Volvió Marcelo
Durante aquellos pérfidos noventas
asistimos a la elevación y santificación
de un muchacho de barrio mediocre y simpático
que se reía de las pequeñas tragedias de otros
y se rodeaba del circo y el glamour menemista.
La pantalla concentraba la atención de multitudes
hipnotizados por la feria farandulezca,
esos famosos que se autolegitiman en sólo 15 minutos de boludeo televisivo.
Marcelo vació cabezas y las llenó de estigmas y prejuicios
a tono con la época individualista y narcisista.
Pero cuando a comienzos del siglo
la farsa convertible estalló en bancos y piquetes
Marcelo travistió su propuesta para hablar de política.
Oportunistas humoristas ironizaron sobre los paladines del salvataje nacional,
hasta el pusilánime presidente De la Rua cayó en las redes del ridículo.
De ahí en más Tinelli se convirtió en amo del prime time de la estupidez catódica,
el show mutó en bailes, patinajes, imitaciones
con mucho culo, teta, pectoral, pornosoft y chiste machista.
Sueños de una noche de verano berreta.
Participantes golondrinas dispuestos a autoinmolarse ante un tribunal de dudosa idoneidad.
El espectáculo se repetía a toda hora en casi todos los canales,
generando una especie de laberinto audiovisual
donde todo giraba en torno a la tropa de payasos que seguían al dueño del circo
y nadie quedaba ajeno a lo que sucedía en ese histérico show nocturno.
Así empezamos a hablar de la Tinellización del país,
ese efecto narcótico que prometía una sensación entretenida
pero destilaba una mirada discriminatoria frente a lo que no fuera normal.
Y los normales son quienes se ríen de los raros,
y los fenómenos tinellezcos se hacen televisables.
Porque necesitan y permiten que una mirada los constituya como excepcionales,
así el circo freaky era festejado por los tranquilamente adormecidos en el sillón de la pseudonormalidad.
Pero Marcelo quería más que fama,
siempre quiso poder para si mismo y para su banda de amigos y socios.
Así empezó a seducir políticos de escaso vuelo que buscaban llegar a los tinellizados,
como una especie de casting para la casa rosada,
donde el maestro de ceremonias de la idiotización crónica
muestra como la política puede convertirse en un show mediático
pero vale más una foto con Marcelo.
Porque política y medios están íntimamente imbrincados,
cooperan o disputan,
y en ese terreno las ideologías están representadas.
Mostrar mujeres como objetos de deseo
Reírse jerárquicamente de los débiles
Promover la fama por si misma
El dinero como único éxito
Son formas de entender y practicar la vida en sociedad
y Tinelli es la rémora más efectiva del pensamiento caníbal.
*Por Pablo Ramos
**Editorial del 30.5.17 de Subversiones