Susan Sontag, fotografía y redes sociales

Susan Sontag, fotografía y redes sociales
26 mayo, 2017 por Redacción La tinta

El consumismo estético y la violencia de la fotografía: ¿qué nos enseña Susan Sontag sobre cultura visual y la web social?

Por Maria Popova para Brain Pickings

Desde su invención en 1839, la imagen fotográfica y su evolución ha formado nuestra experiencia de la realidad – desde cronicar nuestro mundo y registrar su diversidad para ayudarnos a entender la ciencia de la emoción que nos ancla a la cultura de consumo. Pero a pesar del ascenso meteórico de la fotografía de una curiosidad a un medio de comunicación en el último siglo y medio, hay algo inefable e indiscutiblemente diferente sobre la cultura visual en la era digital – algo a la vez singular y profundamente arraigado en la esencia de la imagen fotográfica.


Aunque Sobre la fotografía, la colección seminal de ensayos de Susan Sontag fue publicada originalmente en 1977, la perspicacia astuta de Sontag resuena con extraordinaria oportunidad hoy, arrojando luz sobre la psicología y dinámicas sociales de la cultura visual online.


En el primer ensayo, “En la caverna de Platón”, Sontag contextualiza la cuestión de cómo y por qué las fotografías llegaron a atraparnos tan poderosamente:

“La humanidad perdura sin regenerarse en la caverna de Platón, sigue disfrutando sus antiguos hábitos, en meras imágenes de la verdad. Pero ser educado por  fotografías no es como ser educado por imágenes más antiguas, más artesanales. Por un lado, hay un mayor número de imágenes alrededor que reclaman nuestra atención. El inventario se inició en 1839 y desde entonces casi todo ha sido fotografiado, o eso parece. Esta insaciabilidad del ojo fotográfico cambia los términos de confinamiento en la cueva, nuestro mundo. Al enseñarnos un nuevo código visual, las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que es digno de mirar y lo que tenemos derecho a observar. Son una gramática y aún más importante, una ética de ver. Finalmente, el resultado más grandioso de la empresa fotográfica es darnos la sensación de que podemos tener todo el mundo en nuestra cabeza, como una antología de imágenes”.

Más que otra cosa, Sontag sostiene que la imagen fotográfica es un mecanismo de control que ejercemos sobre el mundo – por encima de nuestra experiencia y la percepción de los demás de nuestra experiencia.

“Las fotografías son en realidad la experiencia capturada y la cámara es el brazo ideal de la conciencia en su afán de poseer. Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. Significa ponerse a sí mismo en una relación con el mundo que se siente como conocimiento  y, por lo tanto, como poder”.

Lo que hace esta idea particularmente clarividente es que Sontag llegó a ella más de tres décadas antes de la edad de la imagen en las redes sociales – el último intento de controlar, enmarcar, y empaquetar nuestras vidas (nuestras vidas idealizadas) para su presentación a los demás y para nosotros mismos. La agresión que Sontag ve en esta manipulación intencionada de la realidad a través de la imagen fotográfica idealizada se aplica aún más al agresivo auto-encuadre que practicamos cuando nos retratamos nosotros mismos en Facebook, Instagram, y similares:


“Las imágenes que idealizan (como la mayoría de la moda y la fotografía de animales) no son menos agresivas que el trabajo que hace una virtud de la sencillez (como fotos de clase, naturalezas muertas de la especie más sombría y fotos policiales). Hay una agresión implícita en cada uso de la cámara”.


En línea, treinta y tantos años después de la observación de Sontag, esta agresión provoca un tipo de violencia auto afirmativa en los medios sociales – un encuadre por la fuerza de nuestra identidad para su presentación, para la idealización, para la moneda en una economía de la envidia.

Incluso en la década de 1970, Sontag fue capaz de ver hacia dónde se dirigía la cultura visual y señaló que la fotografía ya se había convertido en “una diversión casi tan ampliamente practicada como el sexo y el baile”, y había adquirido las cualidades de una forma de arte de masas, es decir, que la mayoría de quienes la practican no lo hacen como un arte. Más bien, Sontag presagia que la fotografía se convierte en una utilidad en nuestras dinámicas culturales:

“Es sobre todo un rito social, la defensa contra la ansiedad, y una herramienta del poder”.

Ella va aún más lejos al afirmar la violencia inherente de la fotografía:

“Al igual que un coche, una cámara se vende como un arma depredadora – una tan automatizada como sea posible, lista para saltar. El gusto popular espera una forma fácil, una tecnología invisible. Los fabricantes tranquilizan a sus clientes al decir que  tomar fotos no demanda habilidad o conocimiento de expertos, que la máquina todo lo sabe y responde a la menor presión de la voluntad. Es tan simple como girar el encendido o apretar el gatillo. Al igual que las armas y los coches, las cámaras son máquinas de fantasía cuya utilización es adictiva”.

