El viaje del elefante: «Siempre acabamos llegando a donde nos esperan”
Así sentencia la contratapa de la novela El Viaje del Elefante del portugués José Saramago, escrita luego de diez años de la concesión del Premio Nobel y bajo una fuerte dolencia respiratoria, que lo llevó a pensar en la posibilidad de que nunca iba a ser publicada.
#Novelasparaleer por Manuel Allasino
El retiro a la isla de Lanzarote, por problemas de salud, tuvo su lado “positivo” porque permitió al escritor realizar una gran y audaz novela, en dónde la función oral y estética de la mayúscula en los nombres propios no es utilizada.
El Viaje del Elefante, que al propio autor le parecía más un cuento, se enmarca en el contexto de la Europa cristiana del siglo XVI, y es una reflexión sobre la humanidad, en la que la ironía y el humor se fusionan realizando un gran cóctel. Ese cóctel es retomado todo el tiempo por Saramago para analizar las flaquezas y debilidades humanas.
A partir de un hecho real —el ofrecimiento del Rey Juan III de Portugal a su primo el archiduque Maximiliano de Austria, de un elefante asiático perteneciente a Catalina de Austria—, es que se desarrolla la novela, relatando el viaje épico del elefante llamado Salomón.
“Tres días después, bien entrada la tarde, el caballerizo mayor, al frente de su escolta, bastante menos lúcida ahora gracias a la polvareda de los caminos y a los inevitables y malolientes sudores, tanto los equinos como los humanos, desmontó ante la puerta del palacio, se sacudió el polvo, subió la escalera y entró en la antecámara que presurosamente corrió a indicarle el lacayo mayor, título que, mejor es que lo confesemos desde ya, no sabemos si realmente existía en aquel tiempo, pero que nos parece adecuado por la composición del olor corporal, una mezcla de presunción y falsa humildad, que en volutas se desprendía del personaje. Ansioso por conocer la respuesta del archiduque, el rey recibió inmediatamente al recién llegado. La reina catalina estaba presente en el salón de mando, lo que, considerando la trascendencia del momento, a nadie debería sorprender, sobre todo sabiéndose que, por decisión del rey su marido, ella participaba regularmente en las reuniones de estado, donde nunca se comportó como pasiva espectadora”.
El Rey Juan III para semejante osadía, preparó y encargó a un pelotón de sus mejores caballeros que se ocupara de llevar al elefante Salomón sano y salvo hasta Valladolid, lugar donde se encontraba Maximiliano de Austria. Un viaje largo, pesado y lleno de sobresaltos, en donde las ideas y consejos de Subhro, cuidador del elefante, al capitán del pelotón, son de los pasajes más sustanciosos y originales.
Al cambiar de dueño, Salomón se convertirá en Solimán. Un elefante que a pesar del cambio de nombre, no pierde su esencia que es la de un espíritu sencillo y una gran humildad en contraposición a los seres humanos que lo rodean, descriptos como necios, materialistas e incapaces de advertir el poder igualador que la muerte lleva consigo. Las instituciones también quedan mal paradas, tanto la iglesia, como los militares, que son desmitificados y ridiculizados.
“El elefante murió casi dos años después, otra vez invierno, en el último mes de mil quinientos cincuenta y tres. La causa de la muerte no llegó a ser conocida, todavía no eran tiempos de análisis de sangre, radiografías de tórax, endoscopías, resonancias magnéticas y otras observaciones que hoy son el pan de cada día para los humanos, no tanto para los animales, que simplemente mueren sin una enfermera que les ponga la mano en la frente”.
En el transcurso de toda la novela el elefante es un personaje totalmente activo, ya que todo gira a su alrededor.
Génesis por el autor
Si Gilda Lopes Encarnação no hubiera sido lectora de portugués en la Universidad de Salzburgo, si yo no hubiera sido invitado para hablarles a los alumnos, si Gilda no hubiera organizado una cena en el restaurante El Elefante, este libro no existiría. Fue necesario que los ignotos hados se dieran cita en la ciudad de Mozart para que este escritor pudiera preguntar: «¿Qué figuras son ésas?». Las figuras eran unas pequeñas esculturas de madera puestas en fila, la primera de ellas, de derecha a izquierda, era la Torre de Belén de Lisboa. Venían a continuación representaciones de varios edificios y monumentos europeos que manifiestamente anunciaban un itinerario. Me dijeron que se trataba del viaje de un elefante que, en el siglo XVI, exactamente en 1551, siendo rey Juan III, fue conducido desde Lisboa hasta Viena. Presentí que ahí podía haber una historia y se lo hice saber a Gilda Lopes Encarnação. Ella consideró que sí, o que tal vez, y mostró su disposición para ayudarme a obtener la indispensable información histórica.