Dorados e implacables
En una de las finales más esperadas, los Golden State Warriors se quedaron con edición 2016/17 de la NBA. En una final espectacular, derrotaron por 4 a 1 a los Cleveland Cavaliers. Aunque la diferencia resultó amplia, hubo un nombre clave: Kevin Durant.
Por Luis Zegarra para La Tinta
La tensión espesa el aire en el repleto Oracle Arena de la siempre cálida ciudad de Oakland. Al tercer cuarto del quinto partido de la serie final de la NBA le quedan 3.20 de juego. Cleveland acaba de ponerse a cuatro puntos, tras una espectacular combinación entre Lebron James y Tristan Thompson. Sólo un cuarto antes, la diferencia en el tanteador se había estirado hasta 17.
La ofensiva de Golden State vuelve a lucir trabada: mucho intento individual, poca movilidad. Klay Thompson ha quedado estacionado en la izquierda de su ataque. Ya no tiene posibilidad de picar la pelota y espera que algún compañero se acerque. Cuando otra pérdida parece inminente divisa a Kevin Durant, que logra desmarcarse detrás de una cortina que le facilita Draymond Green.
Durant va a recibir la bola un metro detrás de la línea de tres puntos, casi de frente al aro. Mientras toma la naranja, amaga continuar su traslado hacia la izquierda, en dirección contraria al pase. El movimiento es ligero: su torso se inclina hacia adelante, las rodillas apenas dibujan un ángulo. Pero en una milésima su cuerpo queda completamente vertical. Entonces eleva sus brazos, yergue el mentón y gira levemente los hombros a la derecha. La pelota sube, para luego coronar su nuca. En sincronía, su pierna derecha se estira hacia delante para volver pronto al mismo punto.
Desde la derecha se aproxima Richard Jefferson, el Cavalier asignado a su custodia. Aquella cortina lo ha dejado atrás y sabe que no puede dar espacio al jugador con más atributos ofensivos. Apurado, da dos pasos hacia el punto que señalan los hombros del atacante. Nada hay allí, el aire tibio entorna sus brazos. Intenta reponerse, pero es tarde: el engaño ha proporcionado los pocos centímetros que necesita Durant. Cuando lo vuelve a enfocar, la pelota está en la punta de los dedos de Kevin, que mide 2.10, con una envergadura de 2,30. Desde allí la pelota viaja al aro en perfecta parábola.
El roce de la red suena como un cachetazo a las esperanzas de los visitantes. Al partido le quedan 14 minutos. En básquet, equivale a una eternidad. Pero una sensación fatal invade el banquillo de los vestidos de negro. Es el 35 de los Warriors el que ha vuelto a calzar las ropas de verdugo. Las mismas que lució en el cierre del tercer juego, cuando se cargó la ofensiva Warrior en un fulminante sprint que les permitió quedarse con un partido clave: ningún equipo en la historia pudo dar vuelta una serie estando 0-3.
Los Cavs no se resignarán. Son los actuales campeones y cuentan con una ofensiva deslumbrante. Al fin de cuentas, ganaron la pasada liga ante el mismo rival y estando en idéntica situación: 1-3 debajo en la serie. Incluso llegarán a descontar hasta quedar a tres puntos a falta de 11 minutos. Pero Durant ya se ha ajustado la capucha. Y la quiere combinar con el anillo de campeón. Implacable, suma la mayor parte de sus 39 tantos en el último cuarto.
Su efectividad desespera a los de Ohio, que en toda la serie no ha atinado un esquema que permita frenar a los Warriors. Las defensas individuales son poco eficaces ante Durant, pero también ante Stephen Curry, el endiablado base, dos veces elegido mejor jugador de la liga (una de ellas de manera unánime), responsable de imponer un ritmo de juego tan frenético como desgastante para el rival. Las defensas combinadas sobre ellos abren espacios para que Klay Thompson o Andre Iguodala los castiguen.
Ya con confianza, los ganadores de la Conferencia Oeste vuelven al ballet de corridas, pases y tiros de larga distancia. Con 129 puntos en el partido definitivo consolidarán otra marca: 121.6 por partido en las finales, cuarto mejor promedio de la historia (los antecedentes remontan a la década del 60). Ni siquiera el supremo esfuerzo de Lebron James, ya dueño de varios récords individuales, resulta suficiente para los ganadores de la Conferencia Este.