Pero además de dividirnos a lo largo de una jerarquía de poder, las fotografías también nos conectan con comunidades y grupos nucleares. Sontag escribe:

“A través de la fotografía, cada familia construye un retrato-crónica de sí mismo – un kit portátil de imágenes que da testimonio de sus conexiones”.

Uno tiene que preguntarse, sin embargo, si acaso – y qué tanto – el círculo de la familia ha sido sustituido por el círculo social que construimos con nuestras comunidades en línea alrededor de photostreams y timelines compartidos. Del mismo modo, Sontag señala el uso elevado de la fotografía en el turismo. Las imágenes validan la experiencia, lo que plantea la cuestión de si hoy nos involucramos en una especie de “turismo de redes sociales” mientras vicariamente devoramos la vida de otras personas. Sontag escribe:

“Las fotografías…ayudan a la gente a tomar posesión del espacio en el que se sienten inseguros. De este modo la fotografía se desarrolla en conjunto con una de las más características actividades modernas: el turismo. Por primera vez en la historia, un gran número de personas viajan regularmente fuera de sus entornos habituales durante cortos períodos de tiempo. Parece positivamente antinatural viajar por placer sin tener una cámara. Las fotografías ofrecen pruebas irrefutables de que el viaje se hizo, que el programa fue llevado a cabo, que se divirtieron.

[…]

“Un modo de certificar la experiencia, la toma de fotografías es también una manera de negarla al limitar la experiencia a la búsqueda de la fotogenia, convirtiendo la experiencia en una imagen, un recuerdo”.

Fuera de esos recuerdos construimos una fantasía – una que proyectamos sobre nuestras propias vidas y una que deducimos sobre las de los demás:

“Las fotografías que no explican nada, son invitaciones inagotables a la deducción, la especulación y fantasía”.

Pero la más penetrante percepción del ocio y la fotografía de Sontag – y quizás la más desgarradora –  impacta en nuestro culto de la productividad, el cual adoramos a expensas de nuestra capacidad de estar verdaderamente presentes. Para la mayoría de nosotros, especialmente aquellos que encuentran gran satisfacción y absorción en el trabajo, la observación de Sontag sobre la fotografía como una herramienta calmante contra la ansiedad de la “ineficiencia” resulta aterradoramente real:

“La actividad de tomar fotografías es calmante y alivia los sentimientos generales de desorientación que pueden ser exacerbados por los viajes. La mayoría de los turistas se sienten obligados a poner la cámara entre ellos y lo que encuentran notable. Inseguros de otras respuestas, toman una foto. Esto le da forma a la experiencia: se detienen, toman una fotografía y siguen adelante. El método atrae especialmente a las personas desfavorecidas por una despiadada ética de trabajo – alemanes, japoneses y estadounidenses. Utilizar una cámara aplaca la ansiedad de la sensación del trabajo impulsada por no trabajar cuando están de vacaciones y se supone que se están divirtiendo. Tienen algo que es como una imitación amigable del trabajo:  pueden tomar fotografías”.

Al mismo tiempo, la fotografía es tanto un intento de antídoto a nuestra paradoja de la mortalidad y un conocimiento más profundo de la misma:


“Todas las fotografías son memento mori. Tomar una foto es participar en la mortalidad, vulnerabilidad, y mutabilidad de otra persona (o cosa). Precisamente, al recortar y congelar este momento, todas las fotografías son testimonio de la fusión implacable del tiempo”.


Esto parece especialmente cierto y sutilmente trágico, como cuando llenamos nuestros timelines de medios sociales con imágenes, como para demostrar que nuestras líneas de tiempo biológicas – nuestras propias vidas – están llenas de momentos notables que también nos recuerdan que todos ellos son inevitablemente fugaces hacia el punto final de esa línea de tiempo: la mortalidad. Y así, la imagen fotográfica se convierte en una afirmación de nuestra propia existencia, cuyo poder es invariablemente adictiva:

“La necesidad de tener realidad confirmada y la experiencia mejorada por la fotografía es un consumismo estético al que todo el mundo es ahora adicto.

[…]

“No sería erróneo hablar de la gente que tiene una compulsión a la fotografía: convertir la experiencia en sí misma en una forma de ver. En última instancia, tener una experiencia pasa a ser igual que tomarle una fotografía, y participar en un evento público llega cada vez más a ser equivalente a mirarlo en una forma fotografiada. De esa lógica más de los estetas del siglo XIX, Mallarmé dijo que todo existe en el mundo con el fin de terminar en un libro. Hoy todo existe para terminar en una fotografía”.

Sobre la fotografía sigue siendo un clásico cultural del tipo más atemporal, con cada lectura se desarrollan ideas oportunas mientras nuestro vernáculo visual sigue evolucionando.

*Por Maria Popova para Brain Pickings. Traducido y publicado por número f.

 

Palabras claves:

Compartir: