María Eugenia Vidal: mucho más que Heidi contra Los Soprano
¿Cómo ganó María Eugenia Vidal la gobernación de la provincia más grande del país? Andrés Fidanza cuenta la trayectoria desde su época de funcionaria con la Alianza, su manera de gestionar “a cara de perro” el ministerio de Desarrollo Social en la Ciudad, y de hacer campaña con visitas a vecinos elegidos previamente según sus perfiles en redes sociales. Lunes, miércoles y jueves, recorría algún municipio del conurbano. Los viernes y sábado, uno o dos del interior ¿Cómo ganó popularidad? ¿Qué desafíos enfrenta y con qué estructura cuenta en Buenos Aires?
Por Andrés Fidanza para Revista Anfibia
Diez vecinos anticiparon el triunfo de María Eugenia Vidal en una peluquería antigua en la localidad Villa Bosch de Tres de Febrero. La revelación llegó al anochecer, dos semanas antes de las elecciones. Y en contra de lo pronosticado por las encuestas. El grupo presente en esa barbería de butacas marrones y luz de tubo sobre los espejos era bastante heterogéneo: había un kioskero, un carnicero de cincuenta y pico, y una médica del hospital público Bocalandro que, por miedo a que la asaltaran, se tomaba un remís diario para hacer las ocho cuadras que separa su casa del trabajo. Los había convocado Julio, un peluquero veterano y puntero informal de Cambiemos en sus horas extras. Sin demasiados puntos en común más que su vivencia conurbana, los diez vecinos enumeraron padeceres, prejuicios y reclamos ante el entonces candidato a intendente, Diego Valenzuela.
En las primarias del 9 de agosto Valenzuela había sacado dos puntos menos que el intendente Hugo Curto, quien a los 77 años buscaba su séptima reelección con la boleta del Frente Para la Victoria. Periodista e historiador volcado a la política desde hace cinco años, Valenzuela sabía de sus grandes chances de desbancar a Curto, pero todavía no veía posible una victoria de Vidal sobre Aníbal Fernández. Valenzuela escuchó, contuvo y arengó, hasta formular la pregunta que le funcionó como un presagio.
—Si ustedes se tuvieran que ir de viaje por un trabajo o alguna urgencia, ¿a quién dejarían a cargo de sus hijos: a María Eugenia o a Aníbal?
Con ojo entrenado para decodificar los gestos de sus entrevistados, Valenzuela leyó entonces la reacción de esos diez hombres y mujeres sin voto decidido.
“Cuando mencionaba a Aníbal las caras eran de susto. Ahí supe que María Eugenia podía ganar”, explica Valenzuela, quien terminó ganándole a Curto, intendente de Tres de Febrero, por más de 13 puntos.
La escena del proselitismo delivery se repetiría en Tres de Febrero y en otros partidos bonaerenses, tanto en casas particulares -siempre elegidas a conciencia- como en carnicerías, almacenes y peluquerías. A caballo de cierto clima electoral favorable al cambio, los candidatos de Cambiemos le sacaron provecho al contacto con los votantes: la alianza entre macristas y radicales se quedó con 64 de las 135 intendencias bonaerenses, contra 57 del Frente para la Victoria. Si bien el mano a mano campechano fue una de las herramientas históricas del peronismo, esta vez fue una fuerza política nueva, techie y orientada hacia la centro-derecha moderna la que mejor aplicó ese know-how.
Una vez que descubrió el impacto que lograba al soltar descarnadamente los nombres de ambos candidatos, María Eugenia o Aníbal, así, sin mayores aclaraciones, capitalizando los sobreentendidos que siempre encierran las caras, el género, las trayectorias, los silencios y las bravuconadas, las impresiones profundas o las más superficiales, Valenzuela repitió la performance en cada una de sus reuniones con vecinos.
