El gol del caradura
«¿La va a agarrar? ¿Va a patear el tiro libre él? ¡Qué caradura!», repite la hermana mayor del joven 5. Con el partido empatado 2 a 2 y la presencia del DT de la Selección, Sol Sánchez Miño no lo puede creer. Es agosto de 2012 y la pasión anuda la garganta. La hincha y la familia apretujan el corazón. “Es al único jugador de Boca que insulto abiertamente durante los partidos y en reiteradas oportunidades”, se autoconfiesa en otro hermoso relato que nace desde el taller de lectura y escritura sobre fútbol «La Música de los Domingos».
Por Sol Sánchez Miño
Goles inolvidables en la vida de una hincha de fútbol hay muchos. Como fanática de Boca el primero que se me viene a la mente es el de Martín Palermo “en muletas” contra River por los cuartos de final de la Libertadores del 2000; un gol que remató la serie y desató la locura de la Bombonera completa. Otro gol inolvidable es también de Palermo y también por la Libertadores pero contra el Cúcuta y en el 2007. Aquel día había tanta neblina que desde la tribuna no se llegaba a distinguir si el centro al área había terminado efectivamente en gol. El grito y la avalancha posterior fueron confirmación suficiente.
Sin embargo, si tengo que pensar en el gol que más me emociona inmediatamente me veo sentada en la platea baja de la cancha de Boca, justo en la misma línea del punto penal del arco que ocupa Hilario Navarro. Ahí, en el lugar donde ubican a los familiares de los jugadores.
Es miércoles a la noche y Boca disputa un lugar para entrar a la Copa Sudamericana contra Independiente. La cancha está llena, hasta vino el técnico de la Selección argentina, Alejandro Sabella. En el minuto 76, cuando el partido va 2 a 2, el árbitro da un tiro libre para Boca en la puerta del área. Lo veo a Juan enfilar hacia donde está la pelota. ¿La va a agarrar? ¿Va a patear el tiro libre él? La miro a mi vieja. “¡Qué caradura!”, no sé si lo pienso o lo digo.
El que está adentro de la cancha es mi hermano menor y no es especialista en tiros libres, ni mucho menos. Desde su debut en primera división nunca tomé real dimensión de la situación, ni de sus capacidades como futbolista. Nuestra relación no cambió, siempre fui la primera en criticarlo. Creo que es un mecanismo para no ponerme nerviosa. Es al único jugador de Boca que insulto abiertamente durante los partidos y en reiteradas oportunidades, pero claro, él de esto no se entera. “¡Qué cara dura!”, repito, ahora sí, en voz alta.
Y sí, parece nomás que Juan es el que va a patear el tiro libre. El pibe está con los brazos en jarra como esperando al colectivo, parece que no se da cuenta que está en el medio de una Bombonera repleta. Creo que los jugadores “criados” en Boca nunca toman real dimensión de lo que significa jugar en esa cancha, si lo hicieran, no sé si les sería posible desenvolverse tan naturalmente.
El árbitro marca la distancia de la barrera. Se aleja lo suficiente de la jugada y pita.
En la tribuna mi sobrino duerme casi desde el principio del segundo tiempo y ni se imagina lo que pasa a su alrededor. Mi vieja se tapa la cara, no quiere mirar. Los hinchas que nos rodean están expectantes. Yo sigo incrédula.
Son tres segundos, dos pasos y un tiro.
Juan, mi hermano menor, el que lleva la 5, patea con zurda al palo más alejado del arquero, ese que cubría la barrera. La pelota vuela con rosca, por arriba de los adversarios y se mete casi a media altura envolviéndose en la red del costado del arco. Tal vez Hilario Navarro podría haber hecho algo más para evitarlo, pero ya es tarde.
¡Gol!
Gol de Boca, gol en la Bombonera, gol de tiro libre, gol a Independiente, gol que grita la 12.
Gol de Juan. Gol del caradura.
* Por Sol Sánchez Miño / Taller de escritura y lectura sobre fútbol «La Música de los Domingos«