En el camino, la obra definitiva de la generación Beat
On the Road, “En el Camino” en español, es una novela escrita por Jack Kerouac, publicada por primera vez en 1957. Un manifiesto de la juventud desarraigada y rebelde.
Por Manuel Allasino para La tinta
El estilo de vida y las actitudes de la generación Beat fueron esencialmente, experimentos primigenios que condujeron a la revolución cultural de los sesenta, y entre la literatura que ha producido la contracultura, ninguna obra es tan vibrante, contundente y original como la de Jack Kerouac.
En el Camino es una novela en parte autobiográfica, escrita como un monólogo interior y está basada en los viajes que Kerouac y sus amigos (Allen Ginsberg, Neil Cassady, William S. Burroughs), hicieron por los Estados Unidos y México entre 1947 y 1950. Una pandilla de ángeles olvidados, elegantes cocainómanos y eternos perdedores que, liderados por el lisérgico y maniático Dean Moriarty, persiguen una estrella fugaz tras otra, al ritmo de feroces y maratónicas sesiones de jazz, alcohol y drogas.
Es la explosión creativa que catapultó a Kerouac, quien llegó a ser comparado con Charlie Parker por el frenético estilo de improvisación con que desarrolla los hechos.
La novela comienza presentando al impulsor de la mayoría de las aventuras, Dean Moriarty, pseudónimo de Neal Cassady. El narrador es Sal Paradise, álter ego de Kerouac, fascinado por su ecléctico grupo de amigos, por el jazz, por los paisajes de Norteamérica y por las mujeres.
“La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”.
La ciudad de Nueva York es el punto de partida de la aventura, donde Sal Paradise conoció a Carlo Marx, sobrenombre de Allen Ginsberg. Sal define a Carlo como el estafador poético y doloroso de mente oscura. San Francisco, en California, será la meca inicial de los viajes. La ciudad de Denver, en el estado de Colorado, será uno de los puntos de la novela que oscila entre Nueva York, San Francisco y Ciudad de México.
“Sólo tenía que mantenerme en la 6 todo el camino hasta Ely, me dije, y me puse en marcha tranquilamente. Para llegar a la 6 tenía que subir hasta Bear Mountain. Lleno de sueños de lo que iba hacer en Chicago, en Denver, y por fin en San Francisco, cogí el metro en la Séptima Avenida hasta final de línea en la calle 243, y allí cogí un tranvía hasta Yonkers; en el centro de Yonkers cambié a otro tranvía que se dirigía a las afueras y llegué a los límites de la ciudad en la orilla oriental del río Hudson. Si tiras una rosa al río Hudson es sus misteriosas fuentes de los Adirondacks, podemos pensar en todo los sitios por los que pasará en su camino hasta el mar… imagínese ese maravilloso valle del Hudson. Empecé a hacer autostop. En cinco veces dispersas llegué hasta el deseado puente de Bear Mountain, donde la Ruta 6 cruzaba el río, torcía y trazaba un círculo, y desparecía en la espesura. Además de no haber tráfico, la lluvia caía a cántaros y no había ningún sitio donde protegerme. Tuve que correr bajo unos pinos para taparme, no sirvió de nada; me puse a gritar y maldecir y golpearme la cabeza por haber sido tan idiota. Estaba a setenta y cinco kilómetros al norte de Nueva York; todo el camino había estado preocupado por eso: el gran día de estreno sólo me había desplazado hacia el norte en lugar de hacia el ansiado oeste. Ahora estaba colgado en mi extremo norte. Corrí medio kilómetro hasta una estación de servicio de hermoso estilo inglés que estaba abandonada y me metí bajo los aleros que chorreaban. Allí arriba, sobre mi cabeza, el enorme y peludo Bear Mountain soltaba rayos y truenos que me hacían temer a Dios. Todo lo que veía eran árboles a través de la niebla y una lúgubre espesura que se alzaba hasta los cielos”.
El personaje de Sal Paradise cree que América ha perdido el alma con su materialismo. Tiene profundas inquietudes espirituales y espera que Dios le muestre su rostro. Pero el punto central de la novela es precisamente el camino, ya sea haciendo autostop en las diferentes carreteras (las Rutas 6 y 66) o en trenes de carga de las líneas Missouri Pacific, Great Northern, Rock Island. El camino que narra Kerouac es una forma de vida que desconoce lo convencional, donde los amores eternos quedan atrás.
“El gran Chicago resplandecía rojo ante nuestros ojos. De repente nos encontrábamos en Madison Street entre grupos de vagabundos, algunos tumbados en la calle con los pies en el borde de la acera, y otros cientos bullendo a la entrada de los saloons y callejas. ¡Vaya! ¡Vaya! Mira bien Sal, porque el viejo Dean Moriarty quizás esté por casualidad este año por Chicago. Dejamos a los vagabundos en esta calle y seguimos hacia el centro de Chicago. Tranvías chirriantes, vendedores de periódicos, chicas guapas, olor a comida y a cerveza en el aire, neones haciengo guiños. Estamos en la gran ciudad, Sal. ¡Maravilloso! Lo primero que teníamos que hacer era aparcar el Cadillac en un sitio oscuro y lavarnos y vestirnos para la noche. Calle adentro, frente al albergue juvenil, encontramos una calleja entre edificios de ladrillo rojo y allí dejamos el Cadillac con el morro en dirección a la calle y listo para salir, después seguimos a los chicos hasta el albergue juvenil, donde cogieron una habitación y nos dejaron utilizar los servicios durante una hora. Dean y yo nos afeitamos y nos duchamos. Me cayó al suelo la cartera en el vestíbulo, Dean la cogió y ya se la iba a guardar cuando se dio cuenta de que era nuestra y se quedó muy decepcionado. Después dijimos adiós a los chicos, que estaban muy contentos de haber llegado enteros, y salimos a comer algo a una cafetería. El viejo Chicago pardo con sus extraños tipos medio del Este, medio del Oeste yendo a trabajar y escupiendo. Dean se quedó en medio de la cafetería rascándose la barriga y mirándolo todo. Quiso hablar con una extraña negra de edad madura que entró en la cafetería con una historia de que no tenía dinero pero sí bollos y quería mantequilla para ellos. Había entrado moviendo mucho las caderas y la pusieron inmediatamente de patitas en la calle”.
Jack Kerouac, con esta novela, describió un modo de vida al margen de toda formalidad; las leyes sólo eran las de la diversión, la locura y la libertad. Narró los sueños, inquietudes y anhelos de la generación Beat.
*Por Manuel Allasino para La tinta.