Quién sabe
El blog de Lucía Gorricho pasó de 200 visitas a 300.000 en una semana. La razón fue un breve post en el que la docente relató su experiencia en una escuela rural, cuando tuvo que evaluar a una niña boliviana que “dijo que no sabía nada”. Un año después, la historia se convirtió en Frutillas, un libro sobre educación y trabajo, que será publicado de forma autogestionada a través de financiamiento colectivo.
Por Lucía Gorricho para Revista Ajo
Dijo que no sabía nada*
En marzo del 2016 tomé horas en una escuela de la Sierra ubicada sobre los márgenes de la ruta 226 entre las ciudades de Mar del Plata y Balcarce. El lugar forma parte del sistema montañoso de Tandilia y está compuesto por sierras de unos 150 metros de altura. La vegetación es muy diversa y se pueden apreciar pastizales, monte y bosque. En el espacio conviven un barrio residencial con calles que respetan la topografía del relieve y campos productivos ubicados sobre los márgenes; siendo el más destacado en la actualidad por su rentabilidad, el cultivo de frutillas. Hay varias agro-empresas operando en la zona y todas contratan mano de obra boliviana y han recibido diversas denuncias por parte de organizaciones sociales y ambientales que señalan, no sólo situaciones de semi-esclavitud en relación a la mano de obra, sino que han advertido sobre el uso de agroquímicos como parte del paquete tecnológico de producción.
En la primera semana de trabajo me citaron para evaluar a una estudiante que debía una materia que la habilitaría, en caso de aprobarla, a pasar de año. El director me anticipó que el nivel académico no era bueno pero que era una alumna que se esforzaba mucho para estar en la escuela.
Como no fue estudiante mía, decidí preguntarle a ella los temas que habían visto en geografía el año anterior; pero no se acordaba ninguno. Con piel morena y voz muy bajita, me dijo que no había podido estudiar porque no tenía libro ni carpeta. Entonces le dije que yo tenía toda la voluntad de aprobarla pero que era fundamental que escribiera algo para que pudiera justificar la nota.
A pesar de mi insistencia no supo decir nada en relación a los contenidos de la planificación anual y entonces le pregunté:
—¿De las frutillas sabés algo?
Abrió los ojos enormes.
—Sí —me dijo.
Entonces sobre la hoja de carpeta que ella misma me dio, escribí:
Evaluación de Geografía
Fecha: 07/04/16
Año: 2º
Estudiante: G.C
1) Describir una actividad económica.
Y ella preguntó:
—¿Puedo escribir también sobre Bolivia? Porque yo soy boliviana.
—Sí, claro —le dije. Entonces agregué:
2) Mencionar los aspectos más importantes de algún país latinoamericano.
A las dos horas me entregó tres hojas escritas de ambos lados con letra clara y prolija.
Hacía tiempo que no corregía una evaluación con tanto entusiasmo. Todo el relato de esta nena de 14 años aportó, sin duda, a mi formación como geógrafa y como docente. Compartí el desarrollo de la evaluación porque creí que no podían quedar estos contenidos sólo en mí. Corregí las faltas de ortografía y agregué algunos signos de puntuación para facilitar la lectura:
1) En la frutilla trabajan aproximadamente 200 personas que cosechan la fruta, limpian el campo, sacan las hojas, sacan la maleza, tienen que carpir. Ahora pagan más que antes aún mejor, pagan todo lo que hacen si carpean, limpian la cunita, etc. Algunos niños trabajan ahí aproximadamente de la edad de 13 años para arriba y algunas embarazadas también pero no hacen tanto esfuerzo o si no, no trabajan. Eso depende de ellas. A veces lo hacen para ayudar a sus maridos. Algunos de ahí, bueno casi todos, son juntados.
Casi todos los bolivianos trabajan en el campo y siempre llegan cansados y que no le toman importancia a los hijos que nunca le preguntan nada qué cómo estás o algún problema en la escuela.
La frutilla se cosecha en cunitas en un carrito y un balde. El balde es para descartable y la cunita es para armar caja. Eso se llama embalada. A mí me gusta embalar y armar cajas y claro a la frutilla se le pone esa cosa rara en las plantas. Las riegan con un tubo que está debajo del plástico. Lo ponen los tractores. Las cajas con frutilla y las cunitas con frutilla descartable se lo lleva un tractor que viene a las 12:15 o cerca aproximadamente y a la tarde también.