Esta vez no habrá resurrección: los de la bahía se han recuperado del bajón del cuarto partido, único que han perdido en su avasallador paso por los playoff. La marca final de 16 triunfos y una derrota será otro hito en la era del básquet moderno. Y levantarán su cuarto título, segundo en las últimas tres temporadas.
Entre titanes
Durant fue el necesario héroe de cualquier historia que requiera ganadores. Sus impresionantes números en la serie lo catapultaron a ser el jugador más valioso de las finales (MVP): 35,2 puntos, 8,4 rebotes, 5,4 asistencias por partido. En total sumó 176 tantos en la serie, a sólo dos unidades de la mejor cifra de la historia. Todo, con 59% de sus tiros convertidos.
Más importante aún, muchos de esos tiros llegaron en los momentos en que su equipo más lo necesitaba. En otras palabras, realmente marcó la diferencia en una serie que, sin su aporte, muy probablemente se hubiera extendido más allá de cinco partidos, ante un rival de casi su mismo calibre .
KD, según se lo conoce, fue el más decisivo de la serie. Pero junto a él brilló Curry, que promedió 26.8 puntos, 9.4 asistencias, 8 rebotes y 2.2 robos por partido. Combinados, promediaron 62 puntos por partido, la tercer mejor cifra para una dupla, apenas debajo de duetos de leyenda: Jordan/Pippen, Kobe/Shaq.
Es que Golden State fue, sin dudas, el mejor equipo de la edición 2016/2017 de la liga. Durante la fase regular ganó 67 de 82 partidos. Apenas seis menos que el récord absoluto que pertenece a… Golden State en la campaña 2015/2016. En todos esos juegos fueron el equipo con más puntos por partido (casi 119), con más asistencias y con mejor porcentaje en tiros de tres puntos.
Durante los playoff sólo mejoraron sus estadísticas. El citado traspié en el cuarto partido de la final les impidió cerrar con récord perfecto. Pero hasta ese match lograron un 15-0 (ganaron los tres cruces de conferencia por 4-0) que es la mejor marca en eliminatorias para cualquier competencia yanqui.
Su ofensiva asombra. Pero esencialmente fueron el mejor equipo en defensa. Lo lograron gracias a esquemas asfixiantes, con rotación permanente, con jugadores capaces de defender distintas posiciones (internas o externas) y muy atentos a “saltar” para evitar tiros cómodos de sus oponentes. Así lograron apagar ofensivas rivales. Especialmente a Cleveland, que hasta entonces también había logrado números asombrosos en playoff. Y que parecía tener la fórmula para desactivarlos desde la final de 2016.
Una deuda
Aquella histórica derrota fue la génesis para estos Warriors de leyenda. Humillados, sus dirigentes dieron un paso más en la constitución de los denominados superequipos: aquellos que logran reunir a tres o más mega estrellas. Aprovechando un desembolso extra de la TV a la liga (de 900 millones a 2.700 por año), decidieron jugar al límite del tope salarial de 94 millones de dólares por año. Incluso, pagar la multa que les permita pasarse un 10% de tal cifra.
Tras desprenderse de algunos contratos de jugadores secundarios, fueron por Durant que, con sólo 28 años pero ya 10 temporadas en la liga, acarreaba una urgencia: ser campeón. Había disputado una final y había sido elegido el mejor jugador de la temporada 2013/14, pero le faltaba el máximo galardón. Y estaba dispuesto a resignar algunos millones para integrar una constelación con varios salarios elevados. Aún así, son 26.5 los millones que embolsó esta temporada. Y algunos más lo esperan para este año.
Las críticas arreciaron cuando decidió dejar la ciudad de Oklahoma, donde compartía marquesinas con su (entonces) amigo Russell Westbrook. Pero KD estaba decidido. Y poco amedrentan las mudanzas a quien pasó su infancia en ruinosas pensiones, abandonado por su padre, rodeado de carencias. Tantas, que su madre, funcionaria de correos, debía pasar más horas en el trabajo que con él y sus hermanos.
Ahora, en una cálida noche de junio, Wanda Durant llora otra vez. A lágrima tendida, como aquella tarde de 2014 en que su hijo recibía el trofeo de MVP de la liga. Esta vez Kevin le dedica el galardón de las finales, en un festejo visto por más de 25 millones de estadounidenses. Él también está emocionado, pero ya no solloza. Abraza el trofeo. Sabe que esta vez podrá alojarlo en una vivienda propia y amoblada. Y sabe que si Golden State mantiene el plantel deberá ampliar las vitrinas.