La guerra es la política
Nos encontramos en un proceso de transición paradigmática entre el viejo mundo capitalista y el que pretende construir el nuevo orden mundial securitario pos humano. El capital financiero policializado/militarizado libra una guerra contra los pueblos a lo largo y ancho del planeta. La comprensión de esta coyuntura es la que va a permitir erigir políticas de resistencias más duraderas y eficaces.
Por Sergio Job para La tinta
Desde hace un tiempo, una constelación de sectores organizados venimos compartiendo la caracterización de un contexto de guerra alrededor del mundo. Esa cuarta guerra mundial como la denominan los zapatistas (Guerra Mundial por Etapas, planteó el Papa Francisco, haciendo una valoración similar –no igual- del proceso mundial) la está librando el capital financiero policializado/militarizado a lo largo y ancho del planeta contra los pueblos.
El mapa muestra zonas rojas donde se están desplegando diversos episodios de guerras abiertas ya por medio de intervención militar extranjera: Siria, Irak, Afganistán; ya por ocupación militar y control policial: Palestina; ya por la intervención y profundización de guerras entre facciones: Chad, Nigeria, Sudán del Sur; o también de guerras civiles-policiales: México; vaya esta posible caracterización sólo a modo de ejemplo. A estas zonas rojas, se le debe sumar un despliegue generalizado de una guerra de mediana o baja intensidad en todas las regiones del planeta, donde bajo diversas excusas y argumentaciones, lo que se observa es un aumento exponencial y generalizado de formas diversas de Estados Policiales más o menos intensivos, que avanzan sobre las libertades políticas y de acción de los individuos, quienes van siendo despojados cada vez más de su categoría de ciudadanos, para transformarse en “sujetos peligrosos”, pero no por haber cometido un “crimen”, sino sospechosos de poder cometerlos, convirtiéndonos por ende todos en presuntos culpables (Wajcman: 2011; 80).
Como se verá, la guerra actual tiende a volver difusas la esfera militar de la policial, haciendo que ejércitos y policías se parezcan cada vez más, hasta por momentos sólo ser diferenciados por sus trajes. Los ejércitos funcionan cada vez más como policías de ocupación (fuera o dentro de su propio Estado). Las policías al contrario, cada vez se militarizan más, tanto en su dinámica, armamentos, preparación, especialización. La policía ya no cuida a su población, sino que debe controlarla, vigilarla, enfrentarla, mantenerla a raya.
El enemigo es ahora interno, y puede ser cualquiera, la guerra está en casa, acechando. Frente a eso, tanto en una esfera como en otra, la acción policial/militar pone cada vez más el acento en la prevención, en la realización de ataques preventivos, un ataque cotidiano, permanente, a modo de dique de contención. Las funciones del resto del Estado Policial, son la recolección, ordenamiento y procesamiento de datos que permiten ir identificando, etiquetando, encasillando, segmentando cada vez más a los sujetos tanto individuales como colectivos.
A estos fenómenos que se valen de los Estados para su desarrollo, con más o menos niveles de contradicción y tensiones, con gestiones más o menos progresistas y/o prolijas del control generalizado, debe sumársele las intervenciones directas por parte del Capital Financiero concentrado, el que atravesando fronteras, legislaciones, culturas, Estados, interviene en la vida política, económica y militar de los pueblos con absoluto descaro. Ejemplos de estos últimos casos es la guerra de desgaste desplegada y accionada en tierras venezolanas, o de modo aún más claro, la que realizara por medio de ISIS en los países de Medio Oriente.
Sumados a estos complejísimos y variados mecanismos de control y represión, que se complementan y yuxtaponen, debe sumársele un uso cada vez más descarado, sistemático y refinado de diversos modos de guerra psicológica de masas, perpetrada desde los medios masivos de (in)comunicación. Debe advertirse, como parte de los dispositivos estructurales de esta guerra comunicativa, que la misma funciona cada vez más a partir del desarrollo de una sociedad del espectáculo como continuación de la propia sociedad vigilante, que encuentra porque vigila, y reproduce hasta el hartazgo la confirmación de lo pre-visto (incluso construido), una vez capturado por una cámara que lo vuelve espectáculo (mercancía), ideología y (pos)verdad, para que las masas consuman y acaten, aceptando las coordenadas de las nuevas pre-visiones que serán nuevamente confirmadas ante la nueva mirada general vigilante, y así en un espiral donde vigilancia y espectáculo, se transforman en un proceso “virtuoso” ascendente generador de mercancía-temor-vigilancia-ideología paranoico e insondable. Se observa así una doble dinámica especular panóptica-hipnótica, como trasfondo constante a la guerra mundial en curso.