Los bolivianos pueden soportar más el campo que los argentinos porque los bolivianos tienen el trabajo más pesado y los argentinos están en las oficinas o será porque ellos sí pudieron estudiar? Yo pregunto en mi casa porque no estudian, porque no hay tiempo es la misma respuesta que me dan todos los días.
Ya que la frutilla es una empresa a nosotros nos dan techo, agua potable, luz menos gas. Pero claro a veces nos quitan un poco de plata para ayudar en las pagas. Para que los padres se vayan tranquilos a trabajar hay una guardería que los cuidan. Ahí les dan desayuno, comida y merienda y hay reuniones para levantar la basura. Porque además de levantar la basura de su casa, tienen que levantar la basura del patio o del suelo del baño y sino están presentes, tienen que pagar 5 pesos por cada día que falten.
También hay donaciones que mandan o traen en camiones y se le dejan a una señora que se queda con las ropas de las cosas bonitas que llegan y lo descartable lo dejan en una carretilla para que la gente lo use.
2) Bolivia me encanta porque la primera vez que fui me encantó. Cuando es de noche todas las luces se encienden de todos colores y yo escucho tambores y cosas así como una banda porque mi casa está en una montaña. Me acuerdo cuando fui a la cancha. La cancha es una cosa que llega casi a la terminal. Hay tiendas de comida, ropa, bebidas y cosas de mercadería. A mí me gustó donde venden caña de azúcar.
En Bolivia hay montañas chicas y en la escuela les dan uniformes. Sabía que en el jardín de niños estudian las lineas, los cuadrados, triángulos y números?
La gente del campo vive en casas de barro y paja y lo único que comen es chuño y mate y cuando es cumpleaños de alguien de la familia comen seco que significa arroz con papa y ensalada y carne seca y queso de vaca y de desayuno arroz con leche y buñuelo. Todo eso lo cocinan en una clase de horno a la parrilla y yo me sé el nombre pero no sé cómo se escribe.
La gente, más bien las mujeres, tienen que ir con ropa lavada desde su casa hasta que llegan a un río caminando y la ropa la llevan en un aguayo en la espalda. Más o menos lo que tienen que caminar es desde aquí hasta Sulema para enjuagar la ropa.
¿Alguna vez comió tostado? Se hace con habas. Las hacés secar al sol hasta que estén más secas. Después tenés que poner en una olla sal y después poner las habas secas y tostarlas hasta que revienten. Mi abuela las hacía. Sabe que mi abuela tiene ochentaialgo y fue al doctor y le dijo que estaba muy fuerte ella? Vive en el campo y solamente dos veces la vi.
La aprobé. La abracé cuando se fue. Le pedí permiso para compartir su texto en internet y le dije que escribiera todo lo que pudiera porque escribir hace bien y porque siempre hay cosas importantes para contar. Con un 4 pasó de año y por eso no estuvo en mi aula durante el siguiente ciclo lectivo, pero siempre espero cruzármela en los pasillos o en el patio y preguntarle: ¿Cómo fue tu día de ayer? ¿Lo querés contar en un papel?
La viralización
Decidí escribir en mi blog acerca de lo que había sucedido en una mesa de examen para compartir el relato sobre Frutillas y Bolivia con mi círculo íntimo de amistades. Para mi sorpresa, el texto “Dijo que no sabía nada” se viralizó: el blog pasó de tener 200 vistas a 300 mil en un poco más de una semana y lo hicieron noticia cientos de medios de comunicación de todo el mundo. En Bolivia la historia tuvo gran impacto en la población al punto que, una periodista me preguntó en una entrevista a modo de información: ¿Usted sabía que el lugar que ella describe es Cochabamba? Fue así que me enteré cuál era el paisaje geográfico preciso al que Gabriela hizo referencia en el marco de una mesa de examen situada a miles de kilómetros de distancia. De esta manera, no sólo la evaluación sobre Frutillas logró sensibilizar a un sector importante de la población desde una mirada al interior de un emprendimiento económico, sino que pudo “hacernos viajar en el espacio” hacia un lugar ubicado en el “Corazón de América”, relacionando elementos del territorio como son las montañas, la cancha, la terminal y las tiendas de comida, bebidas y ropa.
El impacto mediático tuvo su correlato en la zona del Paraje “Gloria de La Peregrina” donde funciona la escuela y la compañía Frutihortícola SA. Según me informó el director, la mamá de la estudiante fue dos veces seguidas a la escuela después de la viralización. La primera vez estaba muy emocionada por las repercusiones de la prueba, pero la segunda estaba triste porque, al parecer, “la estaban discriminando más que nunca”. A Gabriela le pasó algo parecido: algunas estudiantes de la escuela la acusaron de “poner en riesgo el trabajo de las familias”.
