Diez hipótesis para repensar los desafíos de la “corriente autónoma” (I)
Desorientación estratégica, apuesta rebelde, perspectiva revolucionaria
Signada por la desorientación estratégica y la ausencia de certezas, la nuestra es una época en la que necesitamos imperiosamente ser creativos. Ese ejercicio imaginativo, sin embargo, no debería privarnos de la posibilidad de revisitar críticamente experiencias y concepciones del pasado (tanto nacionales como internacionales), como para tomar de ellas lo que nos sirva, mezclarlas con nuestras actuales construcciones y apuestas y crear algo nuevo.
Las experiencias de la Izquierda Autónoma o Nueva-Nueva Izquierda Latinoamericana, paridas al calor de las luchas populares que enfrentaron la ofensiva conservadora del neoliberalismo y su discurso del fin de la historia, de las ideologías, del trabajo y de los grandes relatos, estuvieron signadas, en la mayoría de los casos, por un alto componente de inmediatismo. De carácter social, local y reivindicativo, estos procesos de lucha enfrentaron a un enemigo poderoso, pero también a una tradición revolucionaria que no solo había sido derrotada sino que, en la mayoría de los casos, también había fracasado. Con la caída del Muro de Berlín, a nivel internacional, y con la derrota del sandinismo en Nicaragua y el Frente Farabundo Martí en El Salvador, en nuestro continente, estas concepciones y prácticas que guiaron el accionar y los debates de buena parte del siglo XIX y todo el siguiente, entraron definitivamente en crisis. Se habían acabado los manuales, las teorías irredentas y la creación se imponía como un signo distintivo de época.
Surgieron en todo el continente apuestas rebeldes, que vieron en el alzamiento del zapatismo en México el suelo a partir del cual comenzar a edificar nuevas perspectivas emancipatorias para nuestro siglo (el XXI). Muchas de ellas intentaron también proyectar una perspectiva revolucionaria, otras la enunciaron (más allá de cuánto lograron o no avanzar) y otras, incluso, continuaron su construcción prescindiendo de la resignificación de conceptos del ciclo de luchas anteriores, revolución, izquierda y socialismo.
Cómo sea, el hecho es que la segunda mitad de la década del noventa, y los primeros años del nuevo milenio resultaron de una enorme productividad política. Si bien estas experiencias nacieron y se desarrollaron en el marco de una gigantesca ofensiva del capitalismo, que se expandió a nivel planetario en un comienzo casi sin encontrar barreras a su voracidad, el surgimiento de distintos procesos en el continente comenzaron a plantear una interesante discusión: que resistir no era ejercer una mera oposición a lo existente, sino un doble proceso de bloqueo a las políticas del poder y creación de nuevas dinámicas y concepciones sobre los desafíos de las y los “de abajo”, como empezaba a decírsele en muchos lugares a las “clases subalternas”.
Con el paso de los años, la radicalización de la Revolución Bolivariana de Venezuela encabezada por el Comandante Hugo Chávez Frías, y el triunfo electoral del “Instrumento Político” (MAS) en Bolivia (que algún militante de los movimientos sociales calificó alguna vez como “meter un indio por la ventana” para que por primera vez “uno de los nuestros sea presidente”), sumado al avance de gobiernos “progresistas” en la región, fueron relegando gran parte del saber popular acumulado en esos años intensos de luchas. La mirada retrospectiva que se fue construyendo durante los años posteriores respecto del pasado reciente de nuestros países, sobre todo desde los relatos estatales, sumado a muchos de los límites que encontraron estos nuevos movimientos sociales en sus proyecciones políticas, colocaron a estas experiencias en el lugar de meras respuestas sociales a las crisis económicas, cuando no fueron directamente silenciadas, ignoradas o, en el mejor de los casos, descriptas desde perspectivas teleológicas, que vieron en las nuevas organizaciones de base, con fuerte anclaje territorial y matriz comunitaria, meros gérmenes de futuras estructuras “políticas”.
En Argentina, sin embargo, diciembre de 2001 puso de manifiesto aquello que se venía amasando ya desde el subsuelo de la historia: que la política (de emancipación) necesita de los cuerpos en movimiento y de la emergencia de nuevas subjetividades. Las jornadas del 19/20, en este sentido, se tornaron de vital importancia para repensar la política misma desde otro lugar. Tal como señaló en su momento Raúl Cerdeiras, desde la revista dirige desde 1991 (Acontecimiento), la insurrección permitió hacernos nuevamente la pregunta: “¿Qué es la política?”.
