Venezuela: el cuento del café con crema

Venezuela: el cuento del café con crema
25 agosto, 2017 por Redacción La tinta

Por Slavoj Zizek para Página/12

A principios de los años 70, en una nota a la CIA en la que les aconsejaba cómo socavar al gobierno chileno elegido democráticamente de Salvador Allende, Henry Kissinger escribió sucintamente: “Hagan gritar a la economía”. Los altos representantes estadounidenses admiten abiertamente que hoy se aplica la misma estrategia en Venezuela: el ex secretario de Estado norteamericano, Lawrence Eagleburger, dijo en Fox News que el llamamiento de Hugo Chávez al pueblo venezolano “sólo funciona mientras la población de Venezuela vea alguna posibilidad de un mejor nivel de vida. Si en algún momento la economía realmente se vuelve mala, la popularidad de Chávez dentro del país ciertamente disminuirá y es el único arma que tenemos contra él para empezar y que debiéramos usar, son las herramientas económicas para intentar empeorar la economía para que su poder en el país y la región disminuya. Cualquier cosa que podamos hacer para dificultar su economía en este momento es algo bueno, pero hagámoslo de manera que no nos pongamos en conflicto directo con Venezuela si podemos hacerlo sin que lo sepan”.

Se puede decir que tales afirmaciones dan credibilidad a la conjetura de que las dificultades económicas que enfrenta el gobierno de Chávez (escasez de productos principales y de electricidad en todo el país) no son solo el resultado de la ineptitud de su propia política económica. Aquí llegamos al punto político clave, difícil de tragar para algunos liberales: claramente no estamos tratando aquí con procesos y reacciones de acopio, sino con una estrategia elaborada y totalmente planificada.


Sin embargo, incluso si es cierto que la catástrofe económica en Venezuela es en gran medida el resultado de la acción conjunta del gran capital venezolano y las intervenciones de Estados Unidos, y que el núcleo de la oposición al régimen de Maduro son las corporaciones de extrema derecha y no las fuerzas democráticas populares, esta visión sólo plantea cuestiones aún más problemáticas. En vista de estos reproches, ¿por qué no había una izquierda venezolana que proporcionara una auténtica alternativa radical a Chávez y Maduro? ¿Por qué la iniciativa en la oposición a Chávez quedó en la extrema derecha que triunfantemente hegemonizó la lucha de oposición, imponiéndose como la voz de (incluso) la gente común que sufre las consecuencias de la mala administración chavista de la economía?


Chávez no sólo era un populista distribuyendo el dinero del petróleo; lo que se ignora en gran medida en los medios de comunicación internacionales son los complejos e inconsistentes esfuerzos para superar la economía capitalista experimentando con nuevas formas de organización de la producción, formas que se esfuerzan por ir más allá de la propiedad privada y estatal: chacareros y trabajadores cooperativistas, participación de los trabajadores, control y organización de la producción, diferentes formas híbridas entre la propiedad privada y el control social y la organización, etc. (las fábricas no utilizadas por los propietarios se le dan a los trabajadores para que lo hagan.)

Hay muchos éxitos y fracasos en este camino – por ejemplo, después de algunos intentos, se abandonó la concesión de fábricas nacionalizadas a los trabajadores para que les pertenecieran. Aunque se trata de intentos genuinos en que las iniciativas de base interactúan con las propuestas del Estado, también hay que señalar muchos fracasos económicos, ineficiencias, corrupción generalizada, etc. La historia habitual es que después de medio año de trabajo entusiasta, las fuerzas bajan.

En los primeros años del chavismo, estábamos presenciando claramente una amplia movilización popular. Sin embargo, la gran pregunta persiste: ¿cómo debería esta dependencia de la auto-organización popular afectar la administración de un gobierno? ¿Podemos incluso imaginar hoy un auténtico poder comunista? Lo que tenemos es el desastre (Venezuela), la capitulación (Grecia), o un regreso completo al capitalismo (China, Vietnam). Como dijo Julia Buxton, la Revolución Bolivariana “transformó las relaciones sociales en Venezuela y tuvo un enorme impacto en el continente en su totalidad».

Pero la tragedia es que nunca se institucionalizó adecuadamente y, por lo tanto, resultó ser insostenible. “Es demasiado fácil decir que la política emancipatoria auténtica debe permanecer a cierta distancia del estado: el gran problema que se esconde detrás es qué hacer con el estado. ¿Podemos incluso imaginar una sociedad fuera del estado? Uno debiera lidiar con estos problemas aquí y ahora, no hay tiempo para esperar alguna situación futura y, mientras tanto, mantener una distancia segura del estado.


Para cambiar realmente las cosas, uno debería aceptar que nada puede realmente cambiarse (dentro del sistema existente). Jean-Luc Godard propuso el lema “No cambie nada para que todo sea diferente”, una inversión de “algunas cosas deben cambiar para que todo siga igual”. En nuestra última dinámica consumista capitalista, estamos bombardeados todo el tiempo por nuevos productos, pero este cambio muy constante es cada vez más monótono. Cuando sólo la auto-revolución constante puede mantener el sistema, los que se niegan a cambiar algo son efectivamente los agentes del verdadero cambio: el cambio del principio mismo del cambio.


