La máquina de moler dé tés
Pasaron 14 fechas del campeonato argentino de Primera División y ya dejaron su cargo 19 entrenadores. Por despidos o renuncias, un entrenador dejó su cargo en 1 de cada 11 de los 210 partidos jugados. Un promedio de 1,36 por fecha. Crisis y barbarie de la máquina de triturar entrenadores.
Cuentan que Diego Cocca entró a la oficina y vio el contrato en la mesa. Saludó y, antes de agarrar la lapicera, le dijo a José Lemme, presidente del club al que estaba a una firma de dirigir, lo siguiente: «Yo firmo, pero quiero que sepas que podemos llegar a perder los primeros diez partidos del campeonato -y quizás se sorprendió de cómo sonaba su propia sinceridad-. Si firmo, necesito que me banques».
Cuando terminó la reunión, Diego Cocca era el nuevo entrenador de Defensa y Justicia. De los primeros diez partidos, ganó ocho y al final de la temporada ascendió a Primera.
Esa advertencia, el vértigo de dibujar sobre el tablero el peor de los escenarios antes de firmar un contrato, sería imposible hoy en ese país patológicamente histérico que conocemos como fóbal nacional. Y sucedió hace sólo tres años. Hoy nos preguntamos cómo hicieron catorce fechas para llevarse puestos a 19 -die-ci-nue-ve- entrenadores.
Sus ciclos, salvo excepciones, son escapadas de fin de semana, cañitas al aire. Ver qué pasa. Si eso que pasa no es sacar puntos para salvarnos del descenso porque somos de primera y de primera no nos vamos o ganarle al que se ponga en frente porque este año queremos dar la vuelta, empieza la pantomima del adiós. La prensa pregunta, los dirigentes responden, que todo bien con el entrenador, que lo trajeron para que se quede mucho tiempo, los jugadores están a muerte con el técnico y hay que seguir trabajando en la semana. Y así es como todo empieza a terminar. Un comienzo del fin que cada vez vive más cerca del comienzo.
Qué tiempos violentos para los pizarrones, que no saben qué ni quiénes los escribirán la semana que viene. Una semana viene un tipo y dibuja, digamos, un 4-4-2; a la semana siguiente capaz viene otro tipo y pone 4-2-3-1 y garabatea nombres distintos de los de la semana pasada abajo de los circulitos de tiza. Entonces: crisis de identidad. La indefinición de un estilo, el camino imposible entre Sava, Úbeda, Zielinski y soñar con el señor Coudet. Una melodía llena de disonancias, como Eduardo Domínguez, Caruso Lombardi, Apuzzo y Azconzábal. No están, como en la música, en la misma tonalidad. Son las esquirlas del cambio porque sí, pura compulsión inexplicada y, en Argentina, tan de moda. Cambiar para que la gente sepa que su enojo vale. En este caso, el enojo de no haberle podido ganar a Temperley de local en un partido que era de 6 puntos.
El cambio también como forma del negocio, una especie de rotación con fines de lucro. Un lucro que tiene unos ganadores indiscutibles: son esos tipos increíbles que habitualmente llamamos “representantes” y que en cada traspaso cobran comisiones. La ecuación es fácil: más traspasos, más comisiones. Y más posibilidades de que abajo de los circulitos de tiza de los pizarrones aparezcan los mismos nombres que aparecen en la página web de su empresa en la pestaña de “jugadores representados”.
Se acaban, con el acortamiento de los ciclos, los registros de la propiedad de un equipo. El Talleres de Kudelka, ponele. El River de Gallardo. El Ñubel de Osella. Esas excepciones y poco más. La crisis de representatividad. Es que cinco partidos, o diez, ese austero puñadito de partidos, son demasiado pocos para que la negrada se junte una tarde a comer un asado y entre vino y vino sienta el impulso de garabatear sobre la tela de una bandera con los colores amados una cara querida que conozca de memoria.