El cuento desaparecido
Juan se iba por el río desapareció en la Esma, como su autor, Rodolfo Walsh. Esta es la historia de un relato que leyeron dos personas: su compañera Lilia Ferreyra y Martín Gras, sobreviviente del campo de concentración. Sobre éste y otros papeles robados al escritor asesinado hace 40 años se basa una muestra que se inauguró el martes 21 de marzo en el Museo Sitio de Memoria.
Por Roxana Barone para Haroldo
La de Martín Gras es la historia de un sobreviviente. Estuvo secuestrado en la Esma entre el 14 de enero de 1977 y mediados de 1978. Fue quien vio el cuerpo acribillado de Rodolfo Walsh el 25 de marzo de 1977 y también es quien tiene el “absurdo” privilegio de haber leído en cautiverio un cuento que, como miles de personas, también desapareció.
“Uno no sabe cuando está en medio del huracán qué pedacito de ese huracán va a terminar siendo parte de la historia. 40 años después pienso que tuve el enorme y absurdo privilegio, en el lugar más improbable del mundo, en una burbijita de libertad, en el sótano de las Esma, de leer el epitafio de Rodolfo Walsh ”, dice ahora a la Haroldo.
Recuerda con claridad el momento en que se chocó con la camilla, donde estaba Walsh atravesado por las balas, que un grupo de tareas le asestó en la esquina porteña de San Juan y Entre Ríos. “Muy fuerte, fue muy fuerte”, dice, mientras lanza un largo suspiro que interrumpe para describir aquel momento que sigue recordando en presente: “Choco con la camilla de Rodolfo en la escalera que ahora está tapiada, como la están bajando y el espacio era muy chico, la han puesto un poco de pie, por eso cuando miro por debajo de los anteojitos que me tapaban la visión, veo su cara casi a la altura de mis ojos”.
Lo que siguió a eso fue una casualidad. Una semana después se encontró con los papeles de Walsh, en una especie de depósito que tenía Antonio Pernías -hoy condenado por delitos de lesa humanidad- detrás de su oficina.
“Yo era el número 808 y era caso de Pernías, que significaba decir: pibe, yo soy dios para vos. Estaba fascinado con Montoneros y cada tanto me hacía bajar de capucha a su oficina. Ahí yo podía esperar horas. Me sentaban en un banco y en algún momento Pernías me hacía pasar a una mini oficinita. Un día, en vez de dejarme en el banco, me dejaron dentro de la oficina y entonces descubro que al fondo hay una especie de puerta que llevaba a un armario. Y empecé a meterme ahí. Era para mí un espacio de libertad, mi espacio de libertad dentro de la Esma. Me encerraba, me sentaba ahí, solo, sin nadie que me vigilara”.
Unos días después de haber visto el cuerpo de Walsh, Gras regresó a ese territorio del amparo. “Pero, epa, estaba lleno de papeles. Me habían ocupado mi espacio. Entonces, me siento sobre esa pila de carpetas y empiezo a mirar. Estaba la colección de la CGT de los Argentinos y había muchos recortes periodísticos, sobre todo policiales, recortados y pegados sobre hojas blancas. Enseguida me di cuenta de que todo ese material era de Rodolfo”.
Entre medio, una carpeta. Gras la abre y empieza a leer. Había tres documentos críticos dirigidos a la conducción de Montoneros; la Carta Abierta a la Junta Militar -que el escritor había terminado de escribir el 24 de marzo de 1977- y el cuento Juan se iba por el río.
“La carta me maravilló. Recuerdo la sensación de aquel momento. Me sigue maravillando porque tiene una cosa de fuerza, de temporalidad y atemporalidad tremenda. Tiene una visión estratégica de país y aún hoy te sigue dejando con la boca abierta”.
Lo último que leyó es el cuento, que en ese momento no le impactó como los otros documentos. “Era maravilloso, pero yo no estaba para leer cuentos maravillosos. Cuando a los días, conseguí meterme en el armarito, no había nada. Se habían llevado todos los papeles”, dice, y cuenta que intentó averiguar su destino sin ningún éxito. “Cuando se van Massera y Acosta de la Esma, usan mano de obra esclava para la atención de unas oficinas que habían alquilado en Belgrano. Alguien le contó a otro que le contó a otro que en los archivos de esas oficinas estaban esos papeles. No me consta, pero es verosímil. Esta versión dataría la supervivencia del cuento por lo menos hasta finales del 79, principios del 80 en manos de un grupo de tareas paralelo. Qué pasa a partir de ahí, no sé. Yo quisiera creer que el cuento existe, pero tengo dentro de mí que el cuento ya no existe más. No voy a negarle a nadie la lógica pasión de seguir buscándolo”.
Dos lectores
“¿Cuándo descubro que el cuento tiene otro valor? En año 82, me encuentro con Lilia Ferreyra -la compañera de Walsh, fallecida en 2015- en Madrid. Ella llegó desde México para saber de Rodolfo. Ya había hablado con otros sobrevivientes y sabía que yo había visto el cádaver en la Esma”, recuerda Gras, que el próximo 25 de marzo participará a las 17 de «La visita de las 5” en el Museo Sitio de la Memoria, junto a Horacio Verbitsky y el escritor Marcelo Figueras, autor de la reciente novela El negro corazón del crimen, cuya génesis es Operación Masacre, la obra más emblemática del escritor.
