Lenguaje y género: el desafío de incluir con las palabras
El lenguaje es, por excelencia, nuestro instrumento de expresión y comunicación. Nos diferencia y caracteriza como especie; nos torna seres pensantes. Con él construimos a la vez que creamos la realidad al interpretar y nombrar. En sí mismo, no posee valoraciones positivas ni negativas: es el uso que se le da lo que lo caracterizará. El lenguaje es como es la sociedad; si ésta es machista el lenguaje lo expresará; además de reflejarla, opera como una vía de actualización rutinaria y cotidiana de esa sociedad machista.
Por Flo Straso para La Tinta
El lenguaje sexista es aquel que expresa puntos de vista que mantienen desigualdades entre los géneros. Es una cosmovisión, una forma de ver el mundo que se esconde tras el velo de aquello naturalizado y aprendido por su carácter performativo y de repetición. En general, el sexismo se deja ver en la forma del mensaje -en el cómo hablamos, porque cristaliza el fondo del mensaje- el cómo pensamos.
Así, no resulta extraño vivir en un mundo cuyo lenguaje oculte, subordine, infravalore, excluya e invisibilice a las mujeres. A las mujeres como género, como productoras, como colectivo, como parte de la historia.
Veremos unos ejemplos
Definiciones en el diccionario: Según la Real Academia Española Hombre es “Ser animado racional, varón o mujer” y Mujer “Persona del sexo femenino”. O sea que para la RAE las mujeres somos hombres. Esta academia representa como nada la idea que Simone de Beauvoir plantea en El Segundo Sexo: “La Humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí misma, sino con relación a él (…) Él es el sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro”.
No es novedad que esta institución española fundada en el 1700 por hombres y para hombres sea machista, homófoba, racista; lo novedoso es que aún hoy siga teniendo el monopolio de los términos, de la “palabra legítima”. Hay que crear nuevos diccionarios y –como canta Calle 13- llegó la araña que el idioma daña, la Real Academia yo se la dejo a España.
Acepciones según los géneros: el carácter sexista del lenguaje también se revela cuando una misma palabra posee significados machistas según se defina en masculino o en femenino. Por ejemplo: Dios, principio masculino creador del Universo y cuya divinidad se transmitió a su hijo varón por línea paterna/ Diosa, ser mitológico de culturas atrasadas y entregadas al paganismo. Héroe, ídolo/ Heroína, droga. Soltero, deseado por todas/ Soltera, solterona. Don Juan, el hombre más exitoso/ Doña Juana, la mujer de la limpieza. Perro, el amigo más fiel del hombre/ Perra, la que te traicionó con tu mejor amigo.
En este punto es importante destacar cómo estas acepciones tienden a atacar la vida privada de las mujeres como si fuesen asuntos públicos.
Ausencias en el diccionario: hay muchas palabras sobre cargos y profesiones que no existieron conjugadas en el género femenino hasta hace poco tiempo. Esto nos habla de su histórica exclusión de la vida pública y la ambigüedad que genera su uso indica que aún hoy se discrimina sexistamente. Términos como médica, cirujana, obispa, lidereza, abogada, presidenta, generala, pastora, jueza y astrónoma.
Discriminatorio y estereotipador: el humor sexista y algunos dichos populares hacen que sea fácil caer en expresiones misóginas que son reproducidas mecánicamente, sin conciencia. En círculo de amistades, en grupos de WhatsApp, en comercios, en la cola del supermercado, siempre vuela un comentario mezcla de humor y chisme falocéntrico que hace referencia a la mujer como hueca, cheta, consumista, presa sexual. Es necesario revisar el historial personal de expresiones de esta índole y problematizarlas, aspirar a erradicarlas.
¿En qué medida es sexista o androcentrista la forma de conocer la realidad y re-presentarla a través del lenguaje?
Además de sexista, el lenguaje es androcéntrico. Esto significa emplear el masculino como universal (¿hay algo más patriarcal que eso?); el genérico masculino como medida, norma y referencia (y una vez más, el femenino como excepción). Esto privilegia la voz masculina, le da visibilidad, peso, absolutismo y de paso reproduce y mantiene relaciones asimétricas jerárquicas y desiguales.
Aunque la tradición académica sostenga y legitime que la regla es el genérico masculino y más allá de que las instituciones se crean neutras al emplearlo, el lenguaje no es fijo ni estático. Como dijimos, es el uso que hacemos el que lo caracteriza. Por ello emerge la necesidad de flexibilizarlo e inclinarlo hacia el lado del lenguaje inclusivo (aquel que no discrimina) y no sexista (aquel representativo y respetuoso).
Es importante desnaturalizar ese “falso universal” tanto individual como colectivamente, y apostar a la riqueza y creatividad del lenguaje como una apuesta política cuyo fin es visibilizar otredades. A estos fines, expongo desafíos para incluir con las palabras, producto de la consulta de múltiples manuales:
– Evitar el masculino como genérico y reemplazarlo por términos colectivos; emplear el impersonal “se” o “quienes” en vez del artículo “los” privilegiando nominaciones neutras. Por ejemplo en vez de el hombre, la humanidad; en vez de todos, la ciudadanía; en vez de los argentinos, la población argentina. Cambiar los que cobren más de por quienes cobren más de; los trabajadores recibirán un aumento salarial por se dará un aumento salarial al sector trabajador.
Estos reemplazos abrirán rápidamente la mente y nos conducirán por la alternativa creativa de detenernos a pensar a la hora de conjugar inclusivamente una frase. Evitemos caer de manera abusiva en el genérico masculino, esto enriquecerá nuestra forma de comunicarnos y de ver el mundo, aunque el mensaje quede más largo.
– Emplear opciones lingüísticas que marquen el género con precisión: hay que respetar y conjugar bien aquellas palabras que hagan referencias a cargos y profesiones. Escritora, productora, profesora y llamar urgentemente la atención a los entes académicos cuyos formularios aún se rigen por la estricta regla del genérico masculino en donde todos y todas somos alumno – profesor – director. Requerimos ampliar y respetar las opciones lingüísticas en formularios y redacciones.
– Hablar como mujeres y hablarle en femenino a las mujeres: aún hoy en día, es común que se empleen los términos todos o nosotros a pesar de que sean mujeres en su totalidad o mayoría. Por eso la propuesta de conjugar inclusivamente las expresiones y respetar el género de la primera persona. Esto significa decir todas, nosotras, humanas y cambiar el uno mismo por una misma, una piensa, una cree. Decir todos y todas, unas y otros, compañeras y compañeros. Respetar las identidades trans y pujar en los espacio de militancia personal y colectiva para que se incluya el uso del lenguaje no sexista.
Integrar estas expresiones a la vida cotidiana dará sus frutos rápidamente. Enriquecerá nuestra forma de comunicarnos y ampliará nuestro sistema de valores. Además, en pos de una apuesta política, visibilizará aquellas otredades eternamente ocultadas que hoy buscan despertar y generar incomodidad en el impuesto binarismo genérico del masculino O y el femenino A, desestabilizado con el uso de las letras X, E, I para instalar la disputa del género en ámbitos tan importante como el lenguaje.
No te quedes afuera, ni dejes a nadie fuera.
*Por Flo Straso para La Tinta