Este brevísimo repaso de algunos de los mecanismos con que la guerra se está desplegando, lejos de ser exhaustivo ni detallado, intenta señalar sólo alguno de los rasgos que presenta lo que apresuradamente podría definirse como la foto actual de la lucha de clases mundial, que debería sin embargo ser ajustada en su definición: estamos en una lucha donde se juega la continuidad de la especie como tal . Es decir, que en esta guerra mundial, estamos parados en el umbral donde el mosaico de guerras “particulares”, vistas en su dinámica total y complementaria, puede quizás dar lugar a una comprensión de estar observando una gran y generalizada guerra civil (o contra los civiles, para ser más precisos), al tiempo que siendo guerra de clases, es al mismo tiempo, una guerra contra la humanidad, o por la humanidad.
La actual guerra está cambiando todos los conceptos conocidos hasta el momento al respecto. Si como plantea Clausewitz, la guerra se desarrollaba por medio de combates (que implican un encuentro), los mismos tienen lugar cuando quien es atacado decide defenderse. Este hecho implicaba una ventaja para quien resiste a ser sitiado, ya que en definitiva es quien decidía, cuándo y dónde, se desarrollaría, al menos, el primer encuentro, la primera batalla. Sin embargo, las actuales guerras asimétricas (episodios de la 4ta guerra mundial), al volverse guerras permanentes, generalizadas, policializadas, que “ya comenzaron” –en la resistencia a ser simples cuerpos dóciles-, no se desarrollan por medio de encuentros, sino por lo que Chamayou denominará “cacería humana”. Nos dice, con el concepto de “guerra global contra el terror”, la violencia armada perdió sus límites tradicionales: indefinida en el tiempo y también en el espacio. El mundo es, digamos, un campo de batalla. Pero sería más exacto decir: un terreno de caza. Porque si se globaliza el radio de la violencia armada, es en nombre de los imperativos de la persecución. Si la guerra se define en última instancia por el combate, la caza se define esencialmente por el seguimiento” (2016: 56). Lo que el autor nos señala es una modificación en la naturaleza misma del concepto de guerra, que deja de lado los elementos militares más clásicos para policializarse.
La guerra se despliega ahora desde una lógica securitaria y policial, que identifica “elementos peligrosos”, los vigila y posteriormente aniquila. Esta nueva estructura de violencia la denominan en los centros estratégicos del poder como “cacería humana preventiva”. El arma emblema de este nuevo tipo de guerra será el dron, “un ojo que dispara”. Esta guerra, el poder la desarrolla bajo la premisa de vigilar y aniquilar.
Vigilar a todos los sospechosos/peligrosos, es decir: todos y todas; desplegar una sociedad de control lo más intersticial posible, sistematizar datos, identificar patrones, desplegar una guerra psicológica adecuada proyectando imágenes espectacularizadas, desarrollar al máximo la opacidad estratégica (Gutierrez Aguilar: 2016), generar confusión, tanto informativa como desorganización territorializada planificada, debilitar física y psíquicamente a enormes contingentes de pobladores, sostenerlos en la nuda vida resignados y desesperanzados, y cuando es necesario (cotidianamente dosificado): aniquilarlos.
Para sumarle complejidad al asunto, los Estados Policiales actuales no se corresponden ni requieren necesariamente de los Estados Naciones de la modernidad. Sus fronteras, funciones y atribuciones son también opacas y difusas. Está dándose un profundo re-ordenamiento (dislocación) territorial a nivel global, donde las antiguas jurisdicciones estatales, son reemplazadas por cuadrantes policiales en las principales ciudades, los que se ordenan por criterios de peligrosidad y por ende diversos modos de acción política, social o policial. Esta nueva lógica militar-policial de reordenamiento territorial se mantiene inalterable a medida que se aumenta la escala, como si fuera una gran mamushka securitaria que aplica mismos criterios a diversas escalas. Así, también a nivel planetario se observa un reordenamiento de fronteras y mapas que prescinden de las fronteras de los Estados Naciones, que clasifican territorios en zonas rojas, naranjas o amarillas.
La prescindencia de las fronteras estatales nacionales y su conversión en zonas clasificadas de más o menos hostiles, es siempre relativa y es una afirmación que debe ser matizada, en la medida que aún dicho ordenamiento estatal nacional sigue haciendo sentido en algún punto. Recordemos que en esto, como en todo, nos encontramos en una proceso de transición paradigmática entre el viejo mundo capitalista y el que pretende construir el nuevo orden mundial financiero securitario pos humano. Un mundo donde ya no, pero no todavía, por lo que conviven, se expresan y disputan poderes y concepciones materiales del mundo de modo permanente.