Y si la apelación al cuidado de los hijos no daba el resultado esperado, recurría a un plan B que daba el golpe de knock out: “Si tienen una venta de droga en su cuadra, ¿quién creen que va a hacer algo para que desaparezca: María Eugenia o Aníbal?”. Un hit que, con leves variantes, se difundiría por todo el PRO.
En Tres de Febrero, Vidal sacó 42%, contra 31% de Fernández: o sea, 11% de diferencia. Para la presidencia, también en Tres de Febrero, Mauricio Macri le ganó por sólo 2 puntos a Daniel Scioli. En la provincia, Vidal fue la candidata que sacó más votos: medio millón más que Macri y 100 mil más que Scioli.
“En la calle, cuando la gente me pedía las boletas cortadas de María Eugenia, me terminé de convencer de que iba a ser la primera gobernadora mujer de la provincia”, concluye Valenzuela.
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Su candidatura se dio por descarte: Gabriela Michetti rechazó el estrés de la aventura bonaerense. La otra alternativa era que se postulara el intendente de Vicente López, Jorge Macri, pero esa movida iba a generar un exceso de apellido Macri en la boleta, además de poner en riesgo la única intendencia bonaerense en manos del PRO. A fines de 2013, el plan de Vidal era ir por la sucesión de Mauricio Macri en la Capital. Ministra de Desarrollo Social porteña desde 2008 y vicejefa de gobierno desde 2011, ese era un camino mucho más natural y asfaltado que el de pelear por la provincia, donde mandaba el peronismo desde 1987. En la Capital la puja interna tampoco hubiera sido fácil, pero existían al menos tres datos alentadores para Vidal: para empezar, la audacia y buena estrella que la había acompañado a lo largo de su carrera. También le jugaba a favor la reconocida falta de carisma de Horacio Rodríguez Larreta; y la poca confianza que Macri y su principal consiglieri, el empresario de la construcción Nicolás Caputo, depositaban sobre Michetti.
Vidal, en cambio, era garantía de continuidad para los intereses de Macri y Nicky Caputo. Y además ella brillaba como candidata en la comparación con Larreta, a quien todavía le cuesta dominar su sonrisa nerviosa, sus tonos agudos y su lenguaje facial.
El llamado de Macri a una reunión en su oficina del llamado Palacio Municipal de Bolívar 1, sin embargo, obligó a Vidal cambiar de objetivo. “Voy a apostar por Horacio, y además está Gabriela, que también quiere presentarse”, la desanimó Macri en diciembre de 2013. Como consuelo, aunque en ese momento la propuesta sonaba más a castigo que a premiación, la invitó a “empezar a caminar la provincia” junto a Jorge Macri. Para citar la metáfora que por esos días se usaba en el PRO, la mandaron al desierto con un vaso de agua.
A los pocos días, Vidal y los dos Macri se pasearon para las cámaras por la costa de Vicente López. Despeinados por el viento, transpirados por el sol y en completa soledad, caminaron por la ribera del único partido gobernado por el PRO.
“Junto a Jorge Macri vamos a trabajar en los próximos dos años para recuperar la esperanza en el sentido de que es posible hacer política de otra manera”, declaró Vidal con optimismo a prueba de balas. Para su primera recorrida, eligió un saco gris, remera color salmón y chatitas a tono. Su look se iría conurbanizando a lo largo de los meses: más jean, más camisa lisa y zapatos, campera tipo Michelín cuando empezara el otoño, y colores blanco o negro.
Su nivel de conocimiento entre los bonaerenses arañaba el 20% en un día bueno. Ese verano del 2014, su tour proselitista hizo base en la costa atlántica. En el centro de Pinamar, caminaba un paso atrás del senador entrerriano Alfredo de Angeli, que la sumaba de sopetón cuando le pedían una foto. “Ojo que esta es la futura gobernadora, eh”, avisaba el popular ruralista, ante los veraneantes incrédulos. En la visita a Mundo Marino, en San Clemente del Tuyú, Miguel del Sel la integraba humorísticamente entre los actos de los delfines y las focas. La mayoría de la gente no la reconocía o la recordaba lejanamente de alguna aparición en la tele.
