«Soy un revolucionario y un optimista»
Jalal Muntaqim, miembro de los Panteras Negras, lleva 45 años como preso político vagando por las cárceles de los Estados Unidos.
La penitenciaría de Attica, construida al noroeste del estado de Nueva York, a 570 kilómetros de la capital, entre las ciudades de Buffalo y Rochester, quedó famosa por una sangrienta rebelión, en septiembre de 1971. Los detenidos tomaron el establecimiento y 42 funcionarios quedaron rehenes. La policía estatal, sobre el comando del gobernador Nelson Rockefeller, invadió el predio, actuando sin piedad. Cuando la batalla terminó, los cuerpos de 33 prisioneros y 10 carceleros se extendían por los patios y las celdas, además de incontables heridos. La revuelta había sido provocada por el asesinato del militante negro George Jackson, encarcelado en San Quintin, California, dos semanas antes. Una seguidilla de levantes penitenciarios sirvió de respuesta a la brutalidad policial.
Sus muros grises, levantados en los años 30 del siglo pasado, a partir de entonces pasaron a proteger a uno de los más seguros y vigilados núcleos carcelarios del país. Pasaron por sus instalaciones innumerables asesinos seriales, jefes mafiosos y notorios criminales, a ejemplo de Mark Champman, condenado por el homicidio de John Lennon. Attica continuó siendo a lo largo del tiempo en uno de los destinos de los principales activistas vinculados a los Panteras Negras y otras organizaciones revolucionarias.
Actualmente allí esta encerrado uno de estos militantes: Anthony Bottom, rebautizado Jalal Muntaqim cuando se convirtió al islamismo, a inicios de los años 70.
El anuncio de su nombre provoca risas tensas, aunque mudos, entre los funcionarios penitenciarios. El oficial que conduce al periodista para el interior del presidio, sin embargo, no contiene su bilis. “Vino a entrevistar a asesino de policías?”, pregunta gentilmente. “Cuidado, el tipo parece buena gente, pero es muy peligroso”.
El resto de la caminata, hasta un amplio salón de visitas, fue cubierto por el silencio, quebrado apenas por instrucciones sobre cómo funciona la entrevista y algunos comentarios sobre la organización de la prisión. Muntaqim apareció dos horas después. El encuentro se había atrasado, como era de esperar, por cuenta de una breve rebelión en el ala donde cumple pena. Vestido con blusa polo y gorro blanco, pantalón verde musgo, ni siquiera su barba gris revela sus 64 años, escondido por permanentes ejercicios físicos y una gran sonrisa que aparta las ideas de sufrimiento. Pero los registros son implacables: está recluído desde los 19 años, hace casi medio siglo, más que Mandela y otros legendarios sentenciados. El único correligionario con más tiempo en la cárcel es Romaine “Chip” Fitzgerald, viviendo en calabozos desde septiembre de 1969.
Bisabuelo
“Cuando fui preso, mi novia estaba embarazada de tres meses y hoy soy bisabuelo”, recuerda de forma alegre, más como un hecho que como un lamento.
Pasó por todas las penitenciarias estatales de seguridad máxima, además de pasar algún tiempo en la cárcel de California. Respondió a cuatro procesos y sufrió dos condenas, una de ellas ya vencida.
El caso mas grave fue la acusación de haber matado a dos policías neoyorquinos durante un tiroteo, en mayo de 1971, en la compañía de Albert Washington, ya fallecido, y Herman Bell, también encarcelado desde aquella época.
Recibió, en la primera instancia, sentencia de prisión perpetua, pero con el derecho de pedir libertad condicional después de 25 años.
Terminó teniendo que esperar más de 30 años por la oportunidad de este beneficio, por haber sido transferido para San Francisco en razón de un proceso que terminó, tras casi cinco años, con un acuerdo sin cumplimientos de pena.
Podría estar en la calle desde el 2002, pero ocho veces su pedido de libertad condicional fue negado. Siempre que es marcada una audiencia para analizar su progresión de pena, la asociación de los policías se moviliza contra, recluta familiares de las víctimas y convoca el apoyo de la prensa más conservadora, sumándose a la fiscalía y a la dirección del sistema penitenciario.
“El Estado es vengativo”, afirmó Muntaqim. “El objetivo es demostrar que cualquier acto de rebelión, sus denuncias, sin embargo, van más allá. En los Estados Unidos, será derrotado y jamás olvidado”.
Sus denuncias, sin embargo, van más allá. No se trataría sólo de la interdicción a eventuales beneficios, sino de una trama conducida desde su prisión.
El principal testigo de la acusación, un militante de los Panteras Negras llamado Ruben Scott, habría incriminado Muntaqim y sus compañeros después de intensas torturas. Cerrando el juicio en primer instancia, reconoció esas circunstancias. Aún así, su declaración fue revalidada y negado el pedido de nuevo juzgamiento.
Declaraciones de otras tres personas, según la defensa de los reos, también habrían sido arrancadas bajo presión.
Peritos balísticos del FBI determinaron que las armas con la cual Muntaqim fue preso, en San Francisco, no era la que había sido supuestamente usada en la muerte por la que fue acusado. Ese parecer fue sustituido por otro, de la policía neoyorquina, ofreciendo conclusión opuesta, y desapareció de las providencias durante la apelación.
Bastidores
Grabaciones actualmente alojadas en los archivos de la biblioteca de Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos entre 1968 y 1974, revelan un poco de los bastidores de aquel momento.
