Jerusalén ocupada
Silenciada por las guerras y conflictos armados que convulsionan el Oriente Medio, la cuestión palestina vuelve a emerger en toda su trágica dimensión. La violencia explícita ha vuelto a las calles de Jerusalén y de Cisjordania.
Por Jorge Montero para El Furgón
Con su habitual prepotencia y tozudez, el Estado terrorista de Israel da otro paso en su insaciable geofagia en los territorios palestinos. Ahora es el turno de la mezquita de Al Aqsa, parte del complejo religioso de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén Oriental, punto nodal de los recientes enfrentamientos entre palestinos y las fuerzas de ocupación israelíes.
El templo es uno de los lugares sagrados del Islam, venerado por los musulmanes de todo el mundo. Desde allí, según El Corán, habría iniciado el Profeta Muhammad su ascensión a través de los cielos, tras su “viaje nocturno” de la Mezquita Sagrada de La Meca a la “Mezquita Lejana” de Jerusalén.
Para los palestinos, la mezquita tomó una nueva significación tras la ocupación israelí de Al Quds (Jerusalén Oriental) en 1967. Las imágenes de los soldados israelíes izando su bandera sobre los santuarios musulmanes y cristianos en la ciudad hace ya cincuenta años, están grabada a fuego en la memoria colectiva de varias generaciones.
Los planes israelíes para la ciudad ocupada, sin embargo, son mucho más ambiciosos que la presión asfixiante ejercida ahora sobre los fieles de Al Aqsa, que imposibilita la práctica de sus creencias religiosas. En abril pasado, el gobierno de Benjamín Netanyahu anunció planes para extender la colonización israelí en el Jerusalén ocupado con la construcción de 15.000 nuevas viviendas, en otra flagrante violación a las resoluciones de las Naciones Unidas.
Que la Unesco haya recordado la importancia de Jerusalén para las tres religiones monoteístas, llamando a Israel a respetar el statu quo de sus lugares sagrados en el marco de la resolución aprobada en octubre de 2016 –“Preservar el patrimonio cultural de Palestina y el carácter distintivo de Jerusalén Este”-, provocó la inmediata reacción indignada del gobierno israelí. El ministro de Educación, Naftali Bennett, acusó a la organización internacional de aportar “un apoyo inmediato al terrorismo islámico” y “un premio al extremismo”, suspendiendo cualquier tipo de colaboración con el organismo internacional.
La representación argentina en la Unesco, a cargo del radical Rodolfo Terragno, se abstuvo en esta votación trascendental, alegando la necesidad de crear puentes “entre las partes en conflicto”. “Ni tomar partido ni lavarse las manos” pasó a ser el leitmotiv cómplice de la diplomacia nacional.
Las manifestaciones pacíficas iniciadas en octubre de 2015, reprimidas brutalmente por los ocupantes israelíes y que han costado la vida de 330 palestinos, sumaron a miles de personas que no rezan en la mezquita de Al Aqsa, pero que sí han sido víctimas del resto de las políticas sionistas dirigidas a consolidar su ilegal colonización de Palestina: segregación racial, expropiaciones de tierras, desalojos sistemáticos, demolición de viviendas, cancelación de permisos de residencia, denegación de las solicitudes de reunificación familiar, detenciones arbitrarias y violencia diaria que impide a los palestinos ver crecer a sus hijos sin el peligro de que los asesinen. A ello hay que sumar el cierre de todas las instituciones nacionales palestinas en Jerusalén, incluyendo el pedido de desmantelamiento de la sede de la ONU en Al Quds ocupada.
En junio pasado, hablando en Jerusalén ante una multitud que celebraba el 50 aniversario de la ocupación militar israelí de la ciudad, Netanyahu declaró que el complejo de la mezquita Al Aqsa “permanecerá para siempre bajo soberanía israelí”. Envalentonado por el apoyo recibido desde la Casa Blanca, el gobierno de Israel da rienda suelta a su política de efectivizar la ocupación ilegal y la anexión definitiva de la ciudad.
Estados Unidos, ahora bajo el gobierno de Donald Trump, abandona su mendaz función de “mediador de paz” entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), enviando señales claras de que no tolerará ninguna presión sobre el Estado sionista con respecto al estatuto de Jerusalén y los otros “territorios ocupados”.
El compromiso de la administración Trump de trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, anuncio recibido calurosamente por todo el arco de la derecha estadounidense y el extremismo israelí, va de la mano con el accionar de su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, quien advierte contra cualquier crítica internacional de la ocupación militar israelí, mientras se enardece al grito de “se acabaron los tiempos de las injurias a Israel”.
La agitación política en Jerusalén se ha traducido en más violencia, ya que miles de soldados y policías israelíes han sido trasladados a la ciudad para restringir el movimiento de los palestinos y bloquear los accesos hasta Al Aqsa. Cientos de personas han sido detenidas en esta campaña masiva de seguridad.
Según la asociación de derechos humanos Addameer, desde el año pasado en Jerusalén más de 8.000 palestinos y palestinas han sido detenidas en los territorios ocupados. De ellos, por lo menos 2.335 residen en la ciudad.
