¿Neoliberalismo y democracia?
¿Es posible un proyecto neoliberal democrático? Un esbozo de respuesta a un problema para quienes enfrentan al macrismo en Argentina.
Por Lucas Villasenin para Notas
Los primeros pasos que cambiaron el poder
Hay acuerdo en los estudiosos del capitalismo que las décadas de los ’70 y los ’80 dieron lugar a una nueva fase. El “neoliberalismo” denominó a un nuevo periodo en el despliegue histórico de la lógica del capital.
Para diferenciarse del liberalismo como filosofía política de la modernidad, la nueva forma de dominación del capital no mostró cuidado alguno por la democracia.
El golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet en Chile en 1973 contra el presidente Salvador Allende fue el primero de los casos que marcan la racionalidad neoliberal. “Si hay que elegir entre sacrificar la economía o la democracia, hay que sacrificar la democracia” decía entonces el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger.
El ejemplo chileno constituyó una regla de cómo emergía la nueva forma del capitalismo. En Argentina con la última dictadura cívico-militar tuvimos otro ejemplo. El antagonismo entre neoliberalismo y democracia no era cuestión de los países considerados del “tercer mundo”. Margaret Thatcher como una de las principales referencias mundiales del proyecto no sólo abundó en prácticas anti-democráticas sino que hasta los últimos días de su vida pidió por la liberación del genocida Pinochet.
Del hard power al soft power
En la década del ‘90 con la caída de la Unión Soviética, se impondrían cambios en los métodos de cómo el poder neoliberal despliega su dominación. La “democracia” y la “economía” ya no necesitaron presentarse antagónicamente como lo fueron para Kissinger y Pinochet en 1973.
Democracia y neoliberalismo parecían una pareja perfecta en términos ideológicos en una época en la cual se habían derrumbado los regímenes políticos que proclamaban un horizonte anti-capitalista. Por otro lado quienes cuestionaban el sistema asumían un rechazo por el significante de una palabra tan importante como “democracia” o buscaban resignificar “otro tipo” de democracia (como el caso del zapatismo).
También una nueva forma de luchar contra el poder de quienes amenazaban sus aspiraciones se impondría. Hoy se pueden estudiar en aportes de teóricos como los Joseph Nye (en su libro The soft power, 2004), Gene Sharp (De la dictadura a la democracia, 2003) o el más reciente de Srdja Popović (Cómo hacer la revolución, 2016) sobre cuáles son las prácticas sistemáticas para derrotar a cualquier gobierno que cuestione el orden neoliberal. La mayoría de las mismas tienen origen en herramientas utilizadas para propiciar la desintegración de la URSS a fines de los 80´.
Los contras en Nicaragua en los ‘80, los separatismos en la ex Yugoslavia o la guerra híbrida que hoy se desarrolla en Venezuela ejemplifican nuevos métodos de lucha y concepciones del poder que se desarrollaron. La novedad es que los parteros del orden neoliberal no se permiten dejar jamás que el significante “democracia” quede del otro bando.
Aunque estén luchando contra gobiernos que se cansan de ganar elecciones o resignifiquen la democracia propiciando la participación de las mayorías y respeten los derechos cívicos de las minorías, la teoría del poder blando consiste en mostrar que mientras no haya orden neoliberal no hay democracia. Aunque los grupos que practican esas teorías del poder se asocien a grupos paramilitares, promuevan atentados o no respetan resultados electorales, su lucha siempre será “pacífica” y “democrática”.
Las crisis del neoliberalismo y la democracia
El siglo XXI amaneció con una crisis del neoliberalismo en varios países de América Latina. Nuevos gobiernos elegidos por el voto popular se plantearon como una tendencia contra-hegemónica. Pero el poder neoliberal no se desmonta con un gobierno o con medidas económicas. Para saberlo sólo hace falta acordarse del dictum de Margaret Thatcher: “La economía es el método, el objetivo es el alma”.
Muchas de estas prácticas del “poder blando” fueron y son aplicadas contra gobiernos anti-neoliberales. En algunos casos lograron éxito sustentados en una notable renovación política (como Argentina), en otros reventaron el sistema político y tienen un futuro muy incierto (como en Brasil) y en otros aún no lograron derrotar gobiernos como en Bolivia y Venezuela.
La crisis del neoliberalismo en Estados Unidos en 2007 fue sucedida de estallidos políticos muy diversos. Las “primavera árabe”, las rebeliones anti-austeridad en países como España o Grecia o el fenómeno Ocuppy Wall Street entre otros casos. Sin importar que el gobierno de ese lugar fuera elegido por el voto popular o fuera un dictador, sin importar qué religiones se practicaran o qué ideas político tuvieran, en todos los casos la demanda de más democracia fue el eje aglutinador de las luchas.
Macrismo o democracia
En Argentina en 2015 han llegado al gobierno quienes se proponen relanzar el proyecto neoliberal en Argentina. Fue la primera vez que lo lograron sin hacer un golpe de Estado o colonizar la dirección de un partido tradicional.
Las credenciales democráticas del macrismo a casi dos años de gobierno son tan escasas como las del proyecto que sustenta. Milagro Sala como presa política es el primero de los escándalos para la democracia que hay para mencionar. El encubrimiento de las fuerzas de seguridad involucradas en la desaparición de Santiago Maldonado por parte del Ejecutivo también revientan cualquier utopía democrática sobre el gobierno.
Desde el nombramiento de jueces de la Corte Suprema por decreto en diciembre de 2015 hasta los anarco-policías que se infiltran y producen incidentes en las masivas movilizaciones en los últimos días contamos con sobrados ejemplos de cuál es el camino del gobierno.
Su eje de combatir al “narcotráfico” se extendió a combatir a las “mafias” y bajo el rótulo de “mafia” se agrupa a combatir a quienes rechazan su proyecto. Desde el sindicalista Juan Pablo “Pata” Medina hasta el presidente del principal bloque opositor en la Cámara de Diputados Héctor Recalde indistintamente.
Aristóteles, que rechazaba la democracia y tenía un concepto excluyente de ciudadanía en su Política, consideraba dos cosas útiles teóricamente al respecto: 1) “Hay democracia cuando la masa de ciudadanos detenta el poder soberano”; y 2) “Un ciudadano en sentido estricto por ningún otro rasgo se define mejor que por participar en la justicia y en el gobierno”.
Como lo demuestra Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI, durante los últimos 40 años el neoliberalismo se caracteriza por una concentración de capital patrimonial sin precedentes. La concentración de poder (económico, político y mediatico-cultural) en minorías atenta en sus fundamentos contra cualquier soberanía en manos de los ciudadanos. Sus intelectuales orgánicos hacen lo imposible por negarlo y hace tiempo luchan por la apropiación simbólica de la “democracia”. No le regalemos esa denominación, no le hagamos el trabajo fácil, no lo merecen.
*Por Lucas Villasenin para Notas