Como hermanos
Por Silvia Martine Cassina y M.A.f.I.A.
Le dieron fecha de vencimiento. A mi hermano mayor, José, le dijeron que no iba a sobrevivir más que unos meses y que ya no había más nada que hacer. “Yo no estoy hecho para no hacer nada” –contestó a sus médicos, y desde entonces la está peleando con una dignidad que ya superó la hora señalada por el calendario galeno. A mis otros hermanos les bajaron la persiana sin previo aviso. Cuando tenían que tomar el turno en la planta gráfica AGRClarín de Pompeya, dos papeles sucios les mentían sobre una “reestructuración de las actividades” y horas más tarde empezaban a llegar los primeros telegramas de despido a sus domicilios. Tampoco se quedaron de brazos cruzados.
“Tenemos el cuero duro, no nos van a doblegar” dijo Pablo, el delegado. Será por eso que todo me es tan familiar. Empezando por las mujeres, las leonas como les gusta llamarse, mientras defienden como a sus propias crías los derechos de sus compañeros. Y sufren cuando no están en el acampe. Y cuando pueden traen a los hijos para no vivir con el corazón partido.
Pero siempre con las cosas claras: “Hace 18 años que trabaja acá –cuenta Sofía de su marido- hace 18 días que está adentro, y yo le dije: yo marcho, yo abrazo (por el abrazo solidario a la planta Zepita) pero de acá me voy con tu trabajo”.
Qué chicos que eran cuando empezaron. Pibes de 19 años. Rolo, el Chino, Toty, hoy tienen 20 y hasta 33 años de antigüedad. Y pasaron de todo, también el conflicto del 2004 cuando echaron a 60.
Y las mujeres, siempre a la par.
Como la del Topo, que luce con esas cuatro letras la remera azul de AGR para la marcha, así, a secas, pero es Estela, la madre de los tres hijos de Marcelo, la que no dudó en levantar las vacaciones soñadas en Brasil para seguirlo a la planta y armar las carpas del aguante. “Es una mina de fierro”.
Y ya me siento como en casa. Porque Rolo habla igual que la mamá de mi primo Ruli. Hasta por los codos quiero decir. Como yo, que ya es bastante. Y se va por las ramas como mi vieja y retoma increíblemente el hilo del relato que tanto lo apasiona. Porque habla con amor y hace entrañable todo.
Rolo, que es el Polaco, me nombra a cada uno de sus hijos – las dos niñas de 15 y 12 años y el pequeño Noah de dos- y sin dudar también me cuela el nombre de las dos máquinas que supo manejar: la Sheridand y la niña mimada, única en Latinoamérica, la Sunday 3026.
¿Cómo pueden insinuar que las van a romper, que son unos vándalos que destrozaron todo? “Las máquinas están listas para funcionar. Solo hace falta apretar el botón” – piden trabajo los gráficos.
La primera noche, a la hora de buscar un lugar donde dormir, muchos lo encontraron al lado de “su” máquina. Uno de ellos tapándose con una manta auguró una larga resistencia: ya encontré mi lugar. Al lado de la consola, puedo estar el tiempo que sea necesario”.
Y el Gurí. Ah, el Gurí – mismo apodo de mi otro hermano-. Tatuado, bostero, duro, tan duro que se bancó los perdigones y los gases de la represión sin chistar. Aunque a la noche se desvele y sienta escalofríos, y se refugie en las bromas de los compañeros para alejar los malos sueños de los despidos y el cierre y para redoblar la lucha con una sola consigna: Si ganan los gráficos de AGR, ganamos todos. Como José, que no se rinde, y se va a morir viviendo. Como Pablo, que promete resistir aunque lo “tengan que sacar con los pies para adelante”.
Porque así somos nosotros, los que no estamos hechos para no hacer nada.
*Por M.A.f.I.A. Texto de Silvia Martínez Cassina.