Julio Cortázar: los caminos del escritor
El 26 de agosto se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento del autor de “Rayuela”, en un agosto europeo azotado por la guerra.
Por Martín Espinoza y Jazmín Jimenez para La izquierda diario
Ha pasado casi un mes desde que el Imperio Austro-Húngaro le declarara la guerra a Serbia. Es la hora del cambio brusco de época. Arranca el Siglo XX. Comienza la Primera Guerra Mundial. María Herminia Descotte da a luz a un pequeño que llamará Julio Florencio. Pero es agosto, 26 de agosto de 1914. Es el distrito de Ixelles, al sur de Bruselas. Mientras María Herminia está pariendo a quien sería uno de los escritores de habla hispana más brillantes del siglo pasado, retumban en sus oídos los sonidos de la artillería. Son las tropas alemanas que invaden la capital belga.
Así lo recordó el propio Julio Cortázar, según le contó su madre. La familia se había instalado en Bélgica ya que su padre, Julio José Cortázar, trabajaba para la embajada de Argentina en ese país como agregado comercial. “Mi nacimiento fue un nacimiento sumamente bélico, lo cual dio como resultado a uno de los hombres más pacifistas que hay en este planeta”, ironizó Cortázar durante una entrevista realizada en 1977 por el periodista Joaquín Soler Serrano para la Radio y Televisión Española (RTVE).
Banfield
Tras pasar por Suiza y Barcelona, los Cortázar volvieron a la Argentina en 1918, al finalizar la guerra. Es así que Julio Cortázar pasó el resto de su infancia en Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, junto a su madre, una tía y Ofelia, su única hermana (un año menor que él). Su padre se fue de la casa siendo él muy pequeño y nunca más lo volvió a ver. Las dificultades económicas estuvieron a la orden día a lo largo de toda la infancia y la juventud de Cortázar, impidiéndole posteriormente realizar estudios universitarios, aunque pudo obtener un título terciario que le permitió ejercer como profesor de secundario en Bolivar y Chivilcoy.
Cortázar describe al Banfield de su infancia como «un pueblecito, que en esa época era realmente un pueblecito casi de campo a media hora de Buenos Aires, media hora de tren y que ahora ya está unido a Buenos Aires como pasa en el proceso de todas las grandes ciudades. Es ese tipo de barrio que tantas veces encuentras en las letras de los tangos. No era el suburbio de la ciudad, pero es un poco el meta-suburbio, el suburbio que le sigue, o sea calles no pavimentadas, por donde en mi infancia todavía había mucha gente que andaba a caballo… y era sumamente suburbano, con pequeños faroles en las esquinas, una pésima iluminación, que favorecía el amor y la delincuencia en proporciones más o menos iguales. Y que hizo que mi infancia fuera un poco cautelosa y temerosa, porque las madres tenían mucho miedo por los niños, había realmente un clima a veces inquietante en esos lugares y al mismo tiempo era para un niño un paraíso, porque la casa tenía un gran jardín que daba sobre otros jardines. Y entonces ese era mi reino. En algunos cuentos eso ha vuelto, ha sido evocado porque yo lo siento muy presente y muy vivo. Ahí hice los estudios primarios en una escuelita de la zona. Y allí viví hasta los 17 años”.
Inmerso en la lectura, el pequeño Cortázar pasaba horas y horas entre Julio Verne, Victor Hugo y Edgar Allan Poe. “Soy por naturaleza solitario, me siento bien solo, puedo vivir solo y eso sobre todo en mi primera juventud y luego ya aquí viviendo en Europa, por otros motivos, motivos que ya tocan la historia, digamos que descubrí a mi prójimo, en ese momento lo que yo reivindicaba un poco, como un derecho y casi un orgullo, el hecho de que me dejasen en paz y que yo estuviera solo, se convirtió un poco en un sentimiento de culpa.» Y sigue relatando el autor de Rayuela: «Mi madre me ha dicho que desde los 8, 9 años había que pescarme por aquí (señala el cuello) y sacarme un poco al sol porque yo leía y escribía demasiado. Incluso hubo por ahí un médico que recetó que había que prohibirme los libros durante 4 o 5 meses, lo cual fue un sufrimiento tan grande que mi madre que es una mujer sensible e inteligente me los devolvió pidiéndome simplemente que leyera menos, cosa que yo hice en ese momento. Sin duda era necesario que hubiera un mayor equilibrio (…) yo a los 9 años escribí una novela, no tengo la menor idea de lo que es, pero sí que era una cosa muy lacrimosa, muy romántica, en la que todo el mundo moría al final.»