En Mar del Plata, una tarde entró sin aviso a una panadería ubicada en el barrio Don Bosco, a pocas cuadras del centro. Las campanitas de la puerta anunciaron su ingreso, junto al de su troupe de prensa. No había turistas ni clientes habitués. La dueña, una señora de más de setenta, la miró con expectativa. Vidal se presentó: “soy vicejefa del gobierno porteño y candidata a gobernadora bonaerense”. “Ah, mirá vos, qué lindo”, le respondió la señora.
“Superar esa etapa de frustración es muy fuerte para un político, y ella lo hizo con una humildad tremenda”, relata Piter Robledo.
Robledo tiene 25 años y asesoraba en temas de inclusión a Vidal, su jefa, madrina política y vecina de despacho. Además era Coordinador del Área Diversidad e Inclusión de la Fundación Pensar, el thinktank que imaginó el PRO a semejanza del sistema de partidos europeo.
Con el apoyo de Vidal, el movedizo Robledo armó una fuerza juvenil propia llamada Pensar el Camino, orientada al voluntariado social en el conurbano con aires de asistencialismo eclesiástico . Hacia adelante, con un ojo puesto en los más de 3 mil puestos políticos que necesitará Vidal para gobernar la provincia, Piter y su tropa se ubicarán “donde disponga María Eugenia”.
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Vidal diseñó una campaña ambiciosa y estricta pasado el verano de 2014. La dinámica era la siguiente: lunes, miércoles y jueves a la tarde, recorría algún municipio del conurbano. Los viernes y sábado, uno o dos del interior. Y los domingos, descansaba. Al principio, Vidal compartió la excursión de los lunes con Mauricio y con Jorge Macri, hasta que decidieron separarse porque de lo contrario no iban a cumplir el objetivo pautado para ese año preelectoral: recorrer (conocer, más bien) los 135 municipios de la provincia. Y a los más populosos, ir más de una vez.
Los días que le tocaba ir al conurbano, Vidal viajaba en el Ford Mondeo que le correspondía por su condición de vicejefa de gobierno porteño. A los municipios del interior iba en un avión de cuatro plazas alquilado o, si ese día Mauricio Macri no lo usaba, en uno más grande y moderno que él le prestaba. Además de su custodia oficial, la acompañaba su mano derecha, el legislador porteño Federico Salvai. Ex asesor de la senadora kirchnerista María Laura Leguizamón, salteño, 37 años, con look y humor siempre relajados, Salvai fue el motor invisible de la campaña de Vidal.
Para concretar los encuentros mano a mano (así llaman dentro del PRO a las reuniones programadas con los vecinos), Vidal anticipaba su visita por facebook y consultaba modestamente si alguien estaba dispuesto a recibirla. Su equipo analizaba el perfil de los interesados, los llamaba para tantearlos y al final se decidía por uno. ¿Por cuál? “El que no fuera muy PRO ni muy K”, según explica uno de los asesores de Vidal. A los descartados, fueran 2, 10, o 50, según el tamaño y activismo virtual del municipio, se les agradecía y pedía disculpas –mil disculpas- en nombre de Vidal.
La reunión se pautaba en un bar o, mucho mejor y más genuino, en la casa o el negocio del anfitrión elegido. En general iba Vidal sola –en realidad, con su vocero y un fotógrafo-, pero a veces también la acompañaba Mauricio Macri. La cita duraba 15 minutos, 20 máximo. El menú ideal, según los comunicólogos PRO, coincidía con el que en general ofrecían los vecinos: mate. Vidal arribaba con un mandato expreso: escuchar antes que hablar. Eso mismo prometió el domingo en que ganó la elección, en medio del clima festivo del salón de Costa Salguero: “Yo no vengo a hablar, sino a escuchar”.
