Manifiesto antiNiembro
Fernando Niembro derivó en una forma de llamar a un tipo de periodista: el defensor del status quo, operador, «chivero» y maltratador de sus compañeros al aire. En el barro de su renuncia por acusaciones de corrupción, queda una bronca consensuada que atraviesa generaciones, ideologías, sexos, grieta y equipos de fútbol. Pero ya está, a Niembro le desactivaron el bluetooth del joystick, le desconectaron el comando operacional de este juego que jugaba tan bien.
Por Alejandro Wall para Revista Anfibia
Las horas de televisión en las que Fernando Niembro nos habla de los restoranes donde fue a comer la noche anterior al partido se acumulan y podrían crear un subgénero periodístico. Después de contar las bondades del lateral derecho –bondades que ni los más despiertos pueden ver pero eso no le importa al representante del jugador- Niembro nos comenta lo rico que comió en esa esquina de Palermo o la panzada que se dio semanas atrás en la parrilla que Pichi Leiva tiene en Manhattan. Son esos momentos del partido en los que la ira lleva a manotear el control remoto para hundir el dedo gordo en el botoncito de mute.
No suelen aparecer de forma tan obvia las imágenes que recrean otros turbios eventos históricos, aquel posicionamiento político por el que enarbolaba banderas antisindicales desde su escuela terciaria privada o, desde la función pública, durante el menemismo, cuando renunciaba a un cargo acusado de corrupción o anunciaba los indultos a los militares de la dictadura. Esfera de negocios públicos y privados, intereses individuales a un precio determinado, Niembro construyó un perfil de intervención política –a veces extorsiva- que no es nuevo y que preferiría olvidar. Pero empecemos por lo más evidente.
Se podría hacer una tesina en Sociales –si es que alguien ya no la hizo- sobre los PNT que coló Niembro en todos estos años. PNT significa Publicidad No Tradicional y es la forma políticamente correcta de llamar al chivo. Chivos existen de todo tipo y tamaño: está el chiquito por un canje, una cena, la noche de hotel, los pasajes de avión; el más grande que baja de arriba, el que se arregla por abajo, el de los favores a los amigos, el que se paga en negro, el que se factura en blanco y el que hasta te cae simpático porque se anuncia con cariño, pidiendo permiso: “¿Me deja pasar un chivo?”. Gerardo Sofovich fundó una cátedra en este asunto. Niembro la extendió al fútbol. A veces es un restorán, a veces es una provincia, a veces es una marca de ropa deportiva, a veces es un dirigente y otras veces es directamente un gobernador, un intendente o un ministro que justo está en la tribuna. Pero la más maravillosa música, la que quedará por siempre en la memoria del pueblo, es un breve diálogo que empieza con Niembro preguntándole al cronista de campo de juego –mientras la pelota se va por un costado- cómo están las cosas en el banco de suplentes.
—Todo muy tranquilo— le responde el periodista –guiño guiño- desde abajo.
—Como nosotros, que contamos con Travel Ace Assistance —remata Niembro.
Casi no queda quien haya olvidado estas líneas durante los días amargos que atravesó Niembro. Primero para decir que podía estar tranquilo a pesar de las denuncias por los contratos millonarios embolsados con la Ciudad de Buenos Aires; después para decir que ya ni esa cobertura dejaba a salvo su candidatura a diputado por el PRO / Cambiemos en la provincia de Buenos Aires. Porque la cuestión es la siguiente: el periodista Nicolás Eisler reveló en Tiempo Argentino que Niembro, candidato bonaerense de Mauricio Macri, tenía una empresa llamada a La Usina Producciones -con su socio, Alberto Meza, también en la lista del PRO- que le facturó al gobierno de la Ciudad y el Banco Ciudad, sus únicos dos clientes, más de veinte millones de pesos. Lo que resultó inexplicable para Niembro no era que una parte se tratara de pauta publicitaria –que también la trasladaba a Fox Sports, el canal donde trabaja- sino que además hubiera contratos entregados apenas mediante concurso de precios, casi de una forma directa, y nunca publicados en el Boletín Oficial. Con ellos, debía realizar encuestas y otros trabajos de consultoría a pesar de que la agencia no tenía empleados ni antecedentes en esas materias. A pesar del éxito empresarial tan evidente, Niembro vendió la firma hace un año por apenas veinte mil pesos. Pero el negocio quedó en manos de Meza, su socio en La Usina y en el PRO. Meza fue el primero en renunciar. Después de varios balbuceos y contradicciones en las excursiones mediáticas –tanto de él como de otros funcionarios macristas- quien tuvo que bajarse de la candidatura fue Niembro.