Este tipo de presión sistemática genera explosiones, como el caso de Misbah Abu Sbeih, quien en octubre pasado, tras llegar a una comisaría de la policía militar, abrió fuego eliminando a dos oficiales israelíes antes de ser acribillado. El viernes 14 de julio, el día sagrado de la semana en el calendario musulmán, tres palestinos atacaron a varios soldados y policías israelíes apostados en la Explanada de las Mezquitas, ultimaron a dos y fueron luego abatidos por las fuerzas de ocupación.
Sólo una semana después, el 21 de julio, la fuerte represión israelí contra quienes acudieron a la oración del viernes en la mezquita Al Aqsa, de la que participaron activamente colonos armados, dejó un saldo de tres jóvenes palestinos muertos y más de 450 heridos. El hospital Al Maqased de Jerusalén, colmado de víctimas, fue allanado en varias oportunidades por los militares que destruyeron equipos e instalaciones, en su pretensión de detener hasta a quienes se encontraban en estado crítico.
Mientras tanto, las amenazas israelíes se multiplican. “Recuerden 1948. Recuerden 1967. Así se comienza un Nakba. No nos vuelvan a poner a prueba ya que el resultado no será diferente. ¡Han sido advertidos!”, escribió el ministro israelí de Cooperación Regional, Tzachi Hanegbi, en su cuenta de Facebook, exigiendo el cese inmediato de las protestas en Jerusalén Este; la complicidad trasvestida de “moderación” vuelve a adueñarse de la comunidad internacional.
El secretario general de la ONU, António Guterres, deploró las víctimas causadas por los choques entre israelíes y palestinos, y destacó su preocupación por la violencia en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Nada para decir sobre los 66 años de guerras de rapiña, ataques sistemáticos y criminal represión a la población, asesinatos selectivos de sus dirigentes, y escarnio a las resoluciones de la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de la ONU en demanda de la retirada israelí de los territorios ocupados.
El papa Francisco, durante el tradicional Ángelus del domingo 13 de julio, alegó ante miles de fieles en la Plaza de San Pedro: “Sigo con conmoción las graves tensiones y la violencia de los últimos días en Jerusalén. Siento la necesidad de expresar un sentido llamado a la moderación y el diálogo”. Exhortación que difícilmente encuentre oídos atentos entre los integrantes de un ejército de ocupación cuya misión es aniquilar a una población oprimida e indefensa.
Jorge Bergoglio hace un llamado hipócrita a un diálogo imposible entre quienes apresuran la concreción de su utopía reaccionaria del “Gran Israel”, coreando la canción del líder sionista Zeev Jabotinsky: “Dos riberas tiene el río Jordán. / Ésta la nuestra. / Y la otra, nuestra también”, y quienes resisten día a día materializando las palabras del poeta palestino Tawfiq Az-Zayyad: “…cuando tengamos sed / exprimiremos piedras, y comeremos tierra / cuando tengamos hambre, / PERO NO NOS IREMOS / aquí tenemos un pasado, / un presente / aquí está nuestro futuro”.
En ausencia de un liderazgo consecuente, los palestinos están cada vez más desesperados e indignados. La ANPde Mahmud Abbas, burocratizada hasta los tuétanos y ocupada en sus patéticas luchas internas, no puede ejercer una orientación clara que permita al pueblo palestino recuperar un horizonte político en su lucha por sobrevivir. Sólo hablan de “negociar” y no escalar la situación en Jerusalén.
Los ánimos palestinos están encendidos. Mientras son miles los que resisten la colonización, manifestándose en diversas formas colectivas de protesta, otros están llegando a un punto de ruptura y arremeten individualmente contra las fuerzas de ocupación.
Es imprescindible recordar como en 2000, el brutal recorrido por la Explanada de las Mezquitas por parte del asesino de palestinos Ariel Sharon -un año después electo primer ministro de Israel- fue el detonante de la llamada “Segunda Intifada”, también conocida como la Intifada de Al Aqsa, que duró cerca de cinco años, y se cobró la vida de alrededor de 5.500 palestinos, y más de 1.100 israelíes.
La destrucción y los miles de muertos ocasionados tras el levantamiento no trajeron avances en las negociaciones febriles que se dieron a continuación. La Hoja de Ruta elaborada en 2003 por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la ONU exigía a los palestinos acabar con los actos terroristas y a Israel frenar la construcción de los asentamientos. Los atentados cesaron, pero el ritmo de las construcciones en los territorios ocupados se incrementó sin parar.
“Las negociaciones no llevarán a ninguna parte porque el gobierno de Israel no está interesado”, aseguraba el periodista israelí Gideon Levy. “Por ello, tarde o temprano, las nuevas generaciones traerán la Tercera Intifada y, de la misma forma que la segunda fue peor que la primera, la tercera será mucho peor que la segunda”, concluía.
“¡Cuidado con mi hambre y con mi ira!”, alertaba al mundo el poeta palestino Mahmud Darwish.
*Por Jorge Montero para El Furgón.