“Es como concebimos el rol del político. En los timbreos ella no iba a dar su discurso; no iba a dar cátedra, ni a ponerse por arriba. Iba a escuchar. ‘Quiero que me cuentes como estas, qué sentís y cómo estás viviendo´. La tarea era llevarse ideas y lecciones. Ese es un contraste muy grande con política tradicional”, opina el legislador Iván Petrella, director de la Fundación Pensar y uno de los autores intelectuales de la campaña PRO.
Junto a Jaime Durán Barba y Marcos Peña, principales cerebros del rumbo conceptual de Cambiemos, Petrella participa de las reuniones de estrategia y discurso del macrismo. Esos encuentros se realizan en las oficinas de Balcarce y Belgrano, una especie de espacio google del PRO, donde Macri también atiende y suele hacer base.
Así, en contraste buscadísimo con los incendios discursivos de Cristina Kirchner, en los “mano a mano” Vidal ocupaba el rol de la amiga silenciosa que tiende la mano, ceba mate, sonríe o asiente circunspecta ante la catarsis vecinal. Los temas eran casi siempre los mismos, conocidos por ella de memoria: inseguridad, violencia, venta de paco, falta de cloacas o servicios básicos.
La imagen o el video del encuentro después se lanzaban a la web. En un país que no baja nunca del top-five mundial de los más internéticos, donde alrededor de 21 millones de personas tienen Facebook, Tuiter, Google+, Linkedin o Instagram, las redes sociales son una herramienta obligada para la política, y el PRO siempre es vanguardia. ¿Hubiera tenido el mismo efecto el “timbreo” PRO si no se hubiera registrado y difundido?
Las redes son un instrumento relativamente barato y sobre todo fácil de cuantificar. Si una entrevista dada a un canal de La Matanza tiene un impacto imposible de chequear, el video de Vidal muy sonriente en el patio de una casa de San Justo genera un alcance cuantificable en vistas y entradas. Así, lo que funciona se repite; y lo que no, muere o se perfecciona.
Una vez terminada la ceremonia del mano a mano, Vidal (sola o con Macri) se entregaba a otro de los inventos del PRO: la ronda de timbreos espontáneos o semi-espontáneos a los vecinos del recién visitado. A veces, si el encuentro cara a cara había sido exitoso, el anfitrión le hacía de baqueano y se sumaba a la aventura del proselitismo a la carta.
Recién después de la cita y los timbreos, Vidal accedía a ir al local partidario del PRO. La arenga a los propios, la palabra de aliento a los ya convencidos, la foto que da aire a los dirigentes locales, se cumplía como mandan los manuales. Pero nunca fue el objetivo central de sus tours bonaerenses.
A fines del 2014, Vidal había estado en 133 municipios (en varios más una vez), sobre un total de 135. Y ya alcanzaba el 60% de conocimiento entre los votantes bonaerenses. El 2015 sería para volver a los municipios más importantes, cerrar una alianza con la UCR y que el PRO apostara definitivamente por Vidal, tras varios amagues de un posible acuerdo con Sergio Massa.
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A los 27 años, tenía oficina propia y un sueldo envidiable de 2.500 pesos. Era el año 2000: el gobierno de la Alianza había recién asumido y eran los tiempos –los últimos tiempos- en los que el peso todavía era convertible uno a uno con el dólar. El edificio del PAMI, ubicado en Perú 169, era oscuro, vidriado y poco vistoso. Pero como subgerenta de Recursos Humanos, a Vidal le correspondía un despacho en el quinto piso con vista abierta hacia la Legislatura porteña.
Ese cargo en el PAMI (obra social de jubilados y pensionados) fue el pico de una carrera estatal atada a la suerte de Horacio Rodríguez Larreta. Y a Larreta siempre le fue bastante bien.