En ese momento en Argentina estábamos atravesando el inicio de un nuevo cambio de gobierno (tanto en la gestión municipal como provincial y nacional) que implicó el despido de miles de trabajadores y trabajadoras del Estado y de empresas privadas. Esta situación de desocupación y precariedad laboral, vino acompañada de un incremento de las políticas de control social de la población a través de diversas prácticas burocráticas (como suelen ser los operativos represivos y las inspecciones). Es así que, después de la difusión pública, llegaron a la escuela y a la empresa de las frutillas, decenas de personas con funciones en la gestión pública que se presentaban con la intención de multar, difundir o corregir ciertas infracciones que se estarían cometiendo en el lugar, según el relato de la estudiante. Como en general en las compañías y en las instituciones oficiales suceden cosas que no cumplen estrictamente con la ley vigente, se señala y penaliza los errores con las mismas herramientas con las que cuenta el sistema. De esta manera, la presencia de organismos de cuidado o recaudación, como son migraciones o minoridad por ejemplo, resultan una amenaza tanto para la patronal y el equipo directivo, como para la planta de trabajadores en general. Por eso, en lugar de señalar y enjuiciar a los responsables políticos de que las escuelas no tengan las condiciones idóneas para funcionar o a los responsables económicos de la explotación laboral, es más fácil revictimizar a la víctima y el problema sería la persona que habló. “¿Qué tenés que decir?” “¿Qué tenés que contar?” “¿Para qué escribís?” Fueron algunas de las preguntas intimidatorias que aparecieron en la zona.
Ser de Bolivia y residir en Argentina es particularmente difícil porque vivimos en una cultura racista (que se sostiene y varía con matices desde la época de la conquista), pero a partir de la exposición pública de ciertos casos, en algunos lugares, se exacerba. La solidaridad que me llegó por mi desempeño docente me facilitó el diálogo con sectores de la prensa y con algunos comentarios mal intencionados. Sin embargo, en la zona de “La Peregrina”, donde nació la historia, la conexión a internet no es ni fluida ni constante y la prensa escrita no se consulta en forma recurrente; por eso había muchas personas que, siendo parte de la comunidad, no habían tenido acceso al relato. Reproducir opiniones surgidas a partir de los resúmenes informativos, generó confusión y resistencia con los debates críticos-constructivos que se estaban dando en relación a las condiciones de educación y al trabajo en la zona. De hecho, a la tercera clase después de la viralización, se me acercó una estudiante de esa misma escuela:
—Profesora yo quiero decirle algo… Gabriela miente.
—¿Por qué decís eso? Para mí lo más fuerte del texto es la honestidad que tiene.
—Los chicos no trabajamos.
—¿Pero vos leíste la evaluación?
—No.
Y ahí mismo consulté al grupo de 35 estudiantes que tuve a cargo ese año en esa escuela, y nadie en el curso había leído el texto a pesar de que “todo el mundo” estaba hablando de la historia que había nacido en el mismo barrio. Porque si bien no publiqué el nombre de la estudiante (ni el de la escuela, para preservar su identidad), fueron los medios lo que se ocuparon de rastrear el lugar y presentarse en la institución con cámaras y grabadoras, con el fin de agregar datos al asunto. Entonces leí en la escuela la evaluación en voz alta y conseguí en el aula un respeto impecable por el relato y una atención que nunca más volví a conseguir en ese curso; y quedó claro que ella no hizo una denuncia al trabajo infantil, sino que la expresión textual que usó fue: “A mí me gusta embalar” y además también escribió: “Ahora pagan mejor” con lo cual, se entiende que es una relación asalariada. En todo caso, hace mención a nuevas formas de esclavitud (les descuentan salario sino limpian los espacios, las embarazadas trabajan, llegan cansados del trabajo, etc.) pero no se trataría de una forma de esclavitud propiamente dicha. Estamos haciendo referencia a relaciones atravesadas por un salario y eso es un dato fundamental para tener en cuenta a la hora de cuestionar el modelo económico de producción capitalista. (…)
La prensa
Mi teléfono estuvo sonando en forma ininterrumpida durante las semanas posteriores a la difusión de la evaluación. Entre escuela y escuela, atendía el celular y resultaba ser un llamado para un pedido de entrevista. Hice alrededor de sesenta notas (algunas muy buenas y otras no tanto). En general, me animaron para seguir confiando en mi forma de enseñar y evaluar, pero hubo un programa radial de Buenos Aires, por ejemplo, que la segunda pregunta que me hizo el periodista fue: “¿Te arrepentís de lo que hiciste?”. También hablé con medios de varias provincias de Argentina y de otros países como Bolivia, Colombia, EEUU y Uruguay, en donde el intercambio de ideas me resultó muchas veces más que interesante.
