Brasil: cuando pase el temblor
Por Ayelén Oliva para Panamá Revista
Había que terminar con el gobierno de Dilma como fuera. La oposición, diversa pero unida bajo el lema de concluir con los años largos de gestión petista e incapaz de convivir con la idea de otros cuatro sin ser protagonista, encontró en el momento económico la llave política para correr a la presidenta de la Alvorada.
Sin embargo, el alejamiento del PMDB (partido de Michel Temer y Eduardo Cunha) del gobierno y su posterior connivencia con un viejo aliado como es el PSDB de Fernando Henrique Cardoso (FHC) y Aécio Neves, respondió a una lógica distinta. Tenían que salvarse de la megacausa de corrupción más explosiva de la historia de Brasil que avanzaba como una bola de nieve.
La operación Lava Jato estalló en marzo de 2014, seis meses antes de las elecciones presidenciales. Sin que Dilma llegase a cumplir el primer año de gobierno de su segunda presidencia, el diputado Eduardo Cunha, presidente de la Cámara Baja en ese momento, dio luz verde al proceso de impeachmet como represalia por la falta de protección política del PT ante las investigaciones judiciales que avanzaban.
La ambición de protagonismo político de algunos se fusionó con el instinto de supervivencia de otros, en un sistema político que actualmente debe convivir con la incongruencia de un presidencialismo fuerte y la hiperfragmentación partidaria. Así fue que, en pocos meses, la mayoría opositora en el Congreso dejó ver su costado autoritario avanzando sin culpas sobre un Ejecutivo débil y Dilma terminó siendo destituida por motivos que nada tenían que ver con la causa Lava Jato.
Un año más tarde, según las delaciones de los principales directivos de la constructora Odebrecht, el resultado da ocho ministros acusados de recibir sobornos, doce gobernadores, 29 diputados, 42 senadores y cinco ex presidentes que van desde Sarney, pasando por Collor de Mello, Cardoso, hasta llegar a Lula y Dilma. La dirigencia política toda. A todo esto, se suma ahora las confesiones de los dueños de JBS S.A., la empresa de alimentación más grande de Brasil.
Todavía en el gobierno, el PT pensó que la reforma política podía esperar un momento mejor pero erró en sus cálculos. En la mayoría de los casos, no en todos, las millonarias causas de corrupción tiene más que ver con el modo de financiamiento de la política que con el enriquecimiento personal. El escándalo político está entonces en lo habitual de este tipo de prácticas entre las empresas y partidos y no en la excepción de la búsqueda personal de lucro de algún dirigente político.
Dilma ya no está, a Michel Temer le queda poco, entonces: ¿qué queda? ¿Alguien se beneficia de este desprestigio total de la política? ¿Quién gana en este que se vayan todos a la brasilera?
Brasil atraviesa una guerra de poderes. Si los que conducían el rumbo del Legislativo consiguieron ir por el Ejecutivo, al arrancar de cuajo al último gobierno petista, ahora vemos cómo cierto sector del poder Judicial en convivencia con el Grupo Folha y el Grupo Globo, cada uno con sus intereses sectoriales distintos, avanza contra una dirigencia política que ha hecho su parte para que esto suceda. En este contexto, Folha y Globo se alternan las ganancias comerciales y la demostración de poder insuperable que dejan las publicaciones de las declaraciones filtradas por la Justicia a la prensa.
Todos los caminos conducen a un final anticipado de Temer, sea por medio de su renuncia, de un proceso de impeachmet, del avance de un juicio en manos de la Corte Suprema o de la anulación de la formula Rousseff-Temer por parte de la justicia Electoral. Sea como sea, el actual presidente de la Cámara de Diputados debe llamar a elecciones indirectas y el Congreso tiene que elegir al próximo presidente de Brasil entre cualquier ciudadano mayor de 35 años. ¿Qué nombres se barajan? Todos jueces o ex jueces.
Mucho se ha hablado, en estos días, de la presidenta de Supremo Tribunal Federal (STF), Cármen Lúcia. Durante el gobierno de Lula, Lúcia fue propuesta para ocupar el cargo de ministra del STF y fue aprobada en el Senado por 55 votos a favor en 2006. Diez años más tarde, asumió la presidencia ante el fin del mandato de Ricardo Lewandowski. Sus discursos duros contra la corrupción en el tratamiento de los casos por la Operación Lava Jato, así como su voto a favor de la prisión del senador Delcídio do Amaral del PT (que llevó por primera vez a un senador en ejercicio a la cárcel), cierra perfecto con el clima de época.
Otro caso es el del ex juez del STF, Joaquim Barbosa, quien presidió la Corte durante juicio por el mensalao y dejó al ex jefe de Gabinete de Lula, José Dirceu, tras las rejas. En los últimos días hizo pública su pedido de renuncia a Temer y convocó a la sociedad brasilera a movilizarse.
Otro candidato del ámbito judicial es Nelson Jombim. Éste fue ministro de Justicia durante la presidencia de FHC y ministro de Defensa durante la presidencia de Lula. Pero antes, en 1997, había sido nombrado juez del STF, elegido vicepresidente de la Corte Suprema en abril de 2003 y luego Presidente en mayo de 2004.
Por último, no podemos olvidar al mediático Sergio Moro, convertido en juez a los 26 años, que hoy lleva adelante las investigaciones en torno al caso Lava Jato y tiene en sus manos el poder de inhabilitar una próxima candidatura de Lula. Su rol político (y sin riesgo de daños) resulta de todos modos más urgente desde el ámbito judicial que desde el gobierno.
Todo indica que las elecciones directas que exigen la mayoría social en las calles no tendrán cabida y que, por el contrario, el desplazamiento de Temer abriría la puerta a una administración del Ejecutivo de tinte judicial que vendría a limpiar la mugre que deja la dirigencia política.
Sin Dilma, sin Temer, con la posibilidad cercana de Lula tras las rejas, habiendo dinamitado también a los principales candidatos presidenciales tucanos y pemedebistas, con la proyección de un escenario liderado por jueces o ex jueces desde el Ejecutivo, ¿quién podría ser buen candidato para las presidenciales del año que viene?
Si el barrido de la política le tocó a la Justicia, posiblemente el diseño del próximo candidato a presidente de Brasil le toca a Folha o Globo. En la lista de requisitos debería ser alguien que venga del sector empresario, que tenga buen vínculo con los medios, que no esté embarrado y que tenga algo de experiencia pero no tanta en política. Ese es Joao Doria, actual intendente de San Pablo, el único que fue capaz de arrebatarle en las últimas municipales el control de la ciudad industrial al PT. Empresario de cuentas millonarias, fue fundador del Grupo Doria vinculado a los medios y cuenta, además, con el galardón de época de haber sido conductor de The Apprentice, mismo reality show que condujo el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. El tiempo dirá.
*Por Ayelén Oliva para Panamá Revista.