“Empecé con Horacio Rodríguez Larreta como pasante en el Anses en el 98. Trabajé muchos años sin filiación partidaria, integrando los equipos de Horacio, hasta que lo conocí a Mauricio en 2002”, resumió Vidal sobre su salto del mundo Ong al PRO. Fue en una “entrevista íntima” que le hizo Jorge Lanata en su casa de Morón, el domingo siguiente al terremoto electoral.
Hija de un cardiólogo y una ex empleada bancaria, Vidal nació en 1973 en Flores. Hizo la primaria y secundaria en el Colegio de mujeres Misericordia. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina, donde conoció a su ex esposo, Ramiro Tagliaferro, el intendente electo de Morón.
A mediados de los noventa, se sumó al Grupo Sophia, la fundación de Rodríguez Larreta. Ahí aprendió a diseñar y evaluar programas, en particular sobre transferencias de ingresos, seguridad alimentaria y protección de la niñez, según detalla el libro “Mundo Pro”, de Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Belloti.
De la mano de Larreta, ocupó varias escalas en la función pública: estuvo en la Administración Nacional de la Seguridad Social y después en la Secretaría de Desarrollo Social de la Nación, encabezada a partir de 1998 por Ramón “Palito” Ortega. Una vez que entendió que la re-reelección era un sueño imposible, el presidente Carlos Menem ubicó a Ortega en esa Secretaría para que le sirviera de vidriera. Ahí Vidal entró nuevamente a través de Larreta, quien llegó a ser subsecretario de Políticas Sociales de Palito Ortega, la esperanza menemista (trunca) para la sucesión presidencial.
Larreta -y por lo tanto Vidal- llegaron al PAMI con la intervención de la Alianza. El gobierno de De la Rúa prometió convertir a ese paradigma de la corrupción menemista en una “cajita de cristal”.
Bajo ese eslogan, De la Rúa designó tres interventores por decreto: uno de ellos era el actual alcalde Horacio Rodríguez Larreta, quien entró como parte de un guiño de alto vuelo del presidente radical hacia el PJ bonaerense. Porque por entonces, aunque hoy suene inverosímil, Larreta era visto como parte de la tropa peronista de Eduardo Duhalde. Más precisamente, Larreta estaba encolumnado bajo el liderazgo de Carlos Ruckauf, que había ganado la gobernación bonaerense.
Como parte de ese esquema, Vidal también era duhaldista y ruckaufista por default. Quince años después, la gobernadora electa por el macrismo considera tener un gesto similar al que tuvo De la Rúa hacia Duhalde, y abrir una mínima porción de su gabinete a una rama del PJ: el massismo.
En el PAMI, Vidal ocupó la subgerencia de recursos humanos: tenía oficina propia en el quinto piso y un sueldo bueno de 2500 pesos/dólares. “Era la niña mimada de Horacio. Se suponía que yo era uno de sus jefes, pero la verdad no sabía bien que hacía. La única vez que le pedí algo sobre un conflicto gremial, me respondió que ella no estaba ahí para lidiar con los trabajadores. Ella le reportaba directamente a Larreta”, recuerda uno de los ex funcionarios aliancistas del PAMI.
Su paso por el proyecto de “cajita de cristal” duró pocos meses. Se complicó su embarazo y pidió licencia. “Perdí mi primer embarazo. En realidad tengo cuatro hijos”, afirmó en el reportaje con Lanata, como para que quedara clara su postura frente al aborto. Con Vidal, como pasa con Cristina Kirchner, ser mujer no es garantía de cambio en un tema que afecta especialmente a las mujeres.
Ese discurso sumado al speech antidrogas que denuncia tanto la venta como el consumo, se convertiría en la música eclesiástica ideal. Si bien no existe un plan orgánico con bajada de línea automática del Papa hacia la red territorial de la iglesia, esas posiciones fueron bien recibidas por algunos curas villeros. Sobre todo, ante las planteos contrarios de Aníbal Fernández, tendientes a la despenalización del consumo. Uno de esos curas, José María Di Paola, alias el padre Pepe, recibiría a Vidal durante la campaña en la villa bonaerense de “La Cárcova”, en San Martín.
