«Pobres criaturas»: la rebelión de las pecadoras
Basada en la novela homónima del escritor Alasdair Gray, la película «Poor Things», que podría también llamarse «la rebelión de las esclavas o de las pecadoras», aporta un guion profundo, delirante y crítico contra la moral patriarcal y los modos en que los varones instrumentalizan el deseo y el cuerpo de las mujeres para sus propios fines corporativos a lo largo de los siglos. ¡Alerta de spoiler!
Por Gabriela Bard Wigdor para La tinta
«Soy mala,
madre de todos los pecados,
perra, perra mala
Las velas dudan
si a mi altar echarle mano
o con la excusa de un soplo dejarme en la oscuridad (…)
Y ya quisiera tu Dios
ser parte de mi altarcito
que aunque parezca chiquito
de placeres sabe más
Que me digan si es acá
el paraíso perdido
que de tan bien escondido,
nadie sabe dónde está».
Ana Prada
La película «Poor Things», traducida al español como «Pobres Criaturas», podría también llamarse «la rebelión de las esclavas o de las pecadoras». Protagonizada por Emma Stone en el personaje de Bella Baxter, este film cuenta con un gran elenco que incluye a William James Dafoe como el Dr. Godwin y Mark Ruffalo como Duncan Wedderburn, entre otros actores. Dirigida por Yorgos Lanthimos, se basa en la novela homónima del escritor Alasdair Gray y se construye sobre diversos registros y géneros cinematográficos como el drama, la comedia, la sátira y el surrealismo, para darnos un guion profundo, delirante, crítico contra la moral patriarcal y los modos en que los varones instrumentalizan el deseo y el cuerpo de las mujeres para sus propios fines corporativos a lo largo de los siglos.
La nominada al Óscar transcurre entre escenas surrealistas, graciosamente dramáticas, con un guion que supone una crítica filosa y aguda respecto del papel colonizador que los hombres ejercen sobre el mundo y los cuerpos de las mujeres desde la ciencia, la sexualidad y la familia. Este es el corazón de la película, una pintura victoriana y, al mismo tiempo, actual sobre el secuestro del deseo femenino y la violencia que engendran los varones ante el hecho de que una mujer reconozca y responda a sus deseos. En este orden social, si las mujeres pretenden gobernar su vida, serán tratadas como locas, enfermas de poder, peligrosas y otros estigmas que la sociedad fabrica para marcar, vigilar y castigar a las rebeldes. Sucede que, como dijo Angela Davis hace décadas, las mujeres podemos ser todo, menos humanas, personas con derechos y seres deseantes.
Al respecto, Dufourmantelle (2022) nos explica que una mujer deseante es un peligro social, que siempre será juzgada y atravesada por una duda: «¿Será una víctima o aquella que en secreto orquesta el asesinato? La mujer, dice, presidía a la metamorfosis: bruja, pitonisa, partera, madre, monstruosa, muchacha loca, ella no ha dejado de habitar el imaginario cristiano con la sombra de sus supuestos poderes maléficos. La amenaza que ella deja en el aire, imaginaria o real, es para la comunidad un lugar de obsesión». Lo vivimos en Argentina, probamos dosis altas de obsesión y odio irracional a la expresidenta Cristina, inflado al punto de llegar a un intento de feminicidio político. La mujer percibida como poderosa es temida, odiada y despierta deseos obsesivos de apropiación y aniquilación.
En ese sentido, la trama de la película se centra en esta joven Bella, que es resultado de un experimento científico por parte de un cirujano que vive con un cuerpo enfermo y el rostro deformado a causa de las experimentaciones que su propio padre hacía con él de niño. La trama se mete con la familia como institución de violencia y con la ciencia como dispositivo colonial de poder y de dominio sobre lo considerado «salvaje». Recordemos que, en la división occidental y binaria de la realidad, se fabrican dicotomías como naturaleza/cultura, naturaleza/política, a partir de lo que se ha construido un saber/poder antropocéntrico y patriarcal, donde las mujeres caemos del lado de lo salvaje, de la locura y del pecado. A lo salvaje se le teme, enfrenta y domestica. Por eso, la religión, la ciencia, la familia, el Estado y, por supuesto, el amor romántico reducen las potencias femeninas al mínimo y la vuelven un sujeto de control y tutelaje.