Cortázar por Cortázar
Entre los diferentes caminos por lo que se puede abordar la obra y la vida del escritor, está la palabra del propio Julio Cortázar. En ese sentido, además de la entrevista realizada por la RTVE que compartimos completa al final de esta nota, es sumamente interesante la lectura de las clases de literatura que Cortázar diera en el otoño estadounidense de 1980 en la Universidad de California, en Berkeley, y publicadas como libro bajo la edición de Carles Álvarez Arriga en 2013.
Cortázar hace una periodización de su vida como escritor y su obra, dividida en tres etapas: una estética, una metafísica y otra histórica.
Estética
Sobre este primer período recuerda Cortázar que, junto a sus amigos, tenían una postura «profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho de calificar “estética”, donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde el punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual. »
En este primer período podemos incluir todos sus cuentos escritos en la Argentina. En Bestiario de 1951, se ve la fuerte influencia de Jorge Luis Borges.
Metafísica
Con su llegada al «viejo mundo» donde se instala a partir de 1951, Cortázar va comenzar su camino a una nueva etapa. El escritor señala que en Europa continuó «escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, “El perseguidor”, que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra».
Esta etapa que Cortázar llama metafísica se fue plasmando a lo largo de dos novelas: Los Premios y Rayuela. «A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente. Sin embargo, ese hombre tiene una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces ’la clave central’, el centro que ya no solo es histórico sino filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer.”
Histórica
La tercera etapa en la obra de Cortázar está marcada por la politización del escritor, a tono con el giro que toman muchos escritores latinoamericanos de su generación impactados por la Revolución Cubana y los procesos más importantes del ascenso revolucionario que recorrerá los cinco continentes desde finales de la década del ‘60. El mismo Cortázar señala que llegó «a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial».
Cortázar recuerda que en los años que siguieron, ya en la década del ’70, comenzó para él una serie de experiencias muchas veces muy penosas, muy dramáticas, que consistió sobre todo en formar parte de organizaciones internacionales que hacían encuestas y recibían testimonios sobre la situación imperante en muchos países latinoamericanos. Esas experiencias le plantearon el deseo de escribir un libro, que siendo literario, transmitiera al mismo tiempo por lo menos un poco de su propia experiencia. “Todo el libro estaba destinado a algo que (…) a través de mi experiencia de escritor es una de las cosas más difíciles que se pueden plantear: la tentativa de establecer una convergencia entre la literatura y la Historia sin que la Historia o la literatura salgan perdiendo, o sea llegar a crear un libro en que los dos elementos se articulen de una manera armoniosa y que la realidad no salga perdiendo y la ficción, tampoco”. Cuenta que se le ocurrió “imaginar que los personajes del libro eran gente que leía el periódico igual que yo (…) Lo que hice fue incorporar como documentos facsimilares las noticias que me interesaba poner en el libro.”
Al final del libro hay un apéndice de cuatro páginas documentales en dos columnas; en una hay declaraciones testimoniales de prisioneros políticos en la Argentina que habían sufrido torturas a partir del año 70, y en la segunda columna fragmentos del libro de un periodista norteamericano, Mark Lane, que había entrevistado a soldados y suboficiales norteamericanos de vuelta de Vietnam y conseguido que le confesaran las monstruosas torturas aplicadas a los prisioneros vietnamitas durante la guerra. “Me pareció que era de estricta justicia que en dos columnas se viera lo que puede significar la degradación humana aplicada en diferentes contextos políticos cuando el envilecimiento y el sadismo pueden llegar hasta ese punto (…) Eso fue escrito de día en día casi como un trabajo periodístico, y se nota, vaya si se nota. Es un libro muy flojo desde el punto de vista de la escritura, pero aun así estoy contento de haberlo hecho.”
En esta tercera etapa estamos ante un Cortázar que toma posición ante los acontecimientos históricos que se desarrollaban ante sus ojos y asegura que se dio cuenta «de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo usar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor».
*Por Martín Espinoza y Jazmín Jimenez para La izquierda diario