Las nuevas formas de poder y ordenamiento territorial, empiezan a vislumbrar cada vez con más fuerzas, lo que algunos autores llaman una neo-feudalización. Este fenómeno puede verse expresado claramente en dinámicas muy cotidianas, desde el florecimiento incesante de barrios cerrados y amurallados; la emergencia de bandas armadas y ejércitos privados o no-estatales que “mandan” en determinados territorios; el poder que adquieren regiones, provincias o ciudades en la vida política nacional, con sus respectivos “barones”; un poder local profunda y directamente vinculado a la propiedad de la tierra, sean estos grupos desarrollistas inmobiliarios, sean pooles de siembra, etcétera.
La tecnología y el transporte permiten que este proceso de neofeudalización genere cierta estructura de poder sin mediación estatal nacional, entre poderes locales y elite del nuevo orden mundial, construyendo así un poder ‘glocal’ (cierto proceso de fortalecimiento/florecimiento del poder local –con sus costumbres y expresiones particularísimas–, que se comparte y retroalimenta de la construcción de una cultura y un poder globalista).
Con este panorama sobre la mesa, es que podemos encarar una reflexión sobre los escenarios de conflicto entre poder(es) y resistencias posibles, las diversas modificaciones que obliga, las potencialidades y debilidades, los cambios y sus ritmos. Para ello debemos comprender que cualquier política de resistencia debe desplegarse en un contexto histórico determinado, y con dinámicas y relaciones de fuerzas no elegidas, pero sobre la que debemos rehacerla una y otra vez, de modo creativo . Y en este sentido, en el actual contexto de guerra mundial, es preciso tener presente la advertencia de Clausewitz, que insiste en que “lo extremo y lo absoluto exigido teóricamente es sustituido por las probabilidades de la vida real” (Clausewitz: 1997; 27).
Así, podemos comenzar diciendo que si para Clausewitz la guerra era la extensión de la política por otros medios, hoy presenciamos que la guerra, esta guerra policializada, es la política, por medio de la cual el capital financiero está reordenando (dislocando) el mundo entero. Por ende, la comprensión de esta guerra en esta coyuntura, es la que va a permitir erigir políticas de la resistencia, lo más duraderas y eficaces posibles. Asumir una actual etapa de transición paradigmática profunda, de un mundo capitalista moderno hacia un nuevo orden mundial financiero securitario pos humano, permite ir comprendiendo hacia dónde están yendo tendencialmente las principales políticas/tácticas que el capital financiero despliega en esta 4ta guerra mundial.
Clausewitz advertía que “el ataque y la defensa son cosas de distinta clase y de fuerza despareja” y que por esa causa no se les puede “aplicar polaridad”, ya que son “dos modalidades diferentes”. Sin embargo sumaba que “ambos guardan una relación” (Clausewitz: 1997: 34). Y si bien nosotros advertimos ya una modificación en la estructura de la guerra que comienza a reemplazar los duelos por la cacería, la relación entre ambos sigue siendo estructurante, es decir, entre quién y cómo ataca, y quiénes debemos defendernos o escabullirnos.
La caracterización arriba apenas esbozada, obliga a reflexionar alrededor de algunas de las concepciones centrales que hasta hoy hicieron y hacen sentido en los procesos organizativos de nuestro continente, y principalmente entre aquellas que se definían/definen como autónomas, e ir abriendo preguntas que permitan quizás redefinir límites, alcances, contenidos, significados.
La primera que obliga repreguntas, teniendo en cuenta el actual contexto de guerra acuciante, de persecución, aislamiento y propaganda psicológica contraria a los deseos libertarios e igualitarios, es el concepto mismo de autonomía. Así, lo que comenzó siendo un principio casi ético de muchas organizaciones que resistieron al neoliberalismo a fines del siglo xx, fue interpelado, sacudido, cuestionado y hasta desechado por muchas de esas mismas experiencias organizativas, ya cuando los gobiernos progresistas modificaron de algún modo la relación con los movimientos sociales, ya cuando la existencia sostenida en el tiempo de estos nuevos actores disruptivos empezaron a ser “institucionalizados” de algún modo (incluso contra su voluntad), ya cuando el desafío de construir un mundo nuevo implicó también la necesidad de recursos económicos de otra envergadura para hacer sustentable, ampliable y replicable, diversas experiencias laborales o sociales.
