Venganza, poder y política: ¿por qué nos fascina tanto Attack on Titan?
En esta nota, te cuento por qué muchxs consideramos la obra del mangaka Hajime Isayama como uno de los mejores animes de la historia.
Por Sasha Hilas para La tinta
Todos necesitamos embriagarnos de algo para seguir adelante.
Attack on Titan
Hace algún tiempo, Ofelia Fernández fue invitada al programa Hay algo ahí, en un especial donde habló sobre su fanatismo por la serie Attack on Titan. “Podría ver solo esa serie por el resto de mi vida”, confesó. Muchxs somos de la misma opinión e, incluso, consideramos la obra del mangaka Hajime Isayama como uno de los mejores animes de la historia. Hay algo sumamente atrayente en el anime y no necesariamente son la violencia y el sufrimiento que nos conmueven desde el primer capítulo.
Animado por WIT Studio en sus primeras temporadas y por el renombrado MAPPA Studio en sus últimas entregas, la serie nos ha capturado por diversos motivos: la crueldad de la realidad que presenta, lo novedoso de la propuesta entre mágica y mitológica, el desarrollo de personaje de lxs protagonistas, la épica de la serie, el crecimiento en la adversidad de niñxs, la frescura de personajes que nos remiten a próceres. Y también está la sospecha de que ese mundo ficticio tiene mucho que ver con el nuestro: poderosos que sacrifican inocentes, injusticias que apenas son reconocidas, venganzas que se utilizan para justificar genocidios y la esperanza contra toda realidad y opresión.
La ilusión de la seguridad
Preguntas por la verdad y la libertad animan Attack on Titan desde que la existencia de los titanes ha obligado a la humanidad a vivir en el interior de una serie de murallas. ¿Cuál es la verdad sobre los titanes? ¿Por qué comen humanos si no necesitan comer? ¿Es una “buena vida” la vida en el encierro? ¿Se puede confiar en la seguridad de las murallas? ¿Por qué se oculta información sobre el exterior? ¿Vale la pena sacrificarse por la libertad de vivir sin murallas? Han pasado cien años tras los muros y los reflejos de la humanidad se han relajado tanto para los peligros del exterior como para los del interior: la acumulación de riqueza por unos pocos, la exposición de trabajadores y campesinos al peligro, crueldad del sálvese quien pueda y la indiferencia frente al sufrimiento ajeno.
En el primer episodio, un pequeño Eren da todo su apoyo a la Legión de Reconocimiento, una de las facciones del ejército. Su deber es salir de las murallas para aventurarse en territorio enemigo y, como siempre regresan al reino con más bajas que progresos, se lleva el desprecio del pueblo. Al adoptar el discurso de la nobleza, el pueblo cree que no hay nada que temer y que la Legión es una pérdida de dinero. Las muertes de la Legión solo tienen la esperanza de valer algo según cómo se responda a la siguiente pregunta: “¿Esta vida pudo contribuir al contraataque de la humanidad?”. Muchas veces, no hay una respuesta, dado que la verdad puede ser demasiado dolorosa para vivir con ella. Aunque la mayoría no toma en serio a Eren o intentan disuadirlo de unirse a la Legión, su padre le pregunta por qué quiere ir al exterior. “Quiero saber cómo es”, responde, “no quiero vivir toda la vida encerrado sin saber nada. Además, si nadie continúa su trabajo, ¡todas esas muertes serán en vano!”.
¿Para qué quiere salir Eren si las murallas han resguardado a la humanidad durante cien años, donde puede tener una existencia cómoda y sin peligros? No solo para conocer el exterior, sino porque percibe, como si la realidad temblara, el estatus precario de la humanidad: están tras las murallas porque existen titanes; no son libres, sino que están encerrados y el peligro inminente de extinguirse está a un muro de distancia. Si en el primer episodio pensaba que no habría libertad hasta que los titanes fueran exterminados, un Eren más maduro y golpeado por las pérdidas pone esa certeza entre signos de interrogación: “Si derrotamos a todos nuestros enemigos, entonces, ¿al fin seremos libres?”. Como si avistara un incendio a la distancia, sabe que la paz es precaria y que fue demasiado costosa como para dejarla descuidada.
Reconocer la delicada situación en la que está la humanidad es una forma de recordar los dolores pasados. Cien años de seguridad funcionaron como un manto del olvido, una amnesia que Eren sacude como si se despejara los ojos al despertar. El prólogo del primer episodio, “A ti, 2000 años en el futuro”, nos narra la caída de la ciudad de Shiganshina y la muralla María, mientras una voz en off admite: “Ese día, la humanidad recordó el miedo a ser dominados por ellos y la humillación de estar encerrados”.
Conflictos sin fin, venganzas pendientes
Ya sea ficción o realidad, las decisiones de los poderosos al mando serán las mismas: hay cierta porción de la humanidad que tiene que ser sacrificada. Cuando cayó la muralla María y miles de refugiados debieron agolparse al interior de la muralla Rose, los alimentos escaseaban y no había lugar para todo el mundo. Aunque creían que por fin estaban a salvo, nadie estaba preparado para una crisis humanitaria de esa escala. Los gobernantes decidieron que una porción de los refugiados debía regresar a los territorios ocupados. Ya no son solo los titanes el objetivo de la furia y del odio, sino también quienes detentan el poder y dan la espalda a parte de un pueblo que se ha decidido que son para el descarte. Lxs prescindibles, como Eren, Mikasa, Armin y la Legión, demuestran ser más capaces de adaptarse a las circunstancias, no dar por seguro ningún pequeño avance y estar siempre listxs para cambiar la estrategia si las cosas van hacia peor. Porque si algo han aprendido es que las cosas siempre pueden empeorar.