Entre las potencias dormidas, las mujeres vamos creciendo presas de la ignorancia sobre lo que nuestros cuerpos deseantes son capaces de generar. De allí, el acierto de la película cuando el Dr. Godwin fabrica una mujer adulta que vive con el cerebro de un bebé, el de su propix hijx. Ella no puede ser autónoma, no tiene nociones ni deseos de independencia ni buenas costumbres. Al carecer de sentido moral en la vida, vive sin angustia la desesperación que provocan sus conductas en el resto. Bella es un cuerpo resucitado luego de que se suicidara, vuelto a la vida contra su voluntad. Antes de ser Bella, Victoria era una dama de alta sociedad que se arroja al agua embarazada, escapando de una vida de violencia de género y de clase, con depresión y soledad. Resucitada, Victoria es ahora Bella y es, al mismo tiempo, su hijo muerto: es hija, madre y mujer. Un Frankenstein de la ciencia con fines poco claros, como resultado del deseo de un científico que ha sido tratado él mismo como un experimento por su padre. Siendo Bella, Victoria ha vuelto a la vida sin ningún mandato moral y de comportamiento, es una mujer que no sabe «servir» a un hombre.
Para ayudar a su progreso y maduración motriz y cognitiva, el cirujano que oficia de padre en los hechos elige a un estudiante de medicina de su clase (el actor Ramy Youssef) para que registre todos los progresos de Bella durante todo el día y viva con ellxs. En verdad, el Dr. Godwin, a quien Bella llama Dios, quiere que el estudiante se case con ella y, de ese modo, traspasar su tutela de padre al futuro marido. Todo va saliendo como estos dos médicos quieren hasta que Bella descubre su sexualidad. Ella se masturba y se transforma en una pecadora, en una «histérica» y en un peligro cuando afirma ante la mirada de estos varones que puede darse «momentos felices ella misma». Así, primero, dependiente, inocente, librada a sus caprichos y a ser observada como el experimento que es, Bella va madurando y conociendo la vida de una mujer inglesa, situada en un especie de tiempo que es pasado y presente al mismo tiempo, una época steampunk retrofuturista, con clara referencia a la época victoriana, donde las mujeres no pueden ser más que esposas, madres o putas.
El descubrimiento del placer sexual es el inicio de una odisea de autodescubrimiento, viajes y liberación sexual femenina. Libre de la incidencia subjetiva de los mandatos morales de la época, Bella se revela contra todo cautiverio sin siquiera notarlo. En su decisión de vivir, experimentar y descubrir el mundo, desafía la medicina, la familia y todas las manifestaciones históricas del patriarcado sobre el cuerpo femenino. La vemos perder la inocencia sobre el dolor del mundo de la mano de un filósofo afroamericano cínico, quien le enseña la desigualdad racial y social del mundo. Con nuevas preguntas en su vida, Bella llora, reflexiona y habla. Cuando habla, perturba a sus captores, para quienes cualquier manifestación de inteligencia por parte de Bella es un insulto a su masculinidad.
Es un hecho histórico que la libertad de la mente-cuerpo es complicada cuando se es mujer. Se necesita de un desentendimiento estratégico de las limitaciones que nos colocan para ingresar en el debate social reservado para los hombres, quienes prefieren hablar entre ellos «porque probablemente los aterroriza el hecho de tener que responder a una mujer, además de seducirla o de retenerla», plantea Dufourmantelle. Los hombres no saben qué hacer con Bella. El exmarido quiere practicarle una ablación de clítoris para que «ya no siga nerviosa y descontrolable»; el amante enloquece ante la imposibilidad de la conquista absoluta de su deseo y los otros varones que dicen quererla deben convivir con el duelo personal de no poder controlar la libertad de Bella.
