Girar es un efecto: el juego en la fotografía de Travnik
Juan Travnik es uno de los pilares de la fotografía argentina, sus registros ya son parte de la memoria colectiva de nuestro país. El sábado 13 de julio, inaugura su muestra La calesita del barrio, en la Galería GF de nuestra ciudad. El trabajo es un rescate patrimonial de las calesitas de CABA, haciendo foco en sus construcciones y diseños. En diálogo con La tinta, el fotógrafo habla acerca de su trabajo y reflexiona sobre la función social de los juegos en estos tiempos.
Un acontecimiento, una ceremonia, un ritual es algo que se vive con cierta intensidad, sobre todo, en la infancia. Más aún en quienes vivimos ese período en el mundo analógico, donde el estímulo estaba supeditado a todos los sentidos de manera más directa. Para cualquier niñx, en la etapa de la historia tecnológica que sea, que te lleven a un ratito de juego es algo que queda grabado para siempre. Los olores, los sonidos, los colores serán señuelos de recuerdo para ese futuro adulto, algo así como el punctum del que habla Barthes.
Sin dudas, la magia de ese ratito se hacía presente en las tardes de calesita, en elegir sobre qué habitáculo sentarse y dejar que la imaginación nos hiciera cabalgar, manejar un auto o pilotear un avión.
En el trabajo de Juan Travnik, La calesita del barrio, si bien se trata de un registro patrimonial de la Ciudad de Buenos Aires, sobrevuela esa atmósfera de las sensaciones lúdicas.
“Me interesa trabajar sobre los detalles, la construcción y los diseños de las calesitas como eje de mi trabajo, recuperar las instituciones que con el tiempo se van discontinuando o, por lo menos, que tienen menos presencia que la que tenían en mi infancia. El entusiasmo de los chicos y las chicas por las calesitas sigue, probablemente un poco amortiguado por el auge que hay con las cuestiones digitales que manejan con gran fluidez. Pero es el juego de la plaza que más los atrae”, describe Travnik sobre el abordaje de su registro fotográfico.
Ciertamente, un juego no solo implica la acción lúdica, sino también los vínculos, la percepción del mundo y de la realidad. Para el fotógrafo, en los juegos de pantalla, el protagonismo de quien las usa es menor; en cambio, en la calesita, se debe poner el cuerpo, vivir una experiencia más completa.
Sobre estos conceptos, Travnik agrega: “Hay una situación que a mí me parece muy importante de tener en cuenta, que es la cuestión de la sociabilidad. No solamente de los niños y las niñas, sino también de todo el conjunto familiar. Para mi hermano, para mí y para los de mi edad, ir a la calesita era también que nos acompañe el abuelo, la tía, el tío, la mamá o el papá, y que, de alguna manera, ellos también se conectaban. La calesita era un punto de encuentro del barrio, donde se daba la charla entre los vecinos, el intercambio de ideas o de anécdotas. Junto con el club del barrio, la cancha de bochas para los grandes, eran instituciones, eran entidades que favorecían un tipo de actividad social”.
En la experiencia digital, se propone una conexión y una comunidad que está mediada y atomizada, pero que se vende como una mayor conexión. Para el fotógrafo, esa es una manera de sostener una cultura que vuelve a lo individual, por eso, busca dar visibilidad a estas organizaciones, a estas cuestiones barriales como forma de resistencia.
Las estéticas y expresiones locales son un modo de resistir ante los intentos de uniformidad pretendidos desde algunos sectores culturales. Cuando a Travnik se lo consulta sobre si, en este registro, logró detectar alguna línea que exprese lo local, dice que “hay una fuerte influencia del filete porteño, muy local y con características propias. Pero si bien han resistido el paso del tiempo, también hay huellas de lo que son los nuevos elementos que conviven con los chicos. Hay nuevos héroes y nuevas princesas o heroínas, es lógico que ocurra porque vivimos en una sociedad en donde algunos patrones de belleza vienen impuestos desde otros lugares”.
Sobre esto mismo destaca que, en el Parque Saavedra de la ciudad de Buenos Aires, hay una calesita que fue recuperada y que está inspirada en la estética colonial, y que fue construida con animales más locales, con el carro del aguatero de la época de la colonia.
El recuerdo de la luz
Una de las grandes discusiones alrededor de la fotografía ha sido cómo se vincula con la memoria o con el recuerdo. Cómo en esos recortes de tiempo quedan atrapados momentos históricos, ratitos de ese cotidiano que a veces se nos escurre ante nuestra impotencia de mortalidad. Allí, el gesto fotográfico puede darnos una revancha para conservar ese instante de felicidad.
“Cuando la fotografía llega al mundo en 1839, le trae a la humanidad una nueva forma de representación de la realidad, más rápida, más fiel, con una capacidad de registro como, hasta ese momento, no había tenido ningún otro sistema de representación. La tradición anterior era la transmisión oral, yo veía los lugares en donde habían nacido mis padres, los podía ver de jóvenes solo a través de su relato. Con la llegada de esta nueva forma de registro, puedo ver la tierra de mis antepasados, puedo verlos a ellos de jóvenes, puedo verme a mí de bebé. Ahí, la fotografía actúa como un auxiliar de la memoria. Y, por supuesto, como un testimonio cultural relevante”, define Travnik.
El exponerse ante el ejercicio de la memoria, ya sea desde el estímulo visual o con cualquiera de los sentidos, es ―como dice el fotógrafo― poner el cuerpo a la experiencia, al hecho ceremonial. Acudir a esos señuelos que nos dejamos en el pasado es ir al encuentro de una identidad propia, que está ahí y que no habrá pantalla o digitalidad que pueda reemplazarla.
*Por Fernando Bordón para La tinta / Imagen de portada: Juan Travnik.