la ciudad y existe un horno pirolítico donde se incineraban residuos patógenos.

En julio de 2005, el SENASA trasladó al predio de CRESE, en Bouwer, un cargamento de 12 toneladas de DDT y 400 L de otros plaguicidas, que había tenido durante 30 años en un barrio de la ciudad capital, en pésimas condiciones de almacenamiento.

jaulaEsta situación originó luchas de vecinos y autoridades de la localidad, temerosos por su salud, que obtuvieron la posibilidad de ordenar el traslado de los residuos peligrosos a Bélgica o a Francia para su tratamiento, pero debido al elevado costo de este procedimiento, dos meses después, fueron depositados en la planta de almacenamiento de la empresa Taym, en otro predio próximo, pero ubicado 2 km más al sur, fuera de la jurisdicción de Bouwer.

Por último, Bouwer sufre un problema común al de todas las pequeñas localidades ubicadas en áreas de producción de soja transgénica, que requieren cantidades de pesticidas, los que al ser administrados mediante fumigaciones aéreas, causan problemas físicos a los pobladores.

Así en esta “repartida de baraja de desechos” en 2003 se construyó en el ejido comunal de Bouwer una cárcel, el Complejo Carcelario “Reverendo Francisco Luchesse”, que depende del Servicio Penitenciario Córdoba del Gobierno Provincial, considerado de máxima seguridad, a la que en años posteriores se fueron agregando otras dependencias. Funcionan también cuatro módulos donde se alojan varones, una cárcel de mujeres y el Complejo Esperanza, para alojamiento de adolescentes en conflicto con las leyes penales.

17 km y nueve puertas nos separan de la libertad. Entramos al panóptico. Las puertas eléctricas tienen ese ruido contundente, que con el tiempo, se te hace costumbre y se asemeja al que sentimos a veces cuando entramos a algún almacén o farmacia, donde esperamos ese sonido para abrir la puerta de reja y poder pasar.

17 km y nueve puertas nos separan de la libertad. Ya estamos en el panóptico. Empezamos a experimentar un “Taller de Comunicación” en un contexto de situación de encierro o como nos dice G: – “Nada de esos términos rebuscados, estamos bien en cana acá”- casi al grito en medio del espacio de encuentro.

En la estructura arquitectónica de la Cárcel de Bouwer los espacios de “desarrollo humano” están delimitados. Entre pabellones, módulos, patio de visitas, fábrica de pastas y panadería se contempla también una estructura pentagonal más pequeña que es la Iglesia, allí dentro y desde la cúpula, hay otro ojo que vigila constantemente y no es precisamente el del Dios al que algunos van a alabar.

Como lauchas que deben ser dirigidas, los “presos” son gobernados por el panóptico como por dentro de un panal. Y mi elección por ese último término no tiene casualidad alguna.

Parecen sueltos en el espacio de libertad que contienen los pasillos, pero están vigilados constantemente, logrando que esa vigilancia se vuelva inconsciente –función principal de esta estructura- y convertir el laberinto en una construcción de reincidencia y resignación.

Quizá nos dan hoy vergüenza nuestras prisiones. El siglo XIX se sentía orgulloso de las fortalezas que construía en los límites y a veces en el corazón de las ciudades. Se maravillaba de no castigar ya los cuerpos y de saber corregir en adelante las almas. Aquellos muros, aquellos cerrojos, aquellas celdas figuraban una verdadera empresa de ortopedia social. A los que roban se los encarcela; a los que violan se los encarcela; a los que matan, también. ¿De dónde viene esta extraña práctica y el curioso proyecto de encerrar para corregir, que traen consigo los Códigos penales de la época moderna? ¿Una vieja herencia de las mazmorras de la Edad Media? Más bien una tecnología nueva: el desarrollo, del siglo XVI al XIX, de un verdadero conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez «dóciles y útiles». Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos, en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres: la disciplina. El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades: pero les dio un subsuelo profundo y sólido — la sociedad disciplinaría de la que seguimos dependiendo. Michel Foucault.

Nueve puertas cierran y abren el paso a la Escuela. También incluida en esta planificación arquitectónica, se convierte en otro espacio abierto/cerrado. El sol pega en el mástil con la bandera Argentina que flamea celeste mimetizándose con el cielo, del cual, los presos hablan hermosuras. Ya el cielo para mi tiene otra importancia. Ya no lo veo de la misma manera.

Entramos al aula, nuestro espacio de encuentro y desestigmatizamos la jerarquía de “aula tradicional” aquí se arma la ronda y planteamos la importancia del debate y la escucha.

En medio de la instancia de trabajo, J. dice que esta aula de 4 x 5 mt. en la que estamos todxs “es un espacio de libertad” y acto seguido pide que cerremos la puerta. jaula bower encierro

Ya no son nueve puertas, son diez.

Desde la ventana que no se abre, se ve a un policía mirar para ver “cómo está la cosa”. La libertad se siente tan fuerte acá adentro que hay silbidos y palabras que estaban reprimidas. La energía que contiene este espacio es inconmensurable, se vive el sentido de oportunidad, no más restricción a la que ya tienen, no más actitud represivo-correctora en el encierro.

Los “desechos humanos” aquí se representan sin tapujos. Los presos son tratados como desechos, trasladados a convivir al lado de los basurales de la sociedad. Fiel representación del no queremos vernos espejados. Barridos a las periferias. Estos privados de libertad son consecuencia de nuestra sociedad, salen del mismo lugar que habitamos nosotros. No podemos considerar que el encierro sea la última piedra del eslabón del progreso humano. Más bien es la primera. La reinserción en sociedad es un trabajo de todos. Al menos lo primero sería creer que existe posibilidad.

Libertad y encierro.

Suena recitada “la novia blanca” de La Mona. El propio funcionar del sistema carcelario pareciera querer adormecer esos cerebros. La educación, estimulación, motivación, en el encierro es un arma de luz blanca pero la pérdida de dignidad, privacidad y del sujeto mismo termina siendo el método de corrección y coerción.

“Hay algunos compañeros que prefieren quedarse en las celdas, que les den papel higiénico, jabón y listo… yo a esos les digo que vengan, que se acerquen a este espacio de diálogo, de noticias del afuera, oír y ver que hay algo distinto”, dice J. cuando les – y nos – preguntamos que esperan de este espacio de comunicación.

La catarsis inunda el aula y las ganas de monopolizar la palabra por algunos de los compañeros son inevitables. En la dinámica de grupo ellos mismos van jugando con la libertad del contexto. Estamos en zona de paz, zona liberada, blanca. Uno no puede evitar preguntarse dónde están los límites. Los muros no pueden ser las demarcaciones donde los Derechos Humanos se transformen en Desechos Humanos.

Las cárceles hoy se alejan de su rol de espacio de rehabilitación social y se encuentran enredadas en una trama muy compleja de mero disciplinamiento social, pérdida de dignidad y represión. Sobre todo en los presos más “pobres” en contraposición a los pabellones “VIP” donde cumplen sus condenas los genocidas o los delincuentes de “guante blanco”. Hay sobrepoblación carcelaria y las políticas de seguridad de gobierno apuntan a fortalecer esta dinámica. Pudimos verlo en las razias policiales que se sucedieron entre abril y mayo en nuestra ciudad. Hay preguntas que quedan abiertas. Hay lugar para debates extensos.

Por Laura Sosa Micheli, para Laucha

 

Palabras claves: carcel, Cárcel de Bouwer, justicia

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