Esa interpelación que implicó el propio proceso histórico, generó que:
1) Algunos de dichos procesos organizativos abandonaran la autonomía tanto en la práctica como en el discurso (que siendo honestos, son los menos);
2) Que otras organizaciones hayan decidido formar parte de estructuras partidarias o institucionales más clásicas e integradas al sistema, pero sin abandonar ya discursiva, ya política, ya financieramente, el principio de autonomía, que al matizarse o dialogar con otros principios estructurantes en el nuevo espacio/etapa (por ejemplo: lealtad, en el caso del peronismo), sufrió algunas transformaciones respecto de su significado original;
3) Otro grupo, que sin ingresar a dichas estructuras, reconfiguraron el concepto de autonomía, comprendiendo que disputar recursos del estado, las ongs o las empresas, no implicaba abandonar la autonomía, sino que era parte de un proceso de “expropiación a los expropiadores” que permitía una “recuperación” de la riqueza generada con nuestras propias manos como clase, disputando de ese modo el porcentaje del PBI que se llevan las transnacionales y cuánto de eso podemos recuperar los trabajadores, para luego sí, poder desarrollar de modo autónomo nuestros propios proyectos (adaptándose lo menos posible/necesario a los requerimientos legales y burocráticos estatales y/o oenegísticos);
4) Aquellos que mantuvieron inalterable el concepto de autonomía tanto política como de recursos, pero limitando de este modo la posibilidad de desarrollo de sus propuestas a la conformación de redes entre pequeñas experiencias resistentes.
Esta primera aproximación a las derivas que en estos años han sufrido la multiplicidad de experiencias otrora autónomas, abre un sinfín de preguntas sobre las que sería interesante detenerse, sobre todo, insistimos, en un contexto de guerra por la sobrevivencia de la especie misma. Así, en este contexto sumamente desfavorable, ¿dónde está la frontera que divide amigo-enemigo? ¿Dónde empieza y termina la clase? ¿Qué papel juega o puede jugar el Estado Nación en este contexto? Asumiendo la complejidad del Estado y sus sectores ¿Existen fisuras con las cuales poder establecer algún tipo de relación (alianza, diálogo, favores, simpatías, entrismo, ocupación de lugares estratégicos, etcéteras) o por el contrario la propia dinámica estatal necesariamente fagocita cualquiera intentona rebelde? ¿Es posible hoy un enfrentamiento frontal y total con el sistema, tanto en el plano político, militar o económico? ¿Qué papel pueden jugar conceptos como enmascaramiento (Santucho), entrismo (Trotsky) o el engaño liso y llano al enemigo? ¿Qué tan factible es poder desarrollarse autónomamente dentro de una estructura partidaria o estatal burguesa? ¿Qué tan factible es desarrollarse fuera de ella? ¿Qué impacto tiene en el partido o estructura estatal, los nuevos aires aportados por las nuevas experiencias que la habitan? ¿Qué tan producente o contraproducente es para las experiencias que deciden mantenerse fuera de dichas estructuras, el encontrarse al otro lado del mostrador “compañeros” que comprenden y dicen apostar al desarrollo de los procesos autónomos? ¿Qué potencial y peligrosidades entraña cada una de las opciones arriba citadas? ¿Es factible desarrollar autonomía desde los recursos arrancados/negociados con el Estado, ONGs o empresas? ¿Qué cultura política se puede construir desde las bases en cada opción que se tome respecto de la autonomía? ¿Qué posibilidades hay de sobrevivir en los territorios frente a la guerra militar/policial que nos acecha en cada una de las opciones arribas esbozadas? ¿Cómo se pueden enfrentar las bandas armadas que asolan los territorios de mejor modo? ¿Cuál de las opciones permite un mayor despliegue de desarrollo del control territorial? ¿Frente a la fragmentación neo-feudal del territorio, que tipo de estrategias pueden ser útiles para el despliegue de las experiencias autónomas? En definitiva, ¿Cuál de las opciones es la que nos otorga mayores posibilidades de sobrevivir como proyecto, como clase y como especie?
Esta serie de preguntas, son sólo algunas de las muchísimas que deberíamos realizar para avanzar y complejizar sobre la autonomía en los procesos organizativos en un contexto de guerra mundial por la sobrevivencia, donde el poder concentrado busca aislar y destruir a las todas las experiencias organizativas con potencial impugnador.
La decisión del Congreso Nacional Indígena (CNI) y los zapatistas, es sólo una más de las muchas que vuelve a poner sobre la mesa la pregunta sobre la relación entre procesos organizativos autónomos y estructuras estatales, partidarias o oenegísticas, y es una pregunta entre las miles posibles, que excede por mucho a la presentación o no de una lista en las elecciones.
Seguir preguntándonos mientras caminamos este campo cada vez más minado y violento, es fundamental para alumbrar un futuro donde la humanidad y la dignidad puedan seguir teniendo un lugar en el diccionario, al menos en el de los y las de abajo.
* Por Sergio Job para La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto – Rebelarte