Lo que quedó entre todo el barro fue una sensación de acuerdo generalizado, la expresión de una bronca consensuada contra Niembro; una bronca que atraviesa generaciones, ideologías, sexos, grieta y equipos de fútbol. Sólo un nombre puede anotarse en la misma escala Niembro de la antipatía popular: el de Marcelo Araujo. Ni los kirchneristas más furiosos, ni los defensores a ultranza de Fútbol para Todos bancaban la presencia de Araujo en las transmisiones estatizadas. En poco más de un año y medio se presenció la caída en desgracia de dos símbolos de una época, el menemismo deportivo, los dos socios en la Escuela Superior de Ciencias Deportivas, que –oh- también le facturó por supuestos cursos de inglés a efectivos de la Policía Metropolitana y distintas capacitaciones a empleados porteños, como revelaron las notas de Eisler y Claudio Mardones, y que cuando cerró dejó colgado un tendal de alumnos, empleados y profesores. En el medio, como si se tratara de un derrumbe en serie de la estructura que gobernó el fútbol argentino durante las últimas décadas, se murió Julio Grondona y cayó preso acusado de corrupción el CEO de Torneos, Alejandro Burzaco.
Niembro y Araujo fueron los voceros preferidos del ancien régime del fútbol argentino. Ambos representaron la soberbia monopólica y corporativa cuando mandaba la sociedad Torneos/Clarín; eran los que estaban adentro y se reían de los que habían quedado afuera. A Araujo lo echaron en 2004. Sus viejos elogios a la dictadura militar y sus críticas a la Ley de Medios no le importaron al kirchnerismo para reubicarlo en el puesto de relator en 2009. Los amigos quedaron a un lado y al otro de la batalla. Araujo pegó la voltereta y se convirtió en el espadachín del Fútbol para Todos. Niembro permaneció en el mismo lugar: reivindicando el fútbol codificado, la nostalgia de que los partidos de la selección se vean en las casas que pueden pagar porque para ver fútbol gratis andate a Cuba.
Paulino, el padre de Niembro, fue presidente de Nueva Chicago y dirigente sindical de la Unión Obrera Metalúrgica, además de un hombre con peso en la AFA bajo la presidencia de David Bracuto hasta el golpe de 1976. Cuando Niembro quiere reafirmar su identidad peronista menciona la historia gremial de su padre. Pero el ex candidato, un vandorista que combatía la organización gremial en su escuela de periodismo, recuerda con menor frecuencia su paso como secretario de Medios de Comunicación en el primer año de la presidencia de Carlos Menem. Niembro no sólo fue el encargado de anunciar los indultos sino que además estuvo a cargo de ATC durante unos meses. La historia terminó envuelta en un caso que tiene hilos de conexión con el que protagonizó estos días: tuvo que renunciar con denuncias de facturar publicidad estatal a través de una agencia privada que tenía junto a su amigo Araujo.
Esa vez, después de negar que tuviera tal agencia, contó que volvía al periodismo. “Ahora tengo que buscar trabajo y creo que no va a ser fácil”, le dijo al diario La Nación. Iba a ser fácil. Niembro, que formó parte de programas mitológicos como Sport 80 en Radio Mitre y Todos los goles en Canal 9, retomó enseguida la carrera laboral con una tira radial los mediodías, la que mantuvo por años en Libertad, en La Red, en Del Plata y, durante los últimos años, en la AM950. Esos bloques, las transmisiones internacionales y La última palabra, el programa de televisión que mantiene hasta hoy, fueron sus principales tribunas para exaltar la doctrina niembrobilardista, el sueño erótico con los equipos utilitarios, el éxtasis del resultado ante todo y el antiesteticismo incluso hasta la sobreactuación. Y aclaremos que esto es una descripción, no una censura sobre las ideas, que cada uno tiene las que quiere.
Niembro se convirtió en el comunicador influyente, una especie de Bernardo Neustadt a escala del país futbolizado. Neustadt era más bien un ideólogo, el instalador de un régimen. Niembro, en cambio, se transformó en el defensor del statu quo, el vocero de un orden. El que bajaba línea para todo. El que antes de meterse de lleno en analizar esa línea de cuatro pedía orden y defendía el clima de negocios. El que agitaba por un juego pragmático y también por un modelo privatista, las sociedades anónimas deportivas contra las asociaciones sin fines de lucro. Un menemismo explícito y sin matices. Así lo paseaba a su amigo Mauricio Macri por sus programas para mostrarlo como el dirigente del futuro y defender con él la idea de que los clubes se convirtieran en empresas -un proyecto de ley que tenía la firma de su ahora rival, Daniel Scioli- aunque sin sacar los pies del plato, sin que significara pararse de manos, al contrario, con Grondona y la dirigencia tradicional. Ahí fue un equilibrista.