En 2002, ante la oferta de sumarse al PRO, un partido nuevo cuyo líder valoraba los saberes profesionales por encima de la experiencia política, Vidal aceptó sin prejuicios ni grandes dilemas. Vía el padrinazgo de Macri y de Larreta, el paso de la ONG a la política se le presentó como una evolución natural.
Tras el primer fogueo electoral del PRO, en 2003, asumió como directora de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud de la Legislatura. Ahí desarrolló desde el Estado lo que había practicado en Sophia: evaluó proyectos, investigaciones y trabajos de campo, y monitoreó los programas sociales del Gobierno porteño. Para Larreta fue doble ganancia: consiguió un puesto para Vidal y de paso descargó en el Estado uno de los sueldos que pagaba desde su Fundación.
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Daniel Salvador entró inesperadamente como compañero de fórmula de Vidal, a partir de un gesto de último momento del PRO hacia la UCR, socia minoritaria del sello Cambiemos. Ante los lamentos radicales por los escasos lugares cedidos en las listas, Macri les ofreció el puesto de vice. Salvador era una figura desconocida. Vio por primera vez a Vidal al día siguiente de su designación.
“No creo que el peronismo esté en una situación de unidad de criterio con posturas para complicar. Los intendentes van a querer los mejor para sus distritos”, analizó el vicegobernador electo de Vidal.
Durante la campaña, Salvador contó con recursos mínimos: sin oficina propia, hacía base en el bar Borgatta, ubicado en diagonal al Congreso. Tampoco tenía posibilidades de alquilar un avión para recorrer la provincia. Una mala noticia, porque el fuerte radical está en los pueblos y las localidades campestres más alejadas de la Capital. Ahí la UCR mantiene cierta presencia de la mano de los comités y de un folclore bipartidista que sobrevive como un Boca-River. A costa de sus riñones, Salvador acumuló miles de kilómetros arriba de un volkswagen Bora que manejaba un asesor. Un amigo, más bien.
Con Vidal se reunía una vez por semana para coordinar la campaña. Los martes al mediodía iba hasta Libertador al 100, en Vicente López, donde Jorge Macri tiene oficinas en un piso 13 con vista al río. Esos encuentros, en los que solía estar Esteban Bullrich y el caído Fernando Niembro, eran los momentos más parecidos al lujo en la campaña de Salvador.
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Vidal no tuvo el ánimo ni la voluntad de matizar su speech con una sonrisa. Fueron 40 minutos de exposición, en los que ni siquiera concedió su expresión ambigua de Mona Lisa ante los jueces de la Corte Suprema que la escuchaban. La presentación fue, desde su seco “buenos días” de apertura, a cara de perro. El Salón de Audiencias de la Corte, con sus estatuas de bronce, techos altos, columnas de mármol y sillas señoriales tapizadas en cuero, tampoco facilitaba la distención. Parada detrás de un atril de manera oscura lustrada, Vidal se atajó ante las preguntas de los jueces, por momentos acusatorias, sobre las políticas del PRO para solucionar los problemas de vivienda y pobreza en la Capital. Era jueves 15 de septiembre de 2011: Vidal todavía era Ministra de Desarrollo Social porteño y no imaginaba ni remotamente la posibilidad de ser gobernadora de la provincia más grande, poblada y conflictiva de la Argentina.
“En la ciudad se genera enorme presión de demanda. Presión que no es solamente generada por la demanda natural de crecimiento de la ciudad, sino por las migraciones que recibe del resto del país y de países limítrofes. Más de un 30 de la población no es de la ciudad: el 26% es de otras provincias. Y casi un 10% de países extranjeros”, planteó Vidal.
