Hermanos
Vanina Kosteki busca justicia por Maxi, pero antes también buscó lo mismo por Javier, otro de sus hermanos. La historia en imágenes de todos estos años de lucha.
Juan Pablo Barrientos para Revista Cítrica
Vanina es la tercera de cinco hermanos: Julieta y Javier llegaron antes; Maximiliano y Mara llegaron después. En 1995, Javier salió de su casa y nunca volvió. Vanina y Maxi, los más inquietos de la familia, iniciaron una búsqueda por los lugares que él frecuentaba en el barrio Don Orione, donde vivían. A los pocos meses, dieron con un amigo de Javier que les contó que su hermano había tenido un enfrentamiento con la policía en Lanús, y que había fallecido. Su cuerpo jamás apareció y la denuncia policial se realizó algunos meses después de que Vanina y Maxi le contaran a su madre lo sucedido.
Su madre se llamaba Mabel y los crió prácticamente sola porque el padre siempre estuvo ausente. Era jefa administrativa del ferrocarril Roca, muy creyente, y logró sostener a la familia con mucho sacrificio. A pesar de llevar una vida despojada, algunos de los chicos pudieron estudiar en colegios privados y todos fueron a catequesis.
En septiembre de 2002, Mabel programó una operación de vesícula, que tuvo que posponer porque unos meses antes, el 26 de junio, Maxi, el cuarto de los hermanos, fue asesinado a sangre fría por el comisario Alfredo Fanchiotti durante una manifestación en la estación de Avellaneda, que marcaría uno de los hitos más trágicos y oscuros de la crisis social, económica y política comenzada en 2001.
En 2003, la salud de Mabel se complicó y en una operación de rutina un cálculo perforó su páncreas y murió.
—Antes de entrar al quirófano mi mamá me dijo: ‘Si me pasa algo es porque me tengo que encontrar con mis dos hijos que me están esperando’ —recuerda Vanina.
Dos años más tarde, en 2005, un mensaje de voz en el teléfono de Vanina le avisó que su hermano Javier estaba vivo e internado en el hospital psiquiátrico Melchor Romero, con un cuadro de esquizofrenia aguda.
Como cada 26 de junio, Vanina sigue marchando para reclamar que los cómplices de Fanchiotti, condenado a prisión perpetúa en 2006, también paguen sus culpas. A veces lo hace con alguno de sus cinco hijos, que le dieron dos hermosas nietas. A uno de ellos lo llamó Maxi, y parece que pinta y dibuja como Kosteki, su tío, emblema de compromiso y dignidad, una bandera que se agita contra el olvido.
*Por Juan Pablo Barrientos para Revista Cítrica