Bella despierta del control gracias al placer, la filosofía y el amor; debido a los libros que le presta una dama rica, para quien el placer de la lectura es más interesante que cualquier evento sexual. Toda una trama de aliadxs que Bella va conociendo y en cuyos diálogos aprende a reconocer la injusticia del mundo y las cárceles que encierran el deseo femenino. Mientras viaja, experimenta sexualmente y se prostituye para sostener su independencia y solventar la vida de Duncan, ya en bancarrota. Bella se enamora de una mujer afroamericana socialista, quien contribuye a que cada Bella sea una mujer deseante y reflexiva.
La experiencia de prostituirse le trae saberes y crecimiento intelectual, acompañado de sufrimiento y dolor. Elijo dos escenas: una donde Bella descubre que, para algunos hombres, el placer se encuentra en el sometimiento sexual, en tener sexo con mujeres que no los desean. Verlas sufrir es placentero. Otra, cuando reconoce la cicatriz de un embarazo en su vientre, afirma que no siente instinto maternal y que no hubiera querido un hijo. La maternidad como instinto, otro tabú que Bella destruye con inocencia. Así, Bella va adquiriendo conciencia de género y clase, como todas las mujeres que ahora conoce en París y que están dispuestas a todo por escapar del destino carcelario que supone ser esposa y madre.
Como explica Dufourmantelle, una mujer sacrificial es una mujer que, para transformar lo que la esclaviza en una posibilidad de libertad, no tiene otra opción que perderlo todo, incluso la propia vida.
Durante la película, una siente que navega entre el pasado y el presente, incluso en un posible futuro, donde las mujeres seguimos luchando contra cautiverios, mandatos y representaciones sociales que nos someten y castigan. Quisiera solo mencionar la vigencia de la misoginia en el tiempo, pensando que las siguientes frases son tan victorianas como propias del siglo XXI: una mujer que no es madre es socialmente un monstruo, está incompleta o es una puta. Una mujer que desea el mundo y no solo tener pareja es ambiciosa y cruel. Una mujer que disfruta del sexo es una loca y peligrosa. Una mujer que no sacrifica sus proyectos por el amor romántico y la familia está enferma de poder. Una mujer que desea no es una mujer. Así, experimentamos una violencia social patriarcal desde tiempos inmemoriales a causa del miedo que el poder de dar vida y muerte suscita en los varones (Rich, 2019).
Para Dufourmantelle, una mujer está condenada a sacrificar su vida por lxs otrxs y, si cumple con dicho mandato, acaba siendo una muerta en vida, una vida blanca que nadie reconoce. Por eso, Bella se resiste a morir y a ser el territorio de dominio de su exmarido y de cualquiera que, en nombre del amor, no haga más que asesinar su deseo. Así, esta película nos habla tanto del mandato de maternidad, del amor y del sacrificio con el que cargamos los cuerpos marcados como mujeres y aquellos cuyo cuerpo contiene el potencial de engendrar vida y, por tanto, muerte, como de la potencia del deseo para la libertad femenina.
«Pobre criatura» cuenta una nueva historia, se rebela contra el orden social de las cosas y nos invita a vibrar con una delirante historia donde las mujeres pueden soñar más allá del silencio y del sometimiento. Son cientos, miles de relatos nuevos que nos demanda la coyuntura histórica que vivimos, donde la sexualidad, el arte, la escritura de relatos que escandalicen, monstruosidades que provocan y puedan ser formas de insistir en abordar el problema urgen. Haraway (2019) nos enseña lo importante de indagar en las materias que usamos para pensar otras materias o, lo que es otro modo de decirlo, a reconocer que «importa qué historias contamos para contar otras historias».
¿Cuál es mi/tu/nuestra nueva y monstruosa nueva historia de liberación?
*Por Gabriela Bard Wigdor para La tinta / Imagen de portada: Searchlight Pictures.