Lanata, periodismo y televisión
Por Lea Ross
Era el año 2003. Néstor Kirchner había asumido como presidente. Detrás de él, quedaba la represión de diciembre de 2001 y la Masacre de Avellaneda de 2002. En ese entonces, lo que nosotras llamamos “la televisión” tenía cierto resquemor para polemizar sobre política y economía, como se hacía en las gestiones de Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Luego de los infiernos vividos en las calles y con el “qué se vayan todos”, la televisión se pidió así misma darle algo de oxígeno a las autoridades para lograr remar la situación del país. Y al venir este santacruceño al que no lo conocía nadie, se optó por dejar que haga su trabajo, que arregle lo que pueda, y todos los estudios televisivos se portarían bien. Es decir: no hablar ni de política ni de economía. En esa situación, se llegó a punto tal de que el canal Telefé tentaba la posibilidad de no tener más noticieros.
Porque si no se iba a hablar de política o de economía, ¿de qué se podía hablar entonces en la televisión? ¿Cómo se podía llenar ese espacio vacío para los noticieros y programas dedicados a la actualidad, si no podía hablar de esos dos temas? La solución a este vacío fue retomar la experiencia reciente en los trabajos de cobertura del 2001 y el 2002: cubrir casos policiales.
Camarógrafos en patrulleros. Crónicas de los barrios. Material de cámaras de vigilancia. Policías en Acción. Secuestros express. Cruzada por Axel. Horror en San Isidro. Violadores seriales sueltos en la calle. Mató a su mujer. Por un celular. Toda la televisión se policializó. Y convirtió los hechos policiales en un espectáculo que ofrecía sus números todos los días.
“Se llegó a un punto tal que cuando le robaban una cartera a una vieja en la calle, la vieja tenía cinco cámaras de televisión con cinco noteros preguntándole lo mismo. Y tenías la misma noticia en todos los canales. Pero eso no es noticia. Siento mucho lo que le pasó a la señora. Pero eso no es noticia”, decía Jorge Lanata en una época en que estaba embromado con la televisión.
Y es que el último año del programa de televisión insignia Día D, una adaptación audiovisual de lo que era Página/12, arrancaba en su primera edición con un sketch en donde el propio Lanata junto con Fernando Peña, mostraba el detrás de escena de lo que era la televisión: una vaca, funcionarios corruptos, una mujer golpeada, niñitos atados y con dedos cortados, un cura que le costaba reprimirse sexualmente, un jolgorio organizado por alguien que tenía en su pecho el rating minuto a minuto, como si fueran sus pulsaciones. “La idea era mostrar lo que era la televisión. Ahí tenés: eso era la televisión. Todo eso que ves ahí”, explicaba Lanata.
“Y fue en vano. Porque a la semana la tele, a la que pensamos que habíamos agarrado, nos volvió a sorprender”, decía Lanata. Y se refería al caso “Barbarita”, la niñita que dijo frente a una cámara de televisión que no sabía si iba a comer. Y lloró. Lloró y lloró.
Ante la impotencia de no conformarse con la capacidad reflexiva minutera que tenía la televisión, más el hecho de que fue levantado su programa en un panorama donde la televisión se negaba a hablar de política y economía, Lanata había decidido armar su documental sobre la deuda externa, tratando de explicarse por qué lloró Barbarita.
Desde entonces, y sin la televisión de aire, decidió probar suerte con lanzar su propio diario. Y aceptar un pequeño proyecto televisivo en Canal 26 del cable, que le pertenece a Alberto Pierri, hombre apegado al pejotismo. Su diario cayó en la miseria. Y el programa no logró tener suficiente vuelo, sin siquiera contar con el apoyo del propio canal que no difundía su existencia.
Su odio visceral hacia el kirchnerismo llegó a un punto tal, que decidió pactar con el Diablo y aceptar lanzar su proyecto Periodismo Para Todos (PPT), para canalizar toda la operación electoral contra el oficialismo de ese entonces y mientras Clarín le garantizara todo el presupuesto que él quería.
Después de cuatro años, de 2012 a 2015, cumplió con sus expectativas, el kirchnerismo fue derrotado electoralmente y PPT proclamó su fin de ciclo. Lanata decidió continuar con otros proyectos, uno más fracasado que el otro. El primero fue conducir un programa de entretenimientos: buscar al argentino más inteligente. Duró apenas dos semanas por el bajísimo rating. Y el otro, armar una agencia de noticias internacionales de nombre “Ducto”. La idea no prosperó antes de comenzar.
Ahora, decidió reabrir el ciclo de PPT, al no quedarle otra. Y en esta temporada 2017, luego de dos emisiones, curiosamente en esta época electoral, en donde el macrismo trata por todos los medios posibles que Cristina Fernández no saque más votos que Esteban Bullrich, en lugar de realizar ataques punzantes sobre lo que hizo el kirchnerismo, fue por algo más sutil: recurrir a casos policiales.
Lanata terminó haciendo eso que tanto odiaba porque lo eligió como su estrategia. Tanto los lazos de la policía con los narcos, como el caso de “El Polaquito” asegurando que mató a una persona. Que mató a un transa, justo a un transa. Porque como dice el Polaquito, no hay registro de ese asesinato, porque nadie haría la denuncia. Por ende, no hay forma de demostrar periodísticamente que ese asesinato ocurrió. Solo el testimonio del que lo confiesa. Esa es la noticia. Justo un transa. Truco de guionista.
Y mientras hablamos de casos policiales, no solo avalamos la baja de la edad de imputabilidad, sino que respaldamos la idea de que la palabra del Polaquito no es más que la «pesada herencia» que hay que acarrear por culpa de la vieja política. Mientras los narcos amenazan a María Eugenia Vidal, que tiene que refugiarse en una base militar para protegerse.
Hacer lo que uno no quiere hacer, esa es la regla del periodismo para Lanata. Pero se equivoca. Confunde periodismo con televisión. Y la regla de la televisión es: Nadie resiste archivo.
Por Lea Ross.