(…) A la casa de la familia fui varias veces después del impacto mediático, pero sólo una vez encontré a uno de los hermanos de Gabriela y le dejé una nota en donde les ofrecía ayuda y disculpas en el caso de haberles ocasionado algún daño.
Unos meses más tarde, me llamó el papá y me dijo “Quiero hablar muy seriamente contigo”. Fui una tarde y hablamos. Estaba enojado porque “todo el mundo” estaba hablando de su familia y me acusó de que por mi culpa, él y su esposa ya no estaban trabajando más en la empresa.
Le expliqué que yo no había publicado ni el nombre de su hija ni la verdadera ubicación de la escuela. Entonces me preguntó:
—¿Y cómo se enteraron?
—Porque la historia de Gabriela gustó tanto en mi círculo de amistades que la fueron compartiendo por internet miles de personas de todo el mundo y por eso el periodismo la buscó.
Entonces me contó enojado:
—A mí un día me llamó un tal Santiago y me hizo preguntas acerca de mi hija, de mi trabajo, de mi familia… y yo no sabía de lo que me estaba hablando… Le dije: “Yo soy inocente”.
—Usted no sólo es inocente, sino que lo único que hizo desde que llegó a este país es trabajar. Usted no le debe nada a nadie. Lo único que le pasó es que le tocó una hija que sabe escribir y eso es algo muy bueno.
El trabajo
La producción agropecuaria se realiza en forma similar en las distintas actividades económicas. Es decir, que lo que ocurre en la producción de frutillas, se parece a lo que sucede con la producción de algodón, yerba mate, café o caña de azúcar. Al producir bajo la lógica capitalista, se busca obtener las mayores ganancias en el menor tiempo posible, lo que termina provocando daños irreversibles en el medio ambiente y maltratos hacia la mano de obra. Lo especial de este relato que se hizo viral, es que el análisis no es a partir de cifras estadísticas o visiones desde pupitres u oficinas, sino que está contado en primera persona desde la voz de una menor que conoce el emprendimiento desde adentro. Lo importante, a mi criterio, para profundizar en detalles, es que hay al menos dos sistemas vigentes que son obsoletos para resolver las necesidades populares y que a pesar de las falencias obvias que tienen, siguen operando como si no hubiera alternativas posibles a la hora de aprender y producir.
La educación
(…) Es muy común que en las escuelas nos respondan con un “No sé”. Lo especial de Gabriela es el contraste entre la dificultad que tuvo para expresarse oralmente y la facilidad que tuvo para escribir. En menos de dos horas, escribió de corrido (sin tachaduras ni enmiendas) seis carillas en manuscrita sosteniendo un relato coherente, simple, atrapante y verídico. (…)
A partir de los ecos sobre los motivos por los cuales decidí promocionar a Gabriela, es que surgió la idea de publicar un libro. Me pareció interesante seguir escribiendo sobre el tema con el objetivo de aportar en los intercambios que se dieron en relación al sistema educativo hegemónico y al modo de producción capitalista. Fue mágico presenciar cómo una narración geográfica de una estudiante que ayuda en la actividad agrícola, movilizó miles de conciencias; y es mi deseo que este libro sirva para seguir pensando (y proyectando) modelos educativos que promuevan valores vinculados al “buen vivir” como una forma de resistir las lógicas de funcionamiento dominante.
(…) El contacto con Gabriela nunca lo perdí. Hace unos meses le llevé un libro y otro cuaderno en blanco para darle ánimo y para que siga con la escritura. Durante las consultas por mesas de exámenes de diciembre, me la crucé en un aula de la escuela. Le pregunté si necesitaba algo y bajando la mirada me dijo que no.
—¿En serio? —insistí—. ¿No necesitás nada? Hay muchas personas que me ofrecieron ayuda para vos y tu familia.
—…
—¿Necesitás que te ayude en algo?
Y entonces me dijo:
—¿No me enseñaría Geografía?
*Por Lucía Gorricho para Revista Ajo. Fotos: Diego Izquierdo.