Momento de condensación, entonces, de una puesta en crisis, de un sacudón de la cosmovisión posdictatorial, que venía insistiendo, una y otra vez, que no era posible cuestionar el pacto de los consensos de la representación, de la democracia parlamentaria. Porque si después de 1983 la política funcionó cada vez más como conservación de lo existente, como espectáculo (reforzado por una predominancia cada vez mayor de la virtualidad televisiva), las jornadas de diciembre de 2001 recuperaron, nuevamente, un lugar central para la corporalidad –según supo destacar María Pía López- en la política, entendida como ejercicio de interpretación de la historia y transformación de la sociedad, quebrando así el “terror dictatorial” presente en los cuerpos y las subjetividades durante el período “democrático”. Y si insisto con el carácter simbólico de 2001, es porque en ese período se condensan y se proyectan experiencias previas, que permitieron comenzar a pensar y desarrollar la política desde otras coordenadas éticas, estéticas y políticas.
La recuperación de empresas por parte de sus trabajadores y su puesta en funcionamiento bajo lógicas cooperativas y autogestivas; los piquetes que parieron a las organizaciones territoriales en las villas, asentamientos y barridas populares; las cacerolas que dieron emergencia a las asambleas barriales en las principales ciudades del país; la recuperación de algunos cuerpos de delegados y comisiones internas que fueron gestando expresiones de un nuevo sindicalismo de base, democrático y participativo; la reconquista de algunos centros de estudiantes y federaciones universitarias; la explosión de luchas de los estudiantes secundarios; la emergencia de experiencias de resistencia contra el saqueo de los recursos naturales y la contaminación (las así llamadas luchas “en defensa de los bienes comunes”); los escraches de los HIJOS por la memoria, contra el olvido y por la justicia en relación con las atrocidades cometidas durante la última dictadura cívico-militar, en clara continuidad con la pelea emprendida tiempo antes por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo; el avance del feminismo y de las asociaciones que fueron haciendo cada vez más visible las luchas por la diversidad de géneros; la emergencia de colectivos culturales y comunicacionales que comenzaron a cuestionar el monopolio de la producción y circulación de la información y el autoencierro del arte en sus propias lógicas. En fin, todas esas experiencias que en Argentina emergieron desde abajo y a la izquierda, son el suelo a partir del cual hoy podemos repensar nuestras prácticas, y seguir pariendo las palabras (las imágenes, los sonidos) necesarias para proyectar un pensamiento crítico que funcione como “piquete simbólico” al sentido común del sistema y abreve por convidar el mundo que pretendemos construir.
Lejos de los iluminismos y las “bajas de línea” de los monologuistas, estas líneas pretenden ser tan solo una contribución al necesario proceso de producción de definiciones que, quienes nos posicionamos en las barricadas de los movimientos sociales que construyen “desde abajo y a la izquierda”, asumimos que será una elaboración colectiva.
Porque entendemos -este ensayista al menos así lo entiende- que hoy debemos reafirmar procesos de construcción de poder popular y autonomía política, apostando a fortalecer organizaciones de base que gesten dinámicas comunitarias y control territorial que pongan en cuestión los modos de vida en el capitalismo, sin por eso renunciar a las intervenciones coyunturales centradas en las políticas de masas capaces de poner en jaque lo planes de ajuste y represión del poder. Por supuesto, estas construcciones de base deberán gestar la formación de cuadros militantes integrales consustanciados con esa línea política, no sólo para asumir los desafíos diarios de la lenta construcción “por abajo”, sino también para realizar la necesaria propaganda que difunda estas experiencias y cuestione los lugares comunes que circulan socialmente, entendiendo que no es posible escindir la dimensión de lucha cultural de la económica y político-social.
Por eso, en las próximas entregas de estos micro-ensayos, abordaremos una “Introducción al poder popular”, y en las siguientes, trabajaremos sobre una serie de “principios” que, entendemos, guían el accionar y el pensamiento de esta “corriente autonomía” de los movimientos sociales: “Prácticas prefigurativas”, “Democracia de base y protagónica del pueblo”, “Autonomía y autogestión”, “Ética revolucionaria”, “Latinoamericanismo-internacionalismo”, “Diversidad identitaria”, “Nueva cultura”) y, por último, ensayaremos algunas (provisorias) conclusiones para la nueva etapa política que parece abrirse no solo en el país, sino en el continente y en el mundo.
Por Mariano Pacheco.