La audiencia había sido convocada por la Corte para tratar uno de los 37 casos semejantes que habían llegado a la máxima instancia judicial. El debate de fondo era sobre cómo y durante cuánto tiempo el Estado debía asistir a las personas en situación de calle o emergencia habitacional.
Bajo su gestión como Ministra, Vidal había impuesto un criterio inflexible: las personas que pasaban la noche en los paradores estatales no calificaban como “en situación de calle” y, por lo tanto, no debían recibir el subsidio de 700 pesos que les correspondía por ley. Al momento de su exposición ante la Corte, unas 4 mil personas cobraban ese plan, y Vidal pretendía mantener ese número a raya.
Vidal además aplicaba a raja tabla el decreto 690/06, que fijaba un límite de diez meses para recibir el subsidio. Así, las opciones para los miles de homeless porteños eran: el parador o los 700 pesos. Y si elegían cobrar los 700 pesos para intentar pagar un alquiler o la habitación de un hotel, sólo lo podían hacer por un lapso de diez meses. Después de eso, alguno de los 22 albergues estatales o a la calle otra vez.
La mayoría de los paradores abrían (todavía lo hacen) a las 6 de la tarde y cerraban a las 7 de la mañana: es decir, las personas no podían pasar el día ahí. Y como su cupo era limitado -1600 camas, con baños y habitaciones compartidas por familias enteras-, era normal (y todavía lo es) ver largas filas desde antes del horario de apertura para acceder a un lugar donde pasar la noche.
Ante ese panorama, se multiplicaban los reclamos y causas judiciales, tanto individuales como de organizaciones sociales: en 2011 había 1200 casos en juzgados de primera instancia porteños y otros 200 en Cámara de Apelaciones. La Corte, entonces, decidió fijar posición sobre los reclamos habitacionales, tomando una de las causas más dramáticas: la de Sonia Quisbeth Castro, inmigrante boliviana, mamá de un chico de seis años quien tenía una discapacidad motriz, visual, auditiva y social.
Trabajaba hacinada en un taller de costura y, tras el nacimiento de su hijo, perdió el empleo y ambos quedaron en la calle. Pasó por paradores, hogares y hoteles, hasta que dejó de recibir el subsidio estatal y terminó viviendo a la intemperie en la esquina de Brasil y Pichincha. Con la asistencia de la Defensoría del Poder Judicial de la Ciudad, su caso llegó a los tribunales.
La mujer consiguió dos fallos seguidos favorables, pero en ambos casos el Ministerio de Vidal apeló y se negó a darle el subsidio de 700 pesos. Tras esas dos instancias, el Superior Tribunal de Justicia de la Ciudad le dio la razón al gobierno porteño: la defensa de Sonia Quisbeth Castro apeló y el caso llegó a la Corte.
“¿Entonces, si no se actúa por demanda judicial, se termina el subsidio y la gente queda en la calle?”, preguntó la jueza Elena Highton de Nolasco. Vidal asintió, y rápidamente advirtió que “si este caso sienta un precedente por el que la ciudad tiene que seguir pagando un subsidio eso va a generar un impacto sobre la ciudad y el resto del país”.
Otro miembro de la Corte, Juan Carlos Maqueda, volvió a la carga y pidió detalles sobre qué interpretaba Vidal de las personas que vivían en los albergues estatales. “No consideramos que quien esté en un parador esté en situación de calle”, respondió la ministra.
Siete meses después, en abril de 2012, la Corte le ordenó a la administración de Macri mantener el subsidio para Quisbeth Castro, por el costo de una habitación básica. Y fue más allá: en una crítica integral a la política habitacional porteña, exigió que el gobierno le asegure al chico “la atención y el cuidado que su estado de discapacidad requiere y provea a su mamá el asesoramiento y la orientación necesarios para la solución de las causas de su problemática habitacional”.