“Creo que el dolor es la mejor disciplina”, dice el capitán Levi Ackerman de la Legión, como si resumiera un leitmotiv de la serie en una frase. Todxs lxs personajes pasan a su forma por el tamiz del dolor, que les enseña sobre sacrificios, alianzas, trabajo en equipo y esperanzas compartidas. Quizá sea Armin Arlert quien lo comprende mejor, cuando dice “aquel que no es capaz de sacrificar algo, no es capaz de cambiar las cosas”. Lxs protagonistas han perdido sus familias y sus hogares, y se entregaron a una vida militar que pueda darles sentido a sus acciones y virtudes. ¿Qué tienen para sacrificar quienes lo han perdido todo? Al tomar algunas decisiones ―que incluso, a veces, son monstruosas―, son empujadxs a dejar una porción de su humanidad en pos de achicar la distancia entre la promesa de paz y su realización. La deshumanización que sufre parte de la población considerada como prescindible también surte efecto en Mikasa, Armin y Eren (por no mencionar a Erwin, Levi y Hange). La brecha entre lo aceptable y lo inaceptable se acorta a medida que permiten sacrificar, una a una, porciones de su humanidad, haciendo que el fin justifique cualquier medio.
Attack on Titan nos cuenta una historia de conflictos que están a un diálogo de ser resueltos o eso parece. Ya en la primera temporada, Marco Bolt enuncia la tentativa rota de reconciliación: “Todavía no hemos podido hablar…”. La esperanza para la humanidad reside en atravesar la dificultad de abandonar la violencia como primera opción y arriesgarse a dialogar. Sin embargo, cuando aparecen esas oportunidades, quienes pueden cambiar la historia no llegan a dar el paso. Lxs escuchamos decir: “Ya no se puede dar marcha atrás”. Una fuerza invisible y antigua les arrastra como un huracán hacia ciclos de violencia y venganzas sin fin. El destino, que siempre se presenta como una tempestad inevitable decidida por los dioses, es el nombre que oculta muchas voluntades humanas tras su manto.
Aunque el huracán arrastra a todxs hacia adelante, cada unx tiene su propia actitud respecto al destino. Hay posiciones más combativas, como la de Eren que jura vengarse de los titanes y hacer justicia a la muerte de su madre, y otras son más derrotistas, que ven en los acontecimientos la reproducción de historias de violencia y venganza sin fin. Según esta perspectiva, cada cual tiene su rol tácito y la efectividad de esta atadura reside en que nadie sea consciente de ella. El destino, entonces, no es más que la prolongación de voluntades que no se ponen en cuestión, de fuerzas humanas demasiado grandes como para verlas claramente.
El mundo que nos queda
Aunque se imponga la fuerza irremisible de la venganza, la voluntad y el destino, hay pequeños momentos en donde se acercan posiciones, aunque no haya acuerdo. En algún lugar del reino, Uri Rod y Kenny Ackerman conversan frente a un lago. Ambos pertenecen a mundos diferentes. Dice Uri: “Tú crees en la violencia, ¿cierto? Pero ¿qué convirtió a dos enemigos como nosotros en amigos? ¿Fue la violencia?”. Kenny no lo sabe, pero “si me hubieras estrujado con esa mano enorme tuya, te habría llenado la cabeza de mierda antes de que nos hiciéramos amigos”. Uri se ríe: “Esa es una verdad que no podemos ignorar… Aún así, todavía creo en el milagro que sucedió ese día”. Al igual que el paraíso en el crepúsculo del rey de las murallas, esas treguas y alianzas no son permanentes, pero habilitan cosas. En un mundo donde todo ya está dicho de antemano, cualquier acción es inevitable y está prevista. En aquellos resquicios donde hay una puerta para lo posible, el diálogo y el compañerismo aparecen como precarias virtudes políticas.
Quien lo recuerda también es el comandante Pixis en una conversación con Eren. “Antes de que los titanes imperaran en el mundo”, cuenta, “la humanidad libraba guerras consigo misma por diferencias de etnias y de ideologías. Alguien dijo algo así: ‘Si apareciera un poderoso enemigo externo, la humanidad se uniría y cesaría el conflicto’”. No es ni el sentido de justicia ni la batalla entre el bien y el mal, ni lo moralmente correcto, sino la posibilidad de desaparecer lo que impulsa la unión. Más allá de la paz y libertad que Eren, Mikasa y Armin desean, lo que determina la unión de fuerzas no es la lucha por un buen futuro, sino por el futuro a secas. Por eso, en Attack on Titan, no hay personajes buenos y malos ni hay luchas entre el bien y el mal. Entre tanta violencia y pérdida, es difícil acostumbrarse a esa verdad. Hablar de justicia y, sobre todo, de justicia respecto a la historia provoca náuseas en lxs protagonistas. Con tantas atrocidades y sacrificios, ¿quién podría arrogarse el derecho de hablar y hacer en nombre de la justicia?
Cuando finalmente aparece una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacer temblar el mundo, quienes antes eran enemigxs tejen alianzas endebles y precarias. Saben que no será para siempre. Aunque hacer alianzas desconcierta a uno de los bandos, se brinda una razón tan sencilla como poderosa: solo no queremos una matanza, es tan simple como eso. “Nunca hablamos. Por eso, optamos por matarnos los unos a los otros”, dice Jean y otro personaje responde: “Aún no es tarde. Ahora, gente que estaba en bandos opuestos está hablando sin tomar las armas. ¿Quién habría imaginado que comeríamos en la misma hoguera?”. En Attack on Titan, salvar a la humanidad no es luchar por la justicia ni el bien con mayúsculas, ideales bajo los cuales se han hecho las peores cosas, sino defender el mundo que nos queda.
*Por Sasha Hilas para La tinta / Imagen de portada: