La marea y el derrame
Las políticas de ajuste -a la clase media y baja- y las de concentración de la riqueza, implementadas escrupulosamente por los gobiernos neoconservadores, son explicadas a quienes las padecen con metáforas esperanzadoras.
Se dice que el aumento de la riqueza que se percibe en algunos – petroleras, gerentes, contratistas del Estado, bancos, etc.- es como una marea incontenible que, finalmente, terminará elevando a todos los barcos. Aun el de aquellos y aquellas que hoy ven impávidos como sus ingresos disminuyen por el ajuste, en la misma medida que el de otros se engrosa. Para ellos es sólo cuestión de tener paciencia y esperar que la marea los alcance.
Por lo general la única marea con la que es recompensada su paciencia es una de ajustes y reducciones de ingreso en la que terminan ahogándose. Tarde advierten que la marea sólo eleva a quienes poseen un barco que hacer flotar. Para quienes sólo tienen el recurso de sus brazos y piernas la marea esperada no es ninguna bendición que los eleva sino una tragedia que los sepulta. Para seguir con la metáfora, la marea eleva todos los barcos, pero no todos tenemos uno.
Por si esta metáfora que apela a la “elevación” no es suficientemente esperanzadora, generalmente se la refuerza con otra de “derrame”.
En la primera se nos promete que la “subida” de la riqueza ya nos llegará, en la segunda la promesa es que la riqueza ya nos caerá encima, ya se “derramará”. Quienes miran incrédulos como las copas y los platos de otros rápidamente comienzan a ser rellenadas, se sientan en el suelo debajo de la mesa del banquete con sus propios utensilios, esperando que caiga alguna migaja de comida o se derrame alguna gota de bebida. También advierten tarde que los vasos y platos de los comensales invitados al banquete son lo suficientemente grandes como para que nada se “derrame” en los suyos.
Como suele suceder, las dos metáforas son la traducción de alguna idea un poco más sofisticada que, sin embargo, es igualmente falsa. En este caso se trata de una teoría elaborada por Simon Kuznet en su libro Shares of Upper Income Groups in Income and Savings. La conclusión de la teoría, expuesta como una ley general un año después, decía que la desigualdad de ingreso indefectiblemente disminuye en las fases avanzadas del capitalismo, sea cual sea las políticas que se hayan adoptado.
La moraleja era que para disminuir la desigualdad y que el nivel de vida de los menos favorecidos se elevase, sólo había que ser capitalista y tener paciencia. La desigualdad aumenta durante el período de industralización para disminuir inexorablemente luego. De modo que, aunque suene paradójico, el mejor modo de disminuir la desigualdad es adoptar políticas que en un primer momento la aumentan.
Para obtener sus resultados Kuznet se fundó en el estudio de la distribución del ingreso en EEUU desde 1913 a 1948. Aunque sabía que la disminución de la desigualdad durante ese período se debía a factores que no tenían que ver con la industrialización ni el desarrollo natural del capitalismo, sino con la enorme inversión pública que realizó EEUU durante la segunda guerra mundial, se apresuró a proponer su nueva “ley general”.
Al hacerlo no tuvo el más mínimo cuidado en ocultar sus intenciones: se trataba de convencer a los países subdesarrollados – que estaban sufriendo los males del neoliberalismo – para que se mantuviesen en la senda adoptada y permaneciesen así en “la órbita del mundo libre”. Es decir, Kuznet no ocultaba que su ley general – conocida como la “curva de Kuznet” – era un instrumento ideológico. Era una mentira con una utilidad política definida.
Que se trata de una mentira hoy, luego de haber analizado las series históricas completas de distribución del ingreso, casi nadie lo pone en duda (Cfr. Piketty, 2013). Lo que Kuznet creía que era la ley en las sociedades capitalistas – que las clases populares inexorablemente mejoran su posición económica en estadios avanzados de industrialización – es, por el contrario, una situación extremadamente excepcional.
La misma no fue provocada por ninguna ley económica inexorable como la marea que sube, o los líquidos que se derraman, sino por la decisión política de aumentar la inversión pública y distribuir el ingreso que EEUU adoptó con motivo de la segunda guerra mundial.
Sin embargo, a pesar de ser una mentira, una y otra vez vuelve a aparecer. Los gobiernos neoconservadores – tan apegados en el discurso a un supuesto rigor económico – la utilizan de manera descarada. El último en hacerlo ha sido un cordobés. El ministro de comunicaciones del gobierno de Macri, Oscar Aguad, señaló días atrás que la enorme transferencia de ingresos de los usuarios a las petroleras y las empresas distribuidoras de gas producida por el aumento de las tarifas de gas permitiría “Que el país empiece a crecer y que el sector más dinámico derrame riqueza”.
La receta para el que ve como los bolsillos de otros se llenan es la de Kuznet: si espera lo suficiente ya verá como algunas monedas se caen, se derraman, y van a parar a su bolsillo. La mentira en su versión cordobesa sigue teniendo el mismo objetivo que tenía en el original anglosajón: engañar y adormecer conciencias con una ideología encubridora.
No se trata ahora de engañar a países subdesarrollados para que se mantengan en la órbita de occidente. El objetivo ahora es más modesto: engañar a la clase media para que se mantenga bajo la órbita de la “gente bien” que nos gobierna. Engañarlos para que sigan creyendo que no están llenando los bolsillos de las petroleras para beneficiarlas y beneficiarse (como accionistas) sino para provocar el derrame sobre esos mismos bolsillos que antes tuvieron el cuidado de vaciar.
Por Hugo Seleme.