Niembro es el periodista que se siente capaz –y algunos le adjudicaban ese supuesto poder- de sacar y poner técnicos y elevar o bajar jugadores, que después morirán por un minuto de aire en su programa. Cómo estás, Fernando, un placer como siempre. Niembro lo hace con maestría, hay que reconocerlo, con una enorme pericia para la técnica de la entrevista, en la que muchas veces llega a climax envidiables; con un talento admirable para la crónica radial, sin baches aunque con silencios justos, para describir ciudades o contextos sociales y políticos. Técnicamente, digamos, es brillante. Con su mirada de peronista defensor del capital, por supuesto. Es difícil encontrar, incluso entre sus efebos, un talento similar, ese timming televisivo y radial tan perfecto y con brochazos de cultura general.
Si Niembro creía que un entrenador de la selección no le retribuía como correspondía, le daba lija con pasión y esmero, con editoriales encendidas que le dejaban los cachetes rojos entre los bigotitos que tuvo durante mucho tiempo y que le hacían estallar las venas detrás del cuello de la camisa blanca impecable combinada con corbatas de nudo grueso. Así pasaron por la guillotina niembrista, entre muchísimos, Daniel Passarella, Marcelo Bielsa y José Pekerman. Y siempre en contraposición con César Luis Menotti o sus satélites, aunque ni siquiera los nombrara. A Bielsa nunca le perdonó, por ejemplo, que sólo atendiera a los medios en conferencias de prensa, que no le entregara un trato preferencial cuando había sido uno de los que había insistido–así se jactaba fuera de micrófono- con su contratación. De esos hachazos siempre quedó a salvo Grondona. Porque si el papado grondonista resultó posible lo fue, en parte, por las artes de personajes como Niembro.
Niembro derivó en una forma de llamar a un tipo de periodista. El periodista que opera, el periodista que chivea; el que maltrata a sus compañeros al aire y fuera del aire, como lo prueban tantos testimonios de productores y cronistas que ahora sonríen al verlo envuelto en una inseguridad impensable en otros tiempos. “Niembro lo recuerda: periodistas que viven del Estado y las empresas -como empresarios- versus periodistas que viven de su trabajo, como laburantes”, tuiteó en estos días el colega Diego Genoud. A diferencia de Neustadt –y de otros tantos periodistas empresarios- y a favor de Niembro éste pegó directamente el salto a la política; jugó una ficha ahí por conveniencia, presiones o lo que fuera, pero jugó. Como funcionario con Menem, con un intento de candidatura por el PJ porteño en los noventa y ahora en esta experiencia fallida con el PRO de su amigo ingeniero, para el que siempre aportó, como quedó expuesto cuando salió de garante de un local que su esposa había alquilado para instalar una fundación macrista en La Boca. Como hecho simbólico, su final político se produce por la sospecha concreta de un ilícito en medio de esos tejidos.
Saquemos a los que les gusta Niembro. Vayamos al otro grupo humano. A los que no. Están los oyentes y espectadores, hinchas de fútbol, que tienen un trato implícito con Niembro, que aceptan el juego, que ya saben quién les habla y ellos escuchan porque quieren saber qué dice Niembro aunque puteen a la pantalla. También están los que arman páginas de Facebook que suman “me gusta” en la que piden que no comente más. Páginas que juntan firmas para no tener que escucharlo en los partidos de sus equipos. Propuestas de marchas y cacerolazos. Hay de todos los colores. Y de varios países: en Chile, Perú, Brasil y Colombia se acumulan quejas por sus comentarios en las transmisiones sudamericanas. Como los hinchas suelen ser, eso sí, muy sensibles con la crítica a sus equipos, resulta imposible para cualquiera atravesar la tarea de comentar partidos de fútbol por televisión sin cargar con acusaciones de favoritismos, de ser hincha de uno, de estar en contra de otro o de no saber absolutamente nada. Se cometen injusticias en esa guerra de guerrillas de los fanáticos. Siempre hay alguno que gusta más o gusta menos, algún preferido, algún odiado, pero hay un nombre que es el nombre del consenso, Fernando Niembro. Ya está, pase lo que pase con su futuro, sea en la radio o en la televisión, sabemos que no en la política, a Niembro le desactivaron el bluetooth del joystick, le desconectaron el comando operacional de este juego que jugaba tan bien. Lo desangelaron. Desde ahora siempre habrá alguien que a Don Niembra le recordará estas horas, el minuto del partido en el que quedó en orsai.