O, para decirlo de otra manera, el verdadero cambio no es sólo la superación del viejo orden sino, sobre todo, el establecimiento de un nuevo orden. Louis Althusser una vez improvisó una tipología de líderes revolucionarios dignos de la clasificación de Kierkegaard de los humanos en oficiales, sirvientas y limpiadores de chimeneas: los que citan proverbios, los que no citan proverbios, los que inventan nuevos proverbios. Los primeros son canallas (Althusser pensaba en Stalin), los segundos son grandes revolucionarios que están condenados al fracaso (Robespierre); sólo el tercero comprende la verdadera naturaleza de una revolución y triunfa (Lenin, Mao). Esta tríada registra tres formas diferentes de relacionarse con el gran Otro (la sustancia simbólica, el dominio de las costumbres no escritas y la sabiduría mejor expresada en la estupidez de los proverbios). Los sinvergüenzas simplemente vuelven a inscribir la revolución en la tradición ideológica de su nación (para Stalin, la Unión Soviética fue la última etapa del desarrollo progresivo de Rusia).

Los revolucionarios radicales como Robespierre fracasan porque simplemente promulgan una ruptura con el pasado sin tener éxito en su esfuerzo por imponer un nuevo conjunto de costumbres (recordemos el fracaso máximo de la idea de Robespierre de reemplazar la religión con el nuevo culto de un Ser Supremo). Los líderes como Lenin y Mao tuvieron éxito (por algún tiempo, al menos) porque inventaron nuevos proverbios, lo que significa que impusieron nuevas costumbres que regulaban la vida cotidiana. Uno de los mejores “goldwynismos” dice que, después de ser informado de que los críticos se quejaban de que hay demasiados viejos clichés en sus películas, Sam Goldwyn escribió un memorando a su departamento de escenarios: “¡Necesitamos más clichés nuevos!”.

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La tarea más difícil de una revolución: crear “nuevos clichés” para la vida cotidiana. Uno debe dar aun un paso más allá. La tarea de la izquierda no es simplemente proponer un nuevo orden, sino también cambiar el horizonte de lo que parece posible. La paradoja de nuestro predicamento es que, mientras que las resistencias contra el capitalismo global parecen fallar una y otra vez para socavar su avance, permanecen extrañamente fuera de contacto con muchas tendencias que claramente señalan la desintegración progresiva del capitalismo – es como si las dos tendencias (resistencia y autodesintegración) se mueven en diferentes niveles y no pueden encontrarse, de modo que obtenemos protestas inútiles en paralelo con la decadencia inmanente y no hay manera de unir a los dos en un acto coordinado de la superación emancipatoria del capitalismo. ¿Cómo se llegó a esto? Mientras que la mayoría de la izquierda intenta desesperadamente proteger los viejos derechos de los trabajadores contra el ataque del capitalismo global, son casi exclusivamente los capitalistas más progresistas, de Elon Musk a Mark Zuckenberg, los que hablan de un nuevo orden post-capitalista.

En la “Ninotchka” de Ernst Lubitch, el héroe visita una cafetería y ordena café sin crema; el camarero responde: “Lo siento, pero nos hemos quedado sin crema. Le puedo traer un café sin leche?” En ambos casos, el cliente obtiene café solo, pero cada vez este café está acompañado de una negación diferente, el primer café sin crema, luego el café sin leche. La diferencia entre “café simple” y “café sin leche” es puramente virtual, no hay diferencia en la taza real de café – la falta en sí funciona como una característica positiva. Esta paradoja también se traduce muy bien por una vieja broma yugoslava sobre los montenegrinos (la gente de Montenegro fue estigmatizada como perezosa en la ex Yugoslavia): ¿por qué un hombre montenegrino, al ir a dormir, pone dos vasos, uno lleno y uno vacío, al lado de su cama? Porque es demasiado vago para pensar de antemano si tendrá sed durante la noche … El punto de este chiste es que la ausencia misma tiene que ser registrada positivamente: no es suficiente tener un vaso lleno de agua, ya que si el montenegrino no tiene sed, sencillamente lo ignorará; este hecho negativo tiene que ser registrado, la no necesidad de agua tiene que materializarse en el vacío del vaso vacío. Un equivalente político puede encontrarse en una conocida broma de la era socialista de Polonia. Un cliente entra en una tienda y pregunta: “Probablemente no tengas mantequilla, ¿o no?” La respuesta: “Lo siento, pero somos la tienda que no tiene papel higiénico; el que está al otro lado de la calle es el que no tiene mantequilla!”. O piense en el Brasil contemporáneo donde, durante un carnaval, la gente de todas las clases bailan juntos en la calle, olvidando momentáneamente su raza y las diferencias de clase , pero obviamente no es lo mismo si un trabajador desempleado se une a la danza, olvidando sus preocupaciones sobre cómo cuidar a su familia, o si un banquero rico se deja ir y se siente bien de estar uno con la gente, olvidando que acaba de negarle un préstamo a un pobre trabajador. Ambos son iguales en la calle, pero el trabajador está bailando sin leche, mientras que el banquero está bailando sin crema. De manera similar, los europeos orientales en 1990 querían no sólo democracia sin comunismo, sino también democracia sin capitalismo.

Y esto es lo que la izquierda debe aprender a hacer: ofrecer el mismo café, con la esperanza de que un café sin leche se convierta repentinamente en un café sin crema. Sólo entonces puede comenzar la lucha por la crema.

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*Por Slavoj Zizek para Página/12.

* Filósofo y crítico cultural, profesor en la European Graduate School, director internacional el Birkbeck Institute for the Humanities (Universidad de Londres) e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana. Su última obra es Porque no saben lo que hacen, Akal.

 

Palabras claves: Revolución Bolivariana, Venezuela

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