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Desde que asumió como Ministra de Desarrollo Social, en 2008, después de tomarse una licencia por embarazo, Vidal le puso el cuerpo a algunas de las situaciones más difíciles que atravesó el gobierno de Macri. Algunas de las cuales, ya sea por impericia, desdén, concepción clasista, fatalidades o boicot, terminaron con muertos y heridos.
En las ocupaciones de tierras y viviendas del Parque Indoamericano, en diciembre de 2010, fue la única funcionaria porteña que dio la cara: culpó al gobierno nacional y se negó a dar comida, agua y poner baños químicos durante la toma, pero decidió estar ahí, en la zona del conflicto y la represión que dejó tres muertos. Cuando la Corte citó a algún presentante del gobierno para estudiar el caso de Quisbeth Castro y pronunciarse sobre la crisis habitacional porteña, Vidal podría haber mandado a un funcionario subalterno. No lo hizo: prefirió estar y representar la cara menos humana del PRO.
Durante las inundaciones de la Capital de abril del 2013, ya en el cargo de vicejefa de gobierno, mientras Macri y Larreta estaban en off (de vacaciones o bajo la estrategia estricta de no mostrarse, nunca quedó claro), ella se calzó el pilotín amarillo, recorrió los barrios más perjudicados y se bancó los reproches de los vecinos por la falta de obras y previsión. Esa audacia quizás haya sido su principal fortaleza y el motor de su ascenso.
“Su gestión como ministra se basó en limitar los recursos, siempre tratando de evitar el conflicto. Esa fue la filosofía del macrismo: nunca ceder antes de que tense la cuerda. Ella es inflexible en las negociaciones, y en el PRO la valoran porque nunca se esconde”, describe Jonatan Baldiviezo, integrante de Observatorio del Derecho a la Ciudad y abogado en cuestiones habitacionales y urbanas. Baldiviezo la conoce de primera mano, porque Vidal participó in situ de varios desalojos.
Hacia adentro del PRO, trató de combatir cierto clima de endogamia socio-económica. En 2011, cuando percibía que la Juventud PRO marchaba hacia una homogeneidad de clases altas, forzó un cambio radical en la conducción. Puso como presidente de la ascendente Juventud macrista a un nieto de bolivianos, hijo de un carpintero formado por el Padre Mugica, que nació y milita en la villa 20 de Lugano: Maxi Sahonero.
“Es una mina excelente, sensible y súper formada. Va siempre para adelante y nunca me pidió que a cambio de algo moviera micros o gente”, comenta Sahonero, referente villero del macrismo, rama fanática de Vidal.
Sahonero fue su descubrimiento. Al promoverlo, compensó hábilmente la endogamia social de los macristas sub-30. Y así, en una carambola provechosa, terminó por ganarle la pulseada a Marcos Peña por la conducción política de la Juventud PRO.
“Querés galletitas. Esperá que te pongo el mantelito”, le dijo Vidal a Pedro, su hijo de 8 años, aunque en realidad la frase estuvo dedicada a las cámaras de Periodismo Para Todos, el programa político más visto de la Argentina y el que marcó la agenda de la oposición en los últimos años.
“El sistema no me va a comer porque voy a ser fiel a mí misma”, le confesó a Jorge Lanata, sentada en la mesa del living de su casa de Morón. Durante el reportaje de tono intimista, Vidal conjugó su promesa de luchar a fondo contra las mafias de la provincia con un reto amable a Pedrito por haber dejado su campera tirada en la cocina.
Desde hace unos años, el PRO, algunos medios y un poco ella misma fueron construyendo un malentendido: el de una Vidal virginal, a pesar de que tiene tres hijos (Camila, María José y Pedro), y eterna deudora de la generosidad mauricista.
Se trata de un perfil de trazo grueso que oculta su ambición y sus méritos, su costado imperativo y sus acciones reales en el detrás de escena de la política. Hasta ahora, Vidal se benefició con el marketing de la metáfora de Heidi contra Los Soprano.
*Por Andrés Fidanza para Revista Anfibia.