Llovía, estaban en un café de la Gran Vía, tenían una sensación de mucha porteñidad. Gras comenzó a contarle la circunstancia en que vio el cuerpo. Le habla del armarito. Lilia le comenta que el día anterior al asesinato habían festejado porque Walsh había hecho una apuesta consigo mismo que para el 24 de marzo terminaba la Carta y terminaba el cuento. Era la primera vez que se lo mencionaba en la charla.
La misma Lilia contó esta escena muchas veces. Y la escribió como los dioses en una contratapa de Página 12 en enero de 2006, que tituló Dos lectores.
Lilia comienza a recitar el inicio del cuento: “Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido”. Enseguida Gras, aportó: “Su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa”.
Lo que siguió fue mágico para los dos. Abrió esos ojos increíbles y le preguntó:
-¿Cómo sabes eso?
-Lo leí
-¿Lo leíste?
El cuento -recuerda Gras- tenía cuatro o cinco carillas. “Es muy sencillo y muy complejo a la vez. Es una gaucho, que ha combatido en las guerras civiles, que está cansado y decide que se va a la Banda Oriental. Hasta ahí el cuento es muy detallado y es el clásico estilo de Rodolfo. Pero después de ese comienzo tan descriptivo, irrumpe un viento fuerte, que es una especie de contrasudestada, que se ha llevado el agua del Río de la Plata, que -por esa fuerza- queda seco. Y el paisano se lanza a llegar a caballo al otro lado. Y ahí aparece un Rodolfo desconocido para mí. Parece Alejo Carpentier. Ese río que describe habla de galeones españoles, barcos hundidos, seres mitológicos. Es como si en ese río seco estuvieran las capas geológicas de la historia argentina”.
Cuando Gras leyó el relato en aquel armario de la libertad, creyó que el cuento podía estar inconcluso. “Lo terminé de entender cuando hablamos del título con Lilia. Juan se iba por el río, no Juan se va. Porque en un momento dado el paisano que va por el río seco con su caballo viendo esas capas geológicas de la historia, de golpe, ve que el viento cambia y el agua, que se ha ido, empieza a volver”.
Con la curiosidad intacta como en aquel momento de lectura apurada en 1977, le preguntó a Lilia qué decía Rodolfo sobre ese final: ¿llega o no llega al otro lado? Ella le respondió que lo mismo le había preguntado al escritor al terminar de escribir a máquina el manuscrito. “Esa no es la pregunta, lo importante es que lo intente ”, dice Gras que Lilia recordó.
“Y cuando la escuché me cayó la ficha. Rodolfo escribió un cuento que es un epitafio de nuestra generación. El agua vuelve: algunos llegarán, otros no. Pero lo importante es que se intentó cruzar. Lo siento como un mimo, un abrazo a todos nosotros. Si, muchachos, es probable que el viento vuelva en contra, pero lo intentamos”.
40 años después Gras ha pensado mucho en todos estos papeles robados de la casa bonaerense de San Vicente de Rodolfo Walsh, desde donde se llevaron cartas y piezas literarias. Además de Juan se iba por el Río, secuestraron borradores de El 27, Ñancahuanzú, El aviador y la bomba, una agenda, la libreta de enrolamiento, fotografías y la carta que escribió a sus amigos por la muerte de su hija María Victoria, entre otras muchas cosas. La casa quedó vacía. Destruída por las balas.
“Tengo la impresión de que esos tres documentos que leí son uno solo. Escribió una sinfonía con tres instrumentos -sigue Gras-. Los documentos críticos son escritos desde la estructura a la que pertenecía y que estaba dejando, lo que le permite recuperar al periodista, al hombre público con la Carta, un documento de denuncia, y al escritor de ficción con Juan se iba por el río. Pensado así, se entiende por qué se fija un plazo para escribir y brinda por ese logro, aunque estoy convencido de que Rodolfo sabía que el paisano no llegaría”.
Esta y otras historias serán contadas en la muestra que se inaugura el martes 21 a las 12 en el Sitio de la Memoria, que funciona en el predio de la ex Esma. Allí hasta el 23 de abril y bajo el título Walsh en la Esma. Testimonios y documentos, se exhibirán documentos, un original de la Carta Abierta a la Junta Militar y manuscritos de Lilia, que intentó reconstruir Juan se iba por el río, todos aportados por Verbitsky de su archivo personal.
Como parte de la muestra -el equipo completo del Museo Sitio- elaboró tres piezas audiovisuales tituladas El cuento desaparecido, La caída y Papeles robados. «La muestra temporal tuvo el mismo sentido curatorial que la permanente: son proyecciones de los testimonios de los sobrevivientes obtenidos en los archivos de lo que es la causa Esma», explica Alejandra Naftal, directora de este espacio.
«Esta muestra es muy importante porque significa poder mostrar el último lugar donde estuvo Walsh, pero a la vez nos permite empezar a hablar de casos a través de muestras temporales, porque en la exhibición permanente no hablamos de los casos de víctimas. Entonces, esta fue una manera de poder dar cuenta a través de las voces de los sobrevivientes de esa experiencia que tuvieron cada uno desde su lugar sobre Rodolfo Walsh y, que distintos públicos -desde los más jóvenes hasta los que sufrieron el Terrorismo de Estado-, puedan reencontrarse con este momento doloroso de nuestra historia y rendirle un homenaje merecido al escritor».
Por Roxana Barone para Haroldo