Entre las cintas grabadas, se cuenta el registro de reuniones en la Casa Blanca, cinco días después de los homicidios en Nueva York, en el cual el caso fue apodado de NEWKILL. Estaban presentes el director del FBI, J. Edgar Hoover, y el mandatario norteamericano, acompañado por asesores de seguridad nacional.
El presidente ordenó, entonces, que la policía federal se encargue de solucionar el crimen, a pesar de su carácter local. Muchos sospechan que la orientación trazada haya sido aprovechar el episodio, como otra en el mismo período, para golpear a los Panteras Negras y llevar sus militantes a la prisión.
Así comenzó la saga carcelaria de Jalal Muntaquim.
Nacido en Oakland, California, venia de una familia de clase media. Su padre era programador de computadoras. La madre, secretaria, participaba de movimientos por los derechos civiles y seguía el pacifismo de Martin Luther King Jr.
“Mi padres eran adeptos a la no violencia y criticaban a los grupos más radicales”, recuerda con humor. “Los viejos hacían parte de la burguesía nacionalista negra”. Esta condición social le permitió acceder a una buena educación. Completó el curso primario con honores, ganando beca para una escuela secundaria bastante conceptuada en el enseñanza de matemática y ciencia. Uno de sus monitores fue John Carlos, el campeón de los 200 metros en los Juegos Olímpicos de México, en 1968, cuya foto con el puño rígido, junto a su colega Tommy Smith, se transformaría en una imagen legendaria de la resistencia antirracista.
A los diez y ocho años, ya vinculado en la lucha por los derechos civiles, ingresó a la facultad de ingeniería de la Universidad Estatal de San José. Se transformó en uno de los portavoces de la Unión de los Estudiantes Negros y también se dedicó al trabajo social en comunidades pobres. Sus ideas serían estremecidas, como las de muchos jóvenes de su generación, el día 4 de abril de 1968, cuando Luther King fue víctima de un disparo mortal, en Memphis, en Tennessee.
“Perdí cualquier esperanza que los negros pudiesen luchar sin apelar a la autodefensa, sin responder a la violencia policial y de los grupos racistas”, recuerda. “Aún no tenia 17 años, pero decidí inscribirme en los Panteras Negras, para el disgusto de mi madre”.
Muntaqim, la verdad, iría más allá. Apenas un adolescente, aceptó participar del brazo armado de la organización, que más tarde sería conocido como Ejército Negro de Liberación. “Nuestro papel era hacer la seguridad de las sedes partidarias, combatir traficantes en los barrios negros, enfrentar a la policía y obtener recursos financieros a través de expropiaciones bancarias”, esclareció, con gestos marcados y voz pausada, tomando cuidado con sus palabras. “Había una guerra en curso y teníamos derecho de actuar con los mismo recursos de nuestros enemigos”.
Prisión
Los tiempos de libertad terminaron el 28 de agosto de 1971, al ser detenido por la tentativa de homicidio contra un policía de San Francisco, en un enfrentamiento típico de escalada represiva que tenía en la mira a los Panteras.
Preso con Washington y Bell, los tres rápidamente se tornaron la elección preferida, a los ojos del FBI y de la policía de Nueva York, para responsabilizar sobre el crimen ocurrido, tres meses antes, en la gran ciudad del este. Casi cuatro décadas pasaron. Habiendo atravesado en cautiverio más del doble de su vida en las calles, Muntaqim se formó en psicología y sociología, antes que fuese cortado el programa de enseñanza universitaria para condenados a prisión perpetua.
También escribió novelas, ensayos y poemas, algunos de ellos reunidos en el libro “Escaping the prism, fade to black”, lanzado en agosto del 2015. Más que nada, se dedicó a luchar por los derechos de los presos, dentro y fuera de las cárceles donde era enviado. Recibió innumerables sanciones, generalmente largos períodos en confinamiento solitario.
Con sus cartas y manifiestos, se tornó el principal promotor del movimiento de solidaridad con los presos políticos en la sociedad norteamericana. Una apelación firmada por Muntaqim llevó al Movimiento Jericó, en 1998, cuando millares de activistas protestaron, delante de la Casa Blanca, contra esa herencia maldita de los años rebeldes. “Yo me empeñé en construir un existencia dentro de la prisión, manteniéndome políticamente activo, como fuese posible”, afirma. “La prisión te hace descubrir flaquezas y conocer lo mejor del enemigo. Se aprende a sobrevivir en las peores situaciones, a ser paciente y determinado”.
Muntaqim tiene la costumbre de recibir la visita de su hija, sus dos nietos y de los bisnietos, además de amigos y correligionarios. Pero jamás tuvo en sus manos un celular, navegó en Internet o interaccionó en las redes sociales.
“Soy un dinosaurio”, reconoce, un poco desanimado. “Hace décadas acompaño las novedades por el cuaderno de tecnología del New York Times. Puede apostar: conozco la teoría de los principales inventores, hasta de aquellos que aún no están en el mercado”.
La entrevista va llegando al final. Dos últimas preguntas. Una es cuál es la primera cosa que te gustaría hacer si volviese a la calle.
“Pasear con mi hija, nietos y bisnietos”, responde sin titubear. “Después, pasar unos días con una bella mujer. Encontrar un gran amor, retomar trincheras de lucha contra la pobreza y la opresión”.
La segunda cuestión es si tienes esperanza de ser liberado.
“Soy un revolucionario y un optimista”, responde con una gran sonrisa. “Ellos no me quebraran, un día seré libre nuevamente”.
